lee teng hui

Taiwán y el criptoindependentismo de Chen Shui-bian

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Para abrir camino a su proyecto, Chen Shui-bian ha puesto en marcha una estrategia política arriesgada que ha vivido a lo largo de todo el año 2004 su momento más álgido y que, hasta los comicios legislativos, le ha venido proporcionando relativamente buenos resultados. La primera condición del éxito de su programa político es el incremento de la base socio-electoral del Partido Democrático Progresista (PDP) y de su aliado, la Unión de Solidaridad de Taiwán (UST), que lidera el ex presidente Lee Teng-hui; ambos integran la denominada alianza pan-verde. (Foto: Lee Teng-hui).
 

En uno de sus concurridos actos electorales previos a las elecciones legislativas del 11 de diciembre, el Presidente Chen Shui-bian hacía un llamamiento a los ciudadanos de Taiwán a “rescribir la historia”, una invitación a apoyar el proceso que lidera y que, en síntesis, aspira a reforzar la identidad política de Taiwán como una realidad irreversiblemente distinta a la representada por la República Popular China. Mientras, en el continente, el nerviosismo en aumento procuraba disimularse, sin dejar de alertar sobre las graves consecuencias de ese proceso y señalando con el dedo la ambigüedad interesada de EEUU, el gran aliado de Taiwán.

Para abrir camino a su proyecto, Chen Shui-bian ha puesto en marcha una estrategia política arriesgada que ha vivido a lo largo de todo el año 2004 su momento más álgido y que, hasta los comicios legislativos, le ha venido proporcionando relativamente buenos resultados. La primera condición del éxito de su programa político es el incremento de la base socio-electoral del Partido Democrático Progresista (PDP) y de su aliado, la Unión de Solidaridad de Taiwán (UST), que lidera el ex presidente Lee Teng-hui; ambos integran la denominada alianza pan-verde. Por ese motivo, la batalla política interna ha estado en el epicentro de todas las tensiones que han zozobrado Taiwán en el último año, desarrolladas bajo la atenta y preocupada mirada del vecino continental. Las elecciones presidenciales de marzo, con el adose de un primer referéndum objeto de controversia e inquietud, y las elecciones legislativas de diciembre, comicios desarrollados ambos en un contexto de dura confrontación que prácticamente ha dividido el país y hastiado a buena parte de la sociedad, han servido para medir la evolución de ese doble desafío: a las autoridades continentales y a los partidarios locales de la moderación con China.

En la primera contienda, las presidenciales del 20 de marzo, Chen Shuibian, líder del PDP y candidato a la reelección, consiguió la victoria por un estrecho margen de votos, apenas treinta mil. Esa circunstancia, el considerable volumen de votos anulados (diez veces más que en los comicios de 2000) y, sobre todo, un extraño atentado producido en Tainan contra él mismo y su vicepresidenta, Annette Lu, en la jornada previa a la votación, indignaron al candidato de la oposición, Lien Chan, cabeza visible del Kuomintang (KMT) y líder de la coalición pan-azul, que formaba con el Partido Pueblo Primero (PPP) de su ex compañero de filas, James Soong. La fractura entre los azules y los verdes se nutría de la desconfianza y la abierta sospecha de fraude y manipulación de las emociones e intenciones de voto del electorado, pero reflejaba igualmente la existencia de dos proyectos políticos y de futuro para el país, netamente diferenciados. Si unos ponen condiciones a una unificación con China que no desean descartar, los otros pretenden eliminar la unificación del calendario político.

Elecciones Presidenciales 2004
Total votos emitidos:

13.251.719

 
Chen Shui-bian:

6.471.970

48,84%

Lien Chan:

6.442.452

48,62%

Papeletas nulas:

337.297

2,55%

Margen de victoria:

29.518

0,24%

Fuente: Taiwan Central Election Comisión.

En el referéndum, los ciudadanos de Taiwán debieron pronunciarse sobre dos preguntas relacionadas con el inicio de las negociaciones con China continental y sobre el reforzamiento de la capacidad de autodefensa si Pekín no renunciaba al uso de la fuerza como instrumento de la unificación del país. Chen optó por simultanear la consulta con las elecciones presidenciales confiando en que la concentración del debate político podría favorecerle ya que la campaña electoral solo podía discurrir, esencialmente, por el camino que había preescrito. La reiterada denuncia de una amenaza desproporcionada por parte de China, con sus misiles instalados en las costas de Fujian, Guangdong, Jiangxi y Zhejian, cada vez en mayor número, servia también para descalificar a una oposición tibia ante tal intimidación, e incapaz por ello de asegurar la debida defensa de la isla. Pero los resultados fueron peor de lo esperado. A la primera pregunta respondieron el 45,17% de los electores, y a la segunda, el 45,12%. En ningún caso se superó el umbral mínimo del 50%, exigible para su validación.

A pesar de este primer revés, Chen no ha dado síntomas de flaqueza ni tampoco el brazo a torcer. Cuando la oposición, enfurecida por una derrota con la que no contaba animada por unas encuestas que siempre le habían situado por delante en las preferencias de los electores, apelaba a la movilización activa de sus partidarios para conseguir un nuevo recuento, la invalidación de las elecciones y la creación de una comisión de investigación del atentado, Chen optaba por combinar los mensajes de calma y unidad con algunas propuestas de modificación de la normativa electoral tendentes a dulcificar su derrota, gestos claramente insuficientes para contener las demandas de la oposición, pero que le permitían ganar tiempo confiando en que poco a poco se fueran desmovilizando las bases opositoras. La coalición panazul llegó a reunir a más de medio millón de personas en las calles de Taipei en apoyo de sus reivindicaciones. Pero el discutido triunfo de Chen estaba avalado por el millón y medio de votos más conseguidos en relación a 2000, pasando del 39% al 48,84% con un nivel de participación superior al 80%. Respecto al referéndum, destacaba que en la primera pregunta obtuvo casi un millón de votos más que en la elección presidencial. Aún así, el 20 de Mayo, la oposición optó por boicotear la toma de posesión, y convocar nuevamente a sus partidarios para reprobar la política extremista de Chen que acentuaba la división del país y amenazaba con conducirlo, aseguran, al desastre.

En noviembre, el Tribunal Supremo de Taiwán confirmó, a todos los efectos, la victoria presidencial, rechazando la petición de Lien Chan y James Soong, de invalidar la reelección de Chen Shui-bian y Annette Lu. Después de siete meses de procedimiento, no se pudo demostrar que el recuento había sido incorrecto ni que hubiera impedimentos intencionados para evitar que determinados colectivos pudieran emitir su voto (en especial, las fuerzas armadas y policiales movilizadas a raíz del atentado). Tampoco halló pruebas fehacientes que vincularan aquella acción terrorista con una pérfida estrategia electoral del candidato del PDP. Aún así, atendiendo a los resultados del referéndum, parecía evidente que Chen pretendía ir más rápido en su proyecto de lo que la sociedad taiwanesa estaba en condiciones de asumir.

En las legislativas, el siguiente paso de este planteamiento en tres etapas que culminaría con la aprobación de la nueva Constitución, el objetivo consistía en alcanzar la mayoría absoluta, pues de esta forma se garantizaba una capacidad de maniobra política más favorable a las tesis presidenciales, abriendo el camino a sus reformas con una legitimidad popular que nadie podría cuestionar. Pero aquí ya no pudo ser y el aviso del referéndum se convirtió en un revés difícilmente cuestionable. El KMT obtuvo una muy importante victoria, garantizando con su aliado del PPP que la mayoría de la Cámara estará los próximos cuatro años bajo control de la oposición. La hipótesis manejada por el PDP de alcanzar acuerdos puntuales con candidatos independientes en caso de no alcanzar mayoría suficiente, se ha visto impedida por los resultados. La oposición no solo ha ganado, ha incrementado su mayoría y el Presidente difícilmente podrá, en esas condiciones, llevar adelante sus propuestas más audaces.

Esta vez las encuestas engañaron a Chen, quien contaba con una mayoría absoluta prácticamente segura, tanto que fue pretenciosa y anticipadamente anunciada por el secretario general del PDP, Chang Chun-hsiung, citando los resultados de una prospección encargada por el propio partido. La oposición ha obtenido una mayoría holgada, pues a los 114 escaños que suman KMT, PPP, PN, se pueden añadir dos independientes muy allegados, haciendo un total de 116 (la mayoría absoluta es de 113, el mismo número de diputados que conformarán el Parlamento a elegir en 2008). Porcentualmente, Chen ha perdido más de cuatro puntos en relación a las presidenciales de marzo y la participación descendió hasta el 60%, frente al 80% de las presidenciales, en lo que parece una demostración de cierto cansancio social no solo por la reiteración de convocatorias a las urnas sino también por la estrategia de tensión que impulsa el Presidente, difícilmente sostenible cuando se apoya en postulados relativamente ficticios.

Comparativa obtención de escaños en elecciones
 legislativas 2001 y 2004
Partido

2001

2004

KMT

68

79

PDP

87

89

PPP

46

34

UST

13

12

PN

1

1

Otros

10

10

Total

225

225

Fuente: Central Election Commission.

Entre Taiwán y la República de China

¿Pretende Chen Shui-bian cambiar el vigente statu quo en el estrecho de Taiwán o sus propuestas constituyen un mero formalismo intranscendente? En su discurso de toma de posesión del año 2000, Preparándose para un Taiwán sostenible, enunció las cinco negativas que, según se desprende de sus propias palabras, permanecerán en vigor también en este su segundo mandato: la no declaración de la independencia de Taiwán siempre y cuando China no recurra al uso de la fuerza militar contra la isla, la no modificación del nombre oficial de la República de China, la no inserción de la teoría de los dos estados en la Constitución de la República de China, la no celebración de un referéndum sobre la independencia de Taiwán o la unificación con China continental, y la no abrogación de las Directrices para la Unificación Nacional. En suma, siguiendo al pie de la letra estos compromisos nadie debiera estar preocupado. Menos aún si tenemos en cuenta los frecuentes llamados presidenciales a Pekín para retomar el diálogo entre las dos partes y la exhibición de notable pragmatismo y buena voluntad con que se han manejado, dicen en el PDP, las relaciones con China desde la derrota del KMT en el año 2000.

Pero en China no creen en la sinceridad de Chen Shui-bian: dice una cosa y hace otra, apuntan. La aceptación del principio de “una China” es la condición previa para la reanudación del diálogo y las negociaciones entre ambas partes. Esta es una posición invariable, recuerda a cada paso Zhang Mingqing, portavoz de la Oficina de Asuntos de Taiwán del Consejo de Estado: si no se acepta el llamado consenso de 1992 (una sola China, aunque cada parte pueda tener sus propias interpretaciones del concepto) no se podrá reanudar el diálogo. Y si no hay diálogo, no hay solución, al menos pacífica. Y para comprender mejor el momento que están viviendo las relaciones bilaterales debiéramos tener en cuenta otro factor: China desea encaminar una solución al problema de Taiwán en años, no en décadas. Hu Jintao parece no tener miedo a proponer ideas nuevas siempre y cuando las respectivas posiciones tiendan a aproximarse. Pero Chen, por el momento, juega a lo contrario.

Un caso paradigmático de esta ambigüedad contradictoria que despierta preocupación en China, lo constituye la propuesta de cambio del nombre de la República de China, compromiso de no modificación que se incluye entre las cinco negativas. La polémica se originó después de que el primer ministro, Yu Shyi-kun, se refiriera a la República de China como Taiwán-República de China en un discurso pronunciado en el Parlamento de Honduras durante una gira diplomática que también le llevó a Nicaragua y República Dominicana. El presidente Chen le puntualizó diciendo que no es una buena elección ya que causaría malentendidos. “En el pasado, la República de China estuvo en China continental; luego la República de China se trasladó a Taiwán; ahora la República de China es Taiwán”, enfatiza. El uso de “Taiwán, República de China” generó un intenso debate entre los partidos taiwaneses, entrando de lleno en la campaña electoral, ya que esta denominación no había sido consensuada con nadie antes del viaje del primer ministro a Centroamérica. Y no olvidemos que la Constitución estipula que el nombre del país es República de China.

El tema del nombre no es baladí. La OMC ha debido la retrasar la publicación de su Anuario más de un año debido a la disputa provocada en cuanto al nombre a dar a Taiwán. China plantea que el status de Taiwán en la OMC debe ser idéntico al nivel de representación ostentado por Hong Kong y Macao, una posición que resulta claramente inaceptable para Taiwán, un país soberano, según señala su delegado permanente en la organización, Yen Ching-chang.

En un acto electoral para las legislativas de diciembre, el presidente Chen insinuó incluso que la próxima candidatura de ingreso de Taiwán en la ONU podría realizarse bajo esta denominación y no la de República de China. Por otra parte, fuentes del Palacio presidencial han señalado la existencia de un Plan para incluir la palabra Taiwán en las denominaciones de sus oficinas representativas en el extranjero y de sus propias empresas estatales, con el propósito de resaltar la identidad de Taiwán. Pero se insiste en que esta propuesta no tiene nada que ver con el cambio del presente statu quo a través del estrecho de Taiwán. Se trata, asegura James Huang, subsecretario general del Palacio Presidencial, de distinguir más claramente a Taiwán de China continental y evitar que su status se vea degradado en la escena internacional.

A menos de una semana de las elecciones legislativas, Chen hizo público el anuncio: en un plazo de dos años, las oficinas representativas en el exterior serán rebautizadas como oficinas representativas de Taiwán, al igual que la palabra China será sustituida por Taiwán en las empresas estatales. Chen argumenta que el cambio está avalado por un sentimiento mayoritario de la opinión pública y que con el no se trata de provocar a las autoridades de China continental. El primer ministro, Yu Shyi-kun, ha indicado que se buscará el consenso con los países afectados antes de cambiar el nombre de las misiones diplomáticas acreditadas en el exterior. En las empresas será menos complicado, ya que se trata de un asunto esencialmente interno, pero a la vez urgente, dicen, porque muchas empresas de la isla han enfrentado problemas cuando tienen nombres similares al de otras radicadas en el continente. En suma, el país se identificará como Taiwán cuando participe en actividades a nivel internacional, pero el objetivo es destacar la identidad sin cambiar el nombre oficial del país”¦ La iniciativa ha recibido poco apoyo por parte de EEUU ya que, según Adam Ereli, portavoz del departamento de Estado, parecería tender a cambiar unilateralmente el statu quo de Taiwán. Y por muchas misiones que se envíen al exterior para explicar las buenas intenciones de esta propuesta, es probable que reciban el mismo rechazo que obtuvo la propuesta de referéndum de marzo. Para completar la iniciativa y añadir más leña al fuego, el cambio de nombre afectará también a la forma en que se denomina a China desde Taiwán: ya no se hablará de China comunista, sino de China o República Popular China, expresando un reconocimiento de facto del régimen continental, es decir, de la existencia de dos Chinas bien diferentes. En resumen, de lo que se trata es de ir configurando en los hechos la existencia de dos realidades políticas claramente independientes e ir dando carpetazo a la idea de la unificación.

La cuadratura del círculo

El debate sobre el nombre del país es solo una pequeña parte de otro mayor, de más calado y que apenas se ha iniciado: la revisión de la Constitución. En una entrevista publicada por la revista Time el 5 de noviembre, Chen revelaba sus dos grandes objetivos para esta segunda legislatura: redactar una nueva Constitución y normalizar las relaciones con China. Y los dos objetivos planteados en un contexto de rechazo explicito e inapelable de la fórmula de “una China” que propone el continente. No parece posible conciliar objetivos que caminan en direcciones contrarias.

La Constitución se ha modificado seis veces en la última década, pero, dice Chen, no se ajusta a los nuevos tiempos. Y cita como ejemplos concretos, la importancia de definir si transformar o no los cinco poderes (legislativo, ejecutivo, judicial, de control y de exámenes) en tres, si inclinarse por un sistema presidencial o parlamentario, si el Presidente debe ser elegido por mayoría absoluta o relativa, la conservación o no de la Asamblea Nacional, la eliminación o no de los gobiernos provinciales, etc. Cambios todos ellos que pueden afectar a la estructura del sistema político, no a su naturaleza, ni tampoco, otra vez se enfatiza, a las cuestiones clave que definen el statu quo: las fronteras territoriales, el nombre oficial del país, la independencia o la unificación.

La aprobación de una nueva Constitución exige el apoyo de las tres cuartas partes de los legisladores antes de ser debatido por una Asamblea Nacional ad hoc que debe aprobar el nuevo texto. Esta Asamblea podría elegirse en 2005 y el referéndum se celebraría entonces en 2006, después de una intensa campaña de debate público. Su entrada en vigor se produciría en 2008, constituyendo el principal legado de Chen al abandonar la Presidencia y significaría, tal y como desea, su consagración histórica como un mandatario relevante. Ahora, a la vista de los resultados de las elecciones legislativas de diciembre, todo este plan ha quedado en entredicho y si sale adelante, al igual que ocurrió en su día con la Ley de Referéndum, tendrá que aceptar los puntillosos recortes que imponga la oposición.

¿Y como reacciona China? Desde el inicio de su primer mandato, Pekín viene acusando a Chen de hostilidad abierta y manifiesta, de cuestionar el statu quo sin reconocerlo. En vísperas de su toma de posesión, los comentarios del Renmin Ribao arreciaron en forma de duras críticas a su gestión política. Chen, aseguran en Pekín, tratará de romper los vínculos que unen a Taiwán con el continente para hacer de la isla una entidad independiente, no de repente con una proclamación altisonante, sino poco a poco, como quien va cortando las rodajas de un salchichón.

El problema de China es como hacerse querer por los ciudadanos de Taiwán. En marzo, la segunda victoria de Chen volvió a poner de manifiesto sus dificultades para influir positivamente en el comportamiento de los electores taiwaneses. La derrota de la consulta plebiscitaria causó alegría en China, pero cuatro años más del PDP podrían convertirse en una fuente permanente de problemas. China ha moderado la presión militar, ha intentado restar capacidad de maniobra a los independentistas intensificando el acoso diplomático en el exterior y, sobre todo, incidiendo en los colectivos empresariales, combinando llamadas a los hombres de negocios para que tomen distancias respecto a la política independentista, denuncias públicas de los que percibe demasiado próximos a Chen (grupo Chi Mei, grupo Quanta, etc.) y facilidades y atenciones para favorecer la expansión en el continente de quienes apuestan por el entendimiento.

Puede que China haya empezado a comprender mejor la necesidad de ser más flexible en las formas. Un ejemplo de ello pudiera ser el inesperado intercambio de palabras entre Hu Jintao y Lee Yuan-tseh, representante de Chen en la cumbre de la APEC reunida en Chile el 22 de noviembre. El encuentro fue calificado de cordial. Era la tercera vez que Lee participaba en la cumbre en representación de Chen, privado de asistencia debido a las presiones chinas, pero la primera que intercambiaban un mínimo diálogo entre ellos. Desde América Latina, Hu Jintao, aseguraba que el desarrollo económico es una cuestión de mayor prioridad que la reunificación, palabras que fueron positivamente valoradas por Chen e interpretadas como un signo de buena voluntad.

Doble lenguaje

En su discurso del Doble Diez de este año, también el Presidente Chen se mostró muy conciliador con China, abierto a toda forma de relaciones políticas, proponiendo además un mecanismo de control de la proliferación de armas en el estrecho. En la víspera, Joseph Wu, presidente del Consejo para los asuntos de China continental, señalaba que, en el futuro, un incidente con China, similar al ocurrido entre Pekín y Washington sobre la isla de Hainan en 2001, no podía ser excluido, pero en ningún caso ello significaría el estallido de una guerra.

La preocupación es una realidad manifiesta en toda la región. A lo largo de 2004 se han sucedido numerosos ejercicios militares en la zona. En mayo, 18.000 soldados chinos simulaban una invasión de Taiwán. En julio y simultáneamente, tanto China, como EEUU y Taiwán, realizaban maniobras de diversa importancia que, a pesar de la prudencia con que se intentan desarrollar, pueden dar lugar a errores y originar incidentes que pueden ser interpretados como provocaciones, elevando la tensión y el enfrentamiento. En las maniobras estadounidenses participaron también barcos taiwaneses, ensayando las posibles respuestas a la hipótesis de una acción militar de China contra Taiwán.

En agosto, el primer ministro de Singapur, Lee Hsien Long, llegó a decir en una comparecencia televisiva que actualmente “existe un verdadero peligro de que un cálculo erróneo pueda conducir a un conflicto militar” entre los dos lados del estrecho. La prudencia equivale a no tocar el tema de la soberanía nacional, territorial, la unificación y la independencia en cualquier iniciativa política que pueda provenir de Taiwán, declaraciones que fueron interpretadas en la isla como una concesión de Singapur a Pekín, para calmar la irritación producida por la visita, realizada en julio, del primer ministro a Taiwán. Entonces Lee dialogó con las autoridades taiwanesas y los diferentes partidos y sectores sociales para tomar el pulso a la nueva situación política que se estaba configurando en la isla, haciendo llegar el mensaje contundente de preocupación por los efectos de la deriva identitaria que impulsa el PDP y señalando que en caso de conflicto su apoyo se decantaría por China.

A primeros de octubre, el Presidente Chen presentó su plan para destinar 18.200 millones de dólares a financiar la adquisición de más armamento, a fin de mantener la capacidad defensiva del país. Entre las armas que piensa adquirir Taiwán se encuentra el sistema antimisiles Patriot y un avión P3 de lucha antisubmarina, submarinos diesel y destructores equipados con misiles. Se trata, enfatizan en el Palacio presidencial, de mantener el equilibrio del poder militar en el estrecho, lo que exige adquirir avanzadas armas de defensa para salvaguardar su seguridad nacional. La mejora armamentística no es para sostener la independencia, sino para mejorar la capacidad de negociación. Sin capacidad defensiva, no habrá respaldo suficiente para sostener conversaciones útiles y dignas con el continente. A Pekín, por el contrario, todo le suena al mismo plan, gestos (cambio o abreviación del nombre, nueva Constitución, insistencia reiterada en la participación en organizaciones internacionales) orientados a la promoción de la independencia de Taiwán.

La fragilidad de la seguridad en la zona es bien cierta y quedó de manifiesto con la detección de la presencia de un submarino chino en aguas territoriales japonesas, navegando por las islas Sakishima, al sur de las islas Senkaku/Diaoyu, disputadas por Taiwán, Japón y China continental. Estas islas se encuentran a algo más de cien kilómetros de la costa nororiental de Taiwán. La presencia china en la zona ha venido a ratificar una vez más su reivindicación de la soberanía territorial sobre Taiwán. No obstante, según algunas fuentes, la detección se realizó con la ayuda de Taipei, circunstancia negada en Tokio. El incidente en Senkaku/Diaoyu ha servido, en lo tecnológico-militar para llamar la atención sobre el supuesto perfeccionamiento de los sistemas de sigilo de algunos submarinos chinos, hasta el extremo de hacer incursiones furtivas fuera de sus aguas jurisdiccionales. China no dispone aún de portaviones, pero si está en condiciones de construir e importar submarinos (de Rusia), mejorando sus prestaciones y cualidades. Taipei se ha apresurado a proponer a Japón el establecimiento de una cooperación regional en materia de defensa para hacer frente al incremento del poder militar continental y reaccionar mejor ante futuras intrusiones.

El más valioso aliado

Taiwán mantiene lazos diplomáticos con 27 países. El último en engrosar la lista ha sido Vanuatu, pequeña isla del Pacífico Sur, según la oposición a cambio de una jugosa ayuda de 27 millones de dólares USA y en medio de una intensa polémica porque se filtró la información de que la firma del Comunicado conjunto por parte del primer ministro de este estado, Serge Vohor, se realizó a titulo “personal” y que su beneplácito no contaba con la aprobación previa del gobierno. Granada, por el contrario, estaría en la cuerda floja. Su primer ministro, Keith Mitchell, con la excusa de solicitar ayuda económica para las víctimas del huracán Iván que ha asolado la isla recientemente, ha emprendido viaje a Pekín para cerrar un acuerdo que se ha venido negociando discretamente desde hace un año.

La diplomacia del dólar es abundante en peripecias, especialmente en un momento en que China es recibida con todos los honores allá por donde vaya. Y en paralelo, aumenta la volatilidad de los aliados de Taiwán. El presidente de El Salvador, Elías Antonio Saca, ha tenido que hacer una declaración expresa de que no tiene el propósito de establecer relaciones con China continental, para desmentir y rebajar las presiones de sus medios empresariales que le urgen lo contrario. La gira de Hu Jintao por varios países de América Latina ha dado buena cuenta de este clima y augura próximas deserciones, difícilmente evitables, a pesar de los intentos de Taiwán por mejorar las relaciones económicas con sus socios. En esa línea cabe interpretar la propuesta de firmar un Tratado de Libre Comercio con tres aliados centroamericanos (República Dominicana, Honduras y Nicaragua), anunciado para el año próximo; también ha abierto negociaciones con Paraguay con el propósito de firmar un acuerdo similar en 2005.

En esta misma orientación, el ministro de exteriores taiwanés, Chen Tan-sun, ha propuesto el establecimiento de una enigmática línea de defensa diplomática con Corea del Sur para resistir las presiones chinas orientadas a aislar a Taiwán en el escenario internacional. No ha dado detalles, pero lo cierto es que ambos países desarrollan una activa competencia en el plano comercial y desde 1992 no sostienen relaciones diplomáticas.

Pero su más valioso aliado es EEUU, con quien mantiene excelentes contactos, si bien, como es sabido, no existe reconocimiento oficial alguno. Taipei es consciente de que solo Washington tiene capacidad para contener a China y por ello su punto de vista debe ser tomado muy en cuenta. Y EEUU, como señalaba Thomas Fargo, jefe de la comandancia del Pacífico en vísperas de la toma de posesión de Chen en mayo, es sabedor de que Taiwán es el mayor punto de fricción entre Washington y Pekín. El manejo de tan delicado tablero no siempre es fácil.

EEUU ha calificado oficialmente las propuestas de Chen como “responsables y constructivas”. No obstante, en su día también expresó, al igual que la práctica totalidad de países europeos, sus reticencias respecto a la idoneidad de la convocatoria del referéndum. La dimisión de Theréese Shaheen, presidenta del Instituto Americano en Taiwán, organismo que representa los intereses de EEUU, ha sido el reflejo del delicado y complejo estado de las relaciones bilaterales, que han dejado de estar presididas, al menos en apariencia, por un entendimiento absoluto.

En Taipei, por ejemplo, se recibieron con auténtico estupor las declaraciones de Colin Powell, formuladas en octubre a la cadena de Televisión Phoenix de Hong Kong, en las que se pronunciaba por la reunificación pacífica como solución al contencioso, usando un término del agrado de Pekín, aunque no de Taiwán. Powell, de visita en China, señaló en su intervención que Taiwán no es un país soberano, lo que motivó algunas concentraciones cívicas ante el Instituto Americano en Taiwán, donde se entregó una carta de protesta. El Ministerio de Relaciones exteriores de Taiwán emitió una declaración asegurando que Taiwán es un país soberano e independiente, recabando la presencia de Douglas Paal, embajador de facto en la isla, para expresarle su preocupación. Powell aclaró más tarde que donde dijo reunificación pacífica quería decir resolución pacífica, y que no hay cambio de política en la actitud de EEUU. La unificación, se dice en Taiwán, es uno de los posibles resultados del diálogo, pero no conviene insistir en la unificación, pues no está claro que ese sea hoy el objetivo buscado por ambas partes.

La voluntad de defender a Taiwán es explicita en Washington. En 1996, año de elecciones presidenciales en la isla, el Presidente Clinton envió dos grupos de batalla naval al estrecho, después de que Pekín realizara una prueba con misiles para advertir a los electores de Taiwán de las consecuencias de una victoria del hoy aliado de Chen, Lee Teng-hui. No salió bien y con la posterior victoria de Chen, las relaciones se han ido deteriorando más y más.

China acusa a EEUU de secundar el populismo independentista de Chen. Sin su complicidad, Chen no se atrevería a implementar la actual estrategia. Washington, se dice en Pekín, dispone de la capacidad para frenar y desautorizar su planteamiento. Pero, en vez de eso, el presidente Bush promulga en junio una ley para apoyar más activamente la petición de Taipei de obtener el status de observador en la Organización Mundial de la Salud (OMS), o consiente encuentros entre responsables estadounidenses y representantes del gobierno taiwanés a una escala desconocida hasta la llegada del actual inquilino de la Casa Blanca.

China se queja de que el departamento de defensa de EEUU exagera deliberadamente su fuerza militar para justificar mejor la venta de nuevas armas a Taiwán. Algunos cálculos insinúan que en una década podría estar en condiciones de hacer frente a EEUU si este decide implicarse en la defensa de Taiwán. Esa es la razón de prestarle el apoyo militar suficiente para imposibilitar soluciones de fuerza por parte de Pekín.

Las ventas de armas a la isla son objeto de condena explicita y rotunda por parte de las autoridades chinas, quienes consideran que este proceder envía un mensaje equivocado a los sectores independentistas de Taiwán pues de ello concluyen que EEUU estará siempre de su lado. En los últimos meses, China ha expresado su descontento a numerosos altos cargos de la Administración Bush que han visitado el país (Colin Powell, Condoleezza Rice, entre otros) y su preocupación por resoluciones como la aprobada el 15 de julio por la Cámara de Representantes que reafirmó el compromiso inquebrantable de EEUU con la defensa de Taiwán, lo que supone, según declaraba al diario USA Today, el portavoz de la embajada china en Washington, Sun Weide, un “acto de violación de la soberanía de China”.

Desde que Francia se disculpó ante China por haber vendido a Taiwán los Mirage 2000 y las fragatas Lafayette, Taipei no ha tenido ocasión de obtener nuevas armas en ningún país miembro de la Unión Europea. La solicitud china de levantamiento del embargo de armas, que dura ya quince años, impuesto a raíz de los sucesos de Tiananmen de 1989, ha movilizado al lobby taiwanés en Europa que ha conseguido, como primer éxito, detener temporalmente la propuesta francesa. Chirac negocia la venta a china del TAV, la construcción de una central nuclear y el nuevo Airbus A380. El levantamiento del embargo, que tiene como condición previa la observación de mejoras en la situación de los derechos humanos, podría tener un negativo impacto en la región ya que la obtención de sistemas armamentísticos europeos avanzados (que le facilitaría también las adquisiciones en terceros países como Rusia, más sofisticados y a mejor precio) difícilmente evitaría una espiral en la zona.

Paradójicamente, para vencer las resistencias de algunos países que se obstinan en mantener el embargo, China ha cancelado la realización de algunos ejercicios militares en la isla Dongshan, previstos para septiembre, iniciativa también secundada por Taiwán. Gestos ambos interesados que no se corresponden con una lógica de desarme, sino todo lo contrario.

La economía puede ayudar a la política

Según una encuesta realizada por el Centro de Investigación Electoral de la Universidad Nacional Chengchi en el intervalo transcurrido entre las elecciones presidenciales y legislativas, un 63% de taiwaneses están a favor de la firma de un acuerdo de paz con la República Popular China, según el cual esta debe prometer no invadir Taiwán y la isla comprometerse a no declarar la independencia en los próximos cincuenta años. Un 51% considera que las relaciones entre los dos lados del estrecho han empeorado en el último año. Un 64% afirman creer que los dos no entrarán en guerra en los próximos años, es decir, durante el mandato de Chen. Un 28% cree que la promulgación de una nueva Constitución puede conducir a la guerra contra China. Si Taiwán anuncia la independencia, un 58% cree que el conflicto armado sería inevitable. De producirse una contienda, un 51% cree que EEUU apoyaría a Taiwán, y si no se garantiza ese apoyo, un 59% considera que Taiwán no sería capaz de defenderse. Un 52% apoya el statu quo, dejando para más adelante una decisión definitiva. El 24% considera que el statu quo es la mejor fórmula para siempre. Las posiciones más extremas, unificación o independencia, no superan la barrera del 10%.

Con estos datos, el realismo de la sociedad taiwanesa parece incontestable. El resultado de las elecciones legislativas supone un serio correctivo para Chen y sus aliados, claramente desautorizados por una ciudadanía que no desea, en su mayoría, “rescribir la historia”. Con una oposición reforzada que plantea un rumbo político diferente al presidencial en una materia tan trascendental como las relaciones con el continente, corresponde al Presidente efectuar un gesto de aproximación sentando las bases de un gran acuerdo nacional para restablecer el consenso en materias básicas. Seguir adelante con su proyecto no parece posible, una vez que ha sido desautorizado electoralmente, tanto ahora en diciembre como en la consulta plebiscitaria de marzo.

Para China también hay un mensaje que no puede obviar. La reunificación es inimaginable si no se produce un cambio sustancial en las mentalidades de los ciudadanos y de los dirigentes de la isla, hoy animados y seducidos por una estrategia pseudo independentista de resultado incierto. Pero ese cambio no es de hoy para mañana y es dudoso que se acepte de buen grado recurriendo a la amenaza militar. Debiera por lo tanto centrar sus argumentos más en las cifras que en la presión militar. La tentación de tender puentes a la oposición negando el diálogo con las autoridades del país, erosionando su credibilidad con la esperanza de un cambio en 2008, puede ser muy arriesgado.

China es el primer socio comercial de la isla desde 2003, por delante de EEUU. El stock de inversiones directas de Taiwán en China es de cien mil millones de dólares, un tercio de su Producto Interior Bruto. Al principio, su implantación en el continente perseguía como objetivo beneficiarse de una mano de obra barata para producir más y mejor ordenadores y otros utensilios destinados a la exportación a terceros países; hoy buena parte de sus inversiones están destinadas a la producción de artículos que responden a las necesidades domésticas de los propios chinos. En el primer semestre de 2004, el comercio bilateral ha crecido en un 39,2% hasta alcanzar los 29.070 millones de dólares USA. Las exportaciones al continente crecieron un 34,1%; las importaciones, un 56,1%. El superávit, favorable a Taiwán, creció un 24,4%.

Sin duda, esa realidad económica es el primer argumento para favorecer el diálogo y una buena base para que esa innegable identidad taiwanesa que surge con clara fuerza en amplios sectores de las nuevas generaciones no se convierta en un impedimento insalvable para que la integración en lo empresarial y comercial tenga también su aceptable proyección en lo político.