¿Poder blando?

Tras los primeros escarceos con el concepto, la era del poder blando parece haber llegado a China. Las decisiones que han trascendido de la reunión celebrada por el Comité Central del PCCh el pasado fin de semana indican la plena incorporación del concepto al vocabulario político oficial y la adopción de medidas prácticas que apuntan a su dinamización preferente en los próximos años. Conforme a las tradiciones del tiempo de la reforma, el máximo órgano dirigente del PCCh entre congresos ha sintetizado las experiencias previas llevadas a cabo (en Beijing, Shanghai y Shenzhen), uniformando los criterios a seguir en el futuro en este campo.

En el plano interno, la promoción del patriotismo encuentra terreno abonado. No será complicado. Se viene haciendo ya desde hace muchos años de forma sistemática, aunque no resuelve ni mucho menos el engarce con las nacionalidades minoritarias, pudiendo originar reacciones adversas. Más compleja aún es la promoción de la “cultura socialista” en una economía con mercado cuyos nocivos efectos, difícilmente conciliables con lo que entendemos por socialismo, habitual y abiertamente juegan a la contra. A no ser, claro está, que se reduzca dicho precepto a la represión de las conductas antipartidarias que, no obstante, es otra cosa, traduciéndose en una nueva vuelta de tuerca sobre el controvertido proceso de control de esos espacios internos que fluyen cada vez con más intensidad, muy especialmente en la Red, al margen pero cada día menos marginales. En ambos casos, el reforzamiento de los fundamentos ideológicos del sistema es el resultado perseguido.

Cabe esperar también un fuerte impulso económico y estructural a todo cuanto contribuya a difundir una determinada imagen de China en el exterior, acorde con los intereses nacionales (identificados con los del PCCh). Probablemente en China existe cierta confusión en cuanto a su presencia internacional, que ha crecido de forma notable en todo el orbe, pero que no siempre lleva aparejada una asociación con aquellas buenas prácticas que propician una imagen positiva. Reforzar la influencia cultural de China en el exterior es el segundo elemento de esta orientación, pero imaginar que a través de los Institutos Confucio y otras plataformas adyacentes en pleno auge y expansión puede establecerse un magma cívico aliado de su estrategia, es mucho decir. La inmensa mayoría de quienes se acercan a dichos centros lo hacen con intenciones bien pragmáticas, diferenciando el interés profesional o cultural de la simpatía política. Les conviene tenerlo presente.

No obstante, el principal demérito de este nuevo impulso político es la indefinición de los valores centrales que el gobierno chino desea transmitir internamente y al mundo. Ese catálogo no está del todo claro. Obviamente estos valores deben ir mucho más allá de la mera propaganda. Todo cuanto se asocie con ella será un esfuerzo baldío e inútil. Y hablar de los valores centrales nos remite al debate académico e intelectual, ni mucho menos pacífico desde hace años en la propia China. Es por lo tanto un asunto de gran complejidad y tratar de obviarlo recurriendo a consignas simples adobadas con mucho dinero puede no garantizar grandes resultados.

Los déficits que obnubilan el poder blando de China tienen que ver con la enorme ignorancia existente en otras latitudes con respecto a su identidad, historia y cultura. Pero también están indisolublemente ligados a cuanto se califica de deficiencias de su sistema político y social. Las vulnerabilidades de China en este aspecto son muy notorias. Y si no se actúa en este campo, una vez más, aquellos esfuerzos pueden ser baldíos.

Todos podemos estar de acuerdo con la pertinencia de proteger la identidad china. Para ello necesita disponer de una industria cultural fuerte y poderosa. Su competitividad en este campo puede mejorar ostensiblemente, aumentando su seguridad e influencia, a sabiendas de que enfrente puede tener sectores irreductibles que no se dejarán seducir en ningún caso, equiparando esta nueva ofensiva que se avecina a otra expresión de trasnochado nacionalismo destinado a blindar esa soberanía que protege al PCCh frente a todo cambio que cuestione su poder.

Ignoramos si este enfoque del poder blando indica un anticipo de una reformulación más ambiciosa de algunos criterios políticos de cara al XVIII Congreso del PCCh. El primer ministro Wen Jiabao lleva más de un año haciendo declaraciones “por libre” en torno a la necesidad de operar cambios en lo político. Pero sus palabras parecen un brindis al sol. No obstante, reduciéndolo todo a una suma de estereotipos y dinero (de ambos parece que habrá bastante), difícilmente podrán cambiar las cosas y mejorar China su nivel de aceptación internacional. Para una promoción eficaz del poder blando se requiere un ambiente político idóneo que facilite, naturalmente, la creatividad, por una parte, y, por otra, definir las bases de una nueva lealtad conforme a criterios plenamente democráticos. Ese es el mayor reto que deberá afrontar esta estrategia del PCCh.