Acaba de suceder lo que hace unos meses atrás lucía imposible. Un connotado representante del sector más de izquierda del Partido Laborista británico se hizo con el control de esa tolda política. Con un respaldo que rozó al sesenta por ciento de los votos emitidos, un socialista que por más de tres décadas se encontró marginado dentro del partido y confinado a uno de sus extremos, derrotó a la heredera política de Tony Blair y a dos reputados ex ministros. En síntesis, el “outsider” que doblega a las fuerzas del sistema.
Acaba de suceder lo que hace unos meses atrás lucía imposible. Un connotado representante del sector más de izquierda del Partido Laborista británico se hizo con el control de esa tolda política. Con un respaldo que rozó al sesenta por ciento de los votos emitidos, un socialista que por más de tres décadas se encontró marginado dentro del partido y confinado a uno de sus extremos, derrotó a la heredera política de Tony Blair y a dos reputados ex ministros. En síntesis, el “outsider” que doblega a las fuerzas del sistema.
La llegada de Jeremy Corbyn al liderazgo de uno de los dos partidos que por más de noventa años se han alternado en el gobierno del Reino Unido, es un evento de alta significación. De cara a las futuras posibilidades electorales del Partido Laborista lo ocurrido tiene dos lecturas. La primera es que el control de dicha agrupación por parte de su extrema izquierda la condena a la irrelevancia, haciéndola inelegible como gobierno. La segunda es que una tendencia emergente en distintos lugares del mundo brinda a las fuerzas anti sistema una ventaja comparativa en términos electorales.
Primera lectura
Luego del paso de Margaret Thatcher por el gobierno británico las elecciones en ese país pasaron a disputarse, y a ganarse, en el margen político situado entre la centro-derecha y la derecha. Fue precisamente apuntando a la centro-derecha que el llamado “nuevo laborismo” de Tony Blair y Gordon Brown ganó las elecciones de 1997, 2001 y 2005. Ello luego de que su énfasis en ofertas de izquierda mantuviese a los laboristas fuera del poder por 18 años.
Cierto, el abandono de su anclaje natural en la izquierda y la centro-izquierda le fue alienando al Partido Laborista su base electoral en Escocia, en donde por décadas fue partido hegemónico. Ello debido a que los electores escoceses se sitúan a la izquierda de sus contrapartes inglesas. El resultado de esto es que un bloque electoral que llegó a aportarles cuarenta diputados a los laboristas, se disolvió casi por completo.
Lo anterior, sin embargo, no debe sobredimensionarse. Primero porque aún sin los votos de Escocia Tony Blair hubiese podido ganar las elecciones de 1997, 2001 y 2005. Segundo porque un bloque de cuarenta diputados puede resultar vital en una elección parlamentaria cerrada, pero es menos significativo en una elección que, como la de mayo de este año, le dio una ventaja de casi cien escaños a los conservadores.
Aun cuando Jeremy Corbyn lograse traer de vuelta al redil laborista a los votantes que su partido perdió en Escocia, ello le resultaría insuficiente para descontar la ventaja de la que disfrutan los conservadores. Más aún, el viraje hacia la izquierda dura que su liderazgo representa hará que los laboristas pierdan seguramente una parte importante del caudal electoral que obtuvieron en las elecciones generales de mayo pasado. Bajo este escenario el liderazgo Corbyn le cerraría al partido las posibilidades de triunfo en unas elecciones generales. Sólo el desgaste natural en el poder de los conservadores podría reanimar las posibilidades laboristas. Ello, sin embargo, podría demorar largo tiempo.
Segunda lectura
La segunda lectura de lo ocurrido resulta más favorable a Corbyn. Ella se inscribe dentro de una insurgencia anti sistema y anti políticos tradicionales. Insurgencia que, desde luego, puede venir de ambos extremos del espectro político. La presencia de este fenómeno se observa por doquier. Desde América Latina, comenzando la década pasada, hasta Syriza y Pasok en Grecia; Podemos, Ciudadanos y Ahora Madrid en España; Liga del Norte y Movimiento de la 5 Estrellas en Italia; UKIP en Reino Unido; Sinn Féin en Irlanda; Frente Nacional y Partido de Izquierda en Francia; Verdaderos Finlandeses en Finlandia o Partido por la Libertad en Holanda. Hasta en Estados Unidos emerge con fuerza la reacción contra la política tradicional. Outsiders como Donald Trump y Ben Carson puntean por el bando Republicano, mientras Bernie Sanders se expande por el Demócrata. Entre tanto Jeff Bush y Hillary Clinton, máximos exponentes del sistema, ven languidecer sus opciones.
De ser ésta la clave del fenómeno Corbyn, la dinámica del proceso podría adquirir otras características. Si bien el partido UKIP se sitúa a la derecha del partido conservador y pareciera no tener nada en común con el laborismo, su base electoral está compuesta por trabajadores de raza blanca marginalizados por el sistema y en activa reacción frente a éste. Bien pudiese suceder que este último elemento generase una convergencia natural entre parte de ese electorado (la tercera fuerza política del país) y las posturas contestatarias de Corbyn. De ello ocurrir la sumatoria de los electores que se recuperasen en Escocia y los votos que se sustrajesen a UKIP, unidos al voto duro laborista, podrían generar una potente aunque disímil coalición. Apta probablemente para devolver a los laboristas al poder.
El tiempo dará su veredicto .