En las últimas décadas el mundo ha confrontado un salto tecnológico de gigantescas proporciones. El mismo sigue su marcha en progresión geométrica, amenazando con desactivar la capacidad de reacomodo que desde el siglo XVIII viene evidenciando la economía cada vez que se ve confrontada al reto tecnológico. Como bien señalan Erik Brynnjolfsson y Andrew McAffe de MIT cuando el cambio tecnológico se produce con mayor rapidez que la capacidad de ajuste al mismo se puede llegar a un cataclismo social, sobre todo si como ha ocurrido en la última década el cambio no afecta a un solo sector productivo sino a todos al mismo tiempo.
En las últimas décadas el mundo ha confrontado un salto tecnológico de gigantescas proporciones. El mismo sigue su marcha en progresión geométrica, amenazando con desactivar la capacidad de reacomodo que desde el siglo XVIII viene evidenciando la economía cada vez que se ve confrontada al reto tecnológico. Como bien señalan Erik Brynnjolfsson y Andrew McAffe de MIT cuando el cambio tecnológico se produce con mayor rapidez que la capacidad de ajuste al mismo se puede llegar a un cataclismo social, sobre todo si como ha ocurrido en la última década el cambio no afecta a un solo sector productivo sino a todos al mismo tiempo.
Desde luego no estamos en presencia de un proceso lineal de rasgos enteramente negativos. Por el contrario, la humanidad derivará de él inmensos beneficios en campos tan diversos como la medicina o la energía limpia, por sólo citar dos. No obstante, el salto tecnológico traerá consigo costos desbastadores en términos de supresión de empleo y de desajustes económicos y sociales.
¿Cómo puede verse afectada América Latina por esta realidad emergente? Según señalaba el BID en un importante informe de 2011, las economías de la región se dividen en dos categorías: las tipo México y las tipo Brasil. En el primer grupo se encuentra no sólo el país que le da el nombre al mismo sino también América Central y República Dominicana, siendo lo característico de este su dependencia frente a las industrias de ensamblaje. Dentro de las tipo Brasil cae toda América del Sur, caracterizándose por su dependencia fundamental frente a los recursos naturales. De más está agregar que en ambos grupos el sector de los servicios juega un papel de inmensa relevancia.
La particularidad del huracán tecnológico que se avizora es que afectara por igual a las líneas de ensamblaje de mano de obra intensiva, a los productores de recursos naturales y a los prestadores de servicios. Ningún país de América Latina resultará inmune a su impacto. Obviamente algunos sectores confrontarán la fuerza disruptiva del cambio tecnológico antes que otros, de la misma manera en que la distribución de los costos no será la misma para todos.
Sin embargo, la convergencia en el tiempo de la tecnología digital y robótica, de la nanotecnología, de la biotecnología y de las nuevas tecnologías de la energía, anuncia una concatenación de fuerzas de gigantesco efecto desestabilizador. Los robots industriales que ya se están convirtiendo en una poderosa alternativa económica en la propia tierra de la mano de obra intensiva, China, desbaratarán a las líneas de ensamblaje de mano de obra de bajo costo.
La minería, la siderúrgica, la metalúrgica y la metalmecánica perderán terreno y se verán crecientemente acorraladas ante la aparición de los nuevos metales, mucho más resistentes y ligeros, que la nanotecnología traerá consigo. La tecnología del genoma brindará la capacidad de producir “in vitro”, y de reproducir con eficiencia industrial, frutas y vegetales. Otro tanto ocurrirá con la carne animal, a partir de la tecnología de las células madres.
El petróleo se verá sacudido desde todos los frentes. La tecnología del esquisto generando sobreproducción y caída de precios. Las energías solares y eólicas, cuyos precios han caído en 85% desde comienzos de siglo y cuya capacidad se duplica cada dos años, seguirán su avance hacia el cero costo marginal. Las baterías de litio cuyos costos han caído en 40% desde 2009, mientras su capacidad de almacenamiento avanza dramáticamente, darán ventaja a los vehículos eléctricos. Estos, a su vez, competirán con los combustibles derivados de la fotosíntesis y de la biomasa de última generación. La biotecnología sustituirá al petróleo en la elaboración de plásticos.
La participación humana en el sector de los servicios se verá acorralada por la tecnología digital. No sólo las labores repetitivas y puntuales serán tomadas por las maquinas, sino crecientemente también aquellas que requieren de pensamiento analítico y alto nivel educativo. Ello podría generar una contracción radical de las clases medias regionales.
En la medida en que la calidad de los nuevos bienes y servicios aumente y su precio disminuya no habrá empleo, por más barata que resulte su remuneración, capaz de competir. No obstante, quizás ningún país de la región se encontrará en posición tan vulnerable como Venezuela. Ello no sólo por no haber logrado nunca superar su condición mono productora sino por encontrarse dentro de un sector de particular riesgo. Salvo, es posible, las economías de América Central que dependen en muy alto grado de la producción de maquila. La adecuada diversificación económica resultará fundamental para sobrellevar los sobresaltos que se avecinan.
Aunque el salto tecnológico está siendo anunciado con suficiente antelación, el mismo se encuentra totalmente fuera del radar de decisores políticos y pensadores dentro de la región. Es evidente que habrá un límite claro a nuestra capacidad de respuesta al cambio, frente al cual ni siquiera las grandes potencias económicas pueden inmunizarse. Sin embargo podemos definir y adelantar estrategias, mecanismos, destrezas y actitudes mentales, aptos para amortiguar el impacto desestabilizador que vendrá.