Recientemente, China ha visto como uno de sus ciudadanos era ejecutado por el Daesh; por otra parte, en el ataque perpetrado a un hotel en Bamako, resultaron también asesinados tres altos dirigentes de la China Railway Construction Group, compañía ferroviaria con inversiones en Malí y en otros países africanos. No es la primera vez que ciudadanos chinos son blanco de los atentados de los grupos armados. En una u otra medida, episodios similares se han registrado en Etiopia, Nigeria, Sudán, Argelia o en Egipto. En esta ocasión, el presidente Xi Jinping declaró que China acentuaría su lucha contra el terrorismo, implicándose en la guerra contra el Daesh. Cabe tener en cuenta que, a día de hoy, entre 3 y 5 millones de chinos trabajan en el exterior, a menudo en zonas de riesgo en países de África o de Oriente Medio, donde los movimientos islamistas les tienen en su punto de mira.
Recientemente, China ha visto como uno de sus ciudadanos era ejecutado por el Daesh; por otra parte, en el ataque perpetrado a un hotel en Bamako, resultaron también asesinados tres altos dirigentes de la China Railway Construction Group, compañía ferroviaria con inversiones en Malí y en otros países africanos. No es la primera vez que ciudadanos chinos son blanco de los atentados de los grupos armados. En una u otra medida, episodios similares se han registrado en Etiopia, Nigeria, Sudán, Argelia o en Egipto. En esta ocasión, el presidente Xi Jinping declaró que China acentuaría su lucha contra el terrorismo, implicándose en la guerra contra el Daesh. Cabe tener en cuenta que, a día de hoy, entre 3 y 5 millones de chinos trabajan en el exterior, a menudo en zonas de riesgo en países de África o de Oriente Medio, donde los movimientos islamistas les tienen en su punto de mira.
La relación de China con el terrorismo tiene un frente interno, Xinjiang, en el oeste del país, donde libra una guerra implacable contra los musulmanes uigures alzados en un contexto de fuertes tensiones identitarias, políticas y religiosas que no parecen tener fin.
¿Cómo puede reaccionar Beijing? Una cosa es esa implicación interna que puede afrontar con la contundencia conocida, pero ¿y a nivel exterior? ¿Qué puede significar implicarse más cuando el principio del no intervencionismo sigue representado un pilar esencial de sus posicionamientos internacionales?
En diciembre de 2014, China envió a Sudán del Sur, por primera vez en su historia, una unidad de combate bajo bandera de la ONU. Tiene aquí importantes intereses petroleros. Unos meses más tarde, su infantería se vio en la necesidad de implicarse a fondo en la evacuación de cientos de trabajadores chinos. En Yibuti negocia una estación de apoyo logístico local, muy importante para el suministro de alimentos y combustible y el reposo temporal de los buques de escolta. China, que no dispone de bases en el exterior, ha enviado 21 flotas al Golfo de Adén y las aguas situadas frente a Somalia, formando parte de la misión internacional que lucha contra la piratería….
Hasta ahora condicionada por la tradicional prudencia, parece que algo se mueve en la actitud china, aunque evolucione lentamente y tanteando con mucho cuidado los escenarios de conflicto en los que ambiciona adquirir una mayor experiencia para sus fuerzas armadas. El hecho de que Beijing atribuya buena parte del desaguisado actualmente existente en determinados lugares a la errática política de EEUU y de Occidente no impide que pueda producirse una aproximación mayor que pasaría a segundo plano divergencias de otro calibre.
¿Podría implicarse China en las operaciones internacionales en Siria? El momento parece no haber llegado aún, en parte por sus limitaciones operativas ya que su fuerza aeronaval es reducida. Por eso mismo, no es imaginable el envío de tropas pero si una colaboración más intensa y no solo con Rusia o con las organizaciones de ayuda humanitaria.
Muchos internautas chinos criticaron la iluminación de la torre de la perla de Oriente en Shanghai, en el área de Pudong, con los colores de la bandera francesa tras lo ocurrido en la sala Bataclan. La base de la crítica era la indiferencia demostrada por los occidentales cuando el terrorismo azotó a China en atentados como los sucedidos en 2014 (29 muertos en Kunming o 30 muertos en Urumqi, en ambos casos con cientos de heridos), por no remontarse a fechas anteriores. La doble vara de medir, que santifica los dramas de esta naturaleza cuando ocurren en los países desarrollados de Occidente, mientras ignora hechos similares que tienen lugar en otras zonas del mundo, provoca una reacción que va más allá del discurso oficial.
En este caso, las autoridades habían querido expresar la solidaridad del país frente a un fenómeno que no les es ajeno, ni en el frente interno ni en el exterior. Pero la raíz del problema de dicha actitud pudiera estribar en la diferente percepción de la transparencia: generosa, hasta el exceso, en Occidente frente al problema, mientras en China habitualmente nos hallamos ante un infranqueable muro de silencio y propaganda. Una solidaridad que pudiera interpretarse como aval a ciegas de cierta política tiene pocas opciones. Más allá de las consideraciones geoestratégicas y de las dobles morales, mientras esto sea así, no será fácil que encuentren la solidaridad pretendida y que a buen seguro todas las víctimas se merecen.
Los órganos de información oficial debieran incrementar su transparencia a la hora de dar cuenta de hechos tan trágicos y prestar menos atención a ese afán irrefrenable por mostrar una armonía no siempre real entre los Han y los uigures, en el caso concreto de Xinjiang. Todo el mundo sabe que el problema existe y que es grave. Empeñarse en cercenar la palabra o en impedir cualquier filtración quizá sea útil para la acción de las fuerzas de seguridad –parece que no tanto a juzgar por el aumento de los atentados- pero en ningún caso ayuda a despejar las dudas y reservas que en el exterior se abrigan ante la gestión de la lucha contra el terrorismo.