Diálogo de reproches

Zhu Rongji viaja a Washington un mes después de su encuentro con Boris Yeltsin y a dos del aniversario de los sucesos de Tiannanmen. Desde el final de la guerra fría, los dirigentes chinos han podido comprobar cuán dificil resulta mantener una relación constructiva con Estados Unidos. Mientras, en relación a Moscú, nuevas y continuas señales abundan en el entendimiento estratégico antihegemónico, solo posible ahora cuando ambos países no se adscriben al mismo imaginario ideológico.

Estados Unidos y China comparten hoy un ambigüo alejamiento. Beijing se muestra cada vez más seguro, más firme e invariable respecto a las quejas estadounidenses en materia de derechos humanos, represión contra la disidencia interna o conflictos con las minorías tibetana, uigür o kazaka. Cuando Madeleine Albright viajó a Beijing en marzo pasado para ultimar los detalles de esta visita y reivindicar, una vez más, avances en materia de derechos humanos, Jiang Zemin simplemente la frenó en seco, rechazando cualquier intento de dar lecciones.

A esas diferencias tradicionales debemos sumar un creciente distanciamiento en la comprensión de la situación internacional. En relación a crisis recientes como la de Irak o Kosovo, la diplomacia china se ha alejado de las posiciones occidentales, bien es verdad que pragmáticamente (es decir, sin tomar medidas) pero también ostensiblemente, alineándose con las posiciones de Moscú. En materia de seguridad, el fortalecimiento de las alianzas militares que Estados Unidos ha establecido en Asia preocupa y mucho a Beijing que rechaza enérgicamente todo intento de incluir a Taiwán en un hipotético sistema de defensa antimisiles que abarcaría el eje Seúl-Tokio-Taipei. Por último, a pesar de la importancia de las relaciones económicas (China es el quinto socio comercial de Estados Unidos y éste el tercero de China) y los esfuerzos desplegados en materia de liberalización, llevan diez años aguardando por el ingreso en la Organización Mundial del Comercio y se les agota la paciencia.

En la sociedad americana el debate sobre las relaciones con China es cada vez más frecuente y no deja de levantar ampollas. Alternando una película de la factoría Hollywood con denuncias sobre problemas escabrosos (ayer la financiación ilegal de la campaña de Clinton, hoy las acusaciones de espionaje desveladas por The New York Times) los sentimientos antichinos van en aumento. Poco parece importar ya que se estén ejecutando en China unos veinte mil proyectos de capital estadounidense. La conciencia de que a corto plazo puede convertirse en un importante rival desata las cautelas. ¿Rival asociado o rival a secas? Rival, en todo caso.