La OMC y el rubicón chino

Hace poco más de un año el senador demócrata de New York, Daniel Moynihan calificaba la decisión de garantizar a China relaciones comerciales permanentes y normales con Estados Unidos como la más importante después de la Segunda Guerra Mundial. Dicha resolución despejaba el horizonte para un acceso rápido de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Una vez sellado el acuerdo definitivo en Ginebra el pasado mes de septiembre, en la ronda de Doha (Qatar), China culminaba el largo trayecto de quince años de negociaciones para integrarse en la OMC.

Formalmente, la entrada en la OMC no impide a Washington analizar cada año los hipotéticos avances chinos en materia de derechos humanos y libertades sindicales (¡que preocupación más sorprendente la de la Casa Blanca!), materias que, en teoría, han servido de excusa durante veinte años para impedir un ingreso planteado por Beijing al poco de iniciarse la reforma, pero sea cual sea la intensidad de esta “vigilancia”, su transcendencia y efectividad se verá muy mitigada.

Como consecuencia de esta integración, China tendrá que reducir de manera significativa determinados derechos aduaneros, suprimir las barreras no tarifarias, aquellas que afecten a las importaciones agrícolas y reforzar la protección legal de la propiedad intelectual. Beijing aguarda un incremento sustancial de las exportaciones e inversiones exteriores, especialmente norteamericanas, como consecuencia de la nueva ola de apertura. Goldman&Sachs estima que las reducciones asociadas a la supresión de las barreras no tarifarias (licencias, cuotas y restricciones discriminatorias en general) propiciarán un incremento del comercio exterior chino hasta alcanzar la cifra de 600 mil millones de dólares en 2005 (360.693 mil millones en 1999). Otro tanto puede ocurrir con las inversiones directas extranjeras, que podrían aproximarse a los 100 mil millones de dólares (41.200 millones en 1999). Según fuentes oficiales, la entrada en la OMC provocará una mejora de 1,5% en los índices de crecimiento chino hasta el 2005, asi como un aumento del 27% en las exportaciones y del 26% en las importaciones. Las previsiones no chinas son más modestas, admitiendo el efecto globalmente positivo del ingreso en la OMC, pero reduciendo a la mitad esas expectativas.

Desde el inicio de la política de reforma y apertura, hace ya más de veinte años, China se ha beneficiado de un crecimiento espectacular, con un promedio anual aproximado del 10% y un 14% sorprendente en 1992. La entrada en la OMC abre una nueva etapa en el proceso de modernización y desarrollo, pero puede también agudizar las tensiones sociales y políticas internas.

Sectores importantes de la economía china (automóvil, construcción naval, petroquímico) acusarán un importante impacto al entrar en la competencia internacional. También el sector primario, especialmente la industria cerealícola, deberá digerir la irrupción de la potente y competitiva agricultura americana.

En lineas generales, el horizonte de quiebras y despidos parece inevitable. El principal reto se localiza en las industrias estatales y en la propiedad colectiva, especialmente en las empresas de cantón y poblado de las áreas rurales. A pesar de todos los cambios producidos, el sector estatal representa aún hoy el 70% de los activos, el 62% del capital, el 60% del empleo, el 50% del valor de la producción o el 44% del empleo urbano.El primer ministro Zhu Rongji inició en 1997 un impetuoso plan de saneamiento del sector estatal, pero sin obtener resultados espectaculares. Es verdad que de las 6.600 grandes o medianas empresas estatales que en aquel año registraban pérdidas, el 63% se habían recuperado en 1999, pero en su conjunto, el volumen total de pérdidas solo se ha reducido un 13% en dicho periodo. Las empresas estatales absorben casi el 80% de los préstamos de la banca oficial y la mayor parte de ellos (que representan un 25% del PIB) son incobrables.

Zhu Rongji y el PCCh presentan la reestructuración de estas empresas como un imperativo y una exigencia de la entrada en la OMC. Y después de Qatar, constatado el relativo fracaso de las fórmulas experimentadas hasta la fecha para lograr el saneamiento, impulsarán una nueva aceleración de la reforma en el sector público. Pero no le va a resultar nada fácil. En primer lugar, tendrá que vencer la resistencia de los poderes provinciales y locales y de los “directores rojos” que no asumirán de buenas a primeras medidas drásticas. Las dificultades, además, alcanzarán a numerosos colectivos sociales. El desempleo y la precariedad afectan ya a uno de cada siete empleados urbanos. El número de despedidos del sector público desde el inicio de las reformas en 1997 se eleva a 13 millones y solamente la mitad han podido ser recolocados. Mientras la pobreza rural se había reducido a 50 millones de personas en 1997, hoy deambulan en los medios urbanos 32 millones de desamparados que antes no existían. El empleo crece mucho menos que la economía y dificilmente ese problema encontrará una solución con la entrada en la OMC. China confía en que la enorme envergadura de su economía le permita sortear las dificultades, pero el equilibrio social y político, máxima del proceso de reforma, pende de un hilo. China carece de un sistema de protección capaz de amortiguar la crisis social que se avecina.

La entrada en la OMC, por último, agudizará el debate político sobre la naturaleza y la orientación final del proceso de reforma. Hasta ahora, los llamados pragmáticos aseguraban que el sentido final de la actual política no era la destrucción del sistema socialista, sino su mejora y perfeccionamiento a través del llamado socialismo de mercado, garantizando el domino de la propiedad pública (estatal y colectiva), la atenuación de las desigualdades sociales y la construcción de un país fuerte y próspero. Pero ¿hasta qué punto se podrá mantener en el futuro esa defensa de una perspectiva hipotéticamente socialista con la integración en un sistema mundial dominado por el capitalismo? ¿Permitirá la entrada en la OMC profundizar el contenido potencialmente socialista del sistema o culminará el lento tránsito al capitalismo “cruzando el río y sintiendo cada piedra bajo los pies”? La entrada de China en la OMC bien podría significar no solo el principio del fin de los últimos vestigios del maoísmo sino también una profunda reorientación del denguismo, abriendo paso a una opción capitalista y autocrática sin restricciones. No lo tendrá fácil Hu Jintao, el llamado a suceder este año a Jiang Zemin, para evitar el derrape del socialismo con peculiaridades chinas.