Asia no existe

Asia parece sucumbir a las querellas territoriales. Amenazada de desmembramiento, el avance económico y social experimentado en las últimas décadas está lejos de traducirse en marcos de integración que avancen significativamente en lo político, sucumbiendo a los apetitos estratégicos que anuncian la rivalidad determinante del siglo XXI. De persistir las actuales tendencias, su indudable protagonismo económico no tendrá su correlato político, amenazando así la estabilidad de su progreso.

Asia parece sucumbir a las querellas territoriales. Amenazada de desmembramiento, el avance económico y social experimentado en las últimas décadas está lejos de traducirse en marcos de integración que avancen significativamente en lo político, sucumbiendo a los apetitos estratégicos que anuncian la rivalidad determinante del siglo XXI. De persistir las actuales tendencias, su indudable protagonismo económico no tendrá su correlato político, amenazando así la estabilidad de su progreso.

India, a un lado; Japón, a otro; y al sur, las tensiones en el Mar de China meridional amenazan la estabilidad de la zona. Sin olvidarnos del problema nuclear coreano. En medio de todos ellos, China y su emergencia, a quien se dirigen todas las miradas. Y ahora, EEUU con su estrategia de regreso al Pacífico privilegiando la exhibición de su poder militar. Todos los presupuestos militares en la zona están al alza, con ambiciosos proyectos de modernización de las fuerzas marítimas y aéreas. Japón podría incluso valerse de este auge de la tensión para enmendar su Constitución pacifista. Washington juega a la neutralidad con el propósito declarado de preservar la libertad de navegación, pero parece evidente que el afán de reforzar sus alianzas militares en la zona no es coherente con su pretendida voluntad de apaciguamiento. La reiteración de maniobras militares con Corea del Sur, Japón, Filipinas o Vietnam está destinada a ejercer presión sobre China quien ha respondido reestructurando sus servicios de vigilancia marítima y asegurando que de ninguna manera renunciará a lo que considera intereses nacionales clave.

La suma de conflictos, que reflejan la competencia por los recursos y por el liderazgo, y la volatilidad de la región suponen un gran reto para China, que hasta ahora ha tratado de combinar los arreglos bilaterales que eluden las cuestiones más espinosas con el fomento de los intercambios económicos, el incremento de las visitas de máximo nivel y la promoción de códigos de conducta que alejen el peligro de la confrontación abierta, que daría al traste con la alardeada bonhomía de su desarrollo. Pero lo es todo menos suficiente. Los temores de algunos países de la región a que su imparable fuerza económica derive en una mayor rigidez en sus exigencias territoriales alimentan la sospecha y la desconfianza, sirviendo en bandeja el argumento perfecto para intensificar la presión a favor de acuerdos duraderos ahora que su poder es menor. La búsqueda de apoyos mutuos forma parte ya de la geografía diplomática de la zona, especialmente por parte de Japón y China, en un mano a mano que no ha hecho más que empezar. A las crisis en la península coreana o en las relaciones con Japón podría suceder un agravamiento de las diferencias con India, Vietnam y, sobre todo, Filipinas. Desmintiendo la hipotética neutralidad, aviones estadounidenses realizan patrullas de vigilancia sobre las islas Spratley en connivencia con las autoridades filipinas. La ASEAN, impotente, permanece a la expectativa.

China y los demás países de Asia debieran conjurar esta ruta que amenaza su prosperidad buscando soluciones propias que faciliten la distensión y la cooperación. De lo contrario, los impulsos militaristas en auge en la zona y las emociones nacionalistas fácilmente espoleables en este tipo de contextos pueden acabar pasando una abultada factura.

Las rivalidades estratégicas entre China, por un lado, y Japón, EEUU e India, por otro, están en el corazón de las disputas. Por el momento no afectan sustancialmente al dinamismo económico en virtud de un pragmatismo cultural capaz de discriminar ambos segmentos. Pero de acentuarse la gravedad de los altibajos podría repercutir de modo significativo en la viabilidad de propuestas de gran alcance como el tratado de libre comercio en Asia oriental, que reúne a Japón, Corea del Sur y China, actualmente en curso de negociación. Las tres economías representan el veinte por ciento del total mundial y el 70 por ciento de Asia y sus vínculos son muy estrechos. Una dinámica de bloques no es descartable.  

En paralelo, China debiera reflexionar sobre la idoneidad de sus reclamaciones territoriales, calificadas por algunos de extravagantes por su amplitud, ampliando su margen de negociación para instrumentar aquella flexibilidad que permita un compromiso duradero y satisfactorio. Las advertencias que señalan los límites de la acción diplomática en este terreno e invitan a considerar la inevitabilidad de un conflicto pueden ganar intensidad en un contexto de desaceleración económica y de agudización de las tensiones sociopolíticas. Las pugnas territoriales, internas y externas, están instaladas en el epicentro de la política china.

La definición de fórmulas de cohabitación inclusiva constituye una tarea apremiante para Asia. Jugar a la retórica de la contención en un marco de rivalidades tan profundas puede derivar en episodios dramáticos. Los problemas más urgentes de Asia conforman una agenda centrada en la seguridad energética y alimentaria, el agua o el medio ambiente. En paralelo, la desnuclearización de la región y la prevención de conflictos con el auxilio de comunidad internacional pueden abrir el camino a soluciones globales y pacíficas. El horizonte alternativo solo puede conducir al desperdicio de una oportunidad histórica, enfangada en las querellas territoriales y los intereses estratégicos de terceros.As