Los BRIC apuntan alto

Dos son las ideas centrales que han planeado en la cumbre de Ekaterimburgo de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), celebrada el pasado 16 de junio. En primer lugar, la percepción de que existe una oportunidad histórica para incidir de forma efectiva en la configuración del orden internacional. Segundo, la voluntad política de los participantes de poner sobre el tapete los intereses generales de los países en desarrollo, incluyendo propuestas que pueden no ser coincidentes con las defendidas por Europa o EEUU, confrontándose en escenarios como el G-20 o el G-8 y demás foros multilaterales.

Después de varios tanteos previos, la cumbre de Ekaterimburgo de los BRIC formaliza una clara voluntad de cooperación entre los cuatro países con ambiciones de proyección global. El deseo de fortalecer la confianza política mutua, la cooperación económica (aprovechando las respectivas complementariedades), la colaboración científica, etc., plasman una vocación modernizadora autónoma junto a una demanda de respeto a las singularidades de sus procesos de transición, en más de un caso cuestionados por la visión hegemónica occidental.

El potencial internacional del BRIC, tanto en el campo económico-comercial o financiero como en el político y estratégico, alienta un claro reposicionamento del panorama global, militando a favor de un nuevo orden político y económico mundial, menos dependiente, a todos los niveles, de EEUU. Los países en vías de desarrollo se muestran dispuestos, en primer lugar, a no pagar los platos rotos por la falta de supervisión y control de los capitales financieros, un proceso que pone en serio peligro su proceso de emergencia. La coordinación de estos países les permitirá un considerable impulso político, elevando sus objetivos a una escala mayor para lograr la reforma de la estructura económica global, sin duda la primera de sus querencias.

El aumento de la significación de su papel en el crecimiento de la economía global y en la estabilización de la situación económica mundial en el contexto de la crisis financiera internacional, se suma a otros datos no menos empíricos y bien conocidos: representan el 42% de la población, el 60% del crecimiento de la economía mundial, el 14,6% del PIB global, el 12% del comercio internacional, etc.

El apoyo mutuo y la coordinación darán un seguro impulso a una nueva regularidad en la que es previsible la aparición de conflictos de intereses con los estados más desarrollados en la medida en que, incluso en lo productivo, pueden surgir áreas de competencia importante (desde la aviación al desarrollo de software) y agendas no necesariamente coincidentes.

Frente al descrédito global del dólar, la opción de los Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI puede permitir la reducción de las dependencias y limitar los impactos negativos de la debilidad de la economía estadounidense. A finales de abril, China poseía 763.500 millones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense (4.400 millones menos que en marzo), circunstancia que le hace enormemente vulnerable a los vaivenes de la economía norteamericana. Cabe imaginar que en el futuro, aunque no de modo drástico, dicha importancia se vaya reduciendo, en paralelo al fomento del uso de otras monedas en las transacciones comerciales bilaterales o la inversión en los DEG del FMI. Esa transición será larga y pausada, pero el objetivo de gestionar las futuras crisis financieras dependiendo en menor medida del dólar estadounidense parece claro. El descrédito del billete verde y el desafío lanzado por los BRIC plantean a Washington la elección entre admitir contrapesos o asumir una actitud más responsable en esta materia.

La alianza de los BRIC puede permitirles transformar su creciente fuerza económica en influencia geopolítica, aumentando el pluralismo global tanto en lo financiero como en lo político, pero con exigencias que abarcan también el orden climático o comercial. Que sus demandas deriven en confrontación dependerá de la actitud de las principales potencias occidentales, del grado de cohesión que puedan lograr y también de la evolución de las propias contradicciones existentes en el seno de los BRIC, ya que la heterogeneidad de situaciones coexiste con esa voluntad de cooperación.

En dicho grupo, la relación China-Rusia constituye un eje esencial. Es constatable un entendimiento creciente entre ambos en numerosos temas de la agenda internacional, compartiendo la defensa de un orden multipolar y contestando la hegemonía estadounidense. La asociación estratégica rubricada en 1996 y el tratado de amistad de 2001 enmarcan unas relaciones que han ido a más. La colaboración en energía o defensa es especialmente intensa, más que los intercambios propiamente comerciales (50 mil millones de dólares en 2008), por debajo de sus potencialidades. Cierto que existen ámbitos de tensión (desde el control de los recursos energéticos de Asia Central a la inmigración china en Siberia) pero sin duda no pueden opacar el mutuo valor que ambos conceden hoy día a la cooperación.

Los reajustes planteados por los BRIC en las actuales instituciones internacionales tratarán de no derivar en una tabla reivindicativa al uso, pero, sin duda, EEUU, la UE y Japón deberán tomar buena nota de las nuevas realidades globales y obrar en consecuencia.