El Agosto de Lech Walesa

Cuando apenas faltan tres meses para que se celebren nuevas elecciones presidenciales en Polonia, Lech Walesa se encuentra de nuevo en el ojo del huracán. Candidato con pocas posibilidades frente al actual Presidente, Aleksander Kwasniewski, los diferentes sondeos le sitúan incluso muy por debajo de Marian Krzaklewski, líder actual de Solidarnosc y principal punto de referencia de la gobernante Acción Electoral. Si bien devaluado políticamente, Walesa ha sabido conservar aún una notable influencia moral en todo el movimiento social y político que Solidarnosc consiguió vertebrar en los años ochenta. Quizás por ello, al someterse al control exigido por la ley de lustración aprobada en el último tramo del mandato de la izquierda (1993-1997), y examinar las vinculaciones de los presidenciables con el anterior régimen, a Walesa se le acusa de haber actuado como confidente de la policía política. El repaso de la historia reciente de la patria de Chopin resulta suficientemente elocuente del papel desempeñado por el obrero electricista más famoso de Gdansk, tan transformador en muchos aspectos como reaccionario en otros. Precisamente se cumplen ahora dos décadas de aquel verano caliente que sacudió los cimientos de Polonia y de buena parte de los países del Tratado de Varsovia.

Desde las primeras semanas del mes de julio de 1980 la huelga en protesta por el incremento de los precios de la carne se extendía como un sarampión por más de una docena de ciudades polacas. El 14 de agosto se inicia la huelga en los astilleros Lenin de Gdansk, en la costa báltica, y comienza un viraje verdaderamente histórico. El descontento social se traduce aquí en reivindicaciones salariales y también sindicales. El colectivo laboral exigía la readmisión de Anna Walentynowicz, gruísta y una de las firmantes, con Walesa, de la Carta de los derechos de los trabajadores divulgada el año anterior. Walesa no trabajaba en el astillero desde hacía cuatro años, pero seguía muy de cerca su problemática.

Aunque la primera respuesta del gobierno central fue decretar la incomunicación de Gdansk con el resto del país, la empresa accedió a las reivindicaciones. Cuando todo parecía resuelto, otras empresas del litoral presionaron para demorar la reincorporación al trabajo en tanto no se firmara un acuerdo global. Se creó un Comité interempresarial de huelga. En solo tres días se pasó de 21 empresas iniciales a más de doscientas cincuenta, todas unidas bajo el slogan, "Fieles a Dios y a Solidarnosc". No estaban solos. De inmediato se organizó un comité de apoyo encabezado por Tadeusz Mazowiecki, quien en 1989 se convertiría en el primer democristiano al frente de un gobierno de un país del socialismo ir-real. La Iglesia Católica, dirigida entonces por el Cardenal Stefan Wyszynski, hacía valer su tradicional influencia y en Roma, el Papa Wojtyla, exaltaba las virtudes del nuevo sindicalismo polaco. Una de las primeras concesiones del gobierno fue la retransmisión de la misa dominical, suspendida desde los años cincuenta. Desde Washington, Ronald Reagan expresaba su apoyo a Walesa mientras ordenaba despidos masivos entre los controladores aéreos.

La huelga acaba con la era Gierek

La fuerza del movimiento huelguístico consiguió acorralar al régimen y abrir una grieta de grandes proporciones en su aparente solidez. Edward Gierek, primer secretario del POUP (Partido Obrero Unificado de Polonia), aupado al Politburó como consecuencia de las movilizaciones obreras registradas en Poznan diez años antes, intentó sin éxito reconducir la situación. Al final, el 31 de agosto se firman los 21 puntos de Gdansk pero ni el acuerdo, ni la remoción de cargos, ni la expiación de culpas, fueron suficientes y, una semana más tarde, Gierek presentaba su dimisión por "motivos de salud". El pacto que pone fin a la huelga admite el papel dirigente del Partido, pero por primera vez en un país del socialismo real reconocía el derecho de huelga y el pluralismo sindical. Un año después, el general Jaruzelski pondría fin a tan breve como conflictiva experiencia para evitar una intervención de las tropas de los países "hermanos" del Tratado de Varsovia.

En aquellos días de agosto de 1980 se pueden encontrar las claves del presente polaco y de los cambios que han sacudido posteriormente todo el Este europeo. El propio Gorbachov reconoce en sus Memorias la influencia de aquella crisis en la formulación de la perestroika en 1985. Eran los obreros, el sujeto histórico a redimir, la base social que debería proporcionar la credibilidad y legitimidad del régimen, quienes exigían su derecho a organizarse de modo alternativo. No podía ser más evidente la consumación de la ruptura entre el poder y la sociedad.

Del enfrentamiento a la cohabitación

Pero aquí se encuentran también los antecedentes de los principales actores que aún hoy protagonizan la vida política polaca. El próximo 8 de octubre, Marian Krzaklewski, Presidente de Solidarnosc, y Aleksander Kwasniewski, de la Alianza de Izquierda Democrática, heredera en buena medida del liquidado POUP, medirán sus fuerzas en unos comicios presidenciales que escenificarán la permanencia de aquella rivalidad, ya institucionalmente encauzada. Sin embargo, a pesar de la persistencia de esa dualidad social y de los duros enfrentamientos del pasado, la cohabitación caracteriza el presente de Polonia. Precisamente, en su cultivo radica buena parte de las expectativas electorales del poscomunista Kwasniewski y del desconcierto de las diferentes derechas, ideológicamente muy próximas entre si pero incapaces de digerir la capacidad de acomodamiento de sus antiguos rivales en el nuevo contexto. Esa inadaptación explica también la marginalidad actual de Walesa, personaje decisivo para comprender la caída de aquel sistema impopular, pero nefasto para conducir la transición hacia un régimen más democrático.