Una aproximación a la geopolítica de Brasil

La irrupción de Brasil como un actor emergente en el escenario internacional, principalmente durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) bajo las presidencias de Lula da Silva (2003-2011) y de su sucesora Dilma Rousseff (desde 2011), debe necesariamente considerar la conjunción de diversas variables relativas a la visión de Brasil sobre las relaciones internacionales, sus imperativos geopolíticos y sus aspiraciones ante los cambios en el sistema internacional. El presente texto aborda una reflexión sucinta sobre la geopolítica de Brasil, partiendo como base de referencia los postulados originales de la “Escuela Geopolítica Brasileña”, y de su eventual influencia en la visión en materia de política exterior  presentada durante los gobiernos de Lula y Rousseff. 

La irrupción de Brasil como un actor emergente en el escenario internacional, principalmente durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) bajo las presidencias de Lula da Silva (2003-2011) y de su sucesora Dilma Rousseff (desde 2011), debe necesariamente considerar la conjunción de diversas variables relativas a la visión de Brasil sobre las relaciones internacionales, sus imperativos geopolíticos y sus aspiraciones ante los cambios en el sistema internacional. El presente texto aborda una reflexión sucinta sobre la geopolítica de Brasil, partiendo como base de referencia los postulados originales de la “Escuela Geopolítica Brasileña”, y de su eventual influencia en la visión en materia de política exterior  presentada durante los gobiernos de Lula y Rousseff. 

Considerado como un actor global emergente, el Brasil actual diseña una visión geopolítica con cada vez mayor impacto internacional. En este sentido, los postulados de lo que se puede denominar como la “Escuela Geopolítica Brasileña” implican considerar la eventual adaptación de las mismas a la formulación de estrategias de acción exterior por parte de los recientes gobiernos brasileños, así como la influencia de los mismos en los cambios que paulatinamente han ido presentándose en el sistema internacional de los siglos XX y XXI.

En este sentido, resulta necesario reflexionar sobre los postulados geopolíticos de una potencia emergente como Brasil. El “despegue” de Brasil derivado de su proceso de desarrollo, principalmente de carácter industrial, entre las décadas de 1920 e 1940, fue observado dentro y fuera del país con optimismo e ilusión, incluso bajo la perspectiva de considerar a Brasil como “país de futuro(1), un nuevo “gigante” que “despertaba” ante el mundo al calor de la paulatina pérdida del poder hegemónico europeo occidental, dentro de un contexto fraguado por la II Guerra Mundial y la posterior concreción de la bipolaridad EEUU-URSS durante la “guerra fría”.

Con todo, las particularidades de la estructura política y social de Brasil, en particular la persistente herencia de un Estado de carácter corporativo, permeable a los intereses privados y levemente elástico en el cometido de atender a las pluralidades y demandas de los sectores menos favorecidos, son factores que igualmente influyen y determinan no sólo la configuración de su sistema político sino también la articulación de sus demandas e intereses en materia geopolítica y de acción exterior.

No obstante, la llegada al poder del PT en 2003 bajo la presidencia de Lula da Silva, observó la inserción brasileña dentro de un proceso de “mundialización” de su política exterior que, de forma tangencial pero no absoluta, influyó y modificó algunos parámetros originales de la escuela geopolítica brasileña.

Observada desde una perspectiva global, la geopolítica actual de Brasil sostiene algunos de los postulados básicos de sus creadores y propulsores (particularmente Golbery do Couto Silva, Everardo Backheuser y Mario Travassos a partir de la década de 1930), tradicionalmente vinculados al sector militar, cuyo énfasis en la seguridad nacional sigue teniendo vigencia, en especial el control de la Amazonia y del Atlántico Sur así como la repotenciación de su sector militar.

Esta perspectiva se amplía ante los intereses de las elites empresariales (particularmente integrados en el proceso de globalización a partir de la década de 1990) y, en los últimos años, ante la sensibilización por parte de los gobernos del PT hacia nuevos horizontes como la Cooperación Sur-Sur (BRICS, IBSA), y la potenciación de una estrategia definida hacia la Lusofonía, particularmente en el caso africano.

  1. El Estado corporativista

En el caso brasileño, el proceso de construcción de una escuela geopolítica propia debe considerar una aproximación a la naturaleza de su sistema político, de fuerte carácter presidencialista, estructurado en un Estado corporativo y federal que, paradójicamente, cuenta con un poder político claramente centralista.

Con todo, este sistema no parece constituirse en un ente monolítico, tomando en cuenta que, dentro de su naturaleza, el sistema político brasileño afrontaría un proceso de “permeabilidad del Estado a los intereses privados”.

Sin observarse claramente un sistema de contrapesos de poder, la fuerte preponderancia presidencialista y de la concentración del poder en manos del Ejecutivo debe probablemente su explicación a la herencia del sistema absolutista e incluso patriarcal emanada de la monarquía portuguesa, como metrópolis antecesora a la formación del Estado nacional brasileño a partir de su independencia en 1822.

Este peso político de la autoridad presidencial se vio igualmente consolidado no sólo por la preservación de elites claramente excluyentes sino por una cultura política igualmente manifestada por síntomas de desorganización e, incluso, de apatía social hacia el proceso histórico de formación estatal.

En este sentido, el Brasil independiente no estuvo exento del proceso de “racionalización” derivado de la “modernización” de la política y del Estado, integrado en la segmentación mercantilista propia del capitalismo decimonónico, donde Brasil jugaba su papel como productor de materias primas como el café, el cacao y el caucho.

Con una sociedad políticamente cada vez más centralizada, el Brasil experimentó una paulatina transición de una estructura socioeconómica rural, terrateniente e incluso “feudal”, hacia un acelerado proceso de industrialización y de urbanización. Esta transición se caracterizó por la persistencia de un capitalismo de Estado de carácter monopólico y paulatinamente corporativista; por la conformación de nuevas elites burocráticas paralelas con las tradicionales elites terratenientes enriquecidas por el cultivo y la exportación del café; y por la consolidación de una fuerte maquinaria militar capacitada para garantizar en manos del Estado la concepción webberiana del “monopolio legítimo de la violencia”.

Se impone así en Brasil un Estado “fuerte”, “clasista” y centralizado,  escasamente flexible y elástico, con limitaciones en cuanto a la participación y la pluralidad política de otros actores, especialmente una sociedad civil desarticulada. Este Estado está conformado por los intereses de diversas elites (burocráticas, terratenientes, burguesas, etc) pero capacitado para erigirse en la autoridad legítima del proceso de desarrollo nacional y en el principal detentor de la “estabilidad y la unidad nacional.

La consolidación del Estado “corporativista” en el Brasil a partir de la década de 1930, particularmente bajo el régimen del “Estado Novo” impulsado por Getúlio Vargas, afianzó aún más el papel hegemónico del Estado en la vida pública nacional. Dentro de este estilo de política corporativista del “Estado Novo” de Getúlio Vargas, tomando en cuenta su talante autoritario (relación directa líder-masa) y de concentración de poder, la naciente clase obrera derivada del proceso de industrialización, así como la consecuente formación de sindicatos y movimientos obreros, fue claramente subordinada a los intereses del Estado.

Este proceso comenzó a alterarse tras la caída del régimen varguista (1964) y el período posterior, principalmente hasta la instauración de la dictadura militar (1964-1985), proceso en el cual Brasil experimentó la ampliación de la pluralidad política con la formación de nuevos partidos políticos, los cuales igualmente reprodujeron las prácticas clientelares sin erigirse exactamente como voceros de representación ciudadana.

2.  Los precursores de la geopolítica brasileña

Considerando esta esencia centralista y corporativista del Estado brasileño, así como su permeabilidad ante intereses privados (elites económicas, burocráticas, partidistas, etc), resulta preciso identificar los orígenes y las bases sobre las que se sustenta la Escuela Geopolítica Brasileña como disciplina enmarcada en la consecución de objetivos determinados, especialmente dentro del sector militar.

Para ello, debe igualmente considerarse las potencialidades geopolíticas de Brasil, ilustrando como factor de identificación de su espacio territorial y de cómo el mismo influye en su carácter geopolítico.

Con una población de más de 201 millones de habitantes, Brasil es el quinto país con mayor extensión territorial a nivel mundial tras Rusia, Canadá, China y EEUU, con una superficie de 8.514.877 km2, limitando con todos los países suramericanos excepto Chile y Ecuador. Paralelamente, cuenta con una de las mayores redes fluviais a nivel mundial, con 55.457 km2 de aguas interiores. Con una tasa de urbanización estimada en un 87%, el gasto militar brasileño alcanza el 1,3% de su PIB.

Debido a su extraordinaria extensión territorial, el peso de los postulados geopolíticos de Brasil se encuadran prácticamente como el factor esencial que explica y da sentido a la geopolítica sudamericana. Brasil tiene especial incidencia en factores marítimos (Océanos Atlántico y Pacífico, Mar Caribe), en las cuencas hidrográficas (Amazonas y Río de la Plata), en los antagonismos provocados por conflictos en el área andina (guerrilla y narcotráfico en Colombia, Bolivia, Perú), convulsión política (Paraguay), el factor ambiental (Amazonia), y el equilibrio militar (Argentina, Perú, Venezuela)

Bajo este contexto, el nacimiento de la Escuela Geopolítica Brasileña ocurre a partir de la década de 1930, en la plenitud del régimen varguista, con especial incidencia en el sector militar. Aquí destacan tres exponentes clave: los generales Golbery do Couto e Silva y Everardo Backheuser; y el coronel Mario Travassos.

Estos tres precursores estuvieron notablemente influidos por los conceptos de la escuela geopolítica alemana impulsada a comienzos del siglo XX, en especial Rudolf Kjellen, Karl Haushofer y Friedrich Ratzel, cuya incidencia igualmente tuvo un fuerte peso en otras doctrinas geopolíticas y de seguridad nacional en la región, tales como Argentina y Chile.

Con base en la seguridad territorial, esta escuela geopolítica emergió como referente para el estamento militar así como para las elites burocráticas estatales, incluso ampliando su radio de influencia de cara al sector académico, en particular en el caso de Travassos, autor de un texto clásico sobre la proyección internacional de Brasil, en el cual identificaba dos variables antagónicas que ejercían influencia en cualquier consideración geopolítica para Brasil: el Atlántico vs Pacífico; y la cuenca de La Plata frente a la Amazonia.

Travassos defendía la necesidad de que Brasil ocupara un liderazgo indiscutible en América del Sur, apuntalando la teoría de que “una nación fuerte inevitablemente moverá su frontera dentro del territorio de su vecino más débil”, argumentando que “las fronteras no son estáticas sino flexibles”. Para Travassos, resultaba esencial la importancia decisiva de los mares como destino de los Estados.

Por su parte, el general Everardo Backheuser, particularmente influido por las ideas del geógrafo sueco Rudolf Kjellén sobre la teoría general del Estado como un ente “razonable y vivo”, concibió y desarrolló el concepto de “frontera viva” como elemento de distinción (con respecto a los países vecinos); protección (del territorio propio); aislamiento; e intercambio como principio de solidaridad social de los Estados.

Backheuser pretendía la necesidad de que Brasil tuviera una “política de fronteras” a partir de políticas de “poblamiento productivo” orientada a fomentar núcleos industriales, así como el relanzamento de una política de comunicación terrestre y fluvial destinada a permitir el paso de mercancías y de personas. Estas ideas ejercieron una fuerte influencia en los primeros años del régimen varguista a partir de 1930, con particular incidencia en la teoría de una “marcha hacia el Oeste”, emulando la realizada en EEUU a finales del siglo XIX, traducido en el caso brasileño en la articulación de una “frente pionera” en torno a Săo Paulo, el Sur de Minas Gerais, Goiás, Norte de Paraná y Matto Grosso.

Por su parte, Golbery do Couto e Silva defendía los conceptos de Posición, en relación al territorio, y de Espacio Político como temas de mayor interés geopolítico, y cuya dimensión abarcaría el control político y económico del territorio, de la frontera e y de lo que denominaba “zonas de transición” y “frentes de contacto”.

Esta geopolítica descifraba un proceso basado en la articulación de un proyecto continental ligando el Noroeste y el Sur al núcleo central del país, siendo este núcleo el conformado por Río de Janeiro y Săo Paulo. En el marco de la “guerra fría”, este autor consideraba que la zona del Nordeste tenía una incidencia de máxima vulnerabilidad para Brasil frente a la eventualidad de una confrontación entre EEUU y la URSS, en particular el Atlántico Sur (Matto Grosso) y el Amazonas.

Pero igualmente existen otros precursores que aportaron sus teorías a la hora de configurar una Escuela Geopolítica Brasileña. Una de ellas fue la historiadora y geógrafa Terezinha de Castro, quien enfocaba su interés en el Atlántico Sur y su extensión antártica dentro de un contexto de seguridad hemisférica.

Otro autor fue el general de división Carlos de Meira Mattos, de quien el Centro de Estudios y de Políticas Estratégicas Nacionales (CEPEN) preserva y difunde su obra y pensamiento. Este autor le otorgaba especial importancia a las fronteras brasileñas del Atlántico Sur (espacio marítimo hacia América, África y la Antártica) y la Amazonia (Océanos Atlántico y Pacífico y espacio andino)

En la actualidad, la Escuela Geopolítica brasileña parece visualizar tres ejes clave de actuación: el contexto suramericano, en particular MERCOSUR y la UNASUR; la Cooperación Sur-Sur, con especial incidencia en el ámbito africano; y las políticas de defensa de la cuenca amazónica y del Atlántico Sur, tradicionales focos de atención estratégica para los precursores de la geopolítica brasileña.

3.      El giro de Lula: multilateralismo y Cooperación Sur-Sur

En el ámbito geopolítico y de articulación de nuevos rumbos para la política exterior brasileña, el cambio más significativo ocurrido en el país tras la transición democrática de 1985 ha sido la asunción presidencial a partir de 2003 de Luís Inácio Lula da Silva y del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT).

Tanto como garantizar la consolidación de la estabilidad institucional y política, este cambio ofrecido por Lula (el cual también ha mostrado su continuidad durante la gestión de la actual presidenta Dilma Rousseff desde 2011) traduce una innovación en las relaciones internacionales de Brasil y de su concepción geopolítica, particularmente en su visión de repotenciar la Cooperación Sur-Sur.

En este sentido, la administración Lula, a través de la Agência Brasileira de Cooperação y del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), permitió la expansión de la cooperación brasileña a más de 65 países, la mayoría africanos y latinoamericanos, al mismo tiempo que abrió estos canales de cooperación Sur-Sur y de plasmación de una visión multilateral y multipolar a través de diversos foros internacionales (G-20, OMC, ONU, BRICS, IBSA, FMI)

Con ello, se puede argumentar que, dentro de esta nueva perspectiva, la política exterior de Lula y su concepción geopolítica retomaron, o más bien acondicionaron, aspectos fundamentales de la anteriormente explicada Escuela Geopolítica Brasileña, especialmente en materia de seguridad nacional (Amazonas, Atlántico Sur).

Así mismo, Lula y el PT identificaron la perspectiva de reforzar el peso del servicio exterior brasileño dentro de las políticas gubernamentales, en particular con la ampliación del servicio diplomático, el impulso hacia otras áreas geopolíticas (África lusófona, Oriente Medio),, la potenciación de nuevos mecanismos de integración regional (UNASUR, CELAC) y el reforzamiento de los ya existentes (MERCOSUR).

Todo ello sin olvidar la pretensión de Brasilia por impulsar el proceso de reforma estructural de la ONU, en particular de su Consejo de Seguridad, del cual Brasil desea formar parte, así como el peso que las multinacionales brasileñas, en especial la estatal energética PETROBRAS, adquieren en este marco de internacionalización y de plasmación de una nueva visión de cooperación.

El giro otorgado por Lula a la geopolítica y la política exterior brasileña ha permitido, al mismo tiempo, modelar otras perspectivas, tales como la potenciación de un “modelo PT” dentro de la nueva izquierda progresista latinoamericana (particularmente dentro del denominado Foro de Săo Paulo) que desde 1998 y de forma paulatina, ha venido alcanzado el poder en diversos países de la región por medio de elecciones democráticas; así como el hecho de que el peso geopolítico de la diplomacia brasileña a la hora de potenciar marcos de integración y de cooperación, así como de resolución de conflictos, recreó la idea de fomentarse una especie de “Consenso de Brasilia” a nivel hemisférico, que sustituyera al denominado “Consenso de Washington” predominante desde 1990, de marcado tono neoliberal.

Este “Consenso de Brasilia” permitió la participación diplomática brasileña en la resolución de diversos conflictos regionales, con particular incidencia en las sucesivas crisis políticas en Venezuela, Bolivia, Honduras y Ecuador, las negociaciones de paz en Colombia y el liderazgo de la misión MINUSTAH en Haití desde 2004.

En cuanto al mundo islámico, fue igualmente notorio el apoyo del gobierno de Lula al programa nuclear iraní, en particular tras la adopción de un pacto nuclear entre Brasil, Irán y Turquía (2010), al reconocimiento de la legitimidad y legalidad de un Estado palestino, así como el firme apoyo al Foro ASPA, que reúne a los países de la UNASUR con la Liga Árabe, y cuya I Cumbre se realizó en 2005 en Brasilia. Con todo, Rousseff alteró esta estrategia de Lula de acercamiento y apoyo al programa nuclear iraní, advirtiendo las denuncias de violaciones de derechos humanos por parte del régimen iraní.  

En perspectiva, la diplomacia de Lula, si bien implicó cierta continuidad de los postulados tradicionales de la “Escuela Geopolítica Brasileña”, determinó al mismo tiempo la polarización y el pulso constante entre los denominados sectores “autonomistas”, defensores de una Cooperación Sur-Sur, y los sectores “liberales”, más sujetos a la cooperación con EEUU y la Unión Europea, que siempre ha estado presente dentro del servicio exterior brasileño a la hora de definir áreas de actuación estratégica.

3.1. China: el gran socio estratégico

Dentro de esta dinámica de Cooperación Sur-Sur impulsada por Lula, China comenzó a cobrar un papel preponderante en las relaciones internacionales de Brasil.

En 2009, China se convirtió en el primer socio comercial brasileño, posición anteriormente ocupada por EEUU, con un intercambio comercial valorado en US$ 56.000 millones Así, Beijing absorbió el 13,2% de las exportaciones brasileñas y originó el 12,5% de sus importaciones al país suramericano. En términos comparativos, para el año 2000, el peso chino en la economía brasileña era de sólo el 2%.

Para julio de 2014, coincidiendo con la visita a Brasil del presidente chino Xi Jinping visitó Brasil en el marco de una gira latinoamericana, se cumplieron cuarenta años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre la República Federativa de Brasil y la República Popular de China, iniciadas en agosto de 1974. Si bien las mismas estuvieron determinadas por el contexto de la “guerra fría” así como por las diferencias en cuanto a sistema político (dictadura militar brasileña 1964-1985), Brasilia ya comenzó a observar a Beijing como un socio de carácter estratégico dentro de la cooperación Sur-Sur, así como a través del Movimiento de Países No Alineados.

Pero el impulso decisivamente estratégico de las relaciones sino-brasileñas vino con la llegada de Lula a la presidencia a partir de 2003. La concreción de intereses políticos y geopolíticos entre Beijing y Brasilia cobró un aspecto esencial en las relaciones estratégicas entre ambos países, principalmente en las áreas de cooperación científico-tecnológica y político-estratégica, con alianzas bilaterales en diversos foros internacionales.

En 2004, el entonces presidente chino Hu Jintao realizó una gira por América del Sur, que comenzó precisamente en Brasilia (noviembre). Lula prometió entonces su apoyo al reconocimiento de China como “economía de mercado” dentro de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Desde 2010, Brasil y China lideran el G-22 en el marco de la OMC, con la finalidad de presionar por un comercio más justo y equitativo.

La conformación de los BRIC a partir de 2005 (ampliado como foro BRICS a partir de 2009 con la inclusión de Sudáfrica), permitieron fortalecer esta línea de cooperación estratégica que, de parte china, abrió la perspectiva de defender la pretensión brasileña de formar parte de un Consejo de Seguridad de la ONU ampliado y reformado. En otro marco, en 2007 se creó el Consejo Empresarial China-Brasil como foro bilateral de desarrollo y de inversiones.

No obstante, las relaciones estratégicas entre China y Brasil no ha estado exenta de aspectos de controversias y divergencias mutuas, especialmente en las asimetrías de carácter comercial (notoriamente favorables a China) y en la visión que sobre esta relación poseen algunos sectores de las elites empresariales y burocráticas brasileñas, con particular incidencia en el carácter competitivo que supone China para Brasil en el contexto del comercio global.

3.2. Geopolítica y defensa

Paralelamente, resulta notable observar cómo en el apartado de seguridad y defensa, los gobiernos de Lula y de Rousseff de algún modo han retomado con mayor claridad los postulados de la Escuelta Geopolítica Brasileña. Desde 2004, Brasil se encuentra entre los países que más recursos destinan a gastos militares, ocupando en varias ocasiones el liderazgo en el contexto suramericano, posición en la que ha competido en los últimos años con países vecinos como Perú, Venezuela y Colombia.

Esta preocupación por la seguridad y la defensa nacional comenzó a cobrar relieve a partir de 2005, con la adopción de la Política Nacional de Defensa, configurada como Plan Estratégico de Defensa Nacional a partir de 2008. Mientras defiende el principio de no intervención en los asuntos internos de otros países así como en la resolución pacífica de conflictos, esta estrategia otorga prioridad, según considera el Ministerio de Defensa de Brasil, a “desarrollar capacidades militares para proteger el territorio continental y marítimo, sus recursos naturales y la biodiversidad, al mismo tiempo que intenta generar las condiciones para que las fuerzas militares sean aptas para disuadir la presencia y la acción no consentida de actores externos en cualquier parte del territorio nacional”.

Tomando en cuenta esta estrategia, los gobiernos de Lula y Rousseff trazan una política orientada a convertir a Brasil en un poder militar de carácter disuasivo, con credibilidad en el concierto internacional, capacitado para liderar misiones de paz internacional (MINUSTAH en Haití desde 2004) y otros marcos de seguridad colectiva estipulados dentro de la ONU. Visiblemente, estas políticas de seguridad y de defensa afrontan la perspectiva de preservar y defender las demandas de Brasilia de reforma y de ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU, en particular ante las pretensiones brasileñas de inserción como miembro permanente.

No obstante, el aumento del gasto militar brasileño generó, principalmente a partir de 2005, diversos recelos, rivalidades y preocupaciones con países vecinos, específicamente Venezuela, Perú, Colombia y Argentina, inquietos ante la posibilidad de que Brasil desnivelara el equilibrio armamentístico y militar existente en América del Sur.

Un aspecto particularmente importante fueron las relaciones brasileñas de carácter militar con Francia, Rusia y China, especifícamente en lo relativo a la construcción de un submarino nuclear, un aspecto sumamente importante y estratégico para las Fuerzas Armadas brasileñas, así como la protección y adopción de políticas orientadas a focalizar la tecnología de enriquecimiento de uranio, desarrollado de manera autónoma por Brasilia, y que llevó a rechazar diversas propuestas contenidas en la política de inspecciones por parte de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA).

A pesar de que Brasil tradicionalmente adoptó una política de desarme nuclear a nivel mundial, apoyando los marcos de negociación dentro del Tratado de No Proliferación Nuclear (1968), este aspecto, el del enriquecimiento de uranio, trazó una tensa relación entre Brasil y la AIEA, organismo adscrito a la ONU, especialmente en el marco del anteriormente citado acuerdo nuclear de Brasil con Turquía e Irán de 2010. En el mismo se defendieron las aspiraciones turcas de desarrollar un programa atómico, al mismo tiempo que abrió un marco alternativo de protección para el programa nuclear iraní.

Con todo, el espacio estratégico clave en materia de defensa para Brasil corresponde indudablemente al Atlántico Sur, principalmente desde el punto de vista económico y estratégico, tras los descubrimientos de yacimientos de petróleo y de gas natural en su zona económica exclusiva, factor que potenciaría las posibilidades de Brasil de convertirse en un actor energético autónomo y potencialmente relevante a nivel mundial.

En este sentido, Brasilia defiende la preservación del Atlántico Sur como espacio libre de armas nucleares y de destrucción masiva, tanto como define un polo estratégico de actuación hacia los países africanos, foco de importancia de la política exterior de Lula. Incluso, la atención de Brasilia se centra en la preservación de sus intereses de cara a la estrategia atlantista de la OTAN, de EEUU y de Europa Occidental, en particular cuando la misma abarca toda el área de extensión atlántica, escenario que implicaría alterar diversos imperativos geopolíticos brasileños.

Tanto como el Atlántico Sur, la Estrategia de Defensa Nacional adoptada oficialmente a partir de 2008 establece como foco prioritario de atención la región amazónica. Aquí, el énfasis de Brasilia se centra en la necesidad de crear un poder efectivo de carácter disuasivo, en particular ante el temor de una posible implicación de Washington, eventualmente vía Plan Colombia (2000), con cada vez mayor ampliación andina (Perú) así como de la potenciación de la IV Flota de la Marina estadounidense en el Atlántico Sur a partir de 2008; de la penetración de actores no estatales, como la guerrilla colombiana de las FARC así como de la actuación de organizaciones criminales; de los intereses amazónicos compartidos con otros países vecinos, como Perú, Colombia y Venezuela; de la eventualidad de configurar el espacio amazónico como fomento de políticas de cooperación en materia de seguridad y de complementaridad de las respectivas industrias militares, a fin de disminuir o bien de evitar los conflictos territoriales cos países vecinos en el marco del funcionamiento del Consejo Suramericano de Defensa de la UNASUR; y finalmente del interés brasileño por preservar y defender los recursos naturales amazónicos, evitando su depreciación.

Paralelamente, los otros ejes sobre los que se asienta la Estrategia Nacional de Defensa de Brasil se identifican en la reorganización de las Fuerzas Armadas, la reestructuración de la industria brasileña de material de defensa y, por último, la política de composición de los efectivos de las Fuerzas Armadas.

De este modo, Brasilia tendría incidencia en tres ámbitos de actuación; el local o nacional; el regional; y el global. En el ámbito local, la Defensa se entiende como la reafirmación del poder del gobierno, con una incidencia particular en la lucha contra el tráfico de drogas. En el ámbito regional, siendo éste América del Sur, la defensa brasileña tiene la tarea de garantizar la paz y la estabilidad dentro del continente. Y en el ámbito global, siempre con atención en preservar su interés estratégico en el Atlántico Sur, Brasilia impulsa una política de defensa que implique establecer relaciones de igualdad y de reciprocidad con EEUU, la OTAN y la ONU.

Así, las estrategias de seguridad nacional de Brasil adoptadas durante el gobierno de Lula vienen a confirmar la preservación de los postulados emanados de la anteriormente citada “Escuela Geopolítica Brasileña”. Una condición que, con anterioridad, fue concebido sin no menos controversias políticas, como un factor de peso geopolítico para Brasil por parte de la Doctrina de Seguridad Nacional adoptada durante el régimen militar (1964) y su prolongación hasta la transición democrática de 1985.

Para autores como Riordan Roett(2), el golpe militar de 1964, acaecido en momentos tensos dentro de la confrontación bipolar de “guerra fría”, evidenció una serie de cambios y de dinámicas políticas y económicas que certificaban la aplicación de la secular “visión histórica del papel de Brasil en el sistema internacional”(3). En este sentido, se apreciaba desde el exterior (y particularmente desde EEUU y la OTAN, aliados del régimen militar brasileño) un papel ascendente y protagonista para Brasil a tenor de sus postulados geopolíticos.

3.3. ¿Existe un “soft power” brasileño?

Finalmente, vale la pena considerar otros instrumentos en los que el Brasil actual concentra de manera indirecta ciertos postulados geopolíticos de inserción en un mundo globalizado. Aquí cobra relevancia la utilización de conceptos como el soft power (literalmente “poder blando”) y el smart power (“poder inteligente”), ambos identificados por el teórico neorrealista Joseph Nye, en los cuales la cooperación internacional y los factores culturales juegan un papel preponderante.

En el caso brasileño, cobran protagonismo actores de diversa índole: sector público y burocrático-estatal, en particular la Presidencia, ministerio de Relaciones Exteriores y otros órganos de la administración pública; organizaciones no gubernamentales; empresas e instituciones privadas; movimientos sociales, a través del Foro Social Mundial de Porto Alegre (a partir de 2001), en particular el Movimiento de los Sin Tierra (MST)(4).

Otros actores son las instituciones federales (agencias, institutos tecnológicos, fundaciones, secretarias sectoriales, empresas, compañías públicas, universidades y consejos científicos, órganos de asesoría gubernamental, etc); así como órganos pertenecientes al sector privado (federaciones industriales, comerciantes, corporaciones municipales y regionales)(5). Sus áreas de actuación han incluido tanto los países desarrollados (particularmente dentro de la OCDE), como aquellos países en vías de desarrollo en América Latina y el África lusófona, en este último caso particularmente Angola, Cabo Verde, Mozambique, São Tomé e Príncipe y Guinea Bissau(6).

Finalmente, debe destacar el peso “informal” y “desacomplejado” establecido a través de la diplomacia cultural como mecanismo de potenciación del soft power brasileño. En ello destaca la designación entre 2003 y 2009 del célebre músico brasileño Gilberto Gil como ministro de Cultura del gobierno de Lula, el cual ejemplificó esa estrategia “exótica” de atracción de la imagen internacional de Brasil(7), especialmente en materia de proyectos de cooperación cultural.

Un peso importante en esta estrategia está establecido en torno al Serviço Social de Comercio (SESC)(8), una organización de enorme trayectoria creado en 1946 para el mantenimiento del sector artístico brasileiro y su difusión a nivel internacional, con particular incidencia en la proyección exterior de la cultura brasileña a través de su producción cinematográfica y televisiva (series y telenovelas), de gran popularidad en América Latina, África y Oriente Medio.

4.      Conclusión

El giro multilateral en materia exterior y la sensibilidad hacia la Cooperación Sur-Sur, particularmente visibles durante los gobiernos progresistas de Lula da Silva y de Dilma Rousseff desde 2003, son aspectos que permiten considerar la reconfiguración y actualización de los postulados de la Escuela Geopolítica Brasileña institucionalizada desde la década de 1930, y cuya eventual vigencia no se limita irrestrictamente en materia de seguridad y defensa.

Sin desestimar sus inevitables asimetrías en materia de desarrollo socioeconómico, así como su condición histórica de país periférico, es evidente que el reciente avance emergente de Brasil así como su decidida inserción en un mundo multipolar (BRICS, IBSA, CELAC, G-20), son factores que le permiten reconducir diversos postulados geopolíticos presentes en su estructura estatal, los cuales pueden igualmente servir de referencia para otros países en desarrollo.

Con todo, y a pesar de apostar decididamente por la multipolaridad, Brasil aún adolece de un discurso de mayor convicción sobre su papel en el mundo, así como a la hora de explicar en qué medida sus prioridades estratégicas pueden servir de herramientas para la transformación del sistema internacional.

La reciente reelección de Dilma Rousseff en la presidencia brasileña (octubre de 2014) confirma al mismo tiempo una histórica hegemonía política para el PT pero ahora bajo un contexto de polarización política, tomando en cuenta el estrecho margen de victoria electoral y la eventual configuración de fuerzas opositoras de cara al próximo mandato 2015-2019. Con todo, la reelección de Rousseff confirmaría la voluntad del PT por seguir apostando por la multipolaridad y la Cooperación Sur-Sur en materia exterior.

Estas variables confirmaría la reconfiguración del peso geopolítico de Brasil más allá del área latinoamericana. En este sentido, su cooperación estratégica con China y su interés en el África lusófona, le permiten a Brasilia ampararse en otras dimensiones de carácter geopolítico, sin desestimar su interés en materia de seguridad y defensa, particularmente en su deseo por ingresar en un Consejo de Seguridad de la ONU reformado y ampliado y en asegurar una posición geopolítica clave a través de desarrollar su industria militar y nuclear con fines pacíficos.

 

 

Universidad Normal de Jiangsu (Xuzhou)

Octubre de 2014

 

CITAS BIBLIOGRÁFICAS:

(1) Esta presunción “futurista” sobre las potencialidades de Brasil hace referencia al libro de Stefan Zweig, Brasil, país de futuro (1941), enmarcado en la obra autobiográfica del escritor austríaco de origen judío, titulado “El mundo de ayer. Memorias de un europeo”, obra póstuma posteriormente editada por Bermann-Fischer Verlag AB (Estocolmo, 1942). Más que una obra científica, este texto aduce a las impresiones personales y las reflexiones del autor durante su visita a Brasil en 1936. El presente texto supone una adaptación del artículo original, “Un país de futuro: Reflexiones sobre Brasil y su geopolítica”, publicado en el libro de MANSILLA BLANCO, Roberto, Brasil: una mirada a un país de futuro, Editorial Landoa, Galicia, febrero de 2014. (Nota del autor)

(2) ROETT, Riordan; “Brazil Ascendant: International Relations and Geopolitics in the Late 20th Century”, Journal of International Affairs, Vol. 29, Nº 2, 1975.

(3) Ibid.

(4) AYILLÓN, Bruno, “Contribuciones de Brasil al desarrollo internacional: coaliciones emergentes y cooperación Sur-Sur”, Revista CIDOB d´Afers Internacionals, Nº 97-98, abril 2012. Página 197.

(5) De La FONTAINE, Dana y SEIFERT, Jurek; “The Role of South-South Cooperation in present Brazilian Foreign Policy: Actors, Interests and Functions”.

(6) “Contribuciones de Brasil al desarrollo internacional: coaliciones emergentes y cooperación Sur-Sur”, op.cit, pp. 197-198.

(7) “La quête du statut de grande puissance”, Questions Internationales, Dossier “Brésil: l´autre géant américaine”, Nº 55, maio-xuño de 2012.

(8) El SESC fue creado en tiempos de la “guerra fría” como un mecanismo oficial destinado a potenciar el sector cultural brasileño y distanciarlo de cualquier penetración de carácter “comunista”. Para mayor información, consultar el artículo  de ROHTER, Larry ; “Brazil´s Unique Cultural Group Stays Busy Sharing the Wealth”, International Herald Tribune, 27 de marzo de 2012. Tomado de “La diplomatie culturelle: un outil du soft power brésilien”, encuadrado dentro del artículo “La quête du statut de grande puissance”, Questions Internationales, Dossier “Brésil: l´autre géant américaine”, op.cit.