China optó por abstenerse en la resolución de la ONU que autorizó la creación de una zona de exclusión aérea sobre Libia, lo que no ha causado especial sorpresa. Ciertamente, la no injerencia en los asuntos internos de otros países goza de tradición en su diplomacia, aspecto al que cabe sumar la no menos frecuente defensa de la vía dialogada como primordial para encarar las situaciones de tensión, una regla habitualmente soslayada cuando debe aplicarse a sus propias crisis.
Por otra parte, al menos hasta ahora, China ha venido haciendo gala de una ambigüedad calculada con el objeto de evitar a toda costa la confrontación con los países de Occidente aún discrepando a conciencia de los principios, objetivos y métodos aplicados en este tipo de situaciones. En el caso libio, a priori, no lo tenía especialmente difícil, a pesar de que en los últimos tiempos los vínculos económicos bilaterales se habían intensificado. De hecho, el volumen de importaciones de petróleo procedente del país norteafricano se multiplicó por diez el año pasado en relación a 2009, convirtiéndose en su quinto proveedor con 341.000 barriles diarios. La importancia de la presencia china en el sector energético o en las infraestructuras libias se ha evidenciado con la operación de evacuación de sus nacionales (casi 40.000 personas) en una demostración que ha deslumbrado a todos por su eficacia.
No obstante, Pekín siempre ha avanzado con pies de plomo en una relación que a lo largo de la historia reciente ha experimentado importantes altibajos, no siendo ajeno a ello la contienda diplomática que le enfrenta con Taipei. A mayores, las declaraciones de Gadafi en los primeros días de la rebelión anunciando su intención de acabar con los manifestantes “al estilo Tiananmen” no han podido ser del gusto de China, abundando esta en el histrionismo de su conducta y rechazando cualquier asociación con forma alguna de brutal represión de la pacífica ciudadanía. Así las cosas, la oferta del coronel libio de ganar terreno a cuenta de las multinacionales occidentales era inaceptable.
Algunas voces en China (en el semanario Caijing) han reclamado una modificación del guión, apostando incluso por secundar la intervención occidental para “acabar con los tiranos que masacran a sus pueblos”. Pero la tradición se ha impuesto con críticas añadidas a un humanitarismo descrito como asidero moral que disimula objetivos económicos, políticos e ideológicos y que va camino de provocar una nueva catástrofe humanitaria.
A China le invade un doble temor. En primer lugar, le preocupa el impacto político interno de la inestabilidad registrada en esta región. Pese a la distancia que les separa -no solo geográfica-, cabe reconocer la existencia de un caldo de cultivo para la tensión a la vista del aumento del control que se ha vivido en el país en el último mes y los anuncios simultáneos de paquetes sociales a gran escala para frenar el descontento, con la esperanza de blindarse contra cualquier propósito exterior de incitación a la protesta. En segundo lugar, inquieta el impacto económico. Más allá del valor de las operaciones fracasadas por esta crisis, gestionando una demanda global cada vez mayor de hidrocarburos (las importaciones ascendieron en 2010 al 56 por ciento del total consumido), China necesita de un ambiente internacional estable, y muy especialmente en los países y regiones que le proveen de petróleo, circunstancia que le afecta no solo en África, sino también en Asia central, la América andina u Oriente Medio.
La crisis libia, por otra parte, ha venido a poner de nuevo las cosas en su sitio. Pese a los avances registrados por China en numerosos órdenes en los últimos años, ha intervención aliada ha recordado a todos quien conserva aun el poder efectivo y la capacidad para proyectarlo en la sociedad internacional. China, aun discrepando, se ha abstenido en una muestra de realismo, toda vez que Rusia descartó la posibilidad de ejercicio del derecho a veto que, de materializarse, podría haber secundado. Y como ocurrió con crisis similares anteriores, internamente, estos hechos refuerzan su empeño por mejorar capacidades a todos los niveles para, llegado el caso, estar en condiciones de, simplemente, decir no, como quizás ya le pide el cuerpo. La prensa china destaca estos días la importancia de asumir mayores responsabilidades en la gestión de estas crisis, pero no necesariamente sumándose a los países aliados, sino habilitando mayores medios para defender sus intereses y puntos de vista. La abstención en Naciones Unidas no equivale a inhibición pues su maquinaria diplomática se encuentra a pleno rendimiento en la zona desarrollando acciones destinadas a preservar sus intereses. La seguridad energética es una tarea prioritaria para su discreta y eficiente diplomacia.
China deplora que la asocien con regímenes autoritarios e insensibles a las demandas populares y por ello ha tomado distancias, llegando a secundar algunas decisiones previas del Consejo de Seguridad contra el líder libio. Pero la creciente disparidad de criterios y la afectación de sus intereses dibujan una nueva quiebra en su relación con Occidente que le animará a desarrollar una política exterior y de defensa cada vez más desinhibida.