La insurgencia anti globalizadora

     Uno de los temas en los que la izquierda y la extrema derecha convergen a lo largo y ancho del mundo desarrollado es en el rechazo a la globalización económica. Ello abarca desde Corbyn hasta Le Pen, pasando por Podemos o el Partido de la Libertad en Austria. También en las elecciones estadounidenses Sanders y Trump encuentran un denominador común en su ataque a los tratados comerciales y a las políticas que hicieron de la globalización una realidad. Lo más significativo, sin embargo, es que la insurgencia frente a ésta ha adquirido una intensidad  tal que está forzando a los centristas a plegarse a esta posición. Es así que Clinton, otrora gran propulsora del libre comercio internacional, se está sumando a las voces críticas a éste.

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     Uno de los temas en los que la izquierda y la extrema derecha convergen a lo largo y ancho del mundo desarrollado es en el rechazo a la globalización económica. Ello abarca desde Corbyn hasta Le Pen, pasando por Podemos o el Partido de la Libertad en Austria. También en las elecciones estadounidenses Sanders y Trump encuentran un denominador común en su ataque a los tratados comerciales y a las políticas que hicieron de la globalización una realidad. Lo más significativo, sin embargo, es que la insurgencia frente a ésta ha adquirido una intensidad  tal que está forzando a los centristas a plegarse a esta posición. Es así que Clinton, otrora gran propulsora del libre comercio internacional, se está sumando a las voces críticas a éste.

     Lo cierto es que al promover la inclusión dentro de la ecuación laboral global de 1,3 millardos de chinos, 1,2 millardos de indios o 250 millones de indonesios, dentro del contexto de una carrera hacia la mano de obra más barata, las naciones occidentales compraron para sí inmensos problemas políticos y sociales y se transformaron en fortalezas asediadas.

     Tal como señala el conocido académico estadounidense Charles Kupchan: “Una crisis de gobernabilidad envuelve al mundo desarrollado. No es accidente que Estados Unidos, Europa y Japón confronten simultáneamente inmensos problemas políticos, en momentos en que la globalización está generando una radicalización de sus electorados…Se suponía que la globalización debía beneficiar a las sociedades desarrolladas, quienes supuestamente estaban en mejores condiciones para capitalizar las oportunidades resultantes de un mercado global rápido y fluido. Sin embargo, a lo largo de las últimas dos décadas los salarios de las clases medias del mundo desarrollado se estancaron y la desigualdad se disparó. Ello es el resultado de la incorporación al mercado global de miles de millones de trabajadores de mano de obra barata provenientes del mundo en desarrollo” (“Refounding good governance”, The New York Times, December 19, 2011).

     En su búsqueda de mano de obra de menor costo las economías del mundo desarrollado externalizaron masivamente empleos de cuello azul (trabajadores manufactureros) a las economías en desarrollo. Ello implicó la transferencia de su poderío industrial a estas últimas, a expensas de propiciar su propio declive. No en balde dichos empleos representan hoy menos de una décima parte de la base laboral estadounidense. En palabras de Zachary Karabell: “Una porción sustancial de los productos exportados por China desde comienzos de milenio, ha sido manufacturada por empresas del mundo desarrollado que fabrican allí con el objetivo de vender en el exterior” (Superfusion, New York, 2009).

Sesenta y uno por ciento de los estadounidenses en contra

     ¿Cómo no entender entonces el rechazo a la globalización que se produce en Estados Unidos? Tal como señala Binyamin Appelbaum: “La rabia contra un comercio desbalanceado ha ayudado a impulsar las candidaturas de Donald Trump como favorito Republicano y el éxito inesperado de Bernie Sanders en sus aspiraciones por la candidatura Demócrata. La intensidad de esta rabia ha obligado a sus principales rivales, el Repúblicano Ted Cruz y la favorita Demócrata Hillary Clinton a endurecer su lenjuaje contra el libre comercio…Una reciente encuesta New York Times/CBS demostró que el 61% de los consultados favorece la imposición de restricciones comerciales que protejan a la industria doméstica” (“Anger about trade boils over in U.S.”, International New York Times, March 31, 2016).

La víctima más importante a este estado de ánimo antiglobalizador que prevalece en Estados Unidos sería la Asociación Trans Pacífica, el mayor acuerdo comercial celebrado en el mundo desde la creación de la Organización Mundial de Comercio en 1995. Dicho acuerdo, piedra angular de la política exterior Obama, estaría llamado a cubrir 40% del mercado global de manufacturas. Debiendo ser ratificado por el Congreso para entrar en vigencia en Estados Unidos, es evidente que nadie querrá tomar en sus manos esa papa caliente antes de las elecciones. Más aún, con un 61% de los estadounidenses favoreciendo un endurecimiento en temas comerciales, es poco probable que aún una Casa Blanca bajo Hillary Clinton se muestre dispuesta a luchar por su aprobación.

     De lo que poco se ha hablado en la campaña presidencial estadounidense, o en general en otros electorados del mundo desarrollado que se manifiestan contra la globalización, es de la automatización del trabajo. De hecho es ésta y no la globalización la que más atenta contra de la preservación de los empleos en esa parte del planeta. Confrontadas a la competencia de mercancías extranjeras de bajo costo, que ellas mismas propiciaron con sus políticas, las economías desarrolladas se aprestan a recuperar su competitividad recurriendo masivamente a la digitalización y a la robótica. Pero este es ya otro tema.