Aún sin digerir los efectos de la resaca de la cumbre de Niza en la que muchos países del Este europeo participaron a distancia y acariciando el sueño de una pronta integración en la Europa rica, el cuadro general de la en otro tiempo Europa siniestra (por lo de izquierda) presenta un aspecto desigual. En los últimos años, el tándem Unión Europea-Fondo Monetario Internacional ha privilegiado la adopción de políticas tendentes a favorecer la economía de mercado, requisito sine qua non para optar a la adhesión, con la imposición de planes de estabilización que han exigido grandes sacrificios sociales. A la par de la condicionada ayuda exterior, justo es reconocer el entusiasmo ciego de las élites locales que desterrando décadas de adoctrinamiento en el pensamiento crítico han hecho gala de un papanatismo de consecuencias desastrosas. Y mientras el desempleo y la pauperización social se cronifican y avanzan, la impaciencia se va transformando en un desencanto cada vez más mayor.
Los trazos generales de la situación en la Europa del Este podrían resumirse en las siguientes claves: la democratización política es muy frágil, la corrupción entre las élites políticas va en aumento, la crisis económica es importante y la cohesión social y territorial se orienta a la baja. Esas notas generales tienen, claro está, sus matices particulares pero, en su conjunto, puede afirmarse que las respectivas sociedades no se han visto beneficiadas aún por el cambio prometido.
En Sofía, por ejemplo, los expertos aseguran que la economía va bien. La liquidación de las empresas del Estado y la reestructuración de los servicios públicos elevaron considerablemente el desempleo, amenazando con provocar una aguda crisis social que en cualquier momento puede estallar. Entre diciembre de 1998 y marzo del 2000, el porcentaje de solicitantes de empleo pasó de 12.2 a 18.8, superando las 700.000 personas. En el sector público se han perdido 190.000 empleos en un año. Los programas de reinserción y de formación no funcionan y el trabajo en el sector informal, sinónimo de la precarización más absoluta, avanza a pasos agigantados a medida que el Estado practica más y más despidos y arroja a la gente al circo de la lucha por la supervivencia. Por otra parte, las condiciones de trabajo en el sector privado, denuncian los sindicatos, son draconianas. ¿Balance? En 1999, solo un 40 por ciento de los asalariados habían conseguido recuperar el poder de compra de 1989 y más del 60 por ciento de la población de Bulgaria vivía por debajo del umbral de pobreza. Sofía cumple con la UE-FMI, pero la elevación del desempleo es brutal, las condiciones de vida se han degradado hasta niveles insospechados y las desigualdades entre ganadores y perdedores de las reformas se han visto incrementadas ostensiblemente. La pobreza es aquí una realidad muy amplia y palpable.
En Rumanía pasa otro tanto. Es verdad que el peso del pasado es mayor aquí que en otros países del área, y también la añoranza social del régimen de Ceaucescu, lo que da idea del nivel de desesperanza que acumulan estas gentes. Imperativos económicos, discurso democratizador y preocupaciones sociales parecen seguir rumbos dispares. No hay vertebración. El desempleo se aproxima al 12 por ciento, mientras la proliferación de la criminalidad se dibuja como una señal de identidad de la sociedad rumana. Cuando se piensa en la adhesión en la UE, en Bucarest saben que todo lo tienen aún por hacer.
En el escenario balcánico conviven situaciones muy dispares. En Eslovenia se percibe cierta estabilidad política, los resultados económicos son buenos, el desempleo retrocede si bien con desequilibrios territoriales importantes que exacerban la diferencia entre el núcleo de la región central y todo lo demás. En Ljubliana el nivel de vida es parecido al de cualquier ciudad media occidental, si bien se desconoce que tanto se debe a la economía sumergida. En la vecina Croacia, por el contrario, la situación social es explosiva. Se han producido numerosas e importantes movilizaciones obreras (de las empresas privatizadas y en crisis) reclamando la intervención del Estado. Los salarios en atraso afectan a colectivos cada vez más amplios y pueden superar los seis meses. Es frecuente en Zagreb el sentimiento de que un puñado de privilegiados se ha enriquecido con toda impunidad a costa de la inmensa mayoría.
En Bosnia, el año 2000 fue el último de la reconstrucción financiada por la comunidad internacional en el marco de la aplicación de los acuerdos de Dayton. Las infraestructuras básicas han sido reconstruidas, pero las heridas permanecen y su economía es inviable. Las condiciones de vida son precarias, el PIB por habitante apenas alcanza la mitad del existente en 1990. La guerra aún marca mucho a la sociedad y se respira un fuerte pesimismo.
Destruída por la guerra y las sanciones, en la Yugoslavia residual la economía sumergida puede representar entre el 35 y el 50 por ciento del PIB. Las capas medias han desaparecido. Las sanciones han disparado la corrupción y la criminalidad. La industria apenas se ha recuperado. Los 78 días de bombardeos sobre Serbia han causado daños por valor de 29 mil millones de dólares. La inmensa mayoría de la población es víctima de la penuria y de la pobreza. Los intentos exteriores, por ejemplo de la FAO, de aliviar esta situación se han visto entorpecidos por la presión de Washington que ha impuesto la suspensión de relaciones con la Cruz Roja Yugoslava. Los nuevos dirigentes serbios tienen ante si una ardua tarea.
La onda expansiva de los conflictos yugoslavos alcanzó de lleno a Macedonia. Muchas de sus empresas debieron renunciar al mercado serbio. En sectores como la industria del cuero, hasta un 70 por ciento de los trabajadores han sido regulados y el 90 por ciento de las exportaciones se han suspendido a causa de una guerra u otra. En diciembre de 1999, la mitad de la población activa se hallaba en situación de desempleo. Mientras numerosas empresas industriales deben suspender la producción, la economía paralela experimenta un desarrollo sin precedentes. La presencia kosovar ha reforzado las mafias macedonias en buena medida ligadas al saqueo de una ayuda internacional que si bien alivia una penuria que de otro modo sería insoportable, contribuye a generar una situación claramente ficticia. A partir de enero del 2000, el gobierno dispensó a los empresarios del pago de las cuotas a la seguridad social y para pensiones provocando una importante ola de huelgas en todo el país contra la destrucción de la dignidad humana.
En el Báltico, Letonia, para sanear las cuentas públicas, ha retrasado la edad de jubilación a los 62 años (antes era de 58 para las mujeres y 60 para los hombres), y se han reducido las asignaciones para el sistema educativo o de salud (los casos de tuberculosis o difteria han reaparecido con fuerza). En el sudeste del país, en Latgale, sitúa la Unión Europea la región más pobre de todos los PECO. Su economía es muy dependiente de la rusa, entre otras razones, por el auge del blanqueo de dinero en sus bancos, aunque muy inferior al registrado en la vecina Estonia. Por todo el Báltico proliferan los tráficos ilegales. En Tallinn se estima que el sector informal supera el 12 por ciento del PIB y es la capital de la criminalidad financiera báltica. Aquí se producen drogas de síntesis o transita la droga afgana que llega a través de Finlandia (no se exige visado) a toda Europa. Los beneficios de la droga, prostitución, comercio ilegal de armas, etc, contribuyen al saneamiento de la balanza de pagos del país y por eso nadie parece tener mucho interés en luchar contra las organizaciones criminales.
En Lituania, sin embargo, otras variables tienen mayor peso. Los éxitos diplomáticos se han visto empañados por una vida política muy agitada. La población desarrolla sentimientos cada vez más antiamericanos y anticomunitarios como consecuencia de los escándalos vinculados a las privatizaciones y a las políticas de austeridad impuestas por las insttituciones internacionales. Si en noviembre de 1999 solo un 31 por ciento de la población se oponía a la adhesión a la UE, un año más tarde, ese porcentaje alcanzaba el 42 por ciento. Incluso la Confederación de empresarios del país ha recriminado al presidente Adamkus su política de favorecimiento del capital extranjero. El gobierno se halla inmerso en la reestructuración de sectores como la electricidad, el gas o los ferrocarriles para proceder a su privatización.
En el triángulo de Visegrad, en Hungría mejora el nivel de vida. Aún así, las disparidades regionales y sociales no han cesado de crecer. Según las estadísticas oficiales, un 30 por ciento de la población pertenece a la clase media y una tercera parte de las familias vive por debajo del umbral de pobreza. En el otro extremo se halla Eslovaquia. En Bratislava la tasa de desempleo alcanzó el 20 por ciento el pasado año, superando en regiones como Presov o Kosive el 30 por ciento. En el gobierno de Dzurinda, la cartera de trabajo y asuntos sociales corresponde al Partido de la Izquierda Democrática que ha impulsado la reducción de las prestaciones de desempleo, incrementando el que llaman mínimo social para hacer frente a tan delicada situación.
En cuanto a los más aventajados, en Chequia, los desencantados han vuelto su mirada hacia el Partido Comunista Checho y Moravo que, sin cambiar de nombre, ha visto aumentar su intención de voto hasta el 20 por ciento, haciendo naufragar la política de ostracismo pactada por los demás grupos. Buena parte de su ascenso se debe a las dificultades sociales del proceso de reforma: más de .000 personas con salarios en atraso, congelación de salarios en las administraciones públicas, despidos en banca, siderurgia y minas. Frente a un 10-12 por ciento de la población con rentas equivalentes al mínimo vital, emerge una capa de privilegiados, en torno al 8 por ciento, que pueden ingresar un millón de coronas al año.
En Varsovia, se dibujan las dos Polonias, un Oeste rico y un Este pobre. Mientras la media del desempleo en el país se sitúa en torno al 13 por ciento, en Warmia-Mazuria, por ejemplo, alcanza el 23 por ciento. Según la Oficina Central de Estadísticas, en 1998, más del 42 por ciento de las familias con dos hijos o más, se situaban por debajo del nivel de pobreza relativa (rentas mensuales iguales a la media nacional) y un 20 por ciento por debajo del mínimo vital. Muchos polacos no se han enterado de la buena nueva.
¿Y que decir de Rusia? El coste social de las reformas ha sido tremendo. El PIB por habitante, expresado en paridad de poder de compra, ha pasado de la posición 48 en el ranking mundial (1991) al 95 (1998). En cuanto al índice de desarrollo humano, Rusia ocupaba la posición 34 en 1991 y la 72 (1998). Los rusos reciben buena parte de su miserable salario con productos en especie. En 1999, un 34 por ciento de la población sobrevivía con rentas inferiores al mínimo vital. El peso de la economía informal oscila entre el 30 y el 70 por ciento, según regiones. ¿La prosperidad prometida? ¡Está al caer!…