Falun Gong en China: el PCCh pierde los papeles

Crece el nerviosismo en China ante la aparente irreductibilidad de Falun Gong. Las medidas de seguridad se incrementan en Beijing ante la próxima apertura de una nueva sesión, la penúltima de este mandato, de la Asamblea Popular Nacional, el macro-Legislativo chino, que debe dar inicio a la despedida de Li Peng, su Presidente hasta el 2003. Los seguidores de Falun Gong han sabido elegir siempre el momento idóneo para expresar sus protestas, destacando su predilección por aquellas situaciones en las que el mundo está, informativamente pendiente, de China. En el pasado enero, la celebración de la Fiesta de la Primavera que inauguraba el Año de la Serpiente, se saldó con una inmolación de cinco personas en la Plaza de Tiannanmen, imágenes que dieron la vuelta al mundo. Mala prensa para la candidatura de Beijing a los Juegos Olímpicos del 2008. Por cierto, 1989, año de la revuelta estudiantil, también fue de la Serpiente.

La presión de las autoridades chinas contra Falun Gong se realiza desde todos los frentes. El gobierno ha decidido crear una policía especial para Falun Gong. En el propio ámbito religioso, se suceden los ataques, un día si y otro también. Hace unas semanas, el líder de los budistas de Shanghai, Jue Xing, denunciaba al creador del culto, Li Hongzhi, por haber tergiversado las creencias budistas en favor de sus propios propósitos. Después de un primer tiempo de cierta tolerancia, desde julio de 1999, fecha de la ilegalización, la consigna de represión total se ha impuesto a la tibieza y la vigilancia se ha extremado desde la cúpula hasta la más pequeña y remota aldea del país. Todos los dirigentes institucionales, políticos, empresariales, sindicales, o sociales son responsables ante el Partido de la participación de sus subordinados en actividades de Falun Gong. Una tarea relativamente fácil pues, como señalaban recientemente Marie Holzman y Cai Chongguo en Libération, los seguidores de Falun Gong tienen la consigna de no mentir. Basta, pues, con preguntar.

En Hong Kong, donde el culto a Falun Gong aún es legal, la dimisión de Anson Chan, la número dos de la administración de esta Región Administrativa Especial, efectiva a partir de finales de este mes de marzo, tiene su origen en las presiones recibidas por haber expresado reticiencias a proyectada ley antisubversión y, también, por haber consentido y apoyado la celebración de una reunión de seguidores de Falun Gong en un edificio del Gobierno. No resulta complejo aventurar una pronta ilegalización de la secta también aquí.

¿Por qué tanto temor a Falun Gong? Comparada a la Iglesia de la Cienciología o la Verdad Suprema de Japón, la fuerza de Falun Gong reside en su condición de catalizador del descontento y la frustración de amplas capas de la sociedad china. Con la reforma y apertura, China ha iniciado una senda de crecimiento increíble. El avance general en materia de bienestar global es ciertamente indiscutible. Pero también se han exacerbado las desigualdades y los desequilibrios. La fractura experimentada en una escala de valores antes hiperideologizada y hoy volcada en el más absoluto pragmatismo, ha desconcertado a muchos. Del servir al pueblo al hacerse rico a cualquier precio existe un trecho importante que no todos pueden asimilar tan rápidamente. Y Falun Gong le dice a los chinos, a los marginados e indiferentes al nuevo orden, que la felicidad no depende del enriquecimiento, proponiendo una vuelta a la solidaridad y a su civilización. La percepción de que el Partido ha abandonado a las masas de desheredados ha ganado terreno socialmente. De lo contrario, las graves incoherencias y exabruptos de este movimiento y su líder provocarían la indiferencia en la inmensa mayoría de la sociedad china.

La utopía revolucionaria se ha esfumado y las consignas emanadas de la dirección del Partido ya no movilizan como antes. La corrupción causa estragos por doquier y sectores importantes de la sociedad dan su espalda al Partido. La ausencia de un fuerte impulso social provoca temor en importantes colectivos sociales ante la reconversión de las empresas estatales o los ajustes que impondrá la entrada en la OMC, seguramente el proceso de mayor impacto estructural después de las reformas de 1979, como afirma Miguel Santos Neves, del Instituto de Estudios Estratégicos Internacionales de Lisboa.

Falun Gong es el espejo en el que se reflejan todas las tensiones sociales. Por eso, se vertebra como un movimiento interclasista, en el que pueden participar gentes de diferentes medios: obreros, campesinos, intelectuales o burocráctas civiles o militares. Con independencia del número de seguidores concretos (de 2 a 70 millones según las fuentes), su peligro para el PCCh radica en esa capacidad para galvanizar las inquietudes sociales y proporcionar esperanza a un tejido social que se resiente de las carencias redistribuidoras de las políticas de los últimos años.

Por otra parte, y en ese otro gran pilar de la política general del Partido que es la reunificación china, Falun Gong ha igualado e incluso superado la capacidad de proyección del propio PCCh. Li Hongzhi cuenta hoy con organizaciones no solo en el continente sino también en Hong Kong, Macao o Taiwán y, por supuesto, en toda la inmensa diáspora china, desde Estados Unidos a Japón. Tanto es así que el Partido se ha visto obligado a organizar a comienzos del pasado febrero en Beijing un gran Simposio de las organizaciones chinas en el extranjero para recordar a todos que Falun Gong es “una secta de naturaleza destructiva” y cerrar filas en torno a la política del gobierno.

En clave interna, algunas fuentes llaman la atención sobre una supuesta simpatía de Li Ruihuan, presidente de la Conferencia Política Consultiva del Pueblo Chino y miembro del Comité Permanente del Buró Político, con el movimiento. Li Ruihian es una voz crítica con la entrada en la OMC y con la actuación del primer ministro, Zhu Rongji. Esas mismas fuentes atribuyen a Li Ruihuan cierta relación con la difusión interesada de los llamados “papeles de Tiananmen” que revelaban la actitud de los principales dirigentes chinos ante la revuelta estudiantil de 1989.

Falun Gong es un ingrediente más en la batalla por la sucesión que se ha abierto en el Partido, y no pocos temen que desde el aparato se utilice a Falun Gong en esa contienda, como ya ocurrió con el movimiento estudiantil de 1989 y por parte de todas las fracciones, incluída la de Zhao Ziyang, el perdedor; o como viene ocurriendo ahora con la corrupción. En China la batalla no se libra directamente sino con las prolongaciones territoriales y sectoriales de los propios clanes.

La batalla principal no se libra por el control del Parlamento, sino del Partido, que debe celebrar su Congreso en el segundo semestre del año próximo, y el Gobierno. El cambio que se avecina en los próximos dos años es muy importante pues tanto Zhu Rongji, de 70 años de edad, como Li Peng, no repetirán en sus respectivas responsabilidades, gobierno y parlamento, respectivamente. En el ejecutivo, Zhu Rongji apuesta por el titular de Agricultura, Chen Yaobang, pero nada más inseguro. En el Partido, Hu Jintao, actual vicepresidente, de 57 años de edad, constituye la más firme apuesta en la carrera sucesoria, solución avanzada y pactada ya en 1997. Se trata de un acuerdo asumido y que en su día animó la jubilación de Qiao Shi, anterior presidente del parlamento, con 73 años, para evitar, entre otros, aquella irónica caricaturización del Buró Político: “cinco viejos con cuatro dientes”.

Jiang Zemin tiene sus propios planes y aspira unicamente a reservarse por un tiempo la presidencia de la Comisión Militar Central, a imagen y semejanza de su padrino político, Deng Xiaoping. Las resistencias de Li Peng a aceptar su jubilación pueden malograrlos. La actitud de Li Peng no es de mera oposición sino que maniobra para restar apoyos a Jiang Zemin en los órganos dirigentes del Partido. Basten dos ejemplos. En el pleno del Comité Central celebrado el pasado mes de octubre en la capital china, Jiang no consiguió incorporar al Buró Político a su próximo Zheng Qinghong, actual miembro suplente e integrante del Secretariado. Por otra parte, muchos vaticinan la caída inminente de Jia Qinglin, otro hombre de Jiang Zemin, miembro del Buró Político y secretario del Partido en Beijing, que algunas fuentes relacionan con graves entramados de corrupción y contrabando.

Aunque es verdad que en el clan de Jiang Zemin se advierten ciertas zozobras (falta por estallar totalmente el escándalo de corrupción en Xiamen, la zona económica especial situada frente a Taiwán), la figura de Li Peng provoca hastío social en China. Por ello, la revelación de los documentos de Tiananmen es muy oportuna pues evidencia su compromiso con la represión del movimiento de 1989. Si Jiang no se beneficia de ello pues su implicación en aquella operación, aunque menor, se orientaba en la misma dirección, puede conseguir al menos frenar a Li Peng e incluso apartarlo de la carrera sucesoria, despejando el camino a los posibles candidatos. Ahí parece entrar en juego el citado Li Ruihua. Alcalde entonces de la ciudad de Tianjin, tan preferida por los inversores españoles y donde oficialmente se sitúa el origen de Falun Gong, aparece inmaculado y según algunos observadores, sugerido a ocupar algún espacio en la sucesión.

Al parecer, Falun Gong se encuentra ya entre la larga lista de candidatos al Premio Nobel de la Paz de este año. La tentación de hacer un uso interesado y maníqueo de este movimiento es muy fuerte. Pero, en general, debieramos ser más cautos a la hora de valorar y entender su propia naturaleza. Encierra demasiadas zonas oscuras y elementos retrógrados.

Falun Gong, en suma, añade más leña al fuego del especial momento que vive China, marcada por esa inminente entrada en la OMC y la sucesión que debe dar paso a otra generación de dirigentes, pero no es alternativa al PCCh. Comprometido a fondo con la modernización y occidentalización del país, Jiang Zemin no puede imitar a la corte Qing en su intento de utilizar al movimiento Yihetuan (los Boxers), que guarda ciertos paralelismos con el Falun Gong, y su obsesión por la represión puede llevarle, otra vez, a perder los papeles.