La globalización multicultural

El entretejido de creencias y convicciones raigales de una sociedad constituye su basamento cultural. El que éste tenga un impacto profundo sobre la economía pareciera algo evidente. Un buen ejemplo de ello vino dado cuando a partir del siglo XVI Europa se dividió en dos esferas religiosas: una protestante y otra católica. Es un tema que Max Weber desarrolló magistralmente al identificar los elementos culturales de la llamada ética protestante y su impacto sobre la economía. Ya en el siglo XX autores como Gunnar Myrdal y Oscar Lewis, seguidos luego por Samuel Huntington, Lawrence Harrison o Alain Peyrefitte, seguirían enfatizando la importancia fundamental de los aspectos valorativos de una sociedad sobre cualquier proposición económica.

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El entretejido de creencias y convicciones raigales de una sociedad constituye su basamento cultural. El que éste tenga un impacto profundo sobre la economía pareciera algo evidente. Un buen ejemplo de ello vino dado cuando a partir del siglo XVI Europa se dividió en dos esferas religiosas: una protestante y otra católica. Es un tema que Max Weber desarrolló magistralmente al identificar los elementos culturales de la llamada ética protestante y su impacto sobre la economía. Ya en el siglo XX autores como Gunnar Myrdal y Oscar Lewis, seguidos luego por Samuel Huntington, Lawrence Harrison o Alain Peyrefitte, seguirían enfatizando la importancia fundamental de los aspectos valorativos de una sociedad sobre cualquier proposición económica.

Desde la óptica psicológica Geert Hofstede analizaría también las diferencias culturales entre las distintas sociedades. Aunque su énfasis no iba dirigido hacia el impacto que ello tenía sobre la economía en general, sí buscaba guiar a las corporaciones multinacionales en su aproximación a los diversos países del mundo. Entre sus aportes se encontraron la escala “individualismo-colectivismo” que colocaba en un extremo a Estados Unidos y en el otro a Guatemala o el “Índice de Distancia frente al Poder” que valoraba la deferencia frente a la autoridad en las distintas culturas.

En definitiva, lo significativo del tema es que las propuestas económicas no actúan sobre un contexto neutro sino en medio de una interacción altamente dinámica con realidades culturales específicas. La postulación de leyes económicas de aplicación universal o la creencia de que todos los seres humanos reaccionan de la misma manera ante los estímulos económicos resultan por tanto falacias mayores. No obstante, la globalización de corte anglosajón que se impuso por el mundo a partir de los lustros finales del siglo pasado buscaba precisamente homogeneizar al planeta alrededor de unos mismos supuestos económicos.

Lo anterior representó, sin duda, un intento de transculturización superlativo. A fin de cuenta la propuesta neoliberal planteada no sólo respondía a parámetros culturales anglosajones sino a trazos valorativos propios de la sociedad norteamericana. Una amalgama de ética calvinista y darwinismo social iba implícita en una concepción de la economía que pretendía plantearse como universal. El celo ideológico con el que estos parámetros intentaron ser aplicados a sociedades tan diversas como las de América Latina, la antigua esfera soviética o Asia del Este, por un organismo supuestamente multinacional como el FMI, generó caos por doquier.

La reacción generalizada frente a este ensayo de homogeneización económica planetaria y el emerger económico de dos estados-civilizaciones como China e India, dieron al traste con la era neoliberal. Si bien la globalización sigue su marcha indetenible, sustentada en las revoluciones de la información, las telecomunicaciones y el transporte, el contenido hegemónico que pretendió darse a ésta cayó de su pedestal. Ningún modelo puede hoy aspirar al monopolio de la razón o de la modernidad. La actual es una globalización sustentada en la multiculturalidad y en el respeto a la diversidad.