La paz en la agenda china

A las puertas de un nuevo foro sobre la paz mundial, que se celebrará en Beijing próximamente, cobra intensidad el debate sobre la vigencia o no del desarrollo pacífico como eje esencial de su proceso de modernización. Tradicionalmente, China ha venido insistiendo en que  la paz es más que un principio, es un requisito indispensable para que su objetivo de desarrollo pueda alcanzarse sin contratiempos. ¿Contradicen este axioma los gestos de los últimos meses en los mares próximos? ¿Ha llegado China al convencimiento de que es el momento de pasar a la acción para defender lo que considera sus derechos legítimos en las zonas disputadas aun a riesgo de sacrificar la paz?

A las puertas de un nuevo foro sobre la paz mundial, que se celebrará en Beijing próximamente, cobra intensidad el debate sobre la vigencia o no del desarrollo pacífico como eje esencial de su proceso de modernización. Tradicionalmente, China ha venido insistiendo en que  la paz es más que un principio, es un requisito indispensable para que su objetivo de desarrollo pueda alcanzarse sin contratiempos. ¿Contradicen este axioma los gestos de los últimos meses en los mares próximos? ¿Ha llegado China al convencimiento de que es el momento de pasar a la acción para defender lo que considera sus derechos legítimos en las zonas disputadas aun a riesgo de sacrificar la paz?

A medida que el objetivo de culminar el proceso de modernización está más cerca, también lo está el cuestionamiento de la hegemonía de Occidente, inevitablemente situado ante la tesitura de contener o compartir el poder global. A día de hoy, los intentos de China de abrir paso a un reequilibrio de algunas de las principales instituciones mundiales que tenga en cuenta las transformaciones en curso en el poder global en las últimas décadas (empezando por el FMI), cuando lo hacen, avanzan con gran dificultad debido a las resistencias de las mayorías instituidas. De poco le valen también las reiteradas afirmaciones de no aspirar a la hegemonía ni abrigar intenciones expansionistas, descalificadas contundentemente, por otra parte, por quienes acostumbran a avanzar posiciones estratégicas recurriendo sistemáticamente al uso de la fuerza (de Irak a Libia o Ucrania, por citar solo algunos casos), con efectos desastrosos.

La crisis económica y financiera global ha facilitado en los últimos años un proceso de acumulación sin igual en las economías de Occidente, transfiriendo buena parte de los recursos de las clases medias y bajas al poder financiero y otras élites económicas. Esa capitalización discurre en paralelo al desarrollo de ambiciones geopolíticas cada vez más evidentes con el propósito de reasegurar aliados en los cinco continentes e incrementar el cerco frente a quienes cuestionan la hegemonía occidental, esencialmente China y Rusia, u oponen resistencia al auge neoliberal.

En el caso de China, el mayor rival estratégico, tres frentes son importantes. A nivel global, desestabilizando a sus socios y aliados para un nuevo orden; a nivel asiático, promoviendo una red de alianzas militares que con la excusa de las disputas marítimas bloquee su influencia en la región; a nivel interno, estimulando los factores de desestabilización, ya sea en el seno del propio PCCh o en algunos de sus talones de Aquiles más reveladores (Xinjiang, por ejemplo). A ello habría que sumar, el freno al hipotético proceso normalizador con Taiwan, que a día de hoy parece  irremisiblemente abocado a un nuevo mandato del PDP a partir de 2016.            

China tiene dos opciones. Primera, someterse, aceptando participar de las reglas instituidas por Occidente y el liderazgo estadounidense, asumiendo, como mucho, la co-gestión de algunos asuntos menores (al igual que la UE). Segundo, reafirmar su soberanía y multiplicar su ofensiva diplomática sustentada en sus crecientes capacidades financieras y la estratégica de su poder a través del impulso de grandes proyectos estratégicos.

La hipótesis de un enfrentamiento militar en los próximos años está abierta. Ello podría certificar el efectivo inicio del siglo XXI de forma dramática. La otra alternativa sugiere un proceso gradual de acomodación de las consecuencias regionales y globales de su emergencia en un escenario progresivamente multipolar. Iría acompañada de la disuasión: construir un poder lo suficientemente fuerte como para conjurar el peor escenario. En estos momentos, las dos tendencias coexisten. No obstante, la conformación de grandes bloques económicos y el fortalecimiento de las alianzas militares sugieren la preparación de un enfrentamiento de grandes dimensiones, una preocupación que se debiera tomar en serio. La importación de armas en Asia oriental aumentó un 25% el pasado año y este aumento provino de aliados de EEUU en una clara tendencia de militarización de la región.

Para China, además del entendimiento con Rusia, es especialmente importante moderar las relaciones con India y dotarlas de un tono constructivo. La visita de Wang Yi a Nueva Delhi ha preparado el camino para la que Xi Jinping efectuará en otoño, esperando profundizar el entendimiento estratégico. China necesita equilibrar con India sus tensiones en otros escenarios, revalidando la apuesta por una asiatización de la región.

Las tensiones con Vietnam han entrado en una nueva fase con la presentación por parte de China de documentos reveladores que ilustran el cambio de actitud de Hanoi en los últimos años. La abundancia de argumentos históricos, no obstante, difícilmente modificará la situación ni tampoco afectará mucho a la imagen exterior de China en estos litigios, mal gestionada y con numerosos déficits de comunicación. Al igual que en el caso de Vietnam, los conflictos con Japón, de sostenerse en el tiempo sin salidas diplomáticas aceptables para ambas partes, pueden acabar afectando a las relaciones económicas bilaterales y las dinámicas de integración.

China se encuentra ante la disyuntiva de arriesgar avanzando posiciones que aseguren su control de facto de zonas en litigio antes de que EEUU consume su “reequilibrio” militar con miras a enfrentar mejor ese desafío o apostar a los cauces diplomáticos de futuro no menos incierto. En cualquier caso, de una parte, ningún balance de hipotéticos beneficios y pérdidas ofrece garantías, de forma que los avances a corto plazo pueden saldarse con hipotecas de futuro de difícil superación; de otra, la opción de la integración económica regional y el diseño de foros, reglas y mecanismos para resolver las disputas constituye la mejor y más duradera forma de afirmar su estatus regional y global.