La política de seducción que el presidente chino, Hu Jintao, ha puesto en marcha para encarar el problema de Taiwán, no encuentra su alter ego en Chen Shui-bian, el presidente de la isla, que se resiste a entrar en el juego. El mejor ejemplo lo constituye el incierto destino de los dos pandas regalados a Taiwán durante la histórica visita de una delegación del Kuomintang (KMT) que en mayo del pasado año se desplazó a la isla para confirmar las posibilidades de cooperación conjunta. Chen lo tiene claro, antes que las expresiones de buena voluntad, debe importar el bienestar de los pandas, dice, y donde mejor pueden estar es en su medio natural, o sea, en el continente. En China, los noticiarios de todas las televisiones, día tras día, abundan en la insensible doblez del desplante de Chen.
El episodio de los pandas refleja la incómoda posición en que se halla actualmente Chen, jugando a la defensiva y a la baja. Sus intentos de presentar una China hostil resultan cada vez menos creíbles. Ello incluso a pesar de la ley antisecesión aprobada por el Parlamento chino en marzo del pasado año y que normativizaba el recurso al uso de la fuerza en caso de proclamación formal de la independencia. El pasado 18 de marzo, al cumplirse un año de dicha aprobación, apenas unas decenas de miles de personas se manifestaban en Taipei para protestar contra las amenazas de Beijing, mientras otras cien mil apoyaban la convocatoria de la oposición en contra de las intenciones del gobierno de adquirir nuevo armamento y exigiendo más atención a los problemas reales de los ciudadanos.
Pocos meses después de acceder a la jefatura del Estado, en marzo de 2003, Hu Jintao, decidió reformar la composición del grupo del partido encargado de los asuntos de Taiwán, estableciendo una mayoría de partidarios del rechazo al empleo de la fuerza militar. Los ejes principales de la nueva política serían los siguientes: reducir la influencia y la capacidad de intervención de EEUU; desarrollar los intercambios, sobre todo económicos, entre Taiwán y el continente, esquivando a las autoridades políticas; por último, reforzar la capacidad de las fuerzas armadas dando prioridad a aquellos vectores que puedan ser transcendentales en un hipotético enfrentamiento con Taiwán.
Desde entonces, en aplicación de la nueva política (diplomacia, seducción, fuerza), muchas han sido las iniciativas de Beijing: apertura del continente para los productos agrícolas de la isla, mayores facilidades para que los taiwaneses que trabajan en China puedan ir y volver de la isla, reducción de los gastos de estudio de los taiwaneses que estudian en las universidades chinas, acuerdo fiscal para evitar la doble imposición, etc. La propuesta más ambiciosa es el llamado Plan Haixi, anunciado por el primer ministro, Wen Jiabao, según el cual se podría establecer un distrito experimental de cooperación en la margen occidental del estrecho de Taiwán, una propuesta rechazada por Taipei con el argumento de no desear convertirse en un segundo Hong Kong. El próximo 14 y 15 de abril se celebrará el primer foro sobre asuntos económicos y comerciales entre el Partido Comunista de China (PCCh) y el KMT. A el se prevé que asista Lien Chan, presidente honorario de esta última formación.
Chen es consciente de que China quiere evitar tener que conquistar la isla por la fuerza y su apuesta es la simple absorción. La única forma de impedirla consiste en mantener viva la idea de la confrontación y cosechar buenas alianzas, dentro y fuera. De ahí la reciente congelación del Consejo de Unificación Nacional, o la preparación de nuevos ejercicios militares en el norte de Taiwán. No lo tendrá fácil, a buen seguro, con una oposición mayoritariamente inclinada al diálogo con Beijing, aunque ordene la retirada de los cuarteles de las estatuas de Chiang Kai-shek, el padre de la patria, como ha hecho recientemente a modo de provocación hacia el KMT. En relación al exterior, tampoco lo tiene muy fácil. Ma Ying-jeou, alcalde de Taipei y presidente del KMT acaba de regresar de EEUU donde ha explicado su apuesta por el entendimiento con el PCCh. En unas semanas, también Hu Jintao visitará EEUU. La acción diplomática china se extiende a Paraguay, a Guinea Bissau, y, por supuesto, al Vaticano. Los rumores de un inminente reconocimiento por parte de este último son cada vez más insistentes. Solo Tokio parece expresar cierto aprecio a Chen y ello explica, en buena medida, su actual desencuentro con Beijing.
Mientras, la percepción de que Chen no ha sabido comprender ni adaptarse al cambio de ritmo impulsado por Hu en China, está conduciendo a cierta confusión (y a deserciones) en sus propias filas. Y entre la ciudadanía cuaja la percepción de que un mínimo entendimiento con Beijing es no solo imprescindible sino también deseable. Con la ayuda de la oposición, los desencuentros buscados por Chen se asemejan cada vez más a vías de escape que eluden la exigencia de mejoras de una población que quiere pensar más en el bienestar y menos en la no deseada guerra con el vecino de enfrente. El caso es que su bienestar, con o sin pandas en Taipei, ya depende, y cada día lo hará más, del estado de las relaciones con el continente. Chen puede evitar que los pandas lleguen a la isla, pero no le será tan fácil que las economías y las sociedades de ambos lados mantengan las distancias de seguridad que exige su política.