La asfixia de Hong Kong

A seis años de la retrocesión de Hong Kong a la China Popular, las turbulencias parecen regresar a la vida política de esta región administrativa especial que desde el 1 de julio de 1997 disfruta de un amplio autogobierno, infinitamente mayor que el otorgado por Pekín a las regiones autónomas de las minorías nacionales existentes en la parte continental. Miles de ciudadanos se han manifestado estos días en contra del intento de desarrollar legislativamente el artículo 23 de la Ley Básica de Hong Kong que contempla la posibilidad de dictar normas para “prohibir cualquier acto de traición, secesión, sedición o subversión contra el Gobierno Popular central”, el robo de secretos estatales o el establecimiento de vínculos con organizaciones o grupos políticos del exterior. La principal paradoja de la iniciativa radica en el hecho de que sea la propia autonomía quien, al parecer de motu propio, instiga una reforma que acabaría con el clima de tolerancia política de la región, clima que otorga una singularidad especial a Hong Kong y que, de ser suprimido, abriría el camino a la homologación con el continente, entrando aceleradamente en la fase terminal de una coexistencia que había nacido, en palabras de Deng Xiaoping, para durar, al menos, cincuenta años.

¿Tiene problemas Pekín en Hong Kong lo suficientemente graves como para arriesgarse a dar este paso? El miedo a la inestabilidad y a la pérdida del control del proceso de reforma constituye un eje esencial de la lógica política de los dirigentes de Zhonnanghai. La crisis, aún latente, de la neumonía atípica evidenció la imposibilidad de sostener una política de control informativo global que encuentra en Hong Kong mecanismos de alivio que escapan al dictado administrativo y cuestionan por lo tanto no solo la autonomía real de los dirigentes locales sino también la veracidad de la información procedente de Pekín, internacionalmente carente de crédito. El clima de transparencia existente en Hong Kong ha favorecido al conjunto de la opinión pública internacional y obligado a las autoridades continentales a ofrecer más información de la que, probablemente, estarían dispuestas a ofrecer de buen grado. Ese “daño” no ha sido menor y las autoridades se disponen a aprender la lección y enmendar las fugas metiendo en cintura a quienes sueñan con poner contra las cuerdas al inmenso gigante chino desde el otro lado del sistema.

De aprobarse, la Ley de Seguridad Nacional contempla, entre otros, la posibilidad de condicionar el ejercicio de las libertades de palabra, de culto (Falun Gong) y otras, acomodándolas a las restricciones derivadas de los imperativos de la estabilidad. Se trata de variables sistémicas esenciales que dan cuenta en buena medida del nivel de salud de la autonomía real de la región, hasta ahora, a pesar de los seis años de autonomía en China, con fortaleza suficiente para resistir los disgustos de Pekín cada 4 de Junio, cuando se recuerda el “incidente” de Tiananmen.

¿Cómo puede afectar esa obsesión por la seguridad al desarrollo de la economía hongkonesa? Tung Chee-Hwa, jefe ejecutivo de Hong Kong, aseguraba en su balance conmemorativo de la efeméride que no va a deshonrar su misión y que la autonomía prevalecerá bajo cualquier circunstancia. Los hongkoneses, enfatizaba, han sabido superar pruebas muy duras como la crisis financiera asiática o la neumonía atípica, y sabrán salir adelante. Wen Jiabao, el primer ministro chino, presente en el acto, asentía con la cabeza, al tiempo que negaba cualquier voluntad de socavar el principio de “un país, dos sistemas”. Y en vísperas del aniversario, ambos firmaban un tratado de libre comercio llamado a facilitar el intercambio comercial, dinamizando las decaídas exportaciones de Hong Kong.

La actual deriva autoritaria puede poner fin a las “ventajas particulares” de Hong Kong en lo político, pero no en lo económico, asegura Zhou Bajun, investigador del Grupo Guangda, debido a sus ventajosas posiciones en materia de infraestructura, la claridad del sistema tributario, del régimen monetario o financiero, elementos que revelan un perfecto acoplamiento con la economía mundial. Shao Shanbo, director del Centro de Estudios de Hong Kong, añade a esos atributos el valor cualitativo del sistema judicial, justo y transparente.

Pero de aprobarse la nueva legislación, la desconfianza podría hacer quebrar todas las expectativas. Hong Kong nunca dejará de ser una importante referencia para el desarrollo regional, especialmente en el sur de China, pero está por ver que la obsesión por el control político no derive en una asfixia que, progresivamente le haga perder esa condición de centro financiero y comercial de proyección internacional que actualmente simboliza. La preservación de la autonomía parece una cuestión vital pero difícil de asentar en la práctica por la escasa tradición descentralizadora de la administración china.

Era sabido que Pekín consentiría el capitalismo pero no un sistema democrático de corte occidental. Aún así, debiera mimar ese delicado pero imprescindible equilibrio entre la severidad de quien no desea dar la sensación de debilidad y flaqueza ante el exterior, y la flexibilidad necesaria para evitar las escaramuzas y resolver con generosidad los disensos. El pragmatismo, ese valor tan acreditado en la actual dirigencia china, debiera inducirles a adoptar posiciones más positivas si aspiran a enviar señales de cierto atractivo a Taiwán. Cuanto ocurre en la antigua colonia británica impacta al otro lado del Estrecho.

Y es que desde Taipei, al tiempo que se envía a los hongkoneses un interesado mensaje de solidaridad, se acusa ya a China de violar el acuerdo de retrocesión. Las dificultades de Hong Kong para hacer valer su autonomía y sostener la singularidad de su sistema político entrañan para la sociedad taiwanesa un valor pedagógico inocultable: ¿se puede confiar en la palabra de Pekín? No, dice su presidente Chen Shuibian, quien ha vuelto a la carga en las últimas semanas con la idea de ensayar un referéndum en la isla, primero sobre el futuro de la cuarta planta nuclear o el ingreso en la Organización Mundial de la Salud, pero dejando la puerta entreabierta a una consulta sobre la reunificación con China o la independencia.