20051211enfrentamentos en dongzhou

China, la potencia agridulce

Chou Hsi-wei y Ma Ying-jeou, clic para aumentar
Los graves sucesos de Dongzhou, donde varios campesinos perdieron la vida en un enfrentamiento con la policía, dan cuenta de la intensidad del descontento con la corrupción, y con la desigual percepción de los beneficios del desarrollo chino. Solo una capa muy pequeña de la población, el 0,5%, controla más de la mitad de la riqueza nacional, según fuentes de la Academia China de Ciencias Sociales.
 

Recientemente hemos sabido que China puede convertirse en la cuarta potencia económica mundial. Ya podría serlo ahora si tuviésemos en cuenta en el cómputo la economía de Hong Kong, pero Pekín insiste en contabilizarla aparte. La reevaluación de las dimensiones del sector servicios y de las pequeñas empresas, ha propiciado un aumento del 16,8% de la significación de la economía china. Todas las cifras del crecimiento económico desde 1992 serán revisadas al alza, reconociendo así la tantas veces cuestionada fiabilidad de las estadísticas chinas.

La magnitud del cambio experimentado por este país en las dos últimas décadas, asombroso en muchos sentidos, contrasta, no obstante, con otras estadísticas, también recientes, las dadas a conocer por el PNUD, que evidencian el grave deterioro de la situación social. A pesar de que, como consecuencia de la reforma, 250 millones de personas han salido de la pobreza, en China se ha encendido la luz roja de las desigualdades sociales.

Entre los principales problemas destacados por el informe del PNUD, que ha sido elaborado con la participación de investigadores chinos, cabe citar dos: los millones de campesinos desprovistos de tierra para favorecer los proyectos inmobiliarios o industriales; la falta de cobertura educativa, sanitaria, de seguridad social o desempleo de amplísimos colectivos sociales, que alargan las cifras de los excluidos del avance económico, en especial, los residentes en el campo y los emigrantes internos.

La revelación de estos datos, que muchos intuían obviamente, ha provocado una cierta convulsión en China. Deng Xiaoping no había previsto la magnitud de los efectos sociales de la reforma. La valoración del tiempo de Jiang Zemin y de Zhu Rongji es cada vez más crítica y los nuevos líderes rechazan cualquier signo de asociación continuista en este orden, prefiriendo honrar a dirigentes que gozan de mayor popularidad, como Hu Yaobang, recientemente homenajeado con motivo de cumplirse el noventa aniversario de su nacimiento. Y podría haber más gestos en la misma línea muy pronto.

Hu Jintao y Wen Jiabao insisten en la prosperidad común y en la armonía, pero necesitan dar pasos más enérgicos para que el impulso social de la reforma pueda apreciarse. Los altos dirigentes del Partido y del Estado hacen donativos a las víctimas de los desastres y a los ciudadanos pobres, en una iniciativa que ha sido imitada por todo el espectro partidario y sus aledaños. Pero la caridad no es suficiente para reducir la brecha de ingresos, las diferencias en esperanza de vida, en alfabetización, o entre hombres y mujeres.

Los graves sucesos de Dongzhou, donde varios campesinos perdieron la vida en un enfrentamiento con la policía, dan cuenta de la intensidad del descontento con la corrupción, y con la desigual percepción de los beneficios del desarrollo chino. Solo una capa muy pequeña de la población, el 0,5%, controla más de la mitad de la riqueza nacional, según fuentes de la Academia China de Ciencias Sociales.

Pese a todo, los campesinos chinos, casi aún las tres cuartas partes de la población, entre quienes gana terreno la añoranza de Mao, despiden el año con una buena noticia: la supresión completa de los impuestos agrícolas en todo el país, pero ello solo aliviará un poco su situación, muy deteriorada por la voracidad inagotable de unas autoridades locales que el poder central es incapaz de controlar de forma eficaz.

Xulio Ríos (La Vanguardia, 27/12/2005; Argenpress, 24/12/2005)