Bush en la China reticente

Aunque quisieran llevarse bien, realmente no lo tienen nada fácil. Ni Jiang Zemin ni George Bush pueden pasar por alto las mutuas desconfianzas estratégicas que, si bien han estado siempre latentes en el delicado diálogo bilateral, han emergido con toda crudeza después del 11 de Septiembre. Para China esa fecha ha supuesto básicamente dos cosas. En primer lugar, una recomposición radical del paisaje estratégico de Asia; en segundo lugar, una quiebra en profundidad de aquellos aspectos favorables que había rentabilizado en el fin de la guerra fría.

Hasta ahora, el apoyo chino a la estrategia estadounidense de lucha contra el terrorismo universal ha sido muy medido y meditado, ni una décima más de lo estrictamente apropiado y necesario, incluso condicionado, en un marco general de extremada preocupación por las consecuencias a medio y largo plazo del regreso apresurado y en masa de Washington a un escenario asiático en el que China pretendía y pretende desempeñar un papel significado. ¿Cabe esperar algo más?

Se diría que una sola premisa comparten ambos países. Como a EEUU, a China no le preocupa el terrorismo como fenómeno general sino aquel terrorismo que puede dañar sus intereses vitales. Pero además, como afirma Wang Fuchun, director del Instituto de Estrategia Internacional de la Universidad de Beijing, el terrorismo brinda a Estados Unidos la posibilidad de dar un salto de gigante en el dominio mundial legitimando el principio de ingerencia militar.

Los análisis publicados en la prensa china abundan en la idea de que la estrategia estadounidense es doble: avance y ratificación de la hegemonía norteamericana en el mundo, y cerco progresivo a China. En Beijing se teme particularmente la penetración USA en Asia central y meridional y no admitirá de buen grado que se imponga un orden americano en la región.La presencia de tropas en Pakistán, en Afganistán y en otros países de la zona, en una dinámica creciente y sin aparente final (Filipinas, Singapur, Camboya, Indonesia,etc), afecta al desarrollo de las relaciones bilaterales y complica enormemente la política exterior china. Al olvidar Pakistán sus matices y pasar al lado americano pierde una pieza de enorme valor en su política de presión a India. El eje triangular de las tres capitales debe recomponerse. Otro tanto ocurre con la relación con el grupo de Shanghai, ideado fundamentalmente para equilibrar la penetración de la OTAN en la región a través de Kazajstán. Rusia no compartió con China su giro de ciento ochenta grados y eso ha dolido en Beijing que en julio de 2001 había firmado un nuevo acuerdo de amistad.

Aunque en voz baja, lo que realmente se dice y se piensa en Beijing es que en la cruzada de Bush hay algo más que lucha contra el terrorismo. Y la pregunta es inevitable: a sabiendas de ello, ¿conviene o no sumarse a esa estrategia? Los expertos militares se han apresurado a reforzar la presencia del Ejército Popular de Liberación en la frontera occidental y nuevas proyecciones se realizan sobre la necesidad de reconsiderar la prioridad de la modernización naval. Pero en el orden económico pesan otras consideraciones. De hecho, al mes de los atentados, la Boeing se benefició de un acuerdo con el gobierno chino por valor de 1,6 mil millones de dólares. Y también en el orden político: China no puede permitirse el lujo de un enfrentamiento con Estados Unidos. Asi pues, su margen de maniobra es tremendamente limitado, y ambos parecen abocados a convivir juntos como una pareja desilusionada, sin capacidad para reiventar una relación y, en definitiva, quizás compartiendo la misma cama pero en ningún modo el mismo sueño.