¿Hacia la próxima guerra mundial?

            El mundo confronta dos escenarios susceptibles de crear las condiciones para una nueva guerra mundial. Uno se encuentra al Este de Europa y el otro al Este de Asia. El primero se caracteriza por la contracción geopolítica de un actor fundamental. El segundo por la expansión geopolítica de otro. Los riesgos son igualmente significativos.

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            El mundo confronta dos escenarios susceptibles de crear las condiciones para una nueva guerra mundial. Uno se encuentra al Este de Europa y el otro al Este de Asia. El primero se caracteriza por la contracción geopolítica de un actor fundamental. El segundo por la expansión geopolítica de otro. Los riesgos son igualmente significativos.

Primer escenario

            Al Este de Europa, Rusia se encuentra desde hace veinticinco años en un proceso de repliegue de sus antiguas áreas de proyección de poder. Al momento del desplome de la URSS, Moscú solicitó insistentemente que se transformase a la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea en eje de la seguridad europea. En su lugar esta función fue asignada a la OTAN,  institución nacida para adversar a Rusia, la cual inició a partir de ese momento una expansión sistemática hacia el Este. Ello fue acompañado por la expansión en igual dirección de la Unión Europea. No satisfecho con este efecto tenaza sobre las antiguas áreas de influencia de Moscú, Occidente desarrolló un conjunto de acciones en ámbitos diversos cuyo denominador común fue conducir a dicha capital a la irrelevancia.

Rusia se ha encontrado en retirada continua y en procura de poder salvaguardar un perímetro esencial de protección y defensa. La ausencia de una geografía que naturalmente la proteja, ha determinado que Rusia busque esta salvaguarda por vía de estados tapones y de la profundidad territorial. Mientras lo segundo le viene dado en sus propios espacios interiores, lo primero ha sido sistemáticamente socavado por Occidente. Ucrania, sin embargo, fue un paso demasiado lejos. Ello no sólo colocaba bajo control occidental a las grandes planicies por las que han penetrado a Rusia sucesivas invasiones, sino que podía sustraerle a Moscú su única base naval contigua de aguas calientes. Según Henry Kissinger: “Ucrania fue parte de Rusia durante largo tiempo…Europa y Estados Unidos no entendieron el impacto de sus acciones…Ucrania siempre ha tenido un significado muy especial para Rusia y fue un error no haberlo comprendido” (“Interview with Henry Kissinger”, Spiegel Online, November 13, 2014). No obstante, la reacción rusa frente a esta situación colocó las relaciones de este país con la OTAN al rojo vivo.

Segundo escenario

Al Este de Asia, el problema es el opuesto. Aquí la actitud expansiva de China determina el marco de referencia. Ello requiere de un poco de historia. En 1972 Pekín y Washington alcanzaron un acuerdo fundamental sustentado una premisa simple: EEUU reconocía al Partido Comunista como legítimo gobierno de China y este último aceptaba el liderazgo estadounidense en la región Asia-Pacífico. Ambas partes necesitaban de este compromiso. Para Mao era la garantía de que Washington no se aliaría con Moscú en su contra, en momentos en que las tensiones de China con la Unión Soviética habían llegado a su punto álgido. Para Nixon ello brindaba la posibilidad de salir de la guerra de Vietnam sin que China explotase en su beneficio esta situación de debilidad.

            Dicho acuerdo brindó importantes dividendos a ambas partes. A partir de finales de la década de los setenta China pudo concentrarse en una política de crecimiento económico sin tener que desviar recursos o atención a una rivalidad estratégica con EEUU. Washington pudo dirigir su atención a otros escenarios, en la seguridad de que su liderazgo en esta zona del mundo no sería puesto a prueba.

            De ambos quien mayor beneficio obtuvo fue China. Ello le posibilitó alcanzar el mayor crecimiento económico en la historia documentada de la humanidad, compitiendo con EEUU por la supremacía económica. Más aún, le permitió revertir el declive sufrido durante los últimos dos siglos para recuperar la importancia mundial que había detentado durante milenios.

Para Pekín, habiéndose llegado a este momento, el acuerdo de 1972 resulta desfasado. Lo contrario implicaría asumir una posición de subordinación permanente en una zona del mundo en la que, desde tiempos inmemoriales y con excepción de los últimos 175 años, fue potencia hegemónica. Su aspiración es la paridad estratégica con Washington en la región Asia-Pacífico.

            Esta última premisa no es viable para Washington. El catedrático Hugh White refleja bien la postura estadounidense al señalar: “De acuerdo a sus círculos políticos, Estados Unidos debe hacer y hará lo que sea necesario para preservar su primacía. Como poder fundamental Estados Unidos puede consultar con otros países pero nunca negociar con ellos en términos de igualdad. Ante sus ojos el suyo es el único gran poder del sistema internacional” (The China Choice, Oxford, 2013).

            Este escenario dual ya de por sí inmensamente complejo se complica mucho más ante la política de alianzas. De un lado la de los miembros de la OTAN. Del otro la de Washington con varios países de Asia del Este. Una chispa en uno u otro puede desencadenar un conflicto mayor. El derribo de un avión ruso por Turquía mostró la fragilidad existente.