20060420washington hu jintao e george bush

EEUU-China: Los ecos de la cumbre Bush-Hu

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 George Bush e Hu Jintao, clic para aumentar
Hu no ha hecho concesiones a Bush en ninguno de los temas de la complicada agenda bilateral. Pero es posible que en los próximos meses, asistamos a algunos gestos, en diferentes frentes, que moderen la impaciencia estadounidense y calmen a los sectores más militantes y convencidos de la idea de que China representa la mayor amenaza para su hegemonía en Asia y en el mundo. China hará esfuerzos por atender las peticiones estadounidenses, pero a su debido tiempo y al ritmo exigido por sus propias necesidades, al tiempo que, como ha hecho, multiplicará sus compras en EEUU. En esta ocasión, la factura ha ascendido a 15 mil millones de dólares, a empresas como Boeing, IBM, Motorota, Texas Instrument, etc. (Foto: George Bush y Hu Jintao durante la visita del jefe de Estado chino a Washington el 20 de abril de 2006).
 

A pesar de los escasos resultados inmediatos que se le pueden atribuir, la cumbre Bush-Hu, celebrada el pasado 20 de abril, ha dejado a pocos indiferentes. Fiel reflejo del delicado momento que traviesan las relaciones bilaterales, se podría decir que ambos mandatarios han puesto a punto sus relojes. Para Bush se abre un tiempo de espera, a fin de observar el comportamiento de China en los asuntos más candentes. Hu, por su parte, ha ganado una prórroga para convencer a la Administración estadounidense de sus buenas intenciones. Ambos han escenificado el inicio de una nueva fase en la posguerra fría. ¿Ha llegado la hora de China? Sin duda, aún no, pero, al menos, ha llegado el momento en que sus respectivas agendas crezcan en importancia reciproca, debiendo abandonar estos y otros encuentros su carácter excepcional para pasar a formar parte de la normalidad cotidiana de cada país y sus diplomacias, a todos los niveles.

Llegar a la cumbre no ha sido fácil. Han pasado cuatro años desde que Hu Jintao asumiera la jefatura del Estado chino y la agenda de problemas ha ido creciendo con el paso del tiempo. Aunque muchos lo niegan, EEUU mira de reojo la emergencia china y no falta quien interprete incluso buena parte de los movimientos estratégicos de Washington en el escenario mundial, de Irak a Irán, como una toma de posiciones para condicionar el auge, por otra parte difícilmente evitable, del gigante oriental. Por eso en Beijing, que siempre ha entendido sus relaciones con Washington como un asunto central de su política, sobre todo a partir de la ruptura con la URSS, vuelve ahora a concentrar su atención en EEUU, con el objeto de redoblar sus gestos y políticas para evitar el aumento de la desconfianza mutua. Todo un reto de gran alcance.

Sin duda, en este nuevo énfasis del giro de la diplomacia china hacia EEUU ha influido no solo la problematización creciente de la agenda bilateral, sino también cierta decepción respecto a la capacidad de la UE para hacer valer posiciones propias. El buen entendimiento con Bruselas, a pesar de las diferencias comerciales en algunos capítulos, va a continuar, pero las esperanzas de Beijing de encontrar ahí un aliado estratégico para plasmar un modelo de relaciones diferente, parecen haberse ido al traste. La política de reciproca seducción, plasmada en el diálogo sobre derechos humanos y un conjunto de iniciativas más comprometidas con la influencia política que con la habitual presión de Washington, unida a las diferencias surgidas en el tratamiento de la crisis iraquí, habían ahondado las desavenencias en el seno de la Alianza Atlántica. En relación a China, Washington y Bruselas no hablaban el mismo idioma y tampoco compartían los mismos criterios en algunas crisis internacionales claves. El fracaso en la tentativa del levantamiento del embargo de armas, claramente impedido por la intervención directa de EEUU, ha demostrado hasta donde la UE es capaz de expresar sus propios intereses y desarrollar una política singular. Incluso, más recientemente, la crisis iraní ha vuelto a evidenciar que, al final, el parecer de EEUU y la UE siempre acaba por converger, lo que revela, a ojos de Beijing, donde reside la clave del diálogo occidental, sin posibilidades, al menos por el momento, de transmitir una diversidad apreciable para sus intereses.

Otro tanto acontece en relación a Japón, una de las claves regionales más importantes de Asia-Pacífico. Sobre sus respectivas dimensiones económicas pesan los diferendos históricos, las tensiones energéticas o las disputas en torno a Taiwán y otros contenciosos territoriales que, con el paso del tiempo, también parecen agrandarse en vez de disminuir. En los últimos años, la ausencia de diálogo al máximo nivel denota la existencia de un claro enfriamiento en las relaciones bilaterales.

Para compensar esa ausencia de diálogo entre los principales dirigentes de los respectivos países, China ha puesto en marcha una peculiar diplomacia gubernamental-no gubernamental, en la que involucra a personalidades, sectores empresariales nipones o asociaciones de amistad con China, con el objeto de ejercer presión indirecta sobre Tokio para solventar el principal obstáculo que hoy día entorpece la normalización bilateral, las visitas al santuario Yasukuni, donde se venera a los fallecidos japoneses en combate, incluidos varios criminales de guerra. Desde que en 2001, el primer ministro Junichiro Koizumi, reanudó estas visitas, los contactos al máximo nivel se han suspendido.

Desde 2005, la posición de Japón en la economía china ha descendido, convirtiéndose en el tercer socio comercial. Las dificultades políticas han afectado de modo evidente a los intercambios comerciales. El Ministerio de Asuntos Exteriores japonés ha creado, a primeros de abril, una oficina específica y permanente para seguir la evolución de los intercambios económicos y comerciales con China.

Conscientes ambas partes de la necesidad de remontar estas dificultades, desde mayo de 2005, han impulsado diferentes rondas de “diálogo estratégico”. La última, la quinta en un año, finalizó en la primera semana de mayo. Conducido esencialmente por altos cargos de los respectivos gobiernos, en este contacto se trata de identificar las mutuas percepciones respecto a los principales focos de tensión e intentar aportar soluciones que ambas partes puedan asumir.

En paralelo, en esta segunda quincena de mayo se inicia una quinta ronda de conversaciones entre los dos países en torno a las disputas por la demarcación de las aguas de competencia exclusiva en el Mar de China oriental. Beijing viene proponiendo en los últimos años la exploración conjunta de las riquezas del subsuelo marino (petróleo y gas), que Tokio no acaba de aceptar. A finales de marzo pasado, Beijing protestó por la inclusión de las islas Diaoyu (Senkaku, para Japón) en los libros de texto japoneses, como parte de su territorio. La alianza de Japón y EEUU complica las ambiciones marítimas de China.

En Qatar, los próximos 23 y 24 de mayo se reunirá el Diálogo de Cooperación de Asia. Un indicador de la evolución en las relaciones bilaterales y de los resultados de estos contactos será el encuentro entre el ministro chino de exteriores, Li Zhaoxing, y Taro Aso, su homónimo nipón, que muchos esperan se produzca, aunque no se encuentra confirmado. De producirse esa reunión al margen del Diálogo, sería la mejor evidencia de los sustanciales progresos registrados en las negociaciones bilaterales ya que, ninguna de las dos partes, por razones domésticas, parece interesada en regalar una foto carente de contenido que podría enviar una señal positiva pero equívoca y que no aplacaría las serias tiranteces del presente.

En cualquier caso, tanto en relación a la UE como a Japón, los vínculos con EEUU son muy sólidos, comparten muchos intereses comunes, más de lo que algunos analistas chinos consideraron en su día y que justificaba una diplomacia activa en relación a ambos para estimular una cierta competición entre tan importantes actores.

Por último, la nueva esperanza china se llama Rusia. En la cumbre con Putin, celebrada en marzo en Beijing, no solo se ha avanzado en los ámbitos tradicionales de cooperación (ya sean suministros energéticos o compras de armamento) sino que, sobre todo, se han ensanchado las coincidencias estratégicas, ya sea para frenar la expansión de la influencia estadounidense en Asia central o en otros dosieres internacionales como Irán, Corea del Norte, etc. El alejamiento ruso-estadounidense, plasmado en el reciente discurso del vicepresidente Richard Cheney en Lituania el pasado 4 de mayo, tiene aquí su otra cara, en la aproximación entre China y Rusia, solidificada en torno a la Organización de Cooperación de Shanghai ““que se reunirá nuevamente a mediados de junio en Shanghai-, ocupando un hueco creciente entre las principales organizaciones internacionales de seguridad. Pero los altibajos siempre han sido una constante en las relaciones entre estos dos colosos que comparten una frontera común de más de 4 mil kilómetros. El año pasado, el comercio entre Rusia y China experimentó un aumento del 38%, en relación con 2004, llegando a 29 mil millones de dólares. Hacia 2010 se pretende que el comercio bilateral alcance la cifra de 60 ““ 80 mil millones de dólares, así como ampliar sustancialmente la cooperación científica y en materia de inversiones.

La experiencia de los últimos años en el trato con los principales actores de la multipolaridad, ha deparado muchas enseñanzas a la diplomacia china. Quizás ahí radique buena parte de la transformación de aquel discurso en favor de la multipolaridad por otro más comprometido con el multilateralismo, más acorde, por otra parte, con la necesidad de diversificar sus proveedores en todos los continentes (de América Latina al Pacífico Sur, pasando por África), al tiempo que incrementa su influencia política en los citados espacios regionales.

La maduración

Las relaciones entre China y EEUU se hallan en un proceso de maduración, ha señalado recientemente Zhen Bijian, presidente del Consejo del Foro sobre la Reforma y la Apertura de China, en un artículo publicado el 11 de mayo en la edición de ultramar del Renmin Ribao. En su análisis post-cumbre, el retrato de la situación se formula en los siguientes términos. Primero, EEUU y China no son iguales, tienen historias y regímenes sociales diferentes, sus escalas de valores también difieren. Segundo, aceptando esas diferencias, que van más allá de la política para situarse en el terreno de la civilización, importa identificar los puntos de coincidencia y no ahondar en las divergencias. Tercero, la política de EEUU hacia China es compleja, confusa y contradictoria, temerosa de su emergencia.

La hoja de ruta que propone Zhen Bijian para mejorar las relaciones bilaterales, incluye la intensificación de cinco diálogos: estratégico; económico, comercial y energético; los problemas regionales; las esferas no tradicionales de seguridad; y civilizatorio. Zhen admite que el concepto de guerra fría connota las relaciones bilaterales en muchos dominios y, para superarlo, es indispensable estimular una comunicación fluida que facilite la apreciación de la complementariedad, mejore la coordinación e instituya la cooperación como mecanismo esencial para resolver los actuales dilemas. Esa comunicación, que no ha llegado a romperse incluso en momentos recientes de considerable tensión (caso del bombardeo de la legación diplomática china en Belgrado, en 1999, o del incidente con un avión estadounidense sobre el cielo de Hainan, en 2001), ahora, cuando la agenda bilateral crece en contenido, debería ser potenciado.

La síntesis de Zhen Bijian insiste, bien a las claras, en la connotación cultural de la singularidad política china y reclama respeto para una divergencia que excluye, al menos por el momento, la asunción de la división de poderes propia de nuestro estado de derecho o de las libertades individuales conforme a lo exigido reiteradamente por EEUU. En Yale, Hu Jintao, fue muy explicito en su rechazo a copiar el modelo político occidental, si bien admitió que, parcialmente, estaría dispuesto a inspirarse en el, como se viene haciendo desde finales de la década 70 del siglo pasado, para acometer algunas reformas. Pero, es más, llegó a establecer una crucial dependencia entre el éxito del actual proceso, al menos en los términos definidos por el régimen (modernización, desarrollo, estabilidad), de la observación escrupulosa de la fidelidad y respeto a los valores tradicionales.

Hu, que acaba de lanzar una nueva campaña de moralización de la vida pública en torno a los llamados “ocho honores y deshonores”, descansa sus convicciones políticas no en la eficiencia de un sistema en el que las estructuras desempeñan sus funciones, sino en la integridad de las personas que manejan los hilos del poder. Y si hay corrupción a un lado, también la hay al otro. Ninguno de los dos sistemas es perfecto, dice Hu, pero el chino, con su idea de armonía, de respeto a la autoridad, de supremacía de los derechos colectivos sobre los individuales, se adapta a las peculiaridades de su civilización, en un país que, a pesar de los enormes cambios registrados en las dos últimas décadas, presenta déficits de gran calado que harían inviable y desestabilizador cualquier propósito democratizador de corte occidental. Es difícil, pues, que se produzca una aproximación en el lenguaje político.

Incluso cuando, en contraposición, hay quienes arguyen que, en el mundo chino, la democratización taiwanesa ha sido posible sin producir ningún tipo de crisis, pasando por alto las diferencias de desarrollo, en Beijing se denigra cada vez más un sistema que admite las crecientes perversiones de Chen Shui-bian, capaz de poner en peligro la paz en Asia-Pacífico y desestabilizar toda la región, con tal de satisfacer sus ambiciones personales. Lo cual, por otra parte, descarta también la idea de que el propósito de los actuales dirigentes se oriente a desarrollar el país, primero, para democratizarlo después.

En suma, aunque en el ámbito interno se convoque a la construcción del “nuevo agro socialista” para reducir las diferencias de desarrollo entre el medio urbano y rural y aliviar las crecientes desigualdades que agravan las tensiones en el país, creando un escenario de comprensión que permita acometer el gran asalto pendiente, la regulación del derecho de propiedad privada, probablemente en 2007, la clave que emerge en el discurso político chino es la civilizatoria. Y no tranquiliza mucho. De entrada, lo que sigue preocupando en EEUU es que una de las evidencias culturales chinas más profundas consiste en ocultar las verdaderas intenciones, evitar perder la cara ante los demás, conservar incógnita su identidad profunda. Por eso, tiene razón Zhen Bijian cuando afirma que la comprensión mutua exige diálogo y atenta observación del espíritu de buscar la verdad en los hechos, lo cual, en este contexto, no solo significa pragmatismo, sino también sinceridad.

Los temas

A juzgar por las palabras y los hechos, el breve diálogo sostenido por Hu y Bush parece haber contribuido a mejorar la disposición de la Administración estadounidense en torno al problema de Taiwán, el asunto más sensible para China. En efecto, las dificultades puestas a Chen Shui-bian para hacer escala en EEUU en su reciente viaje a América Latina (Costa Rica y Paraguay), serían impensables hace unos meses. No obstante, bien pudiera tratarse de una compensación por el desaguisado formal escenificado durante la ceremonia de bienvenida al Presidente chino en la Casa Blanca, cuando el himno nacional de la República Popular China fue presentado como el de la República de China, nombre oficial de Taiwán.

Este hecho, así como el incidente producido con una seguidora de Falun Gong, no pueden haber sentado nada bien en el séquito de Hu Jintao, cuando, en el fondo, de lo que se trataba era de demostrar la seguridad que China tiene en sí misma y su disposición, por lo tanto, a tratar de todos los temas, pero sin admitir ningún tipo de humillación, sea o no intencionado.

EEUU no ha logrado eclipsar en este encuentro la imagen internacional de una China cada vez más poderosa. Si, en cambio, y a diferencia del trato dispensado en otros países de su gira (Arabia Saudita, Marruecos, Nigeria y Kenia), ha conseguido trasladar a la opinión pública occidental una cierta desconfianza sobre las hipotéticas consecuencias beneficiosas de la emergencia china, tanto por su escasa flexibilidad en los diferendos comerciales como por su conocida beligerancia con las libertades, en un momento en que su propia imagen se halla en extremo cuestionada por las acciones llevadas a cabo en todo el mundo en defensa de unos ideales que se contradicen con una realidad ciertamente deplorable. Sin duda, buena parte de esa campaña de imagen negativa de China se debe al temor de EEUU de perder su condición hegemónica. Hu ha insistido en que China no tiene la intención de contestar el liderazgo estadounidense.

Las exigencias planteadas por EEUU tanto en relación al déficit comercial (que alcanzó la cifra récord de 202 mil millones de dólares en 2005); a la depreciación de la moneda china, o la protección de los derechos de la propiedad intelectual, no han encontrado eco en Hu, quien ha disentido abiertamente del planteamiento de la Casa Blanca. Bush, corriendo un tupido velo sobre el caso UNOCAL, también ha reclamado a China la adopción de normas que permitan a las empresas estadounidenses competir en su país con la misma libertad que las compañías chinas compiten en EEUU.

Hu ha recordado a Bush que el 70% de las exportaciones chinas a EEUU consisten en productos transformados, lo que viene a suponer que China obtiene en ese proceso un pequeño porcentaje de los costos de transformación. Aplicando la regla de origen de las mercancías, los beneficios se calculan como rentas obtenidas por China en sus exportaciones hacia EEUU pero, en realidad, esa no es la imagen completa y fidedigna del proceso, ya que son las multinacionales estadounidenses quienes obtienen la mayor ventaja. Hu ha recordado a Bush que muchas empresas estadounidenses hacen grandes y buenos negocios en China: la cadena de distribución Wal-Mart es el séptimo mercado exportador de China. Este año, China se confirmará como segundo socio de EEUU, detrás de Canadá y por delante de México.

Una mayor flexibilidad monetaria tampoco será la varita mágica que solucione los desajustes existentes en el comercio bilateral, condicionado por las restricciones impuestas por EEUU a su comercio con China, donde impera la desconfianza, sobre todo en el sector de altas tecnologías, por motivos de seguridad y con el fin de retrasar lo que ya parece inevitable, que China se convierta también en un poder tecnológico mundial. En materia de propiedad intelectual, el compromiso contraído días antes de la cumbre con el aplauso de Bill Gates, una de las mayores víctimas de la piratería china, da cuenta de una mayor disposición para afrontar este serio problema, insistiendo la delegación china en que se están registrando avances importantes.

En relación a los derechos humanos, Hu ha hecho gala de la retórica conocida. A poco han sabido las tímidas palabras en favor de una mayor flexibilidad y tampoco se ha apreciado el gesto de liberar a algunos prisioneros políticos en vísperas del encuentro, entre ellos a Zhao Yan, un asistente de la corresponsalía de New York Times en Beijing.

En los contenciosos exteriores, de Irán a Corea del Norte, las posiciones tampoco se han movido. Hu ha rechazado la imposición de sanciones y el hipotético recurso al capítulo VII de la carta de Naciones Unidas contra el régimen de Teherán, planteado por Bush. Como resultado de ese rechazo, Bush parece descartar ahora legitimar su política contra Irán a través de Naciones Unidas, a sabiendas de que no logrará doblegar, al menos fácilmente, la resistencia ruso-china.

Otro tanto de lo mismo ha ocurrido en materia de “cooperación” energética. Bush se ha quejado de que China hace acuerdos de suministro de petróleo con países con los que está enemistado (Sudán, Venezuela, Myanmar o el propio Irán). Pero Hu, reafirmando la política de no ingerencia en los asuntos internos de cualquier país, excluye cualquier responsabilidad en dicha situación. Las necesidades de petróleo de China han aumentado un 41% entre 2001 y 2005. Las importaciones procedentes de Irán han aumentado un 389% entre 2000 y 2004.

Hu no ha hecho concesiones a Bush en ninguno de los temas de la complicada agenda bilateral. Pero es posible que en los próximos meses, asistamos a algunos gestos, en diferentes frentes, que moderen la impaciencia estadounidense y calmen a los sectores más militantes y convencidos de la idea de que China representa la mayor amenaza para su hegemonía en Asia y en el mundo. China hará esfuerzos por atender las peticiones estadounidenses, pero a su debido tiempo y al ritmo exigido por sus propias necesidades, al tiempo que, como ha hecho, multiplicará sus compras en EEUU. En esta ocasión, la factura ha ascendido a 15 mil millones de dólares, a empresas como Boeing, IBM, Motorota, Texas Instrument, etc.

Conclusión

China se muestra cada vez más segura de sí misma en su actuar internacional. No se trata solo de poder económico. A diferencia de EEUU, cuyos valores han perdido credibilidad en razón de un proselitismo militarizado y de acentuado doble rasero, su influencia va creciendo y ello provoca rivalidades estratégicas de profundo calado cuando aumentan por doquier las tensiones originadas por la búsqueda de la seguridad económica.

A raíz de la cumbre, en Beijing se habla de un nuevo “consenso de Washington”. Pero en el Renmin Ribao (Diario del Pueblo) del 24 de abril también se advierte: “En adelante, es posible que haya reveses en la política de EEUU hacia China y se debe apreciar con lucidez esta situación”. La cosa no parece tener fácil arreglo. De entrada, China insiste en seguir su propio camino y ese ejercicio será leído en Washington en clave de postular una rivalidad.