Al doblar la página de los dos calendarios, el occidental y el oriental, el mundo entra en el año 2011 con la plena percepción de que otra vez nos encontramos frente a la realidad de dos potencias que gobiernan, de uno u otro modo, los asuntos del planeta, esta vez, Estados Unidos y China. Por el lado de Estados Unidos, el primer lugar que estos ocupan en el mapamundi es una situación con casi un siglo de historia, que no demanda ser demostrada, mientras que, por el de China, la ubicación suya en el segundo rango de los países del mundo constituye, esta sí, una realidad flamante, de demostración fragmentada y análisis controversial.
¿Por qué de ‘demostración fragmentada’? Porque cuando hablamos de desarrollo y tratamos de clasificar a los distintos países en las categorías A, B ó C, son diversos los indicadores macroeconómicos y sociales que hay que tener en cuenta. Por supuesto, el producto interno bruto es un indicador de gran importancia, justamente el que en 2010 parapetó a China como la segunda economía mundial, desplazando a Japón de dicho lugar. La velocidad del crecimiento económico, que en el caso de China ha registrado durante más de tres décadas un promedio sostenido del 10% no constituye un indicador que le conceda a un país el rango de potencia, pues naciones en desarrollo como Vietnam o Perú han conocido velocidades de crecimiento comparables a la de China. Cuentan otros factores económicos tales como el monto de las reservas internacionales, terreno en el cual China ocupa también el segundo puesto, así como las cifras del comercio bilateral. Sin embargo, en ciertos aspectos del desarrollo social como las coberturas de salud pública y educación para los cuales la ONU cuenta con medidores reconocidos, la escueta realidad1 es que China está aún lejos de los niveles alcanzados no digamos ya por Estados Unidos, sino incluso por Alemania, Japón o Francia.
¿Por qué, entonces, a pesar de todos los puntos débiles en términos de desarrollo no solamente señalados por analistas de otros países, sino también reconocidos por los mismos chinos, se produce el ascenso que estamos presenciando de China al rango de segunda potencia mundial? Arriesguémonos a afirmar que son dos los factores fundamentales: el primero de ellos fue el comportamiento observado por el gobierno y el Estado chinos frente a la crisis económica y financiera mundial desatada en 2008 y que se sintió hasta entrado el año 2010, un evento del cual China no sólo salió bien librada sino que le sirvió de palanca para impulsar su propio desarrollo. Al tiempo que el gobierno estadounidense destinaba multimillonarias sumas a rescatar el sistema financiero de ese país sin resultados palpables, China mostraba al mundo que, con un plan de inversiones domésticas ajustado a las necesidades de su propio desarrollo, podía enfrentar el impacto de la crisis mundial sobre su economía y simultáneamente recuperar millones de empleos y llenar vacíos en la construcción de su infraestructura.
A propósito de la crisis mencionada, quedó en evidencia que los anglosajones no sacaron las lecciones necesarias de un teórico suyo, Lord Byron Keyness, al regresar, bajo el mandato político de George W. Bush y el económico de Greenspan, a las anacrónicas tesis del no intervencionismo y del ajuste automático de la economía. ¿Cómo fue posible que los economistas chinos, que acababan de inaugurarse en el conocimiento de la teoría económica moderna mediante un difícil deslinde con la del marxismo‐leninismo, pudieran evitar los problemas de la burbuja hipotecaria que asfixió a la economía norteamericana y enseguida tomar las medidas adecuadas para amainar el impacto sobre China de la crisis mundial? Esto puso a pensar a los gurús de Harvard y London School of Economics.
El desempeño de China frente a la crisis mundial fue tan destacado que en determinado momento muchos países clamaron porque este país entrara a reemplazar con su moneda, el renminbi, al dólar americano como patrón monetario internacional. Los chinos declinaron en su debido momento este incinerante homenaje porque no se hallaban a un nivel de respuesta adecuada.
El segundo factor que señalaríamos como determinante para el ascenso de China al puesto que hoy ocupa es su propia decisión de insertarse en los escenarios mundiales donde se discuten, negocian y deciden los temas emblemáticos del planeta, valga decir, la paz a nivel mundial y de las regiones, el medio ambiente, los recursos energéticos, etc. En torno a algunos de esos asuntos, como el ambiental, es cierto que su desempeño no ha sido el más brillante, pero esta opacidad ha quedado mediatizada por una equivalente respuesta insuficiente de los mismos Estados Unidos y de otras potencias tan responsables como China del deterioro del medio ambiente a nivel global.
Sin embargo, en otros aspectos como el mantenimiento de un ambiente de paz en el mundo y en regiones específicas del mismo, el papel desempeñado por China no es nada desdeñable si miramos, por ejemplo, el caso de la península coreana, donde el conflicto entre las dos Coreas, si bien ha estado salpicado de frecuentes incidentes, no ha pasado a mayores, gracias en buena parte, a la manera como China ha sabido contener el belicismo de Pyongyang.
El caso de la península coreana, así como la inserción de China en escenarios que antes consideraba ajenos e incluso vedados a ella tales como la participación en misiones de la ONU en determinados países, constituye una tendencia política dentro del Partido Comunista y los centros de pensamiento de China que se impuso en años recientes y que podríamos denominar como la tendencia aperturista para distinguirla de una tendencia extrema, contraria a la participación de China en ámbitos y escenarios internacionales que no sean de su obligatoria incumbencia, tendencia esta última que algunos teóricos han bautizado como ‘nativa’ o endógena.
De modo simultáneo con el ascenso económico de China, importantes think tanks advirtieron a los tomadores de decisiones en el alto gobierno hace menos de diez años que si China no se involucraba de algún modo en agendas internacionales de palpitante actualidad, corría el peligro de entrar en un desfase peligroso entre su poderío económico comprobado y su influencia política en los asuntos internacionales.
Vienen luego, como resultado de la forma airosa como China desafió la crisis mundial, una serie de brillantes figuraciones suyas en la arena internacional tales como su participación en el G‐20 y su alianza estratégica con Brasil, India y Rusia en lo que se conoce como BRIC’S.
¿CUÁL G‐2? NO SACAR DEMASIADO LA CABEZA
En determinado momento, con motivo de la única visita de Obama a China en noviembre de 2009, aquél sugirió que las dos naciones andarían en adelante en una especie de binomio. Esto fue lo que en su momento los periodistas bautizaron como el G‐2, una idea que si bien en el fuero interno complacía a China, hacia afuera no parecía en absoluto conveniente, pues contradecía la visión del Señor Deng Xiaoping según la cual China ‘no debía sacar demasiado la cabeza’. Esta precaución ha sido desbordada por la realidad de una influencia creciente de China en el ámbito internacional, algo que quedó suficientemente demostrado con la reciente visita del Presidente Hu Jintao a Washington, que se revisitó con todos los honores propios de una visita de Estado al más alto nivel.
Dos son los frentes fundamentales en torno a los cuales se mueve la agenda conflictiva de las relaciones Estados Unidos‐China: en lo económico, la insistencia casi diaria de aquellos en el tema de la subvaloración de la moneda china y, en lo político, el de los derechos humanos. En cuanto al primero, los chinos, sin apartarse del discurso tradicional según el cual este es un tema del dominio interno de China, han adoptado un sistema de relativa flexibilización de la tasa de cambio, de gradual ajuste hacia arriba del yuan, hasta el punto de que en fecha reciente el Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner, reconoció que esa moneda ha alcanzado cierto grado de aproximación a su valor real.
EL RECURRENTE TEMA DE LOS DERECHOS HUMANOS
En cuanto al tema de los derechos humanos, no ha descendido el clima de confrontación. Mientras que Estados Unidos ha mantenido una actitud de reconocimiento de las pretensiones del Dalai Lama por el llamado ‘Tíbet libre’, liderado por el Dalai Lama, Beijing mantiene la férrea posición de que tanto Tibet como la región de Xinjiang (se alude a esa otra bandera separatista de un que se agita de un ‘Turquestán Oriental’) son parte inseparable del territorio chino y que en torno a este tema no admite ninguna injerencia extranjera.
Si hubo una palabra que más veces pronunció el Presidente Hu en sus diversas intervenciones durante su reciente visita a Washington esa fue ‘respeto’. Respeto, en suma, por la posición china de que este país es el único dueño de los mencionados territorios, de su presente y su futuro. Y ni qué hablar de Taiwán. Éste sí que es un tema sensible, de carácter global, que impacta de forma inmediata y directa las relaciones de China no solamente con Estados Unidos, sino también con cualquier país del planeta, en particular con aquellos que mantienen relaciones diplomáticas con el coloso asiático. Pero, obviamente, la confrontación es más frecuente en torno a este tema con Estados Unidos, que es la potencia con capacidad de venta de armas no convencionales y equipos de defensa y seguridad de alta tecnología, los cuales viene transfiriendo a Taipei en abierto desafío a la posición china. Aunque, también es cierto, Beijing se ve obligado a moderar un tanto su discurso en torno al tema de Taiwán, dado que sus relaciones con el actual gobierno de la isla vienen cambiando en un sentido bastante favorable. Si bien las encuestas de opinión hablan de la imposibilidad para cualquier gobierno o partido político taiwanés de referirse a nada que huela siquiera a reunificación de Taiwán con la parte continental, no se puede negar que los pasos dados por el gobierno del Sr. Ma Yng‐jeou se apartan de la prédica de la llamada ‘independencia de Taiwán’, que tan mal suena a los oídos del gobierno y, en particular, de las fuerzas armadas de Beijing. Frente a la solución de este conflicto, no parece suficiente la experiencia de Hongkong, recuperado por Beijing gracias a la política de Deng de ‘un país, dos sistemas’. Puede ser que el destino manifiesto de Taiwán, dados su configuración geográfica de ‘estrecho marino’ y el ascenso de China al lugar de gran potencia que hoy ocupa, sea la de su reunificación con el continente, pero esta meta puede demorar varias generaciones para su materialización.
Pocos son los temas tan sensibles en las relaciones de China con otras potencias, digamos Estados Unidos, digamos Francia, pero de modo particular con la primera potencia mundial, como el de los derechos humanos, y dentro de este paradigma entendemos, refiriéndonos a China, fundamentalmente asuntos como los siguientes: los derechos reconocidos en Occidente a la oposición política dentro del juego democrático; las libertades en todas sus acepciones hasta el grado de declaración de independencia de regiones como Tíbet y Xinjiang, algo que China califica como separatismo y violación a su soberanía, y el esquema de un partido en el poder y otro u otros en la oposición, el juego electoral, etc.
En asuntos relativos a la soberanía, podemos afirmar que China no transará nunca. ¿A qué se refería entonces el Presidente Hu en su discurso de la Casa Blanca cuando reconoció que a China le faltaba bastante en el terreno de los derechos humanos? Una cosa es la lectura que de este reconocimiento hayan hecho los occidentales, en primer término, el propio Barak Obama, y otra, la de los propios chinos.
LAS ETNIAS MINORIARIAS, UN CAPÍTULO APARTE
El tema del tratamiento a las comunidades indígenas o ‘minorías nacionales’, como las llaman los Han, es un tema que amerita un tratamiento especial. Poco es lo que las autoridades chinas hanmodificado en estos sesenta años de existencia de la República Popular China al esquema trazado por Mao como cabeza del gobierno. Es decir, la figura de región autónoma, que contempla el respeto a la cultura propia de cada etnia, la conservación y desarrollo de los respectivos idioma y dialectos, el estatus de un gobierno regional en cabeza de un gobernador nativo, etc., son preceptos que seguramente se mantienen, con altibajos, pero que parecen insuficientes dados la complejidad del tema étnico y las exigencias de la cambiante realidad. Si se quisiera ahondar en este tema y precisar la interpretación que Hu dio al reconocimiento de falencias en derechos humanos, referidos esta vez a las 53 comunidades étnicas existentes en China, habría que empezar por el reconocimiento de que los chinos no son precisamente los más avanzados en el mundo en disciplinas como la sociología, la antropología, y dentro de ésta, la antropología cultural. Se debería partir de reconocer que no ha habido una tradición de estudios científicos a este respecto y que en la década de la revolución cultural estas disciplinas académicas fueron incluso excluidas de los pensum universitarios por ser consideradas por el Partido como propias de la burguesía. Se produjo entonces un atraso visible en este campo respecto del desarrollo de las mismas disciplinas en el resto del mundo. Hoy sorprende positivamente a los testigos del decurso de las cosas en China ver cómo se realizan eventos de carácter internacional con asistencia de antropólogos y estudiosos de las ciencias sociales de centenares de países. Es bastante lo que los chinos tienen que aprender en muchos temas de la agenda social. No basta con las medidas administrativas y policiales con que respondieron a los incidentes protagonizados en Xinjiang el año pasado para apaciguar a fuerzas rebeldes que allí tratan de manifestar su inconformidad. Esta rebeldía no es homogénea, como pretenden algunas fracciones del Partido, no está en su totalidad manejada desde fuera por organizaciones separatistas. Hay que poner un oído más atento a reclamaciones justas que proceden de miembros de la comunidad uigur que no solamente dentro de su territorio se sienten arrinconados por los Han, sino que fuera de él, en el sur desarrollado donde la predominancia absoluta es de los Han, son víctimas de la discriminación étnica.
No es una política eficaz la de la simple represión, sino que es necesario distinguir, dentro de ese complejo disidente, cuáles voces parten de reivindicaciones justas y cuáles obedecen a intereses foráneos y contrarios a la unidad nacional. Fue mal investigado y tratado de manera poco racional el incidente ocurrido con un obrero uigur en una fábrica del sur del país que fue el detonante de los graves incidentes ocurridos en Xinjiang a mediados del año 2009.
No se puede negar que, en general, es acertada la aproximación del gobierno central a las minorías étnicas como conjunto, respetando sus costumbres, tradiciones y culturas, eximiéndolas de normas como la de ‘una pareja, un hijo’ y asignándoles cupos especiales de ingreso a las universidades, pero esto no es suficiente. Los Han son una mayoría aplastante y necesitan emigrar a territorios inexplorados, ricos en recursos primarios, y cuando llegan, tienden a no respetar lo establecido. Una relación de respeto de los Han hacia sus compatriotas minoritarios es el eje de una política sana en el plano étnico. Su llegada a las zonas de minorías no puede obedecer a una actitud de tierra arrasada. Los Han suelen disculpar su ‘invasión’ de esas zonas con el pretexto de que el conocimiento se impone y que los uigur, los tibetanos y otros nativos no ascienden con facilidad al dominio de las tecnologías modernas. Cada caso es particular. Esta es una realidad demasiado compleja como para enfrentarla con simplismos.
¿Cómo se desarrolla la discusión al interior del Partido sobre temas específicos como el tratamiento de las minorías nacionales?, es un interrogante que se confunde con enigma para el observador extranjero. Ni siquiera la academia china permite que trascienda hacia fuera nada de lo que se supone son tópicos prioritarios de su agenda. Prioritarios sí, pero demasiado sensibles. Esta llamada ‘cortina de bambú’ que oculta a los ojos de la propia opinión china las ideas diversas y a veces divergentes no solamente de los políticos, sino incluso de los letrados de ese país, constituye una brecha importante entre apertura y enclaustramiento, democracia y negación de la democracia. No sería extraño que esto último hiciera parte de eso que el Presidente Hu consignó en su discurso en la Casa Blanca en su visita de enero a Estados Unidos cuando reconoció que a China le ‘falta bastante’ en el tema de los derechos humanos. Se han registrado progresos, es evidente, en la configuración de aspectos de la democracia en China, verbigracia, en la participación de la población en los procesos electorales a niveles cantonales, municipales, etc., así como en la consulta de la opinión de la gente mediante el sistema de sondeos y encuestas. En esto se avanza de manera gradual y a la manera china. Recordemos que los chinos (hablamos principalmente del Partido y el gobierno) siguen en estos temas adheridos a criterios consignados por Deng Xiaoping en el sentido de que China, en el proceso de la democratización política, no tiene por qué copiar ningún modelo occidental y que las reformas políticas que implemente tendrán que obedecer, como en el caso de las reformas económicas, a características chinas.
Cuando se registra que el Presidente Hu Jintao en su visita a Washington reconoció la universalidad de los derechos humanos, pero reclamó la potestad de China de aplicarlos en el país de acuerdo con las especificidades de la cultura propia de este país, se habla de un acercamiento de la posición china a la occidental, pero de nuevo, aquí no hay un enmascaramiento de la realidad sino un auténtico llamado a esta parte del mundo a reconocer la diversidad dentro de la universalidad de los conceptos.
Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, algo que explica aunque no justifica el enclaustramiento al que nos referimos arriba, es la manera como cada vez los Estados Unidos en particular, si bien no sólo ellos, ventilan la consigna de los derechos humanos en casos como los incidentes protagonizados por las agrupaciones pro ‘un Tibet libre’ en vísperas de los Juegos Olímpicos de 2008 en Pekín. Se vio en ese momento la intención manifiesta de Estados Unidos de opacar esa fiesta deportiva, la voluntad de contener a China. Los diferentes medios de comunicación de esa nación se confabularon para, al unísono, presentar al Dalai Lama y a sus seguidores como las víctimas, y a China, como la victimaria, sin parar mientes en testimonios y evidencias que mostraban cómo fueron estas fuerzas separatistas las que desencadenaron las violentas acciones de marzo de 2008 en Lhasa.
¿Estos sesgos en la visión estadounidense de temas tan sensibles como los derechos humanos en China habrán sufrido alguna modificación con las declaraciones de buena intención de mejorar cada día las relaciones bilaterales reafirmadas por los dos mandatarios, Obama y Hu, ante los medios de comunicación del mundo? No parece muy probable. Lo más seguro es que persistan las fricciones frente a estos tópicos, una realidad que encontrará sus contrapesos en otros aspectos, donde deben registrarse mejorías, como son los referentes a la no proliferación de las armas nucleares y su destrucción total y definitiva, la crisis en la península coreana, el problema de Irán, el medio ambiente, etc.
NADA ESCAPA A LA INJERENCIA DE ESTADOS UNIDOS
La injerencia de los norteamericanos en asuntos de otros países no se refleja en eventos coyunturales, sino que parece obedecer a una dinámica arraigada muy profundamente en sus mentes. Se expresa en las diferentes dimensiones: gubernamental, privada, de organizaciones no gubernamentales, etc. Se inmiscuyen en las áreas económicas, de las libertades, pero incluso, más recientemente, en terrenos tan exclusivos de cada país como es el modelo de desarrollo. No hace mucho un autor estadounidense se lamentaba y hasta protestaba por el hecho de que los chinos se hubieran involucrado en el campo de la investigación en energía solar y que incluso hubieran invertido grandes sumas en la compra de equipo para dicho fin. Como si la ciencia, en este caso la ciencia aplicada a los recursos energéticos, constituyera un monopolio de la primera potencia.
Hay agendas de la geopolítica en las cuales se ha hecho visible la puja Estados Unidos‐China, de modo particular con Barak Obama instalado en el poder estatal del primero de estos dos países: se trata de Asia, donde, con motivo de los litigios revividos en tiempos recientes entre China y Japón por la posesión y soberanía sobre unas islas, el gobierno norteamericano ha entrado a terciar a favor de Tokio. El sudeste asiático representa otra de las esferas de influencia donde Estados Unidos se niega a renunciar a una presencia activa. Como una secuela de la guerra fría que parece ya lejana en el tiempo, subsisten influencias como la de Rusia sobre India, donde también Estados Unidos puja por tener un margen de maniobra o como la de China sobre Pakistán. Está, por supuesto, la región de Asia Central, rica en hidrocarburos e integrada principalmente por una serie de territorios, constituidos en repúblicas, que se desprendieron de la antigua Unión Soviética y que actualmente integran, junto con China, el llamado Club Shanghái.
La posición de liderazgo en Asia, dentro de la cual aparecen tres países importantes: Japón, que ocupó un sitio de predominio pero fue derrotado y hoy se encuentra más o menos en retirada; India, que de una década y media para acá viene descollando por sus impresionantes cifras de crecimiento, y finalmente, China, que descuella, sin duda, como potencia de primer rango. Vemos, a veces, aparecer en la escena a un Japón aproximándose a la India, con la cual no la unía en el pasado casi ninguna concomitancia, con tal de atajar el creciente predominio de China. India, a su vez, que, una vez doblada la página de la revolución cultural de China, logró resolver o congelar pleitos limítrofes ancestrales que la distanciaban del coloso, pero que siempre tendió a alinearse más con la Unión Soviética, no obstante que refuerza sus acuerdos económicos y comerciales con Beijing, no deja de sentir recelo frente al alineamiento de China con Pakistán, su rival de tiempo atrás.
LA INCURSIÓN DE CHINA EN ÁFRICA
Veamos qué pasa en el escenario de la inserción de China en África. Ésta trata de no trascender las fronteras de lo económico, las inversiones en minería de modo específico, pero aún así, el contexto de un África sumida en toda clase de conflictos impiden frecuentemente que China se margine de problemas que en la arena internacional se enmarcan dentro del contexto de los derechos humanos. Ella sigue adelante en su plan de expansión de la inversión, aferrada a esos principios que vienen del movimiento de no alineados surgido en los años 50 del siglo pasado. Sin embargo, ciertos aspectos como el de la imposición de cuotas de exportación de mano de obra china a países africanos con que ata convenios y negocios inversionistas, suelen enfrentar a China con intereses locales que ven en esa figura un deterioro del empleo nativo. Es probable que, en aras de intereses de largo plazo en un continente como el africano, en el cual China viene haciendo presencia no de ahora sino desde los tiempos del poder maoísta, el coloso asiático proceda a corregir sesgos como el mencionado en su política inversionista. En la relación China‐ África cuentan de modo sustancial los vínculos políticos, dada la gran presencia de los numerosos países africanos en los escenarios de decisión mundial, no sólo la ONU, sino una serie de organismos económicos, deportivos, culturales, etc., de proyección global.
EN CUANTO A AMÉRICA LATINA…
En cuanto a la relación de China con América Latina, digamos, en principio, que es una relación asimétrica o, mejor, desigual en cuanto a niveles de comprensión y acercamiento. Mientras que la relación de China con México es la más seria y profunda a nivel académico, pues lo realizado hasta el momento presente por el Colegio de México y la Universidad Autónoma, en particular, sobre la difusión del idioma y la cultura de China coloca a ese país a la vanguardia de los países latinoamericanos en esos aspectos, de otro lado la escasa complementariedad de ambas economías y, por el contrario, el choque de competencias en el plano comercial, han dado pie a determinados conflictos que no permiten una relación tan fluida como la que China tiene con Chile y Brasil. Las relaciones de China con Chile han registrado un itinerario más progresivo y continuo gracias a un tratado de libre comercio negociado de manera satisfactoria por ambas partes y gracias también a que Chile posee unas commodities –cobre en especial‐ que China ha demandado de manera permanente y en cantidades apreciables. Digamos que la apertura de Chile hacia el continente asiático, no solamente hacia China, se presenta como un fenómeno paradigmático. Este país es un ejemplo de voluntad de inserción real y audaz en las economías del Pacífico asiático.
Brasil es un caso aparte en el tema de las relaciones de China con América Latina. Aquí no solamente cuentan todos los factores de una economía pujante y ejemplarmente complementaria con la economía china, sino también factores políticos que han permitido alianzas estratégicas en el plano internacional como la que supone el BRIC’S. Para expresarlo en pocas palabras, Brasil representa para China el motor de su inserción económica y política en América Latina por varias razones: 1) con Brasil China no tiene tanta prevención de que ningún acuerdo de cualquier tipo pueda despertar tantas sospechas y temores por parte de Estados Unidos, 2) en Brasil China tiene una despensa de ciertos artículos agrícolas como la soya y de otros productos indispensables para su desarrollo como el hierro y el aluminio, además de que la cooperación en asuntos tecnológicos encuentra bases sólidas por un desarrollo simétrico entre Brasil y China de industrias tales como la aeronáutica. Allí, lo que China ha consignado en su libro blanco titulado ‘Política de China hacia América Latina y el Caribe’ pasa de la retórica a una praxis visible desde ahora y abierta a planes de cooperación en el mediano y en el corto plazos.
Para el resto de países latinoamericanos, el diagnóstico y los pronósticos de las relaciones no son tan halagüeños. De la primera visita del Presidente Hu Jintao a América Latina en el año 2006 hasta hoy, el balance de los logros no es tan brillante como se veía en ese entonces, con excepción de los casos ya citados de Chile y Brasil. Aunque, por supuesto, el comercio chino‐latinoamericano muestra ya unas cifras que sobrepasan los 100 mil millones de dólares, en el tema de las inversiones el balance no es tan satisfactorio. Más aún, la incursión de China en el campo de las inversiones en Latinoamérica ha sido zigzagueante. Empezó, hace poco más de cinco años, con un ímpetu promisorio y de pronto, hace aproximadamente dos años, pareció paralizarse. Encontró obstáculos que hasta el momento presente no han sido superados. Tal vez la excepción, aparte de los citados países, sea Brasil. Nos referimos a experiencias que anunciaban una inserción real como la de Colombia, donde los chinos han encontrado que los altibajos se deben fundamentalmente a una falta de conocimiento del entorno institucional, cultural, etc. Esta afirmación no tiene nada de retórica, es sencillamente una realidad reconocida no sólo por los latinoamericanos, sino también por los mismos chinos. En el contexto general de las relaciones China‐Latinoamérica se reitera cada vez, con toda razón, que el desconocimiento del idioma no es la única barrera que se interpone en el progreso efectivo de los intercambios políticos, culturales, económicos y comerciales: también lo es el desconocimiento del tejido institucional, de las estructuras propias del entorno jurídico‐legal de la inversión, la normatividad licitatoria, etc., etc.
Son muy pocos, demasiado pocos, los convenios en marcha y con resultados visibles en el campo académico, por ejemplo. Y esto explica, al menos en parte, la falta de actualización de los académicos chinos respecto del presente panorama político, social y económico de Latinoamérica, hasta el punto de que ‐valga esta anécdota como ejemplo‐, en un seminario realizado por la Universidad de Los Andes en Bogotá en el mes de septiembre de 2010, profesores enviados desde China por importantes centros de pensamiento de Beijing afirmaron que Latinoamérica seguía siendo el patio trasero de los Estados Unidos.
HABLANDO DE EUROPA
Nos queda, finalmente, referirnos a las relaciones de China con Europa. En este tema, que, por diversas razones, no profundizaremos en el presente documento, poco hay que agregar a un panorama de distensión que, luego de las divergencias surgidas con motivo de los Juegos Olímpicos de Pekín, particularmente con Francia y Alemania, se registra como el clima que aspiran a estabilizar en su vinculación mutua ese país y la citada región. No sobra afirmar que sigue siendo una premisa de China en sus relaciones con Europa la percepción que el país asiático tiene de una Europa cada vez más fuerte y más unida como algo benéfico y positivo para el desarrollo de dichas relaciones.
Como el observador de los asuntos de China ha podido vislumbrar, con Europa, del mismo modo que con Estados Unidos, la agenda sensible cada vez se ubica en torno a temas relacionados con los derechos humanos. Otros temas que con frecuencia distancian a China de esa región son los comerciales, en particular con demandas por dumping ante la OMC por parte de algunos países europeos. Por lo demás, la relación de China con Europa es bastante fluida. Sólo que las cosas se complican cuando el viejo continente se mete en discusiones o pleitos con China como un solo cuerpo. China prefiere tratar los temas que la relacionan con Europa en forma bilateral, país por país. De todos modos, se debe señalar, como un aspecto relevante de dichos vínculos, que lo que se conoce como la política de softpower, en especial la difusión de los Institutos Confucio, avanza en Europa de modo mucho más eficiente y progresivo que en cualquier otra parte del mundo.
Una observación final que deseamos hacer aquí se relaciona con Colombia, que por lo que atañe a la nueva administración de Juan Manuel Santos, parece estar demostrando una voluntad real de inserción en Asia, de modo particular en China y Corea. Esto es lo que se desprende de las más recientes noticias que señalan, por una parte, la decisión del gobierno colombiano de trabajar fuertemente en varios escenarios, el primero de ellos, APEC. Viene luego la decisión de reabrir la embajada colombiana en Indonesia, y de remate, oficinas comerciales del país en Singapur y Vietnam.
Todo parece indicar que, dadas las condiciones económicas que aparecen en el panorama mundial, el XXI será el siglo de dos regiones: Asia‐Pacífico y Latinoamérica.
1 Ver el editorial del número 9 de la revista AMIGOS DE CHINA, escrito por el embajador de China en Colombia Gao Zhangyue.