China y las Olimpíadas: el largo siglo XXI

 Jacques Rogge; clic para aumentar
Con independencia del “boicot blando” al que se vio sometida China, la aplastante mayoría de los observadores que siguieron el desempeño de las olimpíadas ratifica el veredicto de Jacques Rogge (en la foto), presidente del COI, que lo dice todo: “realmente excepcionales”. Las olimpíadas, en su organización, realización sin desagradables incidentes, lo grandioso de sus ceremonias de apertura y cierre, dejan una impronta que permite hablar de un antes y después de los “XXIX Juegos Olímpicos de Beijing”.
 

Introducción

Entre el 8 y el 24 de agosto de 2008 tuvieron lugar, en Beijing, República Popular China (RPCh), los “XXIX Juegos Olímpicos”. Este acontecimiento, por diferentes lógicas e interpretaciones, sacó a la luz variados augurios que analistas de diferentes “colores” y latitudes traían a colación, al referirlo a los encuentros deportivos efectuados en Moscú, – boicoteados por los Estados Unidos y otros países que se plegaron a las presiones de Washington – en 1980, y la cita de Seúl, en 1988. El trasfondo radicó, parafraseando, en tomarlos de punto de partida para proyectar en el tiempo los procesos que llevaron, al final, al colapso del experimento “soviético”; e introducción de medidas político-sociales más tolerantes en la República de Corea del Sur.

Es bueno recordar que, China participó en una cita olímpica, por vez primera, en Los Ángeles, en 1984. Allí, como en Seúl (1988) los logros fueron modestos; en Barcelona (1992) ocupó el cuarto lugar; en Atlanta (1996) repitió el resultado; en Sydney (2000) ascendió al tercer puesto; y en Atenas se situó segunda, por detrás de Estados Unidos. En Beijing, con 100 medallas (51 de oro, 21 de plata y 28 de bronce), terminó ampliamente delante de los estadounidenses (36 oros), aunque éstos dominaron en el número (110) total de metales. El país anfitrión, que aspiraba a coronarse primera potencia deportiva del mundo, lo alcanzó en “sus Juegos Olímpicos”.

Sin embargo, es una verdad de “Perogrullo” que, los grandes éxitos deportivos siempre tienen efectos políticos, mucho más si se trata de una victoria, y los ganadores, en buena lógica, no dejan de aprovecharlo. Por otro lado, cualquier análisis económico-político-sociales de la RPCh, para resultar desapasionados, no pueden obviar lo acaecido en el país en los últimos 30 años al influjo de la política de “Reforma y Apertura”. La celebración de las olimpiadas, en Beijing, no es un suceso al margen de las “Cuatro Modernizaciones” que, como “revolución silenciosa”, trastoca la vida económico-político-social del país.

A su vez, en el año 2001, coincidieron dos eventos, de actual y prolongada repercusión internacional, e involucraron a China: ingresar en la “Organización Internacional del Comercio” (OMC); y otorgársele a Beijing la sede de los juegos olímpicos del 2008. En el primer caso, buscó equilibrios razonables al cúmulo de demandas que le exigieron, ante todo, los tres centros hegemónicos mundiales (Unión Europea (UE), Japón y Estados Unidos), y hacer concesiones a otras naciones. No faltaron quienes vieron en esa adhesión la fase final de la política económica diseñada a partir de 1978. Para otros, el país había quedado atado a la voracidad del capital internacional. La vida está confirmando lo acertado del primer pronóstico y lo errado del segundo.

En el segundo lance, China, también debió someterse al escrutinio externo, así como debió aceptar una abultada lista de exigencias que impuso al país el “Comité Olímpico Internacional” (COI). En primer orden, verse preterida ante otras solicitudes; después, levantar, bajo estricto control las instalaciones e infraestructuras idóneas para el desarrollo de las competencias; garantizar condiciones ambientales adecuadas, e inclusive, sufrir el asedio de una bien orquestada campaña que buscó vincular aspectos deportivos con cuestiones sociales y políticas de incumbencias nacionales.

Por ello, parece de interés y, al mismo tiempo, estimulante, emborronar algunas cuartillas para traer a colación el verdadero “parte aguas” en que devino para la economía mundial la incorporación de China a la OMC y, posiblemente, lo que representará la victoria obtenida por el país en la finalizada cita olímpica. Una cuestión es cierta, la incógnita del futuro radica en si lo logrado por China en el plano deportivo mundial tendrá un antes y un después. Sin embargo, no es aventurado sugerir que el “nido de pájaros” y el “cubo de agua” ya son símbolos que entraron en la historia del olímpismo.

El “Nuevo Gran Salto”

Una breve “llovizna” sobre lo mojado. En 1978, año que el país enrrumbó hacia la modernización de la economía y la sociedad, o lo que es lo mismo, situar el centro del trabajo económico en el “desarrollo de las fuerzas productivas”, y con ello, poner a China en el camino de recuperar el lugar cimero que perdió en las postrimerías del siglo XVIII, arroja 30 años después un saldo difícil de superar. Entre 1979-2007 la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) alcanzó cerca del 10% anual; se constituyó en la cuarta economía mundial (PIB de 3 billones 300 mil millones de dólares); en 1980 ocupó el lugar 30 por los montos del comercio exterior; en el 2007 es la segunda economía en ese rubro. China produce hoy el 25% de los bienes manufacturados en el orbe.

Partiendo prácticamente de cero, concentra las primeras reservas de divisas mundiales (más de un billón 900 mil de dólares); recibe alrededor del 45% de los flujos inversores externos que van a los países mal llamados en “vías de desarrollo”; ciertamente, es ya el “taller del mundo”; y con redoblados bríos emprende un masivo renovar científico-tecnológico que, al asimilar e introducir novedosas técnicas en las ramas punteras de la economía, involucra la salida, en solitario, al espacio cósmico.

Del impulso que recibió el renacer de la “Nueva China” al adherirse a la OMC, habla por sí solo que, entre el 2001 y el 2007, el comercio exterior se multiplicara por más de 4 veces, al pasar de los 509 mil 800 millones hasta los 2 billones 173,600 mil millones de dólares. No es festinado afirmar que al ingresar en la OMC el país terminó uno más de los ciclos en el curso abierto en 1978 para, conscientemente, quedar plenamente integrada a la economía global. El resultado ya es visible, China tira en más 20% de la economía del orbe. Es impensable encarar cualquier reflejo del desempeño económico mundial, sin el concurso del país, ya sea en su carácter activo o pasivo.

En tanto, el reto en los próximos años, es predecible, se concentrará en lograr que sus producciones incorporen, al sello de “hecho en China”, el de “creado en China”. Igualmente, al transcurrir el “primer cuarto de su siglo”, el país contará con no menos de 50 de las primeras 100 más grandes corporaciones mundiales; y será uno de los primeros inversores foráneos del planeta.

Por otra parte, al mirar 30 años atrás se constataría que China, por lo general, destacó como el país más poblado que, periódicamente, sufría reiteradas hambrunas. Nadie, en su sano juicio, la hubiera tomado en cuenta como actor central planetario. Ahora, por el contrario, la pregunta sería: ¿Cuándo el país superará a los Estados Unidos como la mayor economía del orbe? En lo económico, si como se presagia, mantiene crecimientos de alrededor del 7-8% del PIB anuales, China alcanzará y superará a los estadounidenses en el horizonte del 2035-2040. Entonces, ¿Quién duda que el triunfo olímpico sirva para, con más tenacidad, impulsar este proyecto?

Así, dejando de lado los posibles acertijos de números y cálculos que fijen fecha exacta a tal suceso, son pocos los que ponen en tela de juicio que el hecho no ocurrirá. Tampoco hay que ignorar que, hoy día la “aldea global”, ante la desaparición del “mundo bipolar”, asiste a un desafío “geopolítico”, donde un “poder único” pugna por asegurarse el dominio internacional, imponiéndose al reclamo universal de una razonable y más justa “multilateralidad”. Factor, este último, que de lleno lleva a China al “ojo del huracán” que parece definirá, en la primera mitad del siglo XXI, la puja por el mantenimiento, por parte de una potencia, de la “hegemonía unilateral”.

Llevado a este plano, las olimpíadas del 2008 celebradas en Beijing, resultaron un escenario que, por su alcance y significación política, va más allá de lo deportivo. Tres serían los elementos a destacar. El primero, por el nivel de competición las olimpíadas fueron excepcionales por su dimensión y contenido: 43 récords mundiales batidos y 132 olímpicos. Más deportes, disciplinas, participantes ““atletas y entrenadores”“, personal y mujeres ““45% de los atletas”“, que nunca antes. La televisión cubrió 5.400 horas de emisiones en directo ““2.000 horas más que en Atenas”“, 4.400 millones de espectadores; casi 40.000 periodistas reportaron las competiciones. De 16 países, 38 maestros entrenaron a equipos de China; un nadador estadounidense, Michael Phelps, logró, para un solo atleta en los juegos, 8 medallas de oro.

El segundo elemento a recalcar involucra al barraje desplegado en la prensa internacional que, salvo honrosas excepciones, amplificó y divulgó todo tipo de augurios y negros destinos, acerca de la realidad socio-económica y política de China, así como del desarrollo de la preparación, desempeño y resultados de los juegos. Ningún segmento quedó fuera de tergiversaciones. Interesante, es ver en glosa, las descalificaciones más frecuentes y reiteradas utilizadas.

En el deporte, el objetivo chino es ganar medallas; la estrategia es heredada de la Alemania Nazi, la desintegrada Unión Soviética y el fracasado socialismo de Europa Oriental. La actividad deportiva es utilizada como herramienta de propaganda para someter la voluntad del pueblo, ensalzar el poder del régimen e intensificar su ideología y control. Con Mao, este credo era el comunismo; mientras que, la China actual, incita el nacionalismo entrelazado artificialmente con el rigor del “perverso” (textual) del Partido Comunista Chino (PCCh).

El “dopaje” también entró dentro de las “trapacerías” manipuladas. China, emplea a especialistas en la materia procedentes de la extinta República Democrática Alemana (RDA) en estos menesteres. Pero, ningún atleta nativo fue descalificado en los controles. En tanto, estos “tarifados” se desnudaban al divulgar que el presupuesto del Sistema Deportivo Nacional de China, ascendía a los 714 millones de yuanes (unos 90 millones de dólares), de cara a las Olimpíadas. Se incrementó desde los 428 millones de yuanes (54 millones de dólares) antes del 2001, cuando el país recibió la sede olímpica. La pregunta es sencilla ¿Qué son 94 millones de dólares para un país con una población de más de 1370 millones de habitantes? Lo que dolía era el lugar cimero en el medallero de una nación que, diga lo que se diga, es parte del “Tercer Mundo”.

La seguridad. Una pluma crítica de la sociedad burguesa avanzada escribió acerca de los sostificados medios de control electrónicos que el país adquirió. Lo más extraordinario, los asoció para ser utilizados en la represión de los “opositores” y “defensores” de la libertad y la democracia. En realidad, para observadores más objetivos la vigilancia fue extrema, aunque sutil, pasó casi desapercibida; cámaras de video y miles de voluntarios ayudaron a más de 100 mil policías a mantener el orden. Resumiendo, el ambiente resultó más distendido que el reinante en los altos cónclaves políticos anuales.

El medio ambiente. Por esta causa determinadas agencias especularon con el retraso o traslado de las competiciones. Beijing exhibió los cielos más azules y límpidos en varias décadas. La capital disfrutó del mejor aire, dadas las medidas previsoras tomadas: restricciones al tráfico, cierre temporal de instalaciones industriales, lluvias artificiales, etc. Quedó, como ejemplo de “estupidez y provocación” la foto del equipo de ciclismo de los Estados Unidos, llegando al aeropuerto pequinés con máscaras. El augurado catastrofismo combinado de contaminación y alimentación rayaron en el absurdo. El “aguaje” de ciertas delegaciones acerca de la comida de los atletas solo tuvo cabida en el “globo” de desinformación inflado para restar méritos al país anfitrión.

Lo político. Desde los juegos de Berlín, en 1936, los de Beijing fueron los más politizados. Todo respondió a una campaña bien preparada e iniciada con el recorrido de la “Antorcha”. Fueron organizados desde el país erigido en “centro hegemónico” y bien dirigidos, por una de las “agencias de inteligencia y subversión de más recursos del mundo”; cuestión hoy sabida y salida a la luz pública, con reflejo en la prensa internacional. La campaña arrancó con la gira, por diferentes países, del “Dalai Lama”. Recibido por los altos dignatarios de países europeos y, desde luego, por el de los Estados Unidos, usó el “manto” de la buena voluntad de reclamar más “autonomía” para la “sojuzgada” región china del Tibet.

En todo país visitado por el “Dalai Lama”, como por “encanto”, aparecieron los “grupos del “Free Tibet”, realizando desfiles y demostraciones. El cenit de los tumultos orquestados, resultó los motines generados, con pérdidas de vidas humanas y materiales, en el interior del Tibet. La presencia del “Lama” en París, sirvió para que el Presidente francés, llamara al “boicot” de la presencia de los Jefes de Estado o Gobierno, en el acto inaugural de los Juegos.

En tanto, en el curso de los juegos no faltaron los intentos de “aguar la fiesta”; quedó el “mal gusto” de las solicitudes denegadas para expresarse “pro derechos humanos”, en los tres parques habilitados en Beijing ““ exigencia del COI, y que China aceptó, sin dejar implementar medidas para rebajar su perfil -; no hubo demostraciones del “Falung Gong” y los “uigures” atentaron contra un puesto policial a 4 mil Km., de Beijing. Los montajes del “Free Tibet” no pasaron de mostrar una que otra pancarta o camiseta. Cierto, hubo bloqueo de sitios de “Internet” originados en Taiwán, ya fueran gubernamentales o privadas, así como de organizaciones hostiles a China.

El “fiasco” sufrido por los orquestadores de todo tipo de “trapisonda” a la apertura de los Juegos, quedó patentizado con la asistencia de más de 80 Jefes de Estado, a la ceremonia inaugural, incluida el francés, Sarkozy; el Presidente, George W. Busch, que había recibido más de una demanda para que no asistiera, ocupó un puesto en la tribuna. Sí, en alguna ocasión vale que, en “política, lo real es lo que no se ve”, los juegos olímpicos del 2008, organizados por China, lo evidenciaron en su más alta valía.

En resumen, con independencia del “boicot blando” al que se vio sometida China, la aplastante mayoría de los observadores que siguieron el desempeño de las olimpíadas ratifica el veredicto de Jacques Rogge, presidente del COI, que lo dice todo: “realmente excepcionales”. Las olimpíadas, en su organización, realización sin desagradables incidentes, lo grandioso de sus ceremonias de apertura y cierre, dejan una impronta que permite hablar de un antes y después de los “XXIX Juegos Olímpicos de Beijing”.

China, con la gigantesca operación de propaganda que fue la organización de los juegos olímpicos, le ganó la “batalla” al inmenso arsenal propagandístico de las “potencias occidentales”, con Estados Unidos a la cabeza ““ único país que no trasmitió en directo los juegos -, que hicieron todo lo posible, por llenar de manchas negras, al “competidor” que, como China, trabaja por afirmar su autonomía, así como recuperar el lugar cimero que ocupó en el concierto de las
Naciones hasta el segundo tercio del siglo XVIII.

A modo de reflexiones finales

Nadie duda que sean gigantescos los cambios ocurridos en China desde, los acuerdos de la “III Sesión Plenaria del XI Comité Central del PCCh”, en 1978. El explosivo dinamismo económico, incremento de la productividad del trabajo destapado por la “Reforma y Apertura”, forma parte de los anales de la historia económica mundial, solo comparable con la afirmación de Estados Unidos como potencia industrial, en los años que siguieron a la “Guerra Civil” en el último tercio del siglo XIX.

Tampoco, puede ignorarse que las mutaciones socio-económicas habidas en los últimos 30 años, han transformado la vida de cientos de millones de personas; el nivel de vida de la gente común ha mejorado ostensiblemente. La sociedad china se ha vuelto más transparente y vigorosa; en el ambiente político del país ocurren aperturas y cambios impensables en el transcurso de la historia de China. El ciudadano normal tiene oportunidades que jamás disfrutó en los pasados tiempos; ante todo, la capacidad de organizar y dar rienda suelta a sus capacidades intelectuales y creativas.

En tanto, es perceptible por todo observador desapasionado y libre de prejuicios ideológicos, que el país asiste a un intercambio más abierto de ideas y preocupaciones sociales; las opiniones y criterios más diversos fluyen en el actual quehacer de la sociedad china. Baste señalar dos datos. En el país, más de 700 millones de habitantes se comunican por la telefonía celular; unos 241 millones están vinculados a “Internet”; el primer lugar en el planeta.

También es cierto que China enfrenta muchos y variados desafíos. Entre otros, las desigualdades regionales; es marcada las diferencias entre las regiones de la costa, el centro y occidente del país. Las disparidades en los ingresos entre las áreas urbanas y rurales; los retos que representan las cada vez más complejas situaciones medio ambientales; los tensos problemas que plantean el suministro de agua potable a millones de personas; la polución e influencia en el calentamiento global que ocasionan el uso de carbón (70%) para generar electricidad. Sin descontar la necesidad de poner freno a la corrupción.

De lo que sí no hay dudas, el Estado y el Gobierno del país, actúan con pleno dominio de los retos, vertebran la “estrategia de largo plazo”, en concordancia con los imperativos de impulsar el “desarrollo pacífico”, junto con el incremento sostenido de las “fuerzas productivas”, que lleve a China al concierto de las naciones “medianamente industrializadas”; conjugando esos objetivos con la formación de una “sociedad armoniosa”.

Vistos en el plano de las fortalezas y desafíos, es mucho lo que debe conseguir y resolver China, para reconquistar el lugar que ocupó en el mundo hasta mediados del siglo XVIII. Sin embargo, hay suficientes señales para afirmar que, el ingreso en la OMC, en lo económico-político, marcó la total integración de la nación al proceso de globalización, aceptando sus ventajas y amenazas. En tanto, el desarrollo con éxito de los “XXIX Juegos Olímpicos”, del 2008, fue el anuncio y presentación responsable del país en calidad de actor “social” a escala planetaria.

Si a una reconocida autoridad histórica le fue dable calificar al Siglo XX de “siglo corto”; hay, por otra parte, suficientes elementos para vislumbrar que, con dos sucesos, al parece inconexos, la adhesión a la “OMC-XXIX Olimpiada”, en la alborada de la nueva centuria, China logró presentar sus cartas credenciales como “potencia emergente”. Mientras, no sería descabellado el vaticinio que, lleva a destacar a la nueva época, como el “Siglo de China”. Con una necesaria adición, será un “Siglo Largo”; su verdadera marcha en toda su dimensión comenzó en fecha, para entonces lejana, como fue 1978. Lo marcaron las “Cuatro Modernizaciones”, a través de una política de “Reforma y Apertura”.

Para finalizar, una conclusión parece obvia. China, está envuelta en un proceso de transformaciones como nunca conoció en su milenaria historia. No es la masa de ciegos autómatas al servicio de un Estado comunista; ni tampoco, el pueblo aplastado por un Gobierno totalitario, que la “propaganda blanca o negra” nos presenta; además alerta, de modo machacón, sobre sus objetivos perversos de dominación mundial. La sociedad china no deja de ser tan normal como cualquier otra del planeta; en su seno bullen deseos y anhelos humanos, tan legítimos como los de todo colectivo que aspira a una mejor vida.