Singapur emergió a la independencia en 1965 en medio de inmensos temores y pocas expectativas de viabilidad. Se trataba de una ciudad-Estado sin profundidad territorial, sin materias primas y sin reservorios de agua propios. Sin embargo, al momento de su primer cincuentenario pudo exhibir el sexto PIB per cápita del mundo, el segundo lugar en el ranking global de competitividad y el primer puesto en el rango de las economía globalizadas. La lista de sus logros habla por sí sola: tercer centro financiero del mundo, segundo refinador global de petróleo, segundo mayor puerto del planeta. Y así sucesivamente.
Singapur emergió a la independencia en 1965 en medio de inmensos temores y pocas expectativas de viabilidad. Se trataba de una ciudad-Estado sin profundidad territorial, sin materias primas y sin reservorios de agua propios. Sin embargo, al momento de su primer cincuentenario pudo exhibir el sexto PIB per cápita del mundo, el segundo lugar en el ranking global de competitividad y el primer puesto en el rango de las economía globalizadas. La lista de sus logros habla por sí sola: tercer centro financiero del mundo, segundo refinador global de petróleo, segundo mayor puerto del planeta. Y así sucesivamente.
Las claves de su éxito han sido la planificación permanente y la reinvención continua. En 1967 definió un rumbo manufacturero de mano de obra intensiva. Durante los setenta abrió las compuertas a la refinación petrolera. En los ochenta se expandió hacia la electrónica, la petroquímica y la industria farmacéutica. En los noventa consolidó su posicionamiento en la electrónica. En la primera década del nuevo milenio enfatizó la construcción de equipos petroleros aguas afuera. A partir de 1988 el país se había adentrado también en el sector de los servicios, haciéndolo sucesivamente en las áreas portuarias, financieras, de la salud y el turismo. Los últimos años han estado signados por la investigación y el desarrollo tecnológicos.
A pesar de sus impresionantes logros, los singapurenses viven con una aprehensión visceral hacia el futuro. En palabras de Henri Ghesquiere: “Los pensadores dentro del gobierno de Singapur mantienen una actitud obsesiva con respecto a los nuevos retos que emergen en el horizonte, temiendo que sus estrategias de desarrollo pudiesen no ser las adecuadas para lidiar con aquellos y para mantener su capacidad competitiva. Bien podría ser que las virtudes de ayer se convirtiesen en los obstáculos de mañana” (Singapore’s Success, Singapore, 2007). Esta actitud mental es también descrita por el principal intelectual singapurense, Kishore Mahbubani: “El Primer Ministro Lee Hsien Loong cita permanente la famosa frase del antiguo Presidente de Intel Andrew Grove, según la cual, sólo el paranoico sobrevive. Con el mundo cambiando a la mayor velocidad jamás vista en la historia humana, el principal error que podría cometerse es mantener el rumbo en piloto automático, asumiendo que las políticas y estrategias que funcionaron en el pasado pudiesen seguir haciéndolo en un mundo distinto” (Can Singapore Survive?, Singapore, 2015).
Si algún país se encuentra en la antípoda no sólo geográfica sino también actitudinal con respecto a Singapur es Venezuela. Desde hace un siglo los venezolanos transitamos por el mundo con el piloto automático de la economía petrolera y a seis décadas de la advertencia de Arturo Uslar Pietri acerca de la necesidad de sembrar el petróleo (sinónimo de la diversificación económica), aún seguimos sin hacerlo. Mientras realidades y paradigmas evolucionan a velocidad exponencial, aún centramos nuestras expectativas de futuro en el hecho de disponer de las mayores reservas petrolíferas del mundo. Ello sin percatarnos de que el salto tecnológico en curso en materia de energía renovable dejará la mayor parte de ese petróleo en el subsuelo. Ray Kurzweil, Director de Ingeniería de Google, considera que en 11 años el 100% de las necesidades energéticas serán cubiertas por la energía solar. Un reciente estudio de la Universidad de Stanford considera que ese objetivo se logrará en 2050, pero adiciona las energías eólicas y del agua a la solar.
Ello impone la ineludible cuenta regresiva de la era petrolera, buscando alternativas. El gas, combustible puente hacia la energía renovable, puede ayudar mucho. También sería útil redirigir parte creciente de la producción petrolera hacia la petroquímica, con miras a comercializar productos finales de mayor resguardo. Sin embargo, la gran pregunta es: ¿Hacia dónde diversificar? Paradójicamente, el hecho de no haber acometido antes esta labor pudiese convertirse en ventaja. Ello nos permite identificar con mayor claridad la dirección que trae el salto tecnológico para evadir su impacto. México, que diversificó su dependencia petrolera por vía de la manufactura de mano de obra intensiva, podría encontrarse en serios apuros ante la fuerza avasalladora de la robótica.
Es posible que nuestra mejor opción sea seguir la estrategia de las grandes multinacionales petroleras que han sustituido este último adjetivo para transformarse en corporaciones energéticas en el sentido más amplio del término. Shell y BP se adentran masivamente en energía solar y eólica, mientras Total lo hace en la solar. Y así sucesivamente. Ampliar nuestra vocación energética a sus distintas vertientes nos permitiría sacar partido de una amplia experiencia acumulada, de la abundancia de sol y viento y de una posición geográfica ideal para convertirnos en gran proveedor regional.