Como analista, doctorado en ciencia política, rara vez tengo que contestar la pregunta tan inocente y tan profunda que hace poco me hizo mi abuela: ¿qué es la ciencia política? Mi respuesta: es una táctica de investigación que intenta aplicar el método científico para estudiar, entender y, en última instancia, predecir el futuro del mundo político. Mientras respeto el marco científico y comparativo, siempre he reconocido que la ciencia política es más política que científica. Es así por una parte porque en cualquier estudio hay un sinfín de decisiones subjetivas (es decir, no científicas) que influyen en el resultado. Por la otra, es porque cuando se estudian los sistemas políticos, muchas veces no hay variables de control. No hay una España A y una España B.
Como analista, doctorado en ciencia política, rara vez tengo que contestar la pregunta tan inocente y tan profunda que hace poco me hizo mi abuela: ¿qué es la ciencia política? Mi respuesta: es una táctica de investigación que intenta aplicar el método científico para estudiar, entender y, en última instancia, predecir el futuro del mundo político. Mientras respeto el marco científico y comparativo, siempre he reconocido que la ciencia política es más política que científica. Es así por una parte porque en cualquier estudio hay un sinfín de decisiones subjetivas (es decir, no científicas) que influyen en el resultado. Por la otra, es porque cuando se estudian los sistemas políticos, muchas veces no hay variables de control. No hay una España A y una España B.
Para estudiar cualquier país, evento, etc. (la variable dependiente) de manera científica, necesitamos definir y medir bien las variables independientes. Operacionalizamos las independientes para entender científicamente cómo la manipulación de ellas afecta la dependiente. Pero cuando queremos comparar países, hay que asegurar la comparabilidad de todas las variables. En el estudio de la política interna de los países federales (o casi), podemos aplicar esta táctica para comparar más fácilmente las subdivisiones, como es el caso de los Estados Unidos o de las autonomías españolas. Pero otro obstáculo para cualquier investigador/a de las ciencias sociales es que los seres humanos no somos racionales, tanto los líderes como los votantes.
Basta ver el panorama de presidentes y primeros ministros actuales (y sus constituyentes) de varios estados ante el coronavirus. Como politólogo, me emociona porque hay mucha política por estudiar. Como ser humano (medio) racional, me temo por el futuro de la democracia liberal. Gracias a un medio “de investigación” bastante informal, el Facebook, desde que se estallara la crisis del coronavirus, he podido comparar científicamente dos casos lamentablemente destacados, Estados Unidos y España.
El presidente Trump tomó posesión de su cargo a principios de 2017 sin la menor experiencia política. Es un populista que sueña con ser hombre fuerte quien pasa por alto las normas tradiciones y las instituciones democráticas. Pero el fenómeno trumpista no es el problema en sí sino un síntoma de algo más nefasto. Trump, el antipolítico, es producto de la debilidad del sistema bipartidista, de la ambigüedad institucional y de un electorado harto del establishment. Y, ante la crisis del coronavirus, Trump exacerba todas esas vulnerabilidades.
En España, la llegada al poder del socialista Pedro Sánchez como presidente del gobierno actual, a pesar de su relativa juventud, representa la culminación de una larga carrera política por su parte; el hundimiento del presidente anterior y su partido, el PP; y la debilidad del sistema partidario español. Desde la crisis anterior, la económica, se ha roto el sistema mayoritariamente bipartidista entre el PSOE y el PP. Que Sánchez sea el presidente actual se debe menos a sus ganas a serlo y más a la inhabilidad de los demás partidos a organizarse en su contra. No es un hombre fuerte sino el líder del partido menos débil entre de un creciente número de partidos débiles, y el socio principal de una coalición incómoda con Podemos, que también es fruto de un electorado democráticamente harto de su establishment.
Aparte de la frustración abierta de ambas sociedades, ya antes del coronavirus, ¿cómo podemos comparar los sistemas políticos de ambos países en cuanto a la gestión de sus respectivas respuestas al contagio? ¿Qué nos dice la ciencia (política) de esos dos electorados? Tristemente, observando los datos de la gente afectada, ni Sánchez ni Trump ha administrado bien la reacción gubernamental.
El 25 de febrero el portavoz de Unidas Podemos en el Congreso, Pablo Echenique, tuiteó una censura del alarmismo de la extrema derecha y de periodistas con mascarilla por “una gripe menos agresiva que la de todos los años.” Poco después, mientras España ya contaba con más de 400 casos del coronavirus, el gobierno pidió la participación en las manifestaciones del 8-M. Ahora el debate se centra en los fallos por parte del gobierno nacional en conseguir respiradores para Castilla-La Mancha y para Navarra. Y por todo eso y más, la derecha pide la dimisión inmediata del socialista.
¿Y Trump? Se ha hecho más populista y más autoritario. Gracias a la crisis actual, goza de la mayor tasa de aprobación en sus 39 meses de su presidencia (un 49%). Y eso es a pesar de su silencio del 31 de diciembre, cuando él mismo supo del tema, hasta el 22 de enero cuando dijo que tenía el virus totalmente bajo control. El 30 de enero, anunció un bloqueo total de viajeros procedentes de China y más tarde por la noche se celebró un mitin político. El 24 de febrero la bolsa desplomó y Trump tuiteó que el país estaba “muy preparado.” El 17 de marzo, sostiene que siempre sabía que era una pandemia, incluso “mucho antes de que se llamara una pandemia.” Ahora en abril Trump niega equipamiento a los estados cuyos gobernadores (demócratas) impusieron cuarentenas en sus respectivos estados el mes pasado mientras el presidente negaba tajantemente el peligro, celebraba más mítines y jugaba al golf.
Es momento para que reconozca los límites de la ciencia social mientras os propongo las siguientes reflexiones: no hay un EEUU-A y un EEUU-B, pero Sánchez y Trump han hecho casi exactamente lo mismo en sus respuestas al coronavirus. De hecho, Trump ha seguido los pasos de Sánchez y hasta semanas después de cada uno, en momentos críticos. Pero desde febrero veo a través de “mis amigos” conservadores en el Facebook dos reacciones sumamente diferentes. En España, se pide las cabezas de Sánchez y del “Coletas” desde hace semanas por haber mentido sobre el riesgo del virus. En EEUU, sin embargo, los trumpistas son los que más han minimizado el contagio. Es imposible saber si todos los anti-Sánchez/Iglesias serían votantes de Trump si fueran estadounidenses, pero se ve por las redes sociales que no son fans de Bernie Sanders. Y dudo que los que voten a Trump en noviembre serían partidarios del gobierno español actual, sólo por ser socialista (por lo menos en nombre). ¿Conclusión de esta comparación científica con variables independientes constantes? La política es más importante que la ciencia para algunos. Si desapruebas la gestión de parte de Sánchez, tienes que desaprobársela a Trump, quien actuó después. Si apruebas la labor de Trump, habrá que aprobar la de Sánchez, cuyos pasos Trump ha seguido. O hay sectores de la sociedad civil dentro de ambos estados que valoran más su ideología que la vida de sus compatriotas, porque se puede desaprobar el trabajo de ambos.