Richard Nixon (1969)

El partido Republicano de cara a las elecciones

Richard Nixon se encuentra entre los mejores presidentes que ha producido Estados Unidos en el área de la política exterior. Llevó adelante una histórica apertura de compuertas con la República Popular China, negoció la salida de Estados Unidos de Vietnam y llevó a cabo una política de distención con la Unión Soviética que incluyó un ambicioso tratado de limitación de armas nucleares. 

Liñas de investigación Relacións Internacionais
Apartados xeográficos Estados Unidos
Palabras chave Galicia USA internacional
Idiomas Castelán

Entrelazando los hilos de cada una de esas acciones logró que éstas se retroalimentaran entre si. Así, su acercamiento a Pekín hizo que la presión de este régimen se volcara sobre las autoridades de Vietnam del Norte, facilitando las negociaciones con Estados Unidos. De la misma manera, ello obligó a Moscú a buscar una aproximación hacia Washington y a negociar con aquel múltiples áreas contenciosas, particularmente en materia de armamentos nucleares. A la vez, su distención con los soviéticos presionó a los chinos para que se hiciesen aún más flexibles. Nixon supo utilizar a los adversarios de su país como auténticas marionetas, haciéndolos competir entre si para alcanzar el favor de Washington.  

Su visita a Pekín espantó a Moscú, de la misma manera en que su visita a Moscú hizo otro tanto con Pekín y ambos acercamientos convencieron a la vez a Hanoi de la necesidad de buscar un arreglo de paz negociado con Washington para no quedarse sólo. Todo ello, más el hecho de que su acercamiento a Moscú acrecentó grandemente su margen de maniobra en el Medio Oriente, otorgó a Estados Unidos las riendas de la iniciativa estratégica internacional.  John Lewis Gaddis, el gran historiador de la Guerra Fría, señalaba que los logros de Nixon en este campo resultaron dignos de los de Metternich, Castlereagh y Bismarck. Es decir, los tres mayores estadistas del siglo XIX europeo.  

El pueblo estadounidense supo recompensar a Nixon en 1972 con una apabullante reelección. Su oponente Demócrata, George McGovern, obtuvo apenas 17 votos electorales frente a los 520 de Nixon. Sin embargo, dos años más tarde Nixon se veía obligado a abandonar la Casa Blanca. Entre la victoria y la humillación se encontró el escándalo Watergate. El haber autorizado una operación de espionaje doméstico en las oficinas del partido Demócrata, localizadas en el edificio Watergate de Washington, y el haber mentido sobre su conocimiento de  esta acción, destruyeron su presidencia. Sometido a una iniciativa de “impeachment”, Nixon se vio obligado a renunciar cuando las autoridades de su propio partido en el Congreso le hicieron saber que no lo respaldarían. En efecto, los Republicanos dieron más importancia a la preservación del estado de derecho que a la permanencia en el poder de un correligionario excepcionalmente exitoso. Los principios prevalecieron. 

Acelerando el curso de la historia hasta nuestros días nos encontramos con un partido Republicano muy distinto. Un partido que, en muy importante medida, ha cohonestado el desconocimiento de unas elecciones legítimas y el asalto mismo al sistema democrático. Un partido que, en muy importante medida, considera que la idea de la República es lo que cuenta mientras que la de la democracia es contingente. Un partido que, en muy importante medida, se encuentra reñido con la ciencia, el conocimiento, el mérito y la realidad misma. Un partido que, en muy importante medida, se nutre y gira en torno a las más alocadas teorías de la conspiración y acepta las posturas más extremas como banderas válidas. Un partido que, en muy importante medida, no se sonroja ante el oportunismo más descarado.

¿Qué ocurrió con ese partido Republicano que se proyectó a la vida pública amparado por Lincoln, figura cuasi mítica que preservó la unión del país, dio la libertad a los esclavos, hizo en su discurso de Gettysburg la mayor elegía a la democracia y sentó las bases iniciales para la reconciliación nacional y la integración de la raza negra? ¿Qué pasó con el partido de Teodoro Roosevelt, adalid de la lucha contra los monopolios y el capitalismo salvaje, portavoz y proa de la era progresista, primer Presidente en proyectar a su país como gran potencia mundial y precursor del ambientalismo? ¿Qué sucedió con el partido de Dwight Eisenhower quien dotó de infraestructuras a la nación o con el de Ronald Reagan quien no sólo doblegó al comunismo soviético sino que impulso el renacer de la economía de mercado? ¿O con el partido de George HW Bush, quien sentó las bases esenciales del orden internacional post Guerra Fría? ¿Qué paso con la coherencia de ideas y el sentido estratégico  para llevarlas a la práctica que siempre animó al partido Republicano? Incluso el segundo de los Bush, a quien podían criticársele duramente la prepotencia y el unilateralismo de su política exterior, supo siempre exhibir una visión programática articulada. Por más que se disintiera de las premisas neoconservadoras que prevalecieron durante su mandato, era imposible negar las sólidas bases conceptuales de éstas.  

Algunas razones permitirían explicar como se dio el salto a la triste situación de nuestros días. Primero, el pluto-populismo Republicano. Es decir, la presencia de un grupo de plutócratas que se dedicaron a fomentar el populismo dentro del partido como mecanismo para controlarlo. Ello, con el objetivo de poner en marcha políticas afines a sus objetivos patrimoniales. Segundo, la erosión de los principios democráticos dentro del liderazgo Republicano. Ante la constatación de que la nueva configuración racial y cultural del país los desfavorecía, se han dedicado durante años a la supresión o manipulación del voto para preservar sus espacios. Una vez situados dentro de un pragmatismo a contracorriente del espíritu democrático, ha resultado fácil deslizarse hacia fórmulas más expeditas para el control del poder.   

Tercero, la aparición de un demagogo sin principios que fusionó las enseñanzas de Goebbels, según la cual una mentira suficientemente repetida se convierte en realidad, con el cabal dominio de las redes sociales y del “reality show”. Ello le ha permitido dar forma a una “realidad alternativa”, que no es más que la ausencia misma de realidad. Cuarto, la presencia de ecosistemas informativos cerrados. El emerger de las redes sociales y la radicalización de cierto medios de comunicación social, han permitido la creación de un mundo volcado sobre si mismo. Un mundo impermeable a cualquier fuente de información distinta y alimentado por mitos y teorías de la conspiración.  

Este es el partido que se apresta a conquistar, en pocos días, la Cámara de Representantes, posiblemente el Senado y que mantiene una excelente opción para retomar en dos años la Casa Blanca. Es una auténtica lástima que las ideas y los programas que siempre alimentaron a esta tolda partidista hayan sido carcomidos por el cáncer del populismo, por la inseguridad profunda con respecto a la preservación de una identidad raigal y por su absorción dentro de un ecosistema informativo cerrado. Más allá del deseo de retrotraer el reloj de la historia a los tiempos en que la modernidad y la inclusión de las minorías no distorsionaban el mundo nostálgico de sus seguidores, lo que prevalece es un oportunismo puro y duro en el que los principios brillan por su ausencia.