El tono de las sesiones parlamentarias abiertas el pasado fin de semana en Beijing confirma a propios y extraños el triunfo del discurso que Hu Jintao, jefe del Estado y del Partido Comunista, ha tratado de vertebrar desde el inicio de su mandato (2002). Frente a la gestión de su antecesor, marcada por la obsesión del desarrollo a cualquier precio, Hu ha puesto el acento en la armonía como clave esencial para garantizar la estabilidad.
Con el plan quinquenal que se aprobará en estas sesiones, Hu Jintao impone una agenda determinada por la ambición de lograr un crecimiento de calidad, con atención a los factores tecnológicos o ambientales, pero también a la justicia social. Dicha dinámica podrá hacer de China un país más estable y, a la postre, también más competitivo en el plano internacional. No cabe esperar, por el contrario, que Hu lidere experimentos reformadores en lo político que acerquen China a Occidente, aunque podrían darse novedades, manejadas con precaución, en cuanto a la apertura de cauces para fomentar la participación política, consciente de que las inquietudes públicas no pueden silenciarse a la vieja usanza. Por el contrario, las simpatías manifestadas por un patriotismo a la carta completan, en su conjunto, los perfiles de un nuevo contrato con la sociedad basado en la consecución de un mayor bienestar general en una China consciente de sus posibilidades globales en el inmediato futuro.
A Hu le ha llevado ocho años completar el giro auspiciado en la política china. Ello indica lo delicado de un proceso de decisión que ya no responde a las diatribas del líder de turno sino que es producto de un largo y complejo mecanismo de debate y colegiación que alcanza a niveles situados más allá incluso del aparato central.
Todo ello es anticipo, en lo discursivo, de lo que podría esperarnos en el congreso que el PCCh celebrará en el otoño de 2012 y en cuya nueva dirección podría adivinarse la impronta mayoritaria de afines al actual líder, en detrimento de otros clanes presentes en el liderazgo y fruto de perspectivas hoy en declive. La reciente defenestración del ministro de ferrocarriles, Liu Zhijun, un afín a Jiang Zemin, es más que otro episodio en la interminable lucha contra la corrupción, reflejando la apertura de la cuenta atrás para la plasmación de nuevas lealtades.