La Presidencia de Chen Shui-bian

El candidato del Partido Democrático Progresista (PDP), Chen Shui-bian, ganó las segundas elecciones presidenciales directas celebradas en Taiwán el pasado 18 de marzo de 2000. Su triunfo fue interpretado como el inicio de un nuevo ciclo político en la isla, poniendo fin a 55 años de ininterrumpido mandato del Kuomintang (KMT). El abandono del poder por parte del Partido Nacionalista simboliza el fin de la transición taiwanesa.

Chen, de 49 años, abogado, nacido en Taiwán, hijo de una familia humilde, tenía tras de sí una trayectoria de compromiso con la oposición al KMT. En 1979 defendió a los principales líderes de las manifestaciones estudiantiles de Kaoshiung y en 1986 fue encarcelado durante ocho meses por publicar un artículo en una revista prohibida. Su implicación en la gestión política activa se inició en el ámbito municipal (como concejal en el Ayuntamiento de Taipei) y después como diputado en el Yuan Legislativo desde 1989. En 1994 accedió a la Alcaldía de Taipei, aprovechando la división del KMT, que perdería en 1998 al recuperar los nacionalistas su unidad interna.

Como en aquellas elecciones municipales de 1994, en las presidenciales del 2000, la victoria de Chen Shui-bian se fraguó como algo verosímil ante la división del KMT. Lien Chan, candidato oficial, obtuvo el 23,1 por ciento de los votos, y James Soong, candidato independiente salido de las filas del KMT, el 36,8 por ciento, sumando en conjunto el 59,9 por ciento. Chen Shui-bian obtuvo el 39,3 por ciento, tan solo tres puntos más que James Soong, y muy alejado del 54 por ciento obtenido por Lee Teng-hui en las elecciones de 1996. En el sistema electoral taiwanés no hay segunda vuelta.

Las consecuencias

La elección del candidato del PDP constituye sin duda una prueba de madurez para la política taiwanesa. En primer lugar, su exigüo respaldo y el control del Yuan Legislativo por los partidos de oposición pueden limitar considerablemente la capacidad de actuación del nuevo Presidente. Confirmando ese pronóstico, en general, los intentos de llevar adelante su programa en determinados ámbitos (bienestar social, política medioambiental o relaciones con el continente) se han saldado con serias crisis políticas, debilitando su margen de maniobra. El giro hacia el consenso tampoco ha cuajado. Por el momento, Chen Shui-bian se niega a admitir la posibilidad de un gobierno de coalición que daría al traste con la ilusión de una alternancia real.

En segundo lugar, el mapa partidario se encuentra en vías de transformación. A la crisis del KMT, aparentemente saldada con la dimisión de su Presidente, Lee Teng-hui, que ha sido sustituído por el candidato derrotado Lien Chan, hay que sumar la transformación del movimiento de James Soong en el Partido Pueblo Primero (PPP) que ha provocado a su vez la practica desaparición del Nuevo Partido, clásica referencia de la apuesta por la unificación con el continente. Aún sin haber concurrido a las elecciones legislativas, el PPP ha vertebrado ya un grupo parlamentario de entre 18 y 30 diputados, y continúa en ascenso ante las dificultades de regeneración del KMT.
Otro partido en alza es el Partido por la Independencia Nacional (PIN). Ante el desconcierto generado por la creciente ambigüedad del PDP en el discurso independentista, estos escindidos siguen creciendo.

Los cambios en el escenario político-partidario podrían materializarse en las elecciones legislativas previstas para finales de este año.

Por último, con el nuevo ritmo político bien podrían madurar las condiciones para introducir reformas en el sistema constitucional taiwanés que afectarían, en primer lugar, al sistema electoral, pero también a otros aspectos significativos de la identidad taiwanesa y en concreto a la formulación de sus relaciones con el continente.

Las dificultades de Chen Shui-bian

El primer período del mandato de Chen Shui-bian ha sido pródigo en desaciertos y frustraciones en todos los órdenes. Ha fracasado, en primer lugar, en establecer un mínimo marco de consenso con la oposición para garantizar la estabilidad política del país. En esa dirección se orientaba el nombramiento de Tang Fei como primer ministro. El general Fei fue ministro de Defensa en el anterior gobierno del KMT, partido al que está estrechamente ligado. El acierto inicial, elogiado por todos como expresión de habilidad y tacto político, se malogró drasticamente con la polémica sobre la construcción de la cuarta planta nuclear que procovó su salida anticipada del gobierno.

El PDP incluía en su programa de gobierno el parón nuclear y la apuesta por otras energías alternativas. La sociedad, al igual que los científicos, está muy dividida en este tema, pero Chen, quizás condicionado por las dificultades para materializar otros compromisos, decidió impulsar esta medida para hacer más visible su Presidencia. Pero la decisión de cancelar el proyecto se anunció el mismo día en que el Presidente y Lien Chan, el jefe del principal partido del Legislativo, intentaban aproximar posiciones en una ronda de contactos que abarcaron a todas las fuerzas del arco parlamentario. La inoportunidad del anuncio fue interpretada como un acto de soberbia que enfureció a la oposición. El KMT, promotor del proyecto, insiste en la conveniencia de culminar la construcción de esta central -ejecutada en una tercera parte- para no hipotecar el desarrollo económico y garantizar el suministro energético del país.

El Presidente Chen debió comparecer ante la opinión pública por televisión pidiendo perdón por las formas, aunque insistiendo en la corrección de la medida. Para quitar hierro al asunto recurrió al Consejo de Grandes Jueces recabando un pronunciamiento sobre la constitucionalidad de la decisión e incluso llegó a promover una mesa redonda de los cinco principales órganos del Estado para dirimir la disputa con el Yuan Legislativo. Pero los tres partidos de la oposición se han unido en su contra, solicitan su destitución y algunos diputados han iniciado la recogida de firmas entre los legisladores para revocar anticipadamente su mandato. Para ser aprobada, la moción necesita del voto favorable de las 2/3 partes del Legislativo y después debe ser sometida a referéndum.

El segundo frente abierto en la política interna se refiere a la demora en la implementación de medidas incluídas en el programa de bienestar social: pensión mensual de 3 mil nuevos dólares taiwaneses a los mayores de 65 años; servicio médico gratuíto a los menores de 3 años; un interés preferencial del 3 por ciento para quienes compran casa por primera vez. Todas tendrán que esperar. Las negociaciones abiertas con miembros de las Fuerzas Armadas y colectivos de profesores para suprimir algunas desgravaciones fiscales se cerrarán en el 2002 y no en el 2001, como inicialmente estaba previsto. El recorte de un 4 por ciento en el presupuesto de los dos municipios subordinados al gobierno central (Taipei y Kaoshiung) ha originado también la natural protesta. El alcalde de Taipei, del KMT, ha dedidido suspender la asistencia médica a los menores de tres años. Por otra parte, la propuesta del Ejecutivo de introducir la semana laboral de 44 horas, ha sido rechazada por el KMT que propone 84 horas en un cómputo bisemanal.

A las dificultades en la aplicacion de medidas en el ámbito del bienestar social hay que sumar la frustración ciudadana por los pocos avances registrados en el esclarecimiento de casos de corrupción de los que el PDP había hecho causa principal durante la campaña electoral, como el caso Yin -o Elf para los franceses-, o contra la política de “oro negro” o hei-chin (soborno, secuestros, compra de votos) tan frecuente en la política taiwanesa. En Formosa, la frontera entre el mundo de los negocios y la política sigue siendo muy frágil. En 1997, el entonces ministro de Justicia, Liao Cheng-hao, aseguraba que de los 858 miembros de las asambleas de distrito, una tercera parte o eran delincuentes o mantenían estrechos lazos con el mundo del hampa. Algunos habían sido elegidos presidentes o vicepresidentes de instituciones locales. En 1995 resultó elegido diputado Lo Fu-chun, jefe de Tientaomeng, la tríada más peligrosa de Taiwán. En 1998 fue sustituído por su hijo. El KMT es el partido más implicado en la corrupción.

La inversión de las prioridades y los reajustes en el orden económico tratan de infundir confianza interior y exterior,obviando el desencanto de los sectores sociales más esperanzados con el PDP. El nuevo primer ministro, Chang Chun-hsiung, anunció en octubre un paquete de medidas para resolver la crisis económica y política. La competitividad de Taiwán ha descendido del cuarto al undécimo lugar, según el Foro Mundial de Economía, y el gobierno y el mundo económico se han puesto nerviosos.

Unificación, statu quo, o independencia

Pero las dificultades de la economía taiwanesa son inseparables del tercer frente: las relaciones con la China continental. El influyente presidente del Grupo de Plásticos de Formosa, Y.C. Wang, no duda en afirmar que se están perdiendo oportunidades, que es necesario invertir en el continente, que las luchas por el poder no son buenas porque dañan el clima de inversiones. La política de “no apurarse, ser pacientes” conduce al estrangulamiento del crecimiento taiwanés, afirma. A despecho de la opinión del gobierno, en los primeros nueve meses del año, los empresarios de la isla doblaron el valor de las inversiones indirectas en el continente respecto al mismo período del año anterior.

El gobierno y el PDP están divididos en cuanto a la estrategia a seguir en relación al continente. Lee Yuan-tsheh, el presidente de la Academia Sínica y premio Nobel de química en 1986, significado valedor de Chen Shui-bian, ha reclamado del PDP el fin de su ambigüedad. ¿Política de separación o política de aproximación? Con unos comienzos y una trayectoria inicial preferentemente inclinada hacia la independencia, desde la mitad de los años noventa, el PDP se ha ido moderando. En su Libro Blanco sobre la política con China se proponen medidas de transparencia militar, el establecimiento de lazos directos, la instalación de un teléfono rojo entre Beijing y Taipei, el intercambio de oficinas de representación, y la firma de un tratado de paz. Todas ellas propuestas pragmáticas que advierten de un desplazamiento hacia el mantenimiento del actual statu quo. Pero para China no es suficiente.

Hasta ahora Chen Shui-bian ha tratado de mantener un díficil equilibrio. El pasado 20 de mayo, en su discurso de toma de posesión, enfatizó sus cinco compromisos: no declarar la independencia, no cambiar el nombre del país, no incluír en la Constitución la expresión “relaciones de Estado a Estado”, no organizar un referéndum sobre la soberanía, no abolir las directrices sobre la unificación y las plataformas creadas por el KMT para orientar la política nacional en este asunto. Esa moderación, solo exigible si China renuncia al uso de la fuerza militar con Taiwán, se compensaba con los recordatorios de Annette Lü, su vicepresidenta, o las declaraciones de Tsai Ing-wen, Presidenta del Consejo para los asuntos de China continental, quienes aseguraban estar de acuerdo con los postulados de Lee Teng-hui, anterior Presidente y partidario de un discurso más radical, si bien temporalmente no lo reconocerán para que “se puedan relajar las tensiones a través del Estrecho”.

En la primera conferencia de prensa después de asumir el cargo, Chen propuso a Jiang Zemin mantener una reunión sin condiciones previas, siguiendo el ejemplo de los líderes de las dos Coreas. Pero la posición de China se resume en escuchar lo que dice y observar lo que hace. Ni su anuncio de que un retrato de los dos Kims cuelga en su despacho ha conseguido conmover a Jiang Zemin. Beijing se resiste a retomar el diálogo bilateral en tanto Taipei no reconozca el principio de “una China” o, lo que es lo mismo, la idea de reunificación y, a la postre, que el de Taiwán no es más que un gobierno local. Un listón demasiado alto para quien hizo de la independencia su principal seña diferenciadora con el KMT.

Las declaraciones del Presidente del PDP, Frank Hsieh, alcalde de Kaohsiung, cada vez más proclives al entendimiento, han desatado las iras de la fracción “Instituto Nueva Era”, que dirige su antecesor en el cargo, Chang Chun-hung. William Huang, presidente del Partido por la Independencia de Taiwán, denuncia mientras tanto el cada vez más pronunciado viraje pro-unificación del PDP. Mientras los aplausos provienen del KMT o del PPP, en el grupo Asesor presidencial creado para argumentar el cambio de rumbo, el desacuerdo es la tónica debido a la oposición de los independentistas a aceptar la idea de “una China”, principio que según Beijing se pactó en los contactos bilaterales de 1992. La conclusión del Grupo Asesor no puede ser menos concluyente: se invita al Presidente a reconocer el principio aunque sin mencionarlo, es decir, a actuar como si lo aceptara sin expresar formalmente su aceptación. Desde Beijing se acusa a Taipei de jugar con las palabras y dan otra vuelta de tuerca: o se reconoce el principio de “una China” o no habrá diálogo.

A falta de claridad en las cuestiones de fondo, se trata de avanzar en proyectos menores, aunque no por ello menos transcendentes, con los que se intenta transmitir cierta idea de normalidad o de encauzamiento del conflicto. Se anuncian preparativos para el intercambio de periodistas; se invita a Wang Daohan, responsable chino de las relaciones con Taiwán, a realizar la visita que tiene pendiente desde el otoño de 1999, etc, pero nada sustancial se mueve en Beijing y en el PDP se acrecienta el descontento y la división. El gran proyecto de Chen consiste en poner en marcha los llamados tres minienlaces entre las islas cercanas a las costas de Taiwán y las ciudades costeras de China continental, abriendo el comercio, las comunicaciones y el transporte directo entre ambas orillas. Según los empresarios, el tener que enviar sus mercancías a través de Hong Kong o Macao y no directamente suponen unas pérdidas anuales de más de 3.300 millones de dólares.

Según los planes de Tsai Ing-wen, se deben crear dos líneas especiales de navegación que comunicarán a Quemoy y Matsu, en Taiwán, con Xiamen y Fuzhou, en el continente. El tráfico queda reservado para buques cargueros con un cupo máximo diario de viajeros procedentes de China continental de 700 (a Quemoy) y 100 (a Matsu) personas. La línea funcionará de modo experimental durante tres meses y, si todo va bien, se ampliará a las Islas Penghu (Pescadores) en la que se anticipa como la prueba decisiva para una apertura más general. Algunas voces critican ya la severidad de los límites impuestos, justificados según el gobierno por razones de seguridad nacional, y recuerdan que la mejora de la situación económica de Taiwán depende en buena medida del establecimiento de vínculos directos con el continente que puedan facilitar la expansión en China.

Con tal volumen de problemas, algunos más previsibles y otros inesperados, no lo tiene nada fácil Chen Shui-bian para responder al enorme caudal de ilusión y esperanza depositados en su Presidencia. Y sin embargo, su inyección de dinamismo es esencial para que Taiwán recupere un mínimo de vitalidad y haga borrón y cuenta nueva efectiva con las décadas de gobierno nacionalista que han gangrenado su sistema político.