El triángulo taiwanés

Los signos de preocupación y de inquietud en las relaciones chino-taiwanesas van en aumento. ¿Nubes de verano? Parece que algo más. Pekín tenía la esperanza de una derrota de Chen Shuibian, el líder del soberanista Partido Democrático Progresista, en las elecciones presidenciales del pasado mes de marzo, que no se ha llegado a producir; ahora, intenta acertar en la definición de una estrategia que le impida obtener la mayoría parlamentaria suficiente en las legislativas de diciembre para llevar a cabo su controvertido programa electoral. Con motivo de la reciente visita a China de la asesora de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Condoleezza Rice, quien sostuvo un intercambio de impresiones con Hu Jintao y Jiang Zemin, las autoridades chinas han reiterado su “seria preocupación” por la evolución política en la “provincia rebelde”. Taiwán ha sido el tema central de las conversaciones.

La preocupación china es doble. De una parte, la victoria de Chen Shuibian, apretada pero suficiente, ha puesto en marcha el calendario para la aprobación de una nueva Constitución en 2008. La adopción de esta Carta Magna asentaría un poco más la situación de hecho de Taiwán como un Estado libre y democrático, si bien escasamente reconocido internacionalmente, pero cada vez más alejado del discurso unificador tradicional de las dos Chinas, aproximándose a la fórmula, inaceptable para el continente, de la existencia de dos Estados, dos realidades políticas netamente diferentes, a cada lado del estrecho de Taiwán. Esta evolución, claramente orientada a significar una específica identidad taiwanesa poco o nada interesada en una unificación que, como ha señalado el presidente Chen aludiendo a Hong Kong, no garantiza de forma suficiente el respeto a sus valores democráticos, puede colocar a China, en plena celebración olímpica, ante la decisión más trascendente de su historia reciente.

El otro lado del triángulo de esta preocupación es EEUU. La dureza de la larga campaña electoral de las presidenciales de marzo y el referéndum simultáneo auspiciado por Chen Shuibian, generaron una pequeña crisis en las relaciones de Taipei con Washington, cristalizada en la dimisión de Theréese Shaheen, presidenta del Instituto Americano en Taiwán, al parecer por presión de Pekín, muy molesto por la actitud protaiwanesa de la “embajadora”. La dimisión de Shaheen provocó la del propio presidente del Consejo de Ministros de Taiwán, Eugene Y.H. Chien, en medio de numerosas críticas de una oposición que acusó a Chen de llevar al país a un aislamiento muy peligroso.

Pero en Pekín la sensibilidad está a flor de piel y pese a las declaraciones formales de Washington en sentido favorable a sus tesis más tradicionales, teme las consecuencias de su no menos tradicional doble lenguaje. En las últimas semanas han visitado EEUU, entre otros, la vicepresidenta Annette Lu, y el ministro de asuntos exteriores, Mark Chen. La confianza bilateral parece haber sido retomada rápidamente y los llamamientos de Pekín a los tres ceses (dejar de vender armas avanzadas a Taiwán y reducir los vínculos militares con la isla, suspender todo intercambio oficial con las autoridades taiwanesas o dejar de apoyar a Taiwán para que sea admitida en organizaciones internacionales en las que se requiere ser un Estado para ingresar) caen en saco roto.

El apoyo estadounidense al ingreso de Taiwán en la OMS, o la mayor tolerancia en el intercambio de visitas de alto nivel, hablan por si solos. Pero hay más. En el informe anual sobre las capacidades militares de China remitido por el Pentágono al Congreso se sugiere la posibilidad de contemplar que Taiwán responda, en caso de conflicto, contraatacando objetivos civiles en el continente, desatando una ola de indignación en Pekín. El pasado 19 de junio, el ejército de Taiwán culminaba sus ejercicios militares “Han Guang XX”, desarrollados con la hipótesis de un ataque con misiles continentales en 2008. El sistema de simulación, de fabricación estadounidense, y la activa presencia de asesores norteamericanos en los escenarios operativos, evidenciaron un nivel de cooperación bilateral nunca visto en los últimos 35 años. Al mismo tiempo, EEUU ensayaba con Japón otras maniobras para analizar las estrategias de apoyo a Taiwán en el supuesto de estallar un conflicto con China. Pekín tampoco se ha quedado atrás, iniciando maniobras en la provincia de Fujian, situada frente a Taiwán.

La compleja ecuación taiwanesa puede entrar en escenarios muy peligrosos en los próximos años. Para China, la unificación es una política irrenunciable: puede aceptar la permanencia del actual statu quo, pero no una evolución que aleje a Formosa de la integración con el continente. Por su parte, en Taiwán, el presidente Chen está convencido de que a EEUU no le interesa una China fuerte y unida que dificultaría la consolidación de sus aspiraciones hegemónicas en el mundo.

Esa rivalidad estratégica pesa lo suyo en el delicado juego arbitral de Washington con las dos Chinas. En buena lógica, sería de su agrado mantener a Taiwán alejado de la influencia política de Pekín, al menos en tanto no se defina por una reforma democratizadora del sistema y acepte las reglas de juego impuestas por Washington en los dominios esenciales de las relaciones internacionales. A corto plazo, un poco de tensión en el mar de China tampoco vendrá mal a la campaña electoral de Bush quien podrá distraer así la atención respecto a Irak. ¿Y la Unión Europea? A Bruselas le urge ir definiendo su posición al respecto. No pocos asocian la intensificación de la presión estadounidense sobre China a propósito de Taiwán con el envío de un mensaje a la nueva generación de dirigentes chinos: ¡moderen su entusiasmo europeísta!