El mundo chino, evocando el clásico de Jacques Gernet, ya no puede circunscribirse a la China continental, Taiwán, Hong Kong, Macao o siquiera Singapur, sino que se proyecta en todo el orbe, tanto en virtud de la reconocida presencia económica, como al amparo de una tupida red en la que participan empresas, trabajadores, instituciones, estudiantes (1,3 millones en 2009), etc., elementos aderezados con una diplomacia diversificada y compleja, dirigida a aumentar su influencia, facilitar la inserción global y neutralizar los intentos de contención de su emergencia.
Huyendo de alianzas permanentes, en buena medida como consecuencia del pésimo resultado de la fraguada en su día con la URSS, las asociaciones estratégicas con los países más relevantes del sistema internacional le han aportado una primera dosis de flexibilidad a su diplomacia. A ellas ha ido sumando diversos Foros de Cooperación (con África, América Latina, Caribe, mundo árabe, países de expresión portuguesa), integrándose en las organizaciones regionales ya existentes. La economía, con especial atención a los petrosocios, es el eje prioritario de una acción exterior que elude los tics ideológicos.
El BRIC y la OCS (Organización de Cooperación de Shanghai) constituyen, por el momento, los dos innovadores mecanismos en los que se apoya para ir alumbrando un nuevo orden internacional favorecedor de un multilateralismo capaz de encorsetar la hegemonía estadounidense y en el que su peso específico sea mayor. El BRIC acentúa su ensamblaje al tiempo que formula concepciones transformadoras del orden internacional vigente. Por su parte, el espacio configurado por la OCS constituye no solo una gran reserva energética o un entorno que desea preservar de aquellas influencias externas que intenten limitar su expansión sino una pieza estratégica clave para garantizar su estabilidad territorial (Xinjiang).
También alcanza otras regiones. En África emerge una nueva China en torno al incremento exponencial de sus políticas inversionistas, que incluyen actuaciones directas, presencia laboral, cooperación al desarrollo, etc., complementándose con la promesa de neutralidad política. Su proyecto se completará con la creación de ciudades industriales integradas donde ubicará a sus empresas y personal. En América Latina, valiéndose de la admiración por su éxito económico, de las oportunidades que brinda su emergencia y apoyándose en el giro político registrado en algunos países de la región, aflora como socio alternativo a la tradicional dependencia respecto a EEUU. En ambos casos, una apuesta económica pragmática contribuye a solidificar alianzas Sur-Sur que bien pudieran entenderse como una versión moderna del asedio a la fortaleza del mundo rico, emulando la estrategia de cerco a las ciudades que en su día hizo triunfar la revolución. En el Pacifico Sur, China cuenta ya con más embajadas que ningún otro país.
En el entorno inmediato, el diálogo con Taiwán, el estrechamiento de vínculos con el grupo ASEAN y el acercamiento a Japón, con la Comunidad del Este Asiático en el alero, son iniciativas con la potencialidad suficiente para rediseñar el orden regional, aunque para ello deberá salvar la tradicional desconfianza.
La red de China es el resultado de la acción combinada de tres diplomacias: institucional, partidaria y pública, constituyendo un complejo entramado sin parangón en cualquier nación del mundo. En lo institucional, el Jefe del Estado o el primer ministro, el presidente del Parlamento o de la Conferencia Consultiva, multiplican sus giras por los cinco continentes, no de forma anecdótica sino incorporando esta dimensión como un capítulo más de su acción política.
En otro orden, el departamento de enlace internacional del Partido Comunista de China constituye una maquinaria paralela que desempeña una función clave en la definición de la estrategia diplomática y cuenta con una interlocución privilegiada en el exterior. Por último, la diplomacia pública, lo más novedoso, gana terreno con la presencia internacional de sus principales empresas, la mayoría propiedad del Estado-Partido, y organizaciones sociales, medios de comunicación o entidades de promoción cultural (Instituto Confucio), a la espera de ese nuevo salto que supondrá la implantación de las Casas de China en las principales urbes del planeta.
A pesar de sus carencias, esta amplia red, tejida a gran velocidad y con enorme tesón, alarga y estructura la nueva dimensión global de China y se visibilizará a través de la cristalización de nuevos polos de poder que darán cuenta de la nueva configuración geopolítica apoyándose en su importancia económica y geoestratégica. A su vez, le proporciona instrumentos para salvar el abismo comunicativo que separa su mundo del exterior y el músculo suficiente para responder, también desde fuera, a cualquier crisis que pudiera afectarle. El círculo se cierra con las utilidades que esta política le brinda para la legitimidación interna del régimen. Nada despreciables, por cierto.