China y la OMC, alegrías y temores

El pasado 26 de septiembre, Beijing y Berna firmaban el acuerdo bilateral sobre el ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio. La OMC cuenta con 135 miembros, de los que hasta un total de 37 habían solicitado negociaciones bilaterales con Beijing sobre el acceso a su mercado. Con el acuerdo de Suiza, solo México queda pendiente de firmar el acuerdo. Las negociaciones han entrado, pues, en la etapa finalísima y, como muy tarde, en la primera mital del que viene se consumará el ingreso del coloso oriental con sus más de 1.300 millones de habitantes.Con la entrada de China, solo un grande, Rusia, se quedaría fuera de la OMC.

En 1986, China había solicitado formalmente su rehabilitación como signatario del GATT (Acuerdo general de aranceles, reemplazado por la OMC en 1995). El primer período de negociaciones se desarrolló entre 1986 y 1989. Esos primeros contactos se vieron interrumpidos como consecuencia de los graves sucesos de Tiannanmen de aquel año, que abrieron paso no solo al estancamiento sino a una política de sanciones económicas y comerciales de las principales potencias y bloques comerciales, principalmente de Occidente. La reanudación del diálogo bilateral se produjo en 1993, desarrollándose ininterrumpidamente entonces hasta mayo de 1999. Esta vez fue la parte china, quien, a modo de protesta por el bombardeo de su Embajada en Belgrado por las fuerzas de la OTAN que intervenían contra la Yugoslavia de Milosevic, se vió en la “penosa” obligación de parar los contactos. La suspensión fué corta. En septiembre del mismo año, en el marco del encuentro de la APEC (Cooperación Económica de Asia-Pacífico), celebrado en Auckland, Nueva Zelanda, se reanudó el diálogo.

El primer gran acuerdo bilateral se materializó el 15 de Noviembre de 1999, sellando con Estados Unidos un pacto que le abría el ingreso en la OMC. La “normalización” con Washington le permitió a Beijing poner término a la discusión anual de la Cámara de Representantes sobre la concesión o no del estatuto de nación más favorecida, superada más tarde con la concesión del estatuto permanente de relaciones comerciales normales. En Mayo de 2000 se producía el acuerdo con la Unión Europea, y se salvaban los dos principales escollos.

En el marco del proceso negociador, China se ha visto obligada a hacer importantes concesiones. Cierto que dispondrá de un plazo genérico de cinco años para adaptarse al nuevo contexto, especialmente en lo normativo, pero en el terreno logístico de la amortiguación social o la adecuación empresarial, habida cuenta de las dimensiones geográficas y económicas del gigante asiático, media década parece a todas luces insuficiente.

La premisa general es que China debe abrir su inmenso mercado a las grandes corporaciones transnacionales, reduciendo gradualmente las restricciones comerciales geográficas a las inversiones extranjeras, en especial en el sector servicios (banca, distribución, seguros, telecomunicaciones, turismo, etc). Las autoridades chinas han tenido que aceptar importantes reducciones de aranceles que pueden alcanzar, por término medio, unos diez puntos. Naturalmente, nada se ha mencionado en dichas negociaciones o acuerdos al respecto de la libertad sindical, el derecho de huelga, o, simplemente, la adopción de garantías en cuanto al estricto cumplimento de la prohibición del trabajo forzoso, que ha sido objeto de denuncia por parte de organizaciones humanitarias. Pesa mucho más esa imagen de una China como un inmenso mercado lleno de pequeñas murallas que es posible y preciso derribar extremando la competencia.

Las repercusiones en China

Shi Guangsheng, Ministro de Comercio Exterior, señalaba en mayo último en Shanghai que el ingreso de China en la OMC beneficiará a la economía mundial y creará más oportunidades para los inversores foráneos. Por su parte, otros dirigentes del aparato estatal de Beijing enfatizan que el ingreso permitirá al país participar directamente en la formulación de las normas internacionales, situándose en mejores condiciones de salvaguardar sus derechos e intereses. El ingreso de China en la OMC, se señaló en el Foro China 2000 de la APEC, tendrá como consecuencia una mayor integración de China en el sistema comercial internacional y una mayor implicación en el desarrollo económico del planeta. Desde el punto de vista interno, ayudará a impulsar la reforma, la apertura y la modernización “socialista” de China en el siglo XXI.

Pero, ¿a que precio? Sectores enteros e importantes como la industria alimentaria deberán ser puestos patas arriba. Bien conocidas son las características del sector industrial chino: tecnología y equipamientos antiguos, baja calidad y alto coste de los productos, excedentes de mano de obra, etc. El rejuste de la distribución empresarial y la modificación de los mecanismos de gestión a que obligará la competencia que se avecina, exigirá grandes sacrificios en el ámbito social. Son numerosos los sectores en riesgo: acero, cemento, petroquímica, automóviles, aluminio, electricidad. Se calcula que en la actualidad el número de desempleados urbanos ascende a 16-18 millones, pero esta cifra puede multiplicarse.

La pregunta es bien sencilla. Si en veinte años de reforma, llevada cabo conforme a los sabios criterios de experimentación y gradualismo, no se ha expresado mucha sensibilidad social ni dispuesto los mínimos mecanismos amortiguadores, ¿porque se va a hacer ahora? Tampoco esta ha sido una preocupación de los dirigentes negociadores occidentales, a pesar de quejarse durante años de lo “ventajoso” que resultaba producir en algunos países en vías de desarrollo en los que la ausencia de “derechos sociales” reducía drasticamente los costes de producción. Ahora que tenían la oportunidad de imponer o simplemente “insinuar” cláusulas de contenido social, toda su atención se fijó, sin embargo, en la reducción de aranceles para sus productos y mayores garantías para sus inversiones.

Pero no solo en el ámbito industrial puede generarse inestabilidad. En el orden administrativo, la titánica tarea de reducir la burocracia lleva años en marcha sin que se hayan podido alcanzar grandes objetivos, a pesar de las reducciones de empleo. El papeleo y la “guangxi” (relaciones) forman parte de una tradición cultural que buscará sus propios subterfugios cuando es acosada, pero los descontentos pueden hacerse sentir directamente o a través de fórmulas pseudoreligiosas (Falun Gong, por ejemplo). Por otra parte, en el campo, el desempleo estacional afecta a unos 100 millones de personas y se calcula que los precios de los productos agrícolas se sitúan un 30 por ciento por encima de los niveles internacionales. Los efectos de una desestabilización campesina pueden sacudir todo el país.

El último esfuerzo debe alcanzar al tejido legal. Con la adecuación en el orden normativo para asemejarse a las exigencias internacionales, ya no podrá decirse que China queda aislada, sino que forma parte de la “civilización”.

Sumarse al carro de la globalización

China es la séptima economía del mundo y ocupa la décima posición en cuanto al volumen de su comercio. Es ya un importante motor de la economía mundial, capaz de desempeñar, sobre todo a escala regional, un papel estabilizador, como demostró en la crisis financiera de hace un par de años.

La lectura principal que hace en China de su próximo ingreso en la OMC no es ideológica o política, sino primordialmente histórica y económica. No parece preocupar mucho abrazar el espíritu de la libertad de empresa que simboliza la OMC y su adecuación al “socialismo con peculiaridades chinas” que formuló Deng Xiaoping en tiempos que a veces se asemejan muy lejanos, sino que se pone el acento en un fin de ciclo histórico caracterizado por un declive de siglos, iniciado cuando el Imperio del Centro dió la espalda al mundo. Hoy China quiere recuperar la iniciativa perdida, estar entre los grandes, participar en la definición de las reglas, ser un actor decisivo del proceso de globalización. No se puede avanzar en la modernización interna, en la gaige y la kaifang (reforma y apertura) sin abrirse a la economía mundial, afirman.

Frente a quienes consideran que se convertirá en una semicolonia no ya de los países occidentales, sino de las grandes corporaciones transnacionales, los dirigentes chinos responden que serán capaces de convertir los retos en éxitos. Beijing confía en provocar una nueva etapa de expansión del desarrollo interno contando con la participación extranjera y asegurar asi el mantenimiento de las elevadas tasas de crecimiento económico de las últimos décadas, situadas en torno al diez por ciento como media.

Quizás precipitándose en la toma de conciencia de las nuevas reglas, a poco más se ha atrevido que a señalar el camino. En la sesión de este año de la Asamblea Popular Nacional, se ha aprobado una nueva palabra de orden: ¡a la conquista del Oeste! Con ella, el Partido Comunista pretende generar la ilusión de propiciar una nueva “costa” , un nuevo milagro desarrollista en el interior del país semejante al conocido en su franja litoral y capaz de absorber las severas consecuencias sociales de la nueva etapa que se avecina.