Rusia y China, dos gigantes en busca de la grandeza perdida

Un nacionalismo moderado y la aspiración a desempeñar un papel más destacado en el escenario internacional son las dos principales constantes que, tanto en el plano interno como exterior, condicionan la acción política de estas dos grandes economías emergentes. Esa coincidencia, hoy facilitada por una actitud de Occidente que no toma en suficiente consideración sus intereses, tiene sin embargo su origen en situaciones sensiblemente distintas. Mientras China celebra exitosa su veinte aniversario del inicio de la política de reforma y apertura, Rusia intenta sobrevivir, un año más, al borde del abismo.

China, por el rumbo marcado

La reunión anual del Parlamento chino, renovado en 1998 para iniciar un nuevo mandato por otros cinco años, es un buen crisol para apreciar las nuevas e interesantes señales acerca de cuales serán los ejes principales que presidirán la política interior y exterior de este inmenso y cada vez más importante país. De una parte, tal como era de esperar, Li Peng, a pesar de algunas dificultades, alcanzó su objetivo de presidir el Parlamento. Dada su avanzada edad (69 años) y precaria salud, probablemente ejercerá, a lo sumo, un único mandato y será esta su última responsabilidad pública antes de jubilarse. A otro nivel, la dimisión de Qian Qichen (69 años), después de permanecer toda una década al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores, es bien indicativa de la sinceridad del mensaje de rejuvenecimiento político, que se completa con esa designación de Hu Jintao (55 años), director de la escuela del Partido, como vicepresidente del país.

En la época de probables turbulencias que se avecina, Li Peng consagrará sus esfuerzos a la “estabilidad”, es decir, a asegurar una proyección más controlada del Parlamento después de la etapa minimamente aperturista de Qiao Shi, la contención y control de los pequeños grupos conservadores que pueden intentar arremeter contra la liquidación de las empresas estatales (el ultimo vestigio del maoísmo económico), el frenazo en seco a cualquier revisión de la interpretación oficial de los sucesos de Tiannanmen y, en definitiva, a cualquier tentativa de reforma política sustancial. Se mantiene el rumbo: la construcción de un estado de derecho socialista en el año 2010, según le confesó Zhu Rongji a Abel Matutes durante una reciente visita. China, afirmó Jiang Zemin en una sesión conmemorativa especial del 20 aniversario del inicio de la reforma, no será nunca una democracia de estilo occidental.

Por otra parte, el confiar directamente a Qian Qichen los asuntos de Hong Kong, Macao y Taiwán, indica con claridad la importancia que Formosa va a adquirir en los años venideros. A finales de 1999, Portugal devolverá Macao y será Taiwán la pieza que falte en el rompecabezas de la unificación china. Reorientar las delicadas relaciones entre ambos lados del Estrecho es una gran tarea, propicia para un experimentado y hábil diplomático. En Pekín se sabe que el tiempo no juega a su favor, que las nuevas generaciones de taiwaneses se sienten cómodas en el vigente statu quo y se muestran cada día más reacios a la unificación. La designación de Qian Qichen parece privilegiar la diplomacia en detrimento de una estrategia belicista que ha demostrado inequivocamente su ineficacia y peligros. Su gestión ha dado los primeros frutos. Los contactos se han reanudado, primero en Pekín y después en Shanghai. El triunfo del KMT (Kuomintang) y, sobre todo, el duro revés del proindependentista Partido Democrático en las elecciones legislativas y locales de diciembre, le dan un respiro y pueden facilitar su labor.

Pero inevitablemente la gran estrella es y seguirá siendo la economía. Zhu Rongji, nuevo primer ministro, natural de Hunan, como Mao, acapara todas las miradas. Desde el Consejo de Estado (gobierno) será el responsable de pilotar uno de los períodos más transcendentales de la gaige (reforma). La clave principal de su cometido no es otro que culminar la desideologización de la economía, es decir, la liquidación de los restos del modelo económico maoísta, la reconversión de las danwei o empresas estatales que, aún hoy siguen funcionando como sociedades cerradas, como micro-estados organizados a partir del tándem fábrica-partido y al margen del dinamismo inducido por otras formas de propiedad y no tanto la estrictamente privada como la denominada social (cooperativa, colectiva, de cantón y poblado, etc), muy vinculada al entramado burocrático. El triunfo o fracaso de la modernización impulsada impulsada por Deng Xiaoping depende, en buena medida, del éxito de esta empresa.

Son sobradamente conocidos los problemas de estas unidades de producción y convivencia: mastodónticas y envejecidas en demasiados casos, con cargas fiscales y sociales inmensas, instaladas en sectores tradicionales, con un nivel de ocupación fuera de lo normal, etc. Sin embargo, proporcionan empleo y servicios sociales, aproximadamente, al 70% de la población urbana asalariada. Buena parte del futuro de ciudades y provincias enteras depende de estas empresas. Su reestructuración no será fácil y puede venir acompañada de numerosos conflictos laborales. En Wuhan (Hubei) se han producido importantes movilizaciones obreras. Li Boyong, ministro de trabajo, calcula en unos 10 millones los trabajadores que serán despedidos entre 1998 y 1999 como consecuencia de esta reforma. A ella debe sumarse la reestructuración del aparato burocrático, que pretende reducirse nada menos que a la mitad, con el objetivo de reducir el gasto público en unos 10.000 millones de yuanes. Un reto muy difícil de alcanzar si tenemos en cuenta que en la historia china nadie ha tenido mucho éxito al enfrentarse a la burocracia. China cuenta actualmente con unos 33 millones de funcionarios.

Zhu Rongji, que ha seguido muy de cerca las repercusiones sociales de los experimentos realizados en este sentido en varios lugares de China, debería ser muy consciente de que, en paralelo al desmantelamiento de las danwei es imprescindible construir toda una red de sistemas nacionales hoy practicamente inexistentes (de salud, de educación, de seguridad social, de pensiones, de policía inclusive). Pero ¿cómo hacerlo reduciendo el peso de la Administración? China necesita modernizar su Estado y su Administración Pública, necesita dotarse con urgencia de nuevos y mejores servicios públicos que amortiguen los inevitables conflictos que asoman en el horizonte. Una reforma de este calado llevada a cabo sin contemplar un impulso social que la equilibre corre el riesgo de quebrar el consenso global establecido a partir de la prosperidad de los últimos años. China necesita un nuevo modelo de Estado, ciertamente con menos burocracia… pero sobre todo del Partido.

A pesar de todos estos desafios internos y de la confluencia con castástrofes naturales como las inundaciones del verano (las más graves registradas en China desde 1954) y de las tormentas financieras de Asia, Pekín ha logrado mantener un ritmo de crecimiento sostenido del 7,8%, dos décimas inferior al inicialmente previsto. La comunidad financiera internacional ha apreciado el esfuerzo de China para no devaluar el yuan, que podría verse recompensado con su adhesión a la OMC (Organización Mundial del Comercio) en 1999. Una lección de responsabilidad que ha registrado otro importante éxito en la transición tranquila de Hong Kong que ha conseguido disipar los muchos recelos existentes tanto en la ex-colonia como fuera de ella respecto a la actitud china. Al menos en apariencia, Pekín ha sabido digerir incluso el sonoro triunfo de las formaciones opositoras en las elecciones legislativas parciales del 24 de mayo (15 de los 20 escaños en disputa fueron a parar a agrupaciones políticas anti-Pekín).

¿Puede el mensaje tecnocrático de esta nueva etapa abrir camino a formas políticas más democráticas? Sería precipitado imaginar que en China puede iniciarse a corto plazo un proceso privatizador similar al operado en los países del Este de Europa o Rusia. Los dirigentes chinos no están por la labor de promover clases o grupos sociales que puedan disputarle la hegemonía política. El modelo económico mantendrá por un tiempo considerables pecualiaridades diferenciadoras al abrigo de un cuerpo político formalmente “comunista”, pero que se asemeja cada vez más a aquella otra burocracia de partido único, la confuciana, que gobernó el país no casi cinco décadas sino más de dos mil años.

Conviene por otra parte, tener presente que Zhu Rongji no encarna ninguna alternativa política. Se mueve en las mismas coordenadas que sus demás colegas del Comité Permanente del Buró Político. Coincide con ellos en la postulación de un modelo de economía mixta con fuerte peso de la propiedad pública (social, cooperativa y también estatal), en el ideario nacionalista de recuperar la grandeza perdida y en la necesidad de mantener un equilibrio político y social que solo el Partido Comunista, afirman, puede garantizar. Su tecnocracia no llevará a la democracia de corte occidental. Hoy por hoy, en China se sigue confiando en la capacidad de control y de ocupación social y política del Partido. Es, con el Ejército, la única porción del legado de Mao que permanece intacta. Aquí ni se espera ni habrá desideologización.

Además, a diferencia de otros líderes, Zhu Rongji no cuenta aún con sólidas bases de poder ni en el Partido ni en el Ejército. Los tropiezos serán suyos y su éxito colectivo. No puede, dada su edad, similar a la de Li Peng, capitalizar los logros, si los hubiera, para aspirar a un papel político mayor (sustituir, por ejemplo, a Jiang Zemin, en la máxima jefatura). A salvo de cataclismos, los tres están hoy al margen de la mutua rivalidad y visualizando ya la preparación de unos relevos que podrían precipitarse, al menos parcialmente.

Rusia, a la deriva

El año comenzaba en Rusia con un nuevo rublo de tres ceros menos (mil rublos antiguos se transformaban en uno solo) y una previsión de crecimiento entre el 2 y el 4%. Pero, un año más, Boris Yeltsin ha hecho todo lo posible para acreditarse como todo un experto en el desencadenamiento de crisis sin aparente causa, en una Rusia en permanente estado de coma. Después de una caída de más del 50% del PIB desde 1991, cuando todos esperaban el principio de la recuperación económica iniciada en 1997 con un ligero crecimiento de medio punto, la convulsión volvió a instalarse en la vida política del país.Como principales fuentes de la inestabilidad podríamos destacar las siguientes:

a) Un Presidente autocrático y enfermo. La sucesión de internamiento, trabajo a ritmo lento, descanso activo y vacaciones del Presidente ha llegado a ser tan usual que ni el país ni la Bolsa encontrarían motivos para preocuparse por sus ausencias. Por el contrario, las reapariciones, los intempestivos e impredecibles intermedios del líder del Kremlin se han convertido en la principal fuente de pánico de la sociedad rusa y de los inversores internacionales.

Con vagas explicaciones y sin más razón aparente que la de cesar a todo aquel que pueda hacerle sombra, Yeltsin no dudó en cesar a Viktor Chernomirdin, en el gobierno desde 1992, primero como viceprimer ministro y después sustituyendo a Gaidar, para nombrar en su lugar a Serguei Kiriyenko, un perfecto desconocido (Serguei ¿que?, le llamaba Novedades de Moscú), con solo cuatro meses de experiencia en su gabinete. Yeltsin debió realizar un importante esfuerzo para conseguir que la Duma votase a favor de un nombramiento que al cabo de pocos meses quedaría obsoleto. Su fracaso inicia el principio del fin de la era Yeltsin. El intento de hacer volver a Chernomirdin no cuajó. Las fuerzas de oposición le obligaron a retroceder y a aceptar a Yevgueni Primakov, un candidato de consenso que asume el compromiso de llevar a cabo una política de corte más social, intervencionista y nacionalista. Es el adiós al ultraliberalismo.

b) Enfrentamiento constante entre el Presidente y el Parlamento. Con mayoría de diputados de izquierda y nacionalistas, si bien con fidelidades que pocas veces van más allá de sus propios intereses, la Duma ha ejercido una labor de constante oposición al Presidente en todas las facetas posibles: retrasando la aprobación del presupuesto, negando su plácet a las medidas anticrisis impulsadas por el gobierno, iniciando procesos de destitución, agotando al límite las posibilidades de rechazo del primer ministro,etc. Entre rumores de golpe de Estado, amenazas de disolver la Cámara y llamamientos al Ejército del líder comunista Guennadi Ziuganov para que impida la disolución del Parlamento, ha transcurrido buena parte del año político en Rusia. Incluso Primakov, que logró obtener el refrendo parlamentario en la primera votación (317 votos contra 63), tardará más de un mes en configurar la totalidad de su gabinete.

c) Agudización del descontento e incremento de la presión social. La combinación de crisis financiera internacional y aguda crisis política interna no solo favoreció el hundimiento de la Bolsa o del nuevo rublo (en solo nueve meses su cambio oficial pasó de 5,9 a 17 por dólar), la suspensión del pago de la deuda externa o un nuevo repunte de la inflación, sino también de los ingresos reales (entre un 13 y un 24%) de una población que acoge a 32 millones de pobres. Las convocatorias de huelga se han sucedido por todo el país exigiendo el pago de los salarios en atraso, una nueva política económica y la destitución del Presidente. Los mismos mineros que le auparon al poder en 1989 comienzan a darle la espalda y, durante semanas, bloquean las principales vías férreas del país, incluido el Transiberiano. En abril y octubre tienen lugar grandes protestas nacionales que, unidas al clima político interno, la crisis financiera internacional y la negativa del FMI y del Banco Mundial a entregar más créditos si no es a cambio de mayores garantías reformistas, amenazan con un colapso total.

d) Divorcio entre el centro y la periferia. Las crisis palaciegas y sus consecuencias políticas, económicas y sociales han incrementado en la periferia la sensación de total abandono por parte de Moscú . Mientras Kalmikia exigia la independencia, Alexandr Lébed, recién elegido gobernador de la provincia de Kasrnoyarsk, plantea a Serguei Kiriyenko su intención de asumir el control de los misiles nucleares existentes en la región si no se procede a la liquidación inmediata de las deudas contraídas con los militares. Paradójicamente, en Chechenia, Masjadov se muestra incapaz de aprovechar la dificil coyuntura rusa para consolidar un Estado independiente. De poco vale emitir pasaportes propios si el país se encuentra sumido en el caos más absoluto como consecuencia del enfrentamiento entre facciones que se financian a través de los más oscuros negocios, incluíidos los secuestros.

¿Puede Primakov normalizar la situación? Como él mismo señaló al tomar posesión de su cargo, no es un mago capaz de volatilizar los problemas. Pero su gestión se orienta en una dirección distinta a la aplicada desde 1991, apostando por el desarrollo de la industria y la economía nacional y, en definitiva, por una difícil regeneración del país a todos los niveles. En su equipo figuran personas como Masliukov o Gerashchenko, como él vinculadas a la perestroika de Gorbachov y en las que aún resuenan los ecos del proyecto de una economía social de mercado. Pero quizás resulte un empeño tardío para realizar sobre un país en ruinas y con un sistema de poder que adolece de extrema fragilidad.

En cualquier caso, estamos sin duda ante el fin de la era Yeltsin. En noviembre, el Tribunal Constitucional dictaminó que no podrá presentarse a un tercer mandato y, por otra parte, el nombramiento y rápido refrendo de Primakov, después de duras negociaciones entre los representantes de Yeltsin y la Duma, explicita un pacto que pretende alejar las abruptas irrupciones del Presidente en la acción de gobierno. Sin embargo, nadie puede estar a salvo de los intentos de Yeltsin por demostrar al mundo que controla la situación y en cualquier momento ese deseo puede cuajar en simples reprimendas o sonoros ceses.

A favor de Primakov juega su dilatada experiencia política, su capacidad para armonizar un amplio consenso y el desarrollo de una política de orientación reformista pero sensatamente orientada a evitar el estallido social. Ello puede facilitar un mayor entendimiento con la Duma y por lo tanto, proporcionar algo de estabilidad, incluso teniendo en cuenta que entramos ya en un largo y decisivo período electoral: elecciones legislativas (1999) y presidenciales (2000). Su gran reto, conseguir mantener alejado al Presidente.

Ni amigos ni enemigos

El entendimiento estratégico entre China y Rusia descansa fundamentalmente en su lógica resistencia a admitir sin más la exclusiva hegemonía estadounidense y, por lo tanto, en la necesidad compartida de evolucionar hacia la multipolaridad, de reequilibrar la actual correlación de fuerzas establecida entre las grandes potencias a escala planetaria. Bien es verdad que por su estado de crisis o insuficiente desarrollo, ni una ni otra están en condiciones de plantar cara a Washington; pero si de multiplicar los gestos y activar aquellas políticas que pueden permitir a corto o medio plazo un nuevo marco de relaciones internacionales.

No es ni mucho menos casual que, en febrero, Li Peng y Yeltsin firmaran una declaración conjunta, la primera en muchas décadas, apostando por una solución política a la crisis de Iraq, en abierta oposición a la deriva militarista de Washington . El ascenso de Primakov y su creencia de que Rusia aún puede desempeñar un papel importante a nivel internacional anuncia un lento pero invariable giro en la actuación de Rusia. Cuando en diciembre fuerzas anglonorteamericanas bombardearon de nuevo Bagdad, Primakov no dudó en llamar a consultas a los embajadores en Londres y Washington y, por primera vez en los últimos diez años, las tropas fueron puestas en estado de alerta. Son gestos sin fuerza que facilitan los consensos internos con la oposición pero que ponen también de manifiesto el abandono del seguidismo a secas y la apuesta por un mayor protagonismo internacional que asienta en la activa manifestación de la discrepancia.

A Rusia y China les une una posición común en conflictos como el de Kosovo o Cuba, pero también el descontento por la actitud de Estados Unidos en materias sensibles. Para Moscú, por ejemplo, la ampliación de la OTAN al Este solo puede ser interpretada como una agresión a sus más vitales intereses estratégicos. La acepta a regañadientes porque es consciente de que no puede evitarla. Y en China, a pesar de los avances logrados después de la visita de Clinton a Pekín en junio, se reitera la desconfianza por la interesada y peligrosa ambigüedad mostrada en relación al problema del Tibet y, sobre todo, de Taiwán. China no comprende como el Congreso sigue apostando por la venta de armas y de sofisticados sistemas de defensa antimisiles a la isla “rebelde”, o como la Casa Blanca no impide las visitas de alto nivel como la realizada a Taipei por Bill Richardson, ministro de Energía. Además, la transferencia de tecnología, el desequilibrio comercial, o la dificultad para lograr un acuerdo que permita la entrada de China en la OMC, enturbian unas relaciones bilaterales que encuentran en Estados Unidos grandes e influyentes detractores.

Particular importancia se concede al reconocimiento de los derechos humanos. China comprueba “horrorizada” como sus iniciativas, inspiradas en una mayor adecuación formal a las exigencias internacionales, no solo no resuelven el problema sino que pueden complicarlo aún más. La histórica firma del Pacto Internacional de derechos civiles y políticos ha provocado un aluvión de solicitudes de legalización de fuerzas políticas independientes que los dirigentes chinos no han dudado en reprimir duramente, acusando a Washington de querer imponer su sistema político. En febrero se fundaba en Estados Unidos el Partido para la Democracia y la Justicia en China.

Rusia y China, por tanto, están interesadas en fortalecer su cooperación política y extenderla a otros dominios, especialmente al ámbito económico (a pesar de la caída del 10% en 1997 en el comercio bilateral) y resolviendo los pequeños flecos aún pendientes de los litigios fronterizos (rio Argoun o isla Jabarovsk). Las cumbres e intercambio de visitas al máximo nivel se han institucionalizado. La mutua y respectiva influencia en India (Rusia) y Pakistán (China), países involucrados en el tirón nuclear, puede contribuir a realzar su papel en la región.

Compartiendo igualmente la dificultad de normalizar sus relaciones con Japón (Moscú por litigios territoriales y Pekín por interpretaciones históricas) ambos están interesados en potenciar el diálogo con Europa. Moscú a través de la troika, con Francia y Alemania, y Pekín profundizando en el Foro UE-China que tiene por objeto fundamental dinamizar las relaciones comerciales. Buena muestra de ese interés han sido las visitas de altos dignatarios de Bélgica, Finlandia, Gran Bretaña, Francia, España o Irlanda.

Por otra parte, un pilar esencial e inevitable en el que afirmar esta proyección estratégica es la fuerza militar. La situación de China y Rusia es sensiblemente diferente. La humillación sufrida en Chechenia y la delicada situación economica del país, pone en entredicho la capacidad operativa e incluso tecnológica de las Fuerzas Armadas rusas. El propio Yeltsin ha reconocido en más de una ocasión que su estado es catastrófico. Pero aún asi no deben ser infravaloradas.

China está inmersa en un ambicioso programa de modernización de sus Ejércitos. Durante el pasado ejercicio, el presupuesto de defensa creció un 12,8% situándose en 90.990 millones de yuanes (aproximadamente 1,6 billones de pesetas), un 15.8% del gasto total presupuestado. Al tiempo que anuncia la desmovilización de .000 efectivos antes del año 2000, adopta medidas para reforzar la profesionalidad. La corrupción, al igual que ocurre en otros segmentos del estado, es uno de sus mayores problemas. Algunas fuentes involucran al Ejército en una de las redes de contrabando más grandes del planeta. Su actividad económica se desarrolla en los más amplios campos empresariales (textil, minas, hoteles, etc). Ello explica el llamamiento de Jiang Zemin al Ejército para que “se resista al lujo y la decadencia y adopte un estilo de vida sencillo”. Pero las reiteradas invocaciones al abandono de estas actividades no han dado aún los resultados deseados. Un Ejército corrupto difícilmente podra convertir a China en un poder regional o mundial.

Cabe esperar, pues, un reforzamiento nacionalista en Rusia y China paralelamente al incremento de su cooperación política estratégica. Ello sin embargo no permite afirmar aún que nos encontremos ante el nacimiento de un nuevo bloque. Ambos necesitan de cierta complicidad estadounidense para salir adelante, más evidente en el caso de Rusia. Pero la adecuada integración de ambas potencias en el nuevo orden mundial constituye todo un reto. Los intentos de marginación están condenados al fracaso y alientan un resentimiento que puede pasar factura en el futuro. Por sus dimensiones y su potencial a todos los niveles, mejor será hacerle un hueco a dejar que traten de imponerlo por su cuenta.