Mientras la reforma económica se estanca y se problematizan unos conflictos sociales cada vez más presentes en el ámbito urbano, China prosigue su abrazo con el nacionalismo y sugiere algunos planteamientos en el orden internacional que pueden dificultar la consolidación del hegemonismo estadounidense. A mayores, el bombardeo “por error” de su Embajada en Belgrado le ha permitido dar la vuelta con aparente éxito al temido aniversario de la revuelta de Tiananmen. Ahora, a diferencia de hace diez años, los estudiantes de las Universidades de la capital lideraban la protesta contra Estados Unidos y sus instrumentos de dominación mundial.
¿Que queda de Tiananmen?
Es verdad que los efectos de lo sucedido en Tiananmen en 1989 permanecen vivos en la sociedad y en la dirigencia china. Puede que en este décimo aniversario no hayan irrumpido con la contundencia deseada o esperada por algunos, pero subsisten largamente y en muchos lugares se ha recordado tan trágica fecha. El gobierno se cuidó de adoptar las medidas “ocasionales” (poner patas arriba la propia Plaza) para no tentar a la suerte, pero aún asi, en un país que tanto ha interiorizado la virtud de honrar a los muertos, cementerios y corazones se han visto poblados de recuerdo en homenaje a las víctimas.
En general, en China es muy grande la significación política de la protesta estudiantil. A la tradicional y elevada consideración social de la educación (la relación maestro-alumno solo es superada en importancia por la paterno filial) hay que sumar la transcendencia política de las movilizaciones estudiantiles. Sucesos clave en la historia contemporánea china han venido marcados por alguna revuelta universitaria. Asi ocurrió el 4 de mayo de 1919, cuando los estudiantes se movilizaron contra la humillación infringida a China por las grandes potencias en la Conferencia de París; o en 1976, cuando millón y medio de personas recordaban en Tiananmen los tres meses del fallecimiento de Zhou Enlai, para luego iniciar la definitiva derrota de la Banda de los Cuatro; o en el invierno de 1986-87, precipitando la caída de Hu Yaobang, el primer elegido de Deng Xiaoping. En 1989, por añadidura, se registró una creciente participación ciudadana y obrera que dió origen al Sindicato Autónomo Unido, agravando así la preocupación de un régimen que fundamenta buena parte de su legitimidad en el apoyo y representatividad de dicha clase social. Tampoco es fruto de la casualidad que fueran los estudiantes el principal referente de la movilización ciudadana contra el bombardeo de la embajada china en Belgrado.
En China, el Partido Comunista ha establecido un peculiar régimen de culto de los estudiantes, a quienes ha ensalzado como una vanguardia progresista de la lucha política. El llamado “espíritu del 4 de Mayo” está en el origen de la revolución de la Nueva Democracia y del propio Partido (1921). En consecuencia, una movilización crítica con sus aduladores constituye algo más que un toque de atención; es una bofetada en toda regla. Para explicar lo sucedido hace diez años, un amigo chino me recordaba la parábola del Maestro Ye y el dragón. El Maestro Ye era un funcionario de la época de la dinastía Han apasionado hasta el delirio por el dragón, una figura mítica milenariamente asociada a la demostración de poder. Tal era su devoción, cuenta la leyenda, que en su casa todo imitaba este motivo, desde las pinturas a las tapicerías, sillas, porcelanas, etc. Pero un travieso mandarín le jugó una mala pasada. Un día simuló la aparición de un dragón con tal nivel de fiereza y verosimilitud que, al verlo, el Maestro Ye quedó horrorizado. El susto fue tan impresionante que nunca más quiso saber de dragones. Mutatis mutandis, en Tiananmen, hace diez años, los estudiantes eran el dragón y el Partido, el maestro Ye …
¿Que reivindicaban los estudiantes? La movilización nació como una expresión de tributo a la memoria de Hu Yaobang, principal inspirador de la reforma urbana iniciada en 1984 y condenado al ostracismo por el Partido tres años después. Muchos admiraban la integridad de Hu, un hombre pequeño -medía 1,58 cm- “que incluso detentando el más alto cargo del Partido no llegó a crecer un solo centímetro”, algo, ciertamente poco frecuente entre los dirigentes. Mientras Hu vivió siempre en una casa modesta, Li Peng, por ejemplo, residía en el “Pabellón de las Luces Violetas”, en Zhonanghai, el Kremlin chino. La protesta estudiantil, al menos inicialmente, iba dirigida contra el parasitismo burocrático, el deterioro de la educación, el mal funcionamiento general del sistema, pero sobre todo, contra la corrupción, los privilegios y la doble moral. No fue, que nadie se engañe, una exhibición de abierta oposición al régimen y de reivindicación de una democracia de corte occidental; más bien se trataba de una demanda pacífica, sentida y contundente de profundización y regeneración democrática.
Desde el exterior, dos han sido las principales interpretaciones de lo sucedido. Según la más extendida, Zhao Ziyang, líder del grupo liberal reformista y partidario del diálogo con los estudiantes, debió ceder ante la presión de Li Peng y el bloque conservador-militar. La represión obedecería a una estrategia calculada, a un plan premeditado, cuya finalidad no podía ser otra que acabar con la insurrección sin regatear el precio. Según otra, Zhao Ziyang no sería tan santo y con la inestimable ayuda de su secretario particular, Bao Tong, habría intentado manipular en beneficio propio la protesta estudiantil, con el objetivo de reavivar una carrera política cada vez más opacada por una gestión económica farragosa. La matanza se habría producido como consecuencia del desconcierto, el caos, y la estupefacción de unos dirigentes que nunca habrían imaginado la resistencia estudiantil. En suma, que el “puñado de conspiradores” se encontraba en las sedes gubernamentales y no entre los huelguistas que ocupaban la Plaza. Pero las principales víctimas de la tragedia fueron los estudiantes.
Está fuera de dudas, en cualquier caso, que el Partido, al igual que la sociedad, se encontraba profundamente dividido ante la tesitura de como resolver la crisis y Deng Xiaoping debió imponer un severo cierre de filas, seguido del inevitable reajuste en la cúspide del poder. Los cambios no comportaron, como al principio se temía, modificación alguna del rumbo iniciado en 1978. Sorprendentemente, el impacto de las movilizaciones resultó practicamente nulo en las zonas más desarrolladas del país, los llamados “oasis capitalistas”, en los que, en teoría, un mayor nivel de riqueza y de libertad económica debería servir de acicate y fundamento para exigir con notable empeño la que Wei Jinsheng llamó la quinta modernización (democracia política).
¿Nada se ha movido desde entonces? En apariencia, el gobierno chino se mantiene inflexible en cuanto a la tipificación “contrarevolucionaria” de aquel movimiento. La reciente modificación constitucional ha suprimido ya esa clase de delitos. Pero además, en los últimos años, paulatina y silenciosamente, se ha intentado cerrar la herida recurriendo a diferentes y puntuales medidas: exilios selectivos, pensiones para las madres de los fallecidos, diplomas de licenciatura para los estudiantes represaliados y a quienes no se les permitió examinarse… Casi todo, menos la autocrítica que la sociedad aún espera con tanta paciencia como resolución y que cuenta con partidarios en importantes sectores del régimen. Pero probablemente no se producirá en tanto Li Peng permanezca en la jerarquía oficial del Partido o el Estado y quizás tampoco en vida del defenestrado Zhao Ziyang.
Cierto que en Zhonnanghai han tirado conclusiones de lo sucedido pero los problemas de fondo subsisten. En efecto, se crearon cuerpos especiales de policía para no tener que recurrir a los tanques a la hora de reprimir protestas; se mejoró el control macroeconómico de la reforma; se niveló la inflacción; se puso fin a la gratuidad plena de la enseñanza universitaria para inducir en los estudiantes un mayor compromiso, dicen, con el estudio; se incentivó la educación política patriótica, etc. Pero la corrupción es un magma muy dificil de erradicar en un país en el que para todo hace falta un padrino. Algunas propuestas impulsadas para atajarla no han producido los resultados deseados.
En cualquier caso, lo más grave y significativamente aún pendiente, es la ostensible incapacidad del sistema para resolver las diferencias y conflictos sociales por cauces de diálogo, propiciando asi que toda discrepancia pueda culminar en una expresión antisistémica. Aún sin abandonar los cuatro principios irrenunciables establecidos por Deng Xiaoping, ni adoptar el modelo político occidental, China dispone de margen suficiente para profundizar en la democracia, para ganar en transparencia, para avanzar en la independencia judicial y en el reconocimiento efectivo de más libertades. El control democrático de la reforma debe surgir de la asunción del elemental principio de igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, de la supresión de esa vergonzosa discriminación que diferencia entre miembros y no miembros del Partido. Algo tan simple y razonable pedían los estudiantes en Tiananmen y aún hoy constituye la piedra de toque para un cambio que pudieramos definir como autenticamente revolucionario en China.
El mundo, según los chinos
Las autoridades chinas están convencidas de que el bombardeo de su embajada en Belgrado no fue un error sino que forma parte de una estrategia mucho más amplia que pretende dificultar su creciente desarrollo y modernización, asi como limitar su capacidad de influencia política en el ámbito internacional. Tang Jiaxuan, ministro de asuntos exteriores, rechazó una por una las explicaciones de Thomas R. Pickering, enviado especial del Presidente Clinton, quien visitó Beijing el pasado 16 de Junio para presentar las disculpas protocolarias en nombre del gobierno estadounidense. Según fuentes chinas, habida cuenta de que los ejércitos de la OTAN están equipados con una amplia gama de equipos avanzados de reconocimiento, no es creíble que se haya confundido el edificio de su embajada con el cuartel general de aprovisionamiento y logística del Ejército yugoslavo. Cuando de paso se insinúa que alguno de los fallecidos era espía, naturalmente las disculpas se convierten en nuevas ofensas.
Descartado el error, la lectura e interpretación de Beijing se orienta a equiparar el bombardeo con una acción premeditada destinada a calcular el nivel e intensidad de la reacción china, a explorar su actitud e incluso a penalizar su posicionamiento crítico con la intervención militar aliada en los Balcanes. Belgrado sería entonces el lugar elegido para enviar un mensaje a China que observa preocupada el deterioro general de sus relaciones con Estados Unidos, privilegiadas hasta hace bien poco. Desde Beijing se observa con preocupación el éxito de la estrategia del lobby antichino, con fuerte ascendencia en Estados Unidos y que pretende hacer del viejo Imperio del Centro el nuevo y más serio rival de Washington en el nuevo milenio. Según se recogía en el “Diario del Pueblo” del 27 de Mayo, la guerra en los Balcanes representa el inicio de una estrategia en la que Estados Unidos persigue afianzar su absoluto dominio mundial, sin considerar la Carta de las Naciones Unidas ni las leyes y convenciones internacionales.
Con altibajos y retrocesos, las relaciones entre Estados Unidos y China se han venido afianzando en los últimos años, si bien sin poder evitar una progresiva incapacidad para establecer un modelo normalizado basado en la confianza mutua. Diálogo y reproches han sido la constante. A las tradicionales diferencias (desequilibrio comercial, derechos humanos, o transferencias de tecnología) se han ido sumando otros capítulos menos coyunturales que afectan a pilares básicos de la política china en los cuales resulta difícil adivinar algún acomodo ambiguo. El asunto de Taiwán, lejos de enfriarse, presenta cada día nuevas facetas que advierten de su enorme potencial desestabilizador. Washington dice una cosa y hace otra. Mientras afirma “comprender” la posición china a favor de la reunificación, contribuye decididamente al fortalecimiento de la capacidad militar de Taipei, y se involucra cada día más en una estrategia militarista que provoca serias úlceras en la dignidad nacional china. El último episodio, que contempla la inclusión de Taiwán en el sistema de defensa antimisiles acordado con Japón, ha colmado la irritación de Beijing.
Además, el freno a la entrada en la Organización Mundial del Comercio (OMC) cuando los principales escollos de naturaleza económica se habían salvado, acentúa la interpretación china de que Washington ha iniciado un nuevo rumbo político en sus relaciones con el gigante asiático. Por último, el llamado “informe Cox” que acusa directamente a China de haber obtenido ilegalmente mil y un recursos que le han permitido modernizar su tecnología militar y otros logros científicos, o las acusaciones de haber influido en el Partido Demócrata mediante generosos donativos para su campaña electoral, constituyen otras muestras de ese escenario general de deterioro, en ritmo ascendente desde la “exitosa” visita de Clinton a China, en 1998.
En suma, que gana terreno en ambos lados la tesis de la contención y la confrontación. Amén de episodios más o menos “coyunturales y menores”(leáse la lista de los estados premiados con el atributo de terroristas), China parece reunir las características más idóneas para sustituir a la extinta URSS en la “clarificación” de la actual complejidad: es lo suficientemente grande en términos de territorio y población; dispone de una economía en constante y progresivo crecimiento, hasta el punto de proyectarse como una potencia de primera magnitud en el próximo siglo; es un país diferente, en términos de cultura, política y religión y que, por lo tanto, no forma parte de “los nuestros”. Para confirmar su liderazgo en el mundo, Estados Unidos necesita un adversario que le dé razones y argumentos para seguir fortaleciendo su capacidad militar. El afianzamiento de esta linea de tensión en el contexto global y las políticas puntuales en Europa (con la ampliación de la OTAN al Este), en Asia (reforzamiento de la alianza militar con Japón) o en Africa (progresivo intervencionismo) vendrían a confirmar el proyecto estratégico estadounidense de hegemonizar el dominio mundial, sin más predisposición al diálogo y la cooperación que el graciosamente consentido y sin dar pie a la revisión de esa posición dominante.
Pero para Beijing, el resultado del actual proceso de transición en ningún modo puede concluir con la consolidación de un mundo unipolar. Bien es verdad que Estados Unidos es hoy la única superpotencia. En términos de potencia militar, Rusia, sin embargo, aún tiene algo que decir. En lo económico, Estados Unidos, Japón y la Unión Europea son los tres gigantes, y el este de Asia, excluyendo a Japón, podría representar muy pronto el cuarto polo. En lo político existen cinco grandes referentes: Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, Japón y China. Si en los años cincuenta, Estados Unidos representaba más del 50% del PIB mundial, ahora no alcanza el 30% y en veinte años podrá reducirse al 10-15%, hasta equipararse con la Unión Europea, China y Japón. Por ello, los intentos de eliminar rivales ya sea propiciando guerras en Europa (para, entre otras cosas, hundir el euro, afirman) o fomentando la inestabilidad en Asia no se completarán fácilmente.
¿Puede China ser rival? ¿En quien apoyarse? En su fase actual de desarrollo, a Beijing le interesa especialmente limar asperezas con el mundo y no suscitar inquietudes gratuitas. En su visita de mayo último a Washington., Zhu Rongji, el primer ministro chino, reiteraba que “China no es un rival potencial ni un enemigo sino un amigo en quien se puede confiar”. Sin embargo, por imperativos internos (fundamentalmente, la metamorfosis nacionalista) y externos, dificilmente podrá eludir la estrategia de Estados Unidos. En cualquier caso, conviene tener presente que a pesar del elevado nivel de desarrollo experimentado en los últimos años, aún le queda por delante un difícil porvenir y muchos conflictos, desequilibrios y desigualdades que superar. China aún es un país en vías de desarrollo.
Las servidumbres de la política europea y nipona, y la fragilidad de Rusia facilitan también la estrategia estadounidense. A pesar de ello, China no renuncia a su empeño de construir una asociación estratégica con Moscú. Hasta el momento, su apuesta se ha visto favorecida en escasas materias, especialmente en lo económico, que no se corresponde con el volumen de sus respectivas economías. A pesar de haber crecido, el intercambio comercial no alcanzó los 6.000 millones de dólares en 1998, e incluso bajó en un 10,5% en relación al ejercicio anterior (sobre todo debido al impacto de la crisis financiera asiática).
Por todo ello, es previsible que una atmósfera díficil se instale en las relaciones entre ambos países en los años venideros. Los inconvenientes externos pueden verse compensados con una nueva ola de patriotismo que opaque las tensiones generadas en el ámbito interno por la profundización de la reforma en un sector clave (las empresas estatales) y sus amplias consecuencias sociales. Tiananmen volvería a ser asi el escenario propicio para el reencuentro del régimen con una masa social, desencantada y disconforme en muchos aspectos pero globalmente ilusionada por la recuperación de la dignidad perdida hace más de un siglo.