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Un liderazgo en disputa

 Hu Jintao y Manmohan Singh; clic para aumentar
En la visita que Hu Jintao cursó a India en noviembre de 2006, China reafirmó su apuesta por consolidar los vínculos bilaterales e implicar a Nueva Delhi en una estrategia que enfatice el papel de Asia en la globalización. De ahí su iniciativa de establecer un área de libre comercio con India, al igual que negocia con Pakistán, Singapur, o los países de la Ansea. Tampoco Japón quiere quedarse fuera y Shinzo Abe ha expresado su interés por este asunto. (Foto: Hu Jintao y el primer ministro de la India, Manmohan Singh, en Nueva Delhi el 21 de noviembre de 2006).
 

China, India y Japón son los tres grandes referentes del espacio asiático. La emergencia de los dos primeros, la reorientación del tercero y el perfil cambiante de sus mutuas relaciones con países como EEUU o Rusia, con intereses en la zona, denotan la existencia de una considerable fluidez en dicho escenario, clave, por otra parte, para la definición del sistema internacional del siglo XXI.

En el ámbito estrictamente regional, uno de los ejes esenciales de dicho futuro está vinculado a la evolución de las relaciones entre China e India, las dos potencias emergentes y que acumulan un gran potencial demográfico y territorial, además de incorporar una significación económica cada vez mayor (en 2005, ambas sumaban el 27,3% del PIB mundial en paridad de poder de compra). La cuestión de si las economías de ambos países serán complementarias o rivales es una de las claves del futuro regional. Por el momento, aunque el tema no es unánime, todo parece indicar que predomina la complementariedad (tanto en la producción, como en el comercio o en la captación de inversiones extranjeras) y que los dirigentes de ambos países, pese a sus diferencias, se esfuerzan por encontrar un lenguaje común que asegure el liderazgo económico de Asia en el mundo, poniendo fin a la hegemonía occidental y abriendo la perspectiva de una multipolaridad también política y estratégica.

La principal sombra se refiere a la energía ya que su auge económico ha propiciado un aumento sustancial de las importaciones de petróleo. China e India son, respectivamente, el 2º y el 6º consumidores mundiales de crudo y con una dependencia respecto de las importaciones que no deja de crecer. En China, el porcentaje de importación en el consumo total interno es ya del 50%, mientras que en India, el 70% del petróleo que consume procede del exterior. China es el tercer importador mundial, después de EEUU y Japón, e India ocupa la novena posición. Ambos procuran estrategias de diversificación de sus proveedores en Asia Central, África o América Latina. En esta carrera, China parte con ventaja en cualquiera de las tres áreas citadas, si bien en todas ellas (e incluso en Rusia) se suscitan algunas reticencias que solo parcialmente India puede aprovechar debido a que su contencioso con Pakistán genera no pocas dificultades en sus relaciones con los países musulmanes. Por otra parte, el apoyo financiero y diplomático que Beijing puede ofrecer a muchos países no está al alcance de Nueva Delhi. Esta diferencia de capacidades y la persistencia de rivalidades de honda raíz histórica entre ambas naciones pueden dificultar el entendimiento y la cooperación bilateral.

En la visita que Hu Jintao cursó a India en noviembre de 2006, China reafirmó su apuesta por consolidar los vínculos bilaterales e implicar a Nueva Delhi en una estrategia que enfatice el papel de Asia en la globalización. De ahí su iniciativa de establecer un área de libre comercio con India, al igual que negocia con Pakistán, Singapur, o los países de la Ansea. Tampoco Japón quiere quedarse fuera y Shinzo Abe ha expresado su interés por este asunto.

¿Será capaz China de articular Asia como un poder regional? Ni Japón ni India aceptarán fácilmente un liderazgo chino, al menos si este se plantea en su forma tradicional. Cierto que aún estando ambos de acuerdo en rechazar una hipotética ““y complicada”“ hegemonía china, las relaciones de ambas potencias con el mundo occidental son diferentes. A la alianza de Japón se contrapone la orfandad hindú posterior a la desintegración de la ex URSS. Rusia no ha ocupado ese lugar. Y EEUU es un recién llegado, aunque el principal objeto de su interés cuando se refiere a colaborar con India en la estabilización de Asia solo tiene una interpretación posible: como gestionar la desafiante emergencia de China. El acuerdo para el desarrollo de la energía nuclear con fines pacíficos es bien indicativo (China apoya la construcción de seis centrales nucleares en Pakistán), así como la apuesta por mantener su primacía en el intercambio comercial, tal como señaló Bush en su visita de marzo de 2006.

A pesar de ello, conviene destacar la existencia de una apuesta política de fondo, difícil de cuajar por las respectivas diferencias sistémicas, pero que no debiera minusvalorarse: Beijing ambiciona explorar alternativas a la modernidad occidental que tengan en cuenta las especificidades de las civilizaciones asiáticas como factor de identidad en un mundo multipolar. El bagaje de la hindú o la china es muy sólido y podrían no resignarse a evolucionar como simples imitadoras. Pero ello exigirá de China reconocer la importancia de India, hoy relegada a una potencia subregional. Y eso, más allá de tenerla en cuenta y normalizar las relaciones bilaterales, puede ser aún mucho pedir.

El desencuentro con Japón

Las relaciones sino-japonesas se enfrentan al problema de definir su contenido y de estructurar sus vínculos estratégicos en beneficio mutuo. Después de la visita a China de Shinzo Abe, el sucesor de Koizumi, en Beijing se siguen con gran interés los pasos del nuevo primer ministro en el área interna e internacional, combinando la multiplicación del diálogo con las advertencias críticas.

La transformación de la Agencia de Defensa de Japón en Ministerio de Defensa, no ha sido recibida precisamente con júbilo en la capital china. En un comentario publicado en el Renmin Ribao, se valora como un “enorme paso” hacia esa normalidad proclamada y anhelada por Shinzo Abe, pero que contiene en el fondo “una aspiración por llegar a ser una potencia política y militar mundial”, que puede poner en peligro la trilogía que ha sustentado la defensa japonesa desde la segunda guerra mundial: a la defensiva, bajo mando civil y desnuclearizada.

Las visitas diplomáticas cursadas a lo largo de 2006 a Asia Central o África, y la efectuada a Europa indican, con evidencia, que Japón se sale del guión tradicional que circunscribía su diplomacia a dos escenarios básicos: EEUU y los países asiáticos. Ahora se trata de multiplicar su influencia en el mundo. La estrategia de Taro Aso, ministro de exteriores, se basa en la creación de un “arco de libertad y prosperidad” en la franja territorial señalada por la curva que va desde el Sudeste asiático hasta Asia central y Europa central y oriental. El propio Aso visitó Rumania, Bulgaria, Hungría y Eslovaquia, mientras Shinzo Abe ha atendido otras cuatro capitales europeas en las que dejó un mensaje de poco agrado de Beijing: un posible levantamiento del embargo de armas a China (su presupuesto militar suponía en 2005 el 67% del japonés) afectaría a la seguridad de Asia oriental. Es decir, resumen en Beijing, la nueva diplomacia nipona no solo tiene el objetivo de promover la prosperidad, sino también contener a China.

Es posible que el reencuentro sino-japonés deje a un lado las diferencias en torno a Taiwán, permita suspender las desafortunadas visitas al santuario Yasukuni, e incluso que se avance en el tratamiento de los problemas delicados dejados por la historia reciente, desde las esclavas sexuales a los restos de armas químicas abandonados por su ejército en la Manchuria ocupada; incluso puede que el diálogo en temas de fondo y muy sensibles para ambas partes como el energético aporte racionalidad a su competencia, pero todo ello, al mismo tiempo, parece evidenciar que su rivalidad, dentro y fuera de la región, prescindirá en el futuro de cualquier disimulo.

Washington, por último, tiene el problema de cómo equilibrar las relaciones entre Japón, su aliado en Asia, y China, una potencia regional en ascenso. La competencia entre Tokio y Beijing se refiere a las inversiones, recursos energéticos e influencia política. El poder militar de China es visto con desconfianza por Tokio, además de las disputas territoriales que enturbian las relaciones. La competición mutua parece clara, y nunca ambos se habían vuelto poderosos al mismo tiempo en Asia, lo que obliga a buscar fórmulas de equilibrio que proporcionen cierta estabilidad. El cambio en el equilibrio de poder entre China y Japón y la emergencia de India también obligará a EEUU a pensar en un reajuste de su política asiática, hasta hoy centrada en la identificación de Japón como centro neurálgico.