China-América Latina y Caribe: otra relación para otro futuro

Desde finales del pasado siglo y comienzos del actual, las relaciones entre China y ALC han adquirido suma importancia tanto en el orden económico como comercial y financiero. Ese diagnóstico abunda en una sintomatología caracterizada por la escasa diversificación a nivel de productos y mercados, así como asimetrías varias que no opacan la complementariedad general entre ambas regiones, con contadas excepciones. Fenómenos como la reprimarización de las exportaciones y la desindustrialización de algunas economías han sido objeto de atención de la bibliografía especializada. Tras la crisis de 2008 y la nueva normalidad china asistimos a un cambio de escenario que exige alteraciones del patrón comercial y una readaptación de ambas partes debiendo priorizarse ámbitos como la educación, la tecnología o las infraestructuras. La relación con China es una oportunidad que ALC debe aprovechar para mejorar su integración y conectividad dotándose de una estrategia consensuada. En paralelo, los vínculos políticos, bilaterales y multilaterales, pueden facilitar la conformación de una agenda compartida que transforme la realidad actual otorgando mayor importancia a la variable geopolítica.

Desde finales del pasado siglo y comienzos del actual, las relaciones entre China y ALC han adquirido suma importancia tanto en el orden económico como comercial y financiero. Ese diagnóstico abunda en una sintomatología caracterizada por la escasa diversificación a nivel de productos y mercados, así como asimetrías varias que no opacan la complementariedad general entre ambas regiones, con contadas excepciones. Fenómenos como la reprimarización de las exportaciones y la desindustrialización de algunas economías han sido objeto de atención de la bibliografía especializada. Tras la crisis de 2008 y la nueva normalidad china asistimos a un cambio de escenario que exige alteraciones del patrón comercial y una readaptación de ambas partes debiendo priorizarse ámbitos como la educación, la tecnología o las infraestructuras. La relación con China es una oportunidad que ALC debe aprovechar para mejorar su integración y conectividad dotándose de una estrategia consensuada. En paralelo, los vínculos políticos, bilaterales y multilaterales, pueden facilitar la conformación de una agenda compartida que transforme la realidad actual otorgando mayor importancia a la variable geopolítica.

En los primeros lustros del presente siglo, tras el ingreso en la Organización mundial de Comercio (OMC) en 2001, China irrumpió con inusitada fuerza en la región de América Latina y Caribe (ALC). Hoy es un actor con una presencia consolidada en la zona que hunde sus raíces en un pasado remoto. En buena medida, este renovado protagonismo es resultado de su significación en las cadenas mundiales de producción y de su propio crecimiento del PIB, que estimuló un intenso desarrollo de las infraestructuras, la urbanización y la renta per cápita. Ese asombroso proceso asociado a la larga marcha hacia la modernización del país, en años recientes convirtió a China en un gran exportador de bienes y en un gran importador de materias primas, energía y alimentos. Es así que buena parte de los países de ALC se convirtieron, casi de la noche a la mañana, en importadores de bienes industriales chinos y exportadores de commodities.

Últimamente, con la desaceleración del crecimiento chino y una caída acentuada de las principales commodities, el impacto negativo de estos procesos en la economía latinoamericana resulta indisimulable. De cara al futuro inmediato, el proceso de transformación estructural que vive China para acceder a un nuevo modelo de desarrollo tiene consecuencias importantes en su relación con ALC, hasta el punto de ofrecer una oportunidad de alcance para transformar el panorama de la región si los gobiernos de la zona son capaces de utilizar esta relación para ampliar las inversiones en la propia sociedad.

Si ningún milagro es sostenible indefinidamente, a nadie puede sorprender que China pase de un crecimiento del PIB anual de dos dígitos a otro inferior al 7%,  lo que se conoce como “la nueva normalidad”. China declaró que su PIB en el año 2015 creció 6,9%. Esta tasa, la menor en los últimos 25 años, busca lograr un crecimiento equilibrado y estabilizar el ritmo económico anual a una tasa promedio de 6,5% hasta el año 2020. De cara a 2049 —centenario de la fundación de la República Popular China—, las autoridades del gigante asiático se han trazado como meta convertirse en una nación rica, fuerte, democrática, civilizada y socialista. Es la última etapa de un transcurso que debe permitir a China posicionarse nuevamente en el epicentro del sistema económico mundial pasando la página de varios siglos de atraso, pobreza y dependencia. 

Una presencia de larga data

Sin entrar ahora en la polémica en relación al hipotético “descubrimiento” chino de América en el siglo XV a instancias del almirante eunuco Zheng He (Menzies, 2002), los contactos entre ambas regiones datan de varios siglos atrás. Más recientemente, en el siglo XIX, los “culis” llegaron a formar parte de la realidad demográfica latinoamericana en virtud de una migración resultante de la convergencia de la grave crisis nacional china de la época y el auge económico de algunas naciones americanas. En países como Perú, Cuba, Costa Rica, Venezuela, etc., las colonias chinas desempeñan aun hoy día un papel sustancial (Shicheng, 2010) en las dinámicas de acercamiento entre Asia y América. Aquellos países que cuentan con colonias chinas disponen de una ventaja comparativa importante a la hora de captar inversiones y desarrollar el comercio ya que muchos de ellos o sus descendientes forman parte de las elites empresariales en algunos estados. Entre los lugares donde se concentró la mayor cantidad de comunidades de chinos cabe citar a Cuba, Jamaica, México (Sonora y Sinaloa), Chile (Antofagasta e Iquique), Perú (Lima), Panamá y Brasil (Sao Paulo).

Proclamada la República Popular China, el Partido Comunista (PCCh), en función de sus propias circunstancias, no del todo favorables en los primeros años, con un país aislado y devastado por guerras intestinas e imperialistas, promovió las relaciones con la región en base a un primer acercamiento cultural e ideológico, deudor de una profunda impronta antiimperialista. Era entonces, prácticamente, la única diplomacia posible en una región donde la República de China del generalísimo Chiang Kai-shek y el Kuomintang (KMT) derrotados en la guerra civil, mantenía la primacía en los vínculos diplomáticos, y aún hoy conserva 12 aliados en la zona de un total de 22 en todo el mundo. El primer país de la región que reconoció a China fue la Cuba de Fidel Castro en 1960. China pudo entonces imaginar un leve salto en su proyección en la región, pasando de los intercambios de carácter cultural y la diplomacia partidaria a una profundización de la colaboración política de signo progresista.  

Pocos años después, el enfriamiento con Cuba —que en el conflicto sino-soviético tomó parte por Moscú— llevó consigo un proceso de radicalización paralelo al extremismo de la política interna. La Revolución Cultural (1966-1976), significó para ALC una significativa implicación china en las guerrillas de signo maoísta de la región. Hasta que se produce el giro en las relaciones con EEUU (1972), China solo había logrado dos reconocimientos diplomáticos en la región, sumando a Cuba el Chile de Allende en 1970. La normalización con Washington, habida cuenta la influencia ejercida en su “patio trasero”, trajo consigo un avance en el reconocimiento diplomático de la China Popular en detrimento de la República de China, que debió ceder el asiento a Beijing en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. China pasó entonces a defender una controvertida política de “no interferencia en los asuntos internos” que le alejó de los movimientos guerrilleros y propició el reconocimiento de países como Perú o Brasil mientras mantenía vínculos con dictaduras como la de Pinochet en Chile.  

Durante todo el período maoísta, la relación económica con la región fue poco relevante: en 1950, el comercio entre China y América Latina ascendía a 1,9 millones de dólares, llegando en 1975 a 475,7 millones (Ríos, 2015). Tras la muerte de Mao (1976), el cambio fue casi inmediato y radical.

El inicio de la política de reforma y apertura (1978) llevó consigo la activación general de las relaciones económicas exteriores. Si bien el impacto en América Latina es inferior al registrado en otras regiones, se advierte un crecimiento significativo de los intercambios comerciales (los 1.331 millones de dólares de 1980 se elevan a 8.260 millones en 1999). La fase de mayor expansión se produce con el nuevo siglo. Es entonces cuando la conjunción de la expansión económica china y los cambios políticos en la región provocan una eclosión de los intercambios a todos los niveles.

China publicó en 2008 el Documento de política exterior china hacia América Latina y el Caribe que recoge su visión de la región y señala sus objetivos prioritarios. Se trata de un documento relevante, el tercero de su tipo: primero fue el referido a la UE en 2003 seguido del de África en 2006. Su mera publicación denotó el creciente interés estratégico de China en la región en atención a razones de naturaleza económica, principalmente energética. El documento identifica cuatro grandes objetivos relacionados con la mejora de la sintonía política, la cooperación económica, las relaciones culturales y los intercambios personales, y el avance general del principio de una sola China, es decir, la reducción de aliados de la República de China o Taiwan.  

La dimensión económica de los intercambios China-ALC

En el nuevo siglo XXI, Beijing privilegió en sus relaciones con ALC los vínculos de naturaleza económica, si bien evitando dar la impresión de un afán de naturaleza geopolítica que pudiera interpretarse en clave de desafío al liderazgo estadounidense en la zona. Ello incluso pese a que en no pocos gobiernos de la zona pasaron a predominar  fuerzas de izquierda claramente hostiles a Washington. Pese a los intentos de algunos líderes latinoamericanos de acentuar ideológicamente estas relaciones, China siempre eludió una caracterización de tal signo primando los enfoques económicos. Así, las autoridades chinas promovieron un cuidado y difícil equilibrio, guardando distancias con sus hermanos ideológicos de Venezuela y Cuba, en un calculado ejercicio que tanto enfriaba los alardes bolivarianos como alentaba la cooperación energética con Caracas o las reformas raulistas en Cuba, a la par que no hacía distinciones con los demás gobiernos de la zona, ya nos refiramos a Chile, Perú, etc.

Las áreas de mayor interés para China incluyen la energía, minerales, agricultura, manufactura o la construcción de infraestructuras. La tendencia al acercamiento comercial se completó con la firma de tratados de libre comercio (TLC) con Chile (2006), Perú (2011) y Costa Rica (2011) y otros acuerdos institucionales que han permitido a China la obtención del arancel cero para buena parte de los productos industriales que exporta a la región y otros beneficios para sus empresarios e inversores.

Según estimaciones de los profesores Gallagher y Porzecanski (2008), cada punto de crecimiento de China se reflejó en un aumento de 1,2% en el crecimiento de América Latina. En términos generales, sin duda, el flujo es más positivo para los exportadores globales de energía, materias primas u otros productos agrícolas, y más negativo para quienes exportan productos manufacturados. Estos últimos se han visto severamente golpeados por la competencia china en mercados tan importantes como EEUU.

China se ha consolidado en estos años como el principal socio comercial de Brasil, Chile y Perú, y el segundo de Argentina, Cuba, Uruguay y Colombia. En América Central, su relevancia se concentra en Costa Rica, aunque crece muy rápidamente en los demás países. En el conjunto de la región, es el segundo socio comercial tras EEUU y podría convertirse en el primero en pocos años. En 2012, el entonces primer ministro chino Wen Jiabao, de gira por la zona, planteó ante la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (CEPAL) el objetivo de alcanzar los 400.000 millones de dólares de intercambio comercial en 2017, una cifra ciertamente ambiciosa y que, a día de hoy, no parece realizable.

En los intereses de China han primado hasta ahora los recursos naturales. Beijing contempla la región como una fuente inagotable de recursos primarios que son fundamentales para nutrir su desarrollo. Se estima que América Latina dispone del 13,5% del total de reservas probadas de petróleo si bien solo representa el 6% del total de la producción mundial, con lo que existe un gran margen para desarrollar este ámbito. En 2010, el 83,7% de las exportaciones totales de Brasil a China estuvieron constituidas por recursos naturales (Toro, 2013). En otros órdenes, el interés manifestado es menor. No obstante, las reglas de esta ecuación podrían modificarse con el cambio en el modelo de desarrollo en China, que conlleva un aumento de los costos de producción, pero por un tiempo sus fábricas seguirán representando una amenaza en tanto no se arbitren medidas compensatorias. Por otra parte, cabe esperar que tras el ciclo de materias primas, habrá otro de alimentos procesados, pues el agro es un ámbito de especial interés para China a la vista de la reducción de las tierras de cultivo y las dificultades para asegurar la seguridad alimentaria. A día de hoy, la activa participación de empresas públicas en la dinamización del comercio bilateral y la consiguiente ausencia de empresas privadas en las inversiones, explicarían en gran medida la excesiva concentración en los sectores de recursos naturales.

En suma, podríamos decir que en relación a China, en América Latina hay dos grupos de países. Para algunos como Chile, Venezuela o Perú, los recursos naturales son la clave, mientras que para otros como Argentina o Brasil, las manufacturas también representan un porcentaje destacado. Los primeros obtienen grandes beneficios en el comercio con China. Para los segundos, también hay costos, especialmente en los ajustes derivados de su industria como resultado de la competencia. México, al igual que los países centroamericanos, escasos en recursos naturales y cuyas manufacturas deben competir con el menor costo de las provenientes de China, enfrenta dificultades. Brasil y Argentina, con sectores industriales de cierta significación, aspiran a revertir esta situación, especialmente el primero, que dispone de alta tecnología en diversos sectores, pero no es fácil en su conjunto para la región dado el bajo nivel de inversión en I+D. En 2005, según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), los datos son elocuentes: 2,6% de la región frente al 37% de América del Norte o el 28,8% de Europa (Toro, 2013).

 

Evolución del comercio bilateral (1950-2015) en millones de dólares

 

1950

1955

1960

1965

1970

1975

1980

1,9

7,3

31,3

343,1

145,8

475,7

1.331

1985

1990

1995

1998

1999

2000

2001

2.572

2.294

6.114

8.312

8.260

12.600

14.938

2002

2003

2004

2005

2006

2007

2008

17.826

26.806

40.027

50.457

70.218

102.600

143.400

2009

2010

2011

2012

2013

2014

2015

120.000

183.067

241.500

261.200

250.000

228.141

236.545

 

Fuente: Xu Shicheng, 2010. Buró Nacional de Estadísticas de China.

 

En cuanto a la inversión, esta se concentra igualmente en un 90% en recursos naturales —con especial significación del sector extractivo particularmente en Brasil, Venezuela y Ecuador— y en una cuantía modesta en relación a los niveles de comercio, pues en 2014 alcanzó un primer pico de 14.000 millones de dólares. Según fuentes de la CEPAL (2010), equivaldría en torno al 13% del total de sus inversiones en el exterior, rondando los 65.000 millones de dólares. Las inversiones chinas en petróleo y gas se concentran en Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador y Venezuela; en minería, en Perú y algo en Brasil; en manufacturas, en Brasil y también en México (Ray y Gallagher, 2014).  En 2010, China se convirtió en el tercer país con más inversión directa en la región, con un 9% del total de capital extranjero atraído, por detrás de EEUU y Holanda.

De acuerdo con los datos del Ministro de Comercio chino, hasta el año 2014, el volumen de inversión directa de las empresas chinas en América Latina ascendía a 106.110 millones de dólares, abarcando áreas como la energía, la minería, la agricultura, las finanzas, la construcción de infraestructuras, la manufactura y el sector servicios. En 2015, los flujos de inversión directa no financiera desde China hacia la región alcanzaron los 21.460 millones de dólares, un 67% por encima de la cifra de 2014. América Latina pasó a ser un destino importante de la inversión china en el extranjero. China mantiene el objetivo de alcanzar una inversión directa de 250.000 millones de dólares en la próxima década. ALC es el segundo destino de inversión china después de Asia.  

Por otra parte, en septiembre de 2015, el Banco Central de China anunció el establecimiento de un fondo de inversión de 10.000 millones de dólares para la cooperación bilateral con la región latinoamericana en ámbitos de alta tecnología, energía, minería y proyectos de infraestructura. China tiene en cartera una agenda de grandes propuestas para la región, en principio dotadas del adecuado financiamiento. De llevarse a cabo, supondrían un severo impacto tanto en sus principales socios como en los procesos de integración económica y en la conectividad regional. Aun así, cabe significar la confusión que a menudo rodea las cifras de las inversiones chinas ya que algunas de las anunciadas, en realidad, no llegan a materializarse.

Uno de los mayores problemas ligados a la inversión radica en la exigencia de contar con empresas y trabajadores propios, generando tensiones con gobiernos y poblaciones que ansían aprovechar esta oportunidad para generar empleo. Otro tanto podríamos decir del medio ambiente. Los países latinoamericanos cuentan con un sistema legal relativamente completo en materia ambiental o de regulación laboral y las empresas chinas deben observar las leyes y adaptarse a la sociedad local. Los inexpertos inversores chinos han tardado en comprender la importancia de esta adaptación. Por fortuna, otra tendencia se impone.

El capital chino persigue en ALC los siguientes objetivos: conquistar nuevos mercados, satisfacer sus crecientes necesidades de alimentos y aprovechar al máximo las posibilidades de acceso a materias primas indispensables para su desarrollo. Estas inversiones cabe contextualizarlas conceptual e ideológicamente en una política Sur-Sur ya que, a diferencia de otros inversores, Beijing no impone condiciones relativas al modelo político o social. Incluso cuando se trata de socios que mantienen relaciones con la República de China, eso no ha impedido —caso de Nicaragua—, que se apadrine la construcción de un canal alternativo que podría amenazar los intereses de EEUU. El discurso chino apunta a una reivindicación de las capacidades de las economías emergentes para sortear, por sí mismas, las dificultades del momento y generar una onda de desarrollo menos dependiente de las primeras economías manteniendo su dinamismo al abrigo de esta cooperación. A esta aseveración se sumó el refrendo de que América Latina tiene para China una gran importancia estratégica. 

En el orden de los préstamos, entre 2005 y 2011, China concedió a los estados de América Latina más de 75.000 millones de dólares. Según datos de Diálogo Interamericano (2013), el gobierno chino se ha afianzado como el principal banquero de la región de América Latina-Caribe con préstamos que sobrepasarían los 87.000 millones de dólares. En 2010, ascendieron a 37.000 millones, más que el total concedido por instituciones financieras internacionales, con 17.500 millones en 2011 y 6.800 millones en 2012. Nuevamente, los préstamos chinos tienden a concentrarse en sectores ligados a los recursos naturales pero también al desarrollo de infraestructuras y a veces son compensados con materias primas, especialmente petróleo. China forma parte del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) desde 2008. Dicha institución, con sede en Washington, venía siendo la principal fuente de financiación multilateral de América Latina, operando en función de criterios y reglas internacionales. A China se le acusa de saltárselas con irregularidades en los préstamos que concede.  

Cabe destacar igualmente el hecho de que los estímulos a la cooperación incluyen el fomento del uso de las monedas propias en el intercambio comercial con el propósito de marginar los posibles efectos nocivos derivados de las fluctuaciones del dólar. China y Brasil han firmado un acuerdo en tal sentido por valor de 30.000 millones de dólares, solidificando su relación entre dos gigantes de Asia y América al margen del billete verde. Venezuela y Bolivia, también están interesados en este mecanismo, especialmente por sus implicaciones estratégicas, y avanzan en igual sentido.  

El progreso de las relaciones China-ALC se ha sustentado en la complementariedad económica existente entre ambas partes (MOLINA et al, 2016). Aun así, se trata de relaciones complejas y controvertidas, sobre todo porque son asimétricas en desventaja para ALC. Frente a quienes exhiben una concepción idílica de los vínculos, confiando en que China supedite sus intereses nacionales a la conveniencia de ALC, otros exaltan las consecuencias negativas de este proceso que evidenciarían una vez más las ansias de una gran potencia con sus consabidos patrones de dominación y dependencia ya practicados por EEUU o Europa en tiempos conocidos.  

Tomando nota de los vectores esenciales que han estructurado la relación bilateral, cabe suscribir la alerta de que los patrones actuales de comercio se asemejan en demasía a los habituales en los siglos XVII y XVIII. Las críticas que acusan a China de discriminar los productos con mayor valor añadido y de privilegiar otros como la soja o el aceite de soja (Argentina), de haber suspendido las importaciones de petróleo procesado en aparente protesta por la presentación (también por Argentina) de una queja formal contra el dumping de exportadores chinos, la depredación ambiental, el saqueo de los recursos, las malas relaciones con las comunidades locales, etc., reflejan un lado oscuro que no debe minusvalorarse. El temor a “africanizar” la relación con América Latina, inundando sus mercados de exportaciones baratas gracias a las condiciones de su mercado laboral y la falta de garantías de respeto a derechos básicos a cambio de concesiones mineras y la compra de materias primas de escaso valor añadido, forma parte de esa realidad pujante  y contradictoria y supone un serio desafío para ambas partes.  

La alargada presencia del hierro, la soja (Brasil), el cobre (Chile), casos que podíamos ampliar a Perú o Venezuela, ponen de relieve los problemas actuales de diversificación de las economías latinoamericanas e incide en el aumento de la vulnerabilidad de la región a los impactos externos. En la misma línea, algunos sectores empresariales han calificado a China como la mayor amenaza para países como Brasil en cuanto a su producción industrial ya que ambos producen bienes similares.  

Estos trazos generales deben complementarse con una alusión al déficit comercial de los países de la región con China, que es mayoritario con la sola excepción de Venezuela, Brasil, Chile, y, marginalmente, Perú. El 85% del déficit de América Latina con China corresponde a México. Con América del Sur es bastante equilibrado, básicamente por los superávits de Chile, Brasil y Venezuela, países que han reducido el número de productos primarios que venden a China.

El comercio con China es hoy muy importante para ALC. Esto se evidencia en el hecho de que es ya el segundo principal origen de las importaciones de la región y el tercer principal destino de sus exportaciones. Entre 2000 y 2014, la participación de China en las importaciones regionales pasó de poco más del 2% al 17%, mientras su participación en las exportaciones pasó del 1% al 9% (CEPAL, 2015). Por su parte, ALC también ha ganado peso como socio comercial de China. En 2000 la región absorbía el 3% de las exportaciones totales de bienes de China y era el origen del 2% de sus importaciones, mientras en 2013 su participación en ambos flujos ascendió al 6 y 7%, respectivamente.

Desde el punto de vista cualitativo, las relaciones adolecen de desequilibrios con un sesgo negativo para ALC, tanto por las connotaciones deficitarias de la balanza comercial como por los trazos de las importaciones y exportaciones. La canasta exportadora de ALC hacia China es mucho menos sofisticada que la que se exporta al resto del mundo (Molina et al., 2016). Si por productos la concentración es evidente, por empresas, son pocas las que exportan a China en comparación con otros mercados, aunque en los últimos años ha crecido el número de pymes exportadoras al mercado chino. Por lo demás, también debe significarse el escaso efecto multiplicador al resto de la economía, ya sea en términos de empleo o de bienestar en general.

Relaciones políticas y alternancia: Argentina como caso

El aumento de los contactos políticos y la apuesta común por un mundo multipolar se ha materializado a través de una corriente de respeto mutuo alejada del mesianismo y la injerencia. China no pretende promover su modelo político en América Latina y asegura respetar las opciones de los diferentes gobiernos sin inmiscuirse directamente en sus asuntos, lo cual no quiere decir que no tenga interés en la estabilidad. De hecho, uno de sus retos esenciales es el mantenimiento del tono general de sus vínculos a la vista de las alternancias que se suceden en la región. China  apostó al pragmatismo y no a la ideología a la hora de fomentar las relaciones e intercambios con los países de la región. No obstante, la relación bilateral se intensificó en función de una clara apuesta de los gobiernos de izquierda o centroizquierda en auge en la zona. Ese periodo pudiera estar llegando a su ocaso. Los resultados electorales recientes en Argentina o Venezuela así lo pronostican, pero después Ecuador, Brasil o Bolivia, a lo largo del presente año 2016, pueden ofrecer nuevos síntomas de cambio del péndulo político. 

A priori, la estabilidad futura parece acompañar en mayor medida las relaciones de China con los gobiernos conservadores o de centroderecha, mientras que en los de izquierda, la estabilidad puede verse afectada por la alternancia. Ello es debido, en parte, a la crispación que acompaña la acción política de ciertos gobiernos y oposiciones en la región, tendiendo a presentar las relaciones con China como una opción ideológica y geopolítica. A pesar de que China intenta quitar hierro a este punto de vista, la gestión de la alternancia puede ser complicada en más de un caso.

Un ejemplo de ello pudiera ser Argentina —donde Cristina Fernández cedió el relevo a Eduardo Macri en diciembre de 2015—, país que ha acaparado en los últimos años importantes compromisos inversores chinos. En Argentina, por ejemplo, la compañía china CNOOC (China National Offshore Oil Corporation) se ha convertido en la segunda petrolera después de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) tras una serie de importantes adquisiciones parciales de distintas empresas. En 2010, compró el 50% de la petrolera Bridas por 3.100 millones de dólares. A continuación, este mismo año, Bridas adquirió el 60% de Pan American Energy por 7.000 millones de dólares. En febrero de 2011, Pan American Energy compró el 100% de los activos de Esso Argentina por más de 800 millones de dólares.

Argentina y China también firmaron un gran número de acuerdos de inversión y financiamiento. En julio de 2014, en el marco de la visita al país del presidente chino Xi Jinping, ambos gobiernos firmaron un memorando integrado por 17 acuerdos de diferentes ámbitos, cinco de los cuales son de carácter económico. Entre ellos están el financiamiento de 4.700 millones de dólares destinado al proyecto de  las represas Kirchner y Cepernic de Santa Cruz, que empezó a negociarse en 2010, la adquisición de buques y dragas chinas por 423 millones de dólares, el financiamiento de obras en el ferrocarril Belgrano mercancías por 2.099 millones de dólares, el proyecto de riego en Entre Ríos por 430 millones de dólares y el financiamiento de la construcción de la central nuclear Atucha III, en la localidad de Lima.

Las represas citadas, que se ubican en la provincia de Santa Cruz, representan la mayor inversión de China no solo en este país sudamericano, sino en todo el mundo. Se prevé que la inversión, cuya financiación se planea para los próximos quince años, supere los 4.000 millones de dólares. Las obras proporcionarán unos 6.000 puestos de trabajo para los ciudadanos argentinos y de 10.000 a 12.000 empleos indirectos, mientras que 150 trabajadores chinos formarán parte del proyecto. Este contrato fue calificado de “emblema” de la asociación estratégica integral entre Argentina y la República Popular China, debiendo completarse en cinco años y medio y aportará entre el 3% y el 5% de energía al parque eléctrico argentino y 15% al que proviene de la hidroelectricidad. El modelo energético argentino de los próximos 20 años estará muy asociado a la colaboración con China.  

En diciembre de 2014, el Senado aprobó el Acuerdo de Cooperación entre Argentina y China sobre la construcción, el establecimiento y la operatividad de una Estación de Espacio Lejano de China en la provincia de Neuquén, en el marco del Programa Chino de Exploración de la Luna. Según el acuerdo, que se firmó entre la Comisión Nacional de Actividades Especiales (CONAE) y la China Satellite Launch and Tracking Control General (CLTC) y cuya duración es de 50 años, la provincia de Neuquén cedería su terreno y la CONAE se beneficiaría con una utilización mínima del 10% para usar la antena en el desarrollo de proyectos propios.

En febrero de 2015, durante la visita de Cristina Fernández de Kirchner a China, se firmaron 15 acuerdos abarcando distintas áreas. Algunos de estos convenios se refieren a ventas o inversiones chinas en Argentina con financiamiento procedente de organismos y bancos chinos.

El 15 de noviembre de 2015, las delegaciones de China y de Argentina firmaron, en el marco de la Cumbre del G20, un “acuerdo histórico” para la construcción de dos nuevas plantas nucleares en el país sudamericano. Ambos acuerdos suponen una cifra cercana a los 15.000 millones de dólares, de los cuales, un 85% serán proporcionados por Beijing.  

Es evidente la sintonía entre ambos gobiernos durante el mandato Kichner. No obstante, una de las primeras decisiones relevantes del presidente Macri afectó al yuan. China se apresuró a decir que no tenía objeciones respecto a la decisión de convertir parcialmente a dólares la reserva de yuanes que compartían los bancos centrales de ambos países. La decisión alcanzó la cifra de 3.100 millones de dólares. Al mismo tiempo, Beijing, a fin de evitar nuevos pasos atrás, se apuró a recordar que el yuan es una moneda clave para la estabilidad financiera de Argentina y que su peso global va en ascenso. El nuevo embajador en la capital china, Diego Guelar, afirmó que “trabajará para ampliar el acuerdo swap de monedas entre ambas partes”. 

Por otra parte, en el plano energético, cabe recordar que empresas de ambos países construyen dos represas en Santa Cruz así como el parque eólico de La Rioja. En un primer momento, se dispararon las especulaciones respecto a la supuesta intención de Macri de paralizar la construcción, motivando las primeras protestas de las instituciones de la provincia, preocupadas por el futuro del empleo y de las inversiones. China también tiene inversiones en el sector del ferrocarril, que pretendía ampliar. Las reservas iniciales expresadas respecto al supuesto uso militar de la estación espacial de Neuquén parecen haberse disipado tras una excepcional revisión del acuerdo bilateral. En suma, tras las reticencias del primer momento, Buenos Aires y Beijing parecen haber encontrado la fórmula para evitar que la alternancia suponga un revés en sus relaciones pero una espada de Damocles pendió sobre la relación. Es más, Argentina se ha propuesto recibir hasta un millón de turistas chinos al año (fueron 40.000 en 2015).  

Más conflictivo pudiera ser el horizonte de Caracas (Ríos, 2012). En Venezuela, el triunfo de la oposición abre un nuevo tiempo político. La apuesta del movimiento bolivariano por China es conocida. Beijing sugirió la apertura del diálogo entre gobierno y oposición, que parece imposible a día de hoy. El mandato de Maduro alcanza a 2019, pero la cuenta atrás podría durar menos si se plantea el referéndum revocatorio y la oposición lo gana. China tiene comprometidas importantes inversiones en Venezuela que van más allá del petróleo y que sugieren un horizonte más controvertido aun que en Argentina de llegar a darse el caso de la alternancia.   

En términos generales, en el plano bilateral, China ha establecido una asociación estratégica integral con Brasil, México y Perú, y también con Chile, Argentina y Venezuela. Es país observador de la Alianza del Pacífico y mantiene relaciones plenamente normalizadas con el Mercosur. Igualmente, comparte un Foro de Cooperación Económica y Comercial con los países del Caribe. Progresivamente se ha incorporado a la práctica totalidad de los organismos regionales, un dato que revela su interés por trascender el mero intercambio comercial. En los próximos años, esta doble vía de acercamiento, bilateral y multilateral, deberá afrontar serias pruebas de consolidación en más de un caso.  

La decisión adoptada en la II cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) (La Habana, 28 y 29 de enero de 2014) de crear un foro de cooperación bi-regional constituye un salto cualitativo de gran importancia para ambas partes. China lo había propuesto para dotarse de un mecanismo y una plataforma de cooperación integral que pudiera dar paso a la formación paulatina de una “comunidad de destino común”, en el argot frecuentado por Xi Jinping. El mismo modelo ha venido aplicando con otros conjuntos geopolíticos (África, países de expresión portuguesa, países del Golfo, etc.). En los últimos años, se han podido concretar foros singulares como el de ministros de agricultura, de juventud, de think tanks, o las reuniones entre China y la Troika (ampliada) de la CELAC, a los que habría que sumar las cumbres empresariales que se han dotado de sus propios mecanismos de trabajo. Esos intercambios parecen haber madurado y salvado las inevitables dudas respecto a la capacidad regional para superar su diversidad de todo tipo a fin de establecer un marco de cooperación que, a su vez, favorezca la propia integración.

El Foro CELAC-China apuesta por configurar una relación bilateral integral, completa y equilibrada. Partiendo de los logros alcanzados a día de hoy, sugiere una transformación estructural de los patrones al uso, fomentando una cooperación que atienda no solo a la cantidad sino también a la calidad e implementando una cooperación Sur-Sur que se correspondería con el ideario y la naturaleza de las consideraciones políticas predominantes en ambos polos de la relación (Balderrama y Martínez, 2010).  

La creación del Foro supone una transformación cualitativa en la modalidad de entendimiento con la región. Sin menoscabo de la relación país-país o a través de foros secundarios y parciales, la construcción de una relación colectiva es un mérito positivo en el que cabe reconocer a China un papel instigador. Fue el propio primer ministro Wen Jiabao quien en 2012 alentó en la CEPAL a buscar esa fórmula de tal manera que la relación con Beijing pudiera contribuir a la integración continental. Esta dinámica se vio reforzada con la aprobación del Plan de Cooperación China-ALC 2015-2019.

Una sola China, singularidades en ALC

Respecto al cuarto objetivo de su Documento de política general para ALC (2008),  la falta de avances registrados tiene explicación. China, la segunda economía del mundo, tiene relaciones diplomáticas formales con 21 países de los 33 que componen la región.

De los  aliados de Taiwan solo cambió de bando Costa Rica (en 2007). Taipei tiene un aliado en América del Sur (Paraguay) y 11 en Centroamérica y Caribe. El inicio de la “tercera cooperación” en 2005 entre el PCCh y el KMT permitió una rebaja de la hostilidad diplomática a partir de 2008, cuando el KMT recobró el poder en Taipei. El fin de la “diplomacia de chequera”, basada en la compra de aliados con promesas financieras diversas, tuvo como contrapartida un importante salto de las relaciones comerciales entre China y los aliados de Taiwan, que se ha visto desplazado a favor del primero.

Con la pérdida del poder del KMT en Taipei (en enero de 2016) y el consiguiente ascenso de los soberanistas del Minjindang (PDP), podría desencadenarse una secuencia de cambios a favor de Beijing dado que las nuevas autoridades de la vieja Formosa se resisten a reconocer el principio de existencia de una sola China y aboga por relativizar la equidistancia a través del Estrecho de Taiwan y reducir la interdependencia fomentando la que llaman “Nueva Política hacia el Sur”, en consonancia con el Pivot to Asia estadounidense, que debe reequilibrar la región en detrimento de la influencia china.

La conjunción del aumento de las relaciones de  la región con China –incluidos los aliados de Taiwan- y la tregua diplomática entre Beijing y Taipei ha reforzado la autonomía de las políticas exteriores de estos países. La desigual significación de China continental y Taiwan en el escenario global no ofrece buenos presagios para la isla. De hecho, en marzo de este año, poco antes de asumir funciones la nueva presidenta Tsai Ing-wen, Beijing aprovechó cierto vacío para ganarse a un aliado africano, Gambia. No faltó quien interpretase esta decisión, improbable unos meses antes, como un mensaje de advertencia a las nuevas autoridades taiwanesas.

¿Representa China una amenaza en ALC?

No parece que China represente una amenaza en primer lugar en el plano cultural o ideológico. Ciertamente, la apuesta de China por la región se ha traducido en un incremento exponencial del comercio y las inversiones pero también de la presencia cultural, vehiculada fundamentalmente a través de los institutos Confucio cuyo objetivo es facilitar la comprensión y el acercamiento cultural, pero resultaría exagerado advertir síntomas de una “colonización cultural” capaz de amenazar la identidad de la región. Por el contrario, las carencias en este orden son muchas aun. El número de dichos institutos en la zona es relativamente modesto en comparación con otras regiones del mundo.

Asimismo, debe significarse una vez más que la ausencia de mesianismo del PCCh —reforzado históricamente en China por una débil cronología de invasiones o colonizaciones exteriores— concuerda con el escaso interés de los líderes políticos latinoamericanos en incorporar su modelo, con independencia del atractivo de aspectos parciales de su experiencia, como es el caso de las Zonas Económicas Especiales en algunos países como Costa Rica, Venezuela o Cuba, entre otros.

Para China, un problema fundamental en el desarrollo de las asociaciones bilaterales sigue siendo la falta de comprensión mutua cuyo origen radica en el desconocimiento reciproco de las singularidades. Es por ello que incentiva el turismo latinoamericano y fomenta el estudio de la cultura china en esta región, sin perjuicio de idear programas y propuestas que resulten en un intercambio cada vez más frecuente entre la comunidad académica o los actores políticos y partidarios con especial atención a las nuevas generaciones.  

En un orden más amplio, el papel de socio significativo e incluso principal de China con varios países importantes de la región (Brasil, Chile, Argentina, México, Perú, Venezuela, Ecuador….) quebró una norma que parecía incuestionable desde hace casi un siglo, esto es, la primacía de EEUU en la zona. Debe significarse también que China no ha ignorado la relación con los países rivales de EEUU y agrupados en torno a la Alianza Bolivariana de los Pueblos de nuestra América- Tratado Comercial de los Pueblos (ALBA-TCP) liderada por Caracas, si bien se ha procurado gestionar con prudencia.  

En los últimos años, la inversión china hacia la construcción de infraestructuras se ha acelerado con ejemplos en Brasil (red eléctrica), Chile (energía fotovoltaica), mientras en Argentina, Venezuela, Ecuador o Uruguay participa en la construcción de proyectos de energía, puertos, ferrocarril, puentes, etc. El atraso de las infraestructuras podría dejar de ser un obstáculo en el crecimiento de la economía latinoamericana merced al interés de las empresas chinas en internacionalizarse. Esto supone un atractivo importante para la región y brinda a China un caudal de influencia significativo.

Los proyectos de infraestructura que China financia o ejecuta disponen del potencial suficiente para transformar no solo el paisaje económico nacional y del continente en su conjunto sino también su política. Uno de ellos es el anunciado nuevo canal de navegación entre los océanos Pacífico y Atlántico. El Canal de Nicaragua requiere 40.000 millones de dólares de inversión y varios años de trabajo. El colosal proyecto contribuiría a fortalecer la expansión de China en la región. El canal debe duplicar el de Panamá.

Bolivia, por su parte, apadrina ante China la construcción de un ferrocarril desde su frontera con Brasil hasta los puertos peruanos sobre el océano Pacífico, con unos 1.500 km. de recorrido, y un coste de unos 10.000 millones de dólares. De este modo, La Paz podría canalizar la producción agrícola brasileña con destino a China, acortando distancias y abaratando costos respecto a la vía marítima por el cabo de Hornos (Chile) que Brasil suele utilizar.

En la misma línea, China presta especial atención a Perú y a su papel en la estructuración del espacio suramericano a través de las interconexiones bioceánicas y como gozne entre las llamadas cinco “islas geopolíticas” de la región: plataforma del Caribe, la Cornisa Andina, la Plataforma Atlántica y el Enclave Amazónico. Lima tiene mucho potencial como zona de tránsito y como hub del comercio intrarregional.  

Todo ello, de llevarse a cabo, elevaría el nivel de integración y la conectividad entre las dos regiones, Asia y América Latina, dinamizando las rutas comerciales del Pacífico y dando paso a un nuevo escenario en el Atlántico con rutas directas entre África y Sudamérica a través del llamado “Consenso de Beijing” que ha servido para potenciar a las naciones del tercer continente más grande en extensión a través del Foro de Cooperación China-África. La realización efectiva de dichos planes, que tienen su complemento en la generación de nuevos corredores económicos en Asia central y meridional a través de la Franja y la Ruta de la Seda, podría dar lugar a una nueva geopolítica.  

En el ámbito de la seguridad, cabe significar que la defensa como capítulo específico también ha crecido en la relación sino-latinoamericana —los vínculos más consolidados, con Cuba—, pero sin que ello suponga, al menos por el momento, un aditivo preocupante. Desde 2006, China y EEUU mantienen un diálogo bilateral que versa sobre estos y otros aspectos con el propósito de transparentar las agendas y evitar fricciones.

Sugerir que América Latina se ha convertido en el “patio trasero” de China (Lasseter, 2009) constituye una exageración sin fundamento. Debe tenerse bien presente que EEUU le lleva a China mucha delantera como primer socio de la región y que así seguirá siendo por bastantes años. La profundidad de las relaciones de EEUU con América Latina es mucho más amplia y de mayor calado, manteniendo una ventaja geopolítica absoluta e incondicional sobre cualquier otro país en relación a la región. Recuérdese que es el aliado militar más importante de la mayoría de los países de la zona, el mayor socio comercial, el mayor inversor y el mayor proveedor de tecnología. Por largo tiempo, nadie podrá retar su poder en el hemisferio occidental. Y más allá de su capacidad para implementar políticas audaces para la región, Washington procurará evitar retrocesos en su relación privilegiada tanto en atención a consideraciones externas como internas, especialmente de cara al voto latino, de creciente importancia en la vida político-electoral estadounidense.

El enfoque chino hacia la región no es, en teoría, excluyente con relación a otros socios externos significados, ya hablemos de EEUU, la UE u otros más recientes, incluso asiáticos como Japón, Corea del Sur, India, etc. (Lagos et al., 2015).

Beijing, en suma, no plantea un desafío a la hegemonía de EEUU en su esfera de influencia. De hecho, descartó sumarse a cualquier tipo de alianza antihegemónica, instada por Caracas, dejando claro que no habrá adhesiones a alianzas contra terceros y que sus intereses se centran en lo comercial (Ríos, 2012). En otro plano, su alternativa consiste en promover soluciones multipolares basadas en el reconocimiento de la plena soberanía de los estados.

¿Una inflexión provocada por China?

En los últimos años, la recesión económica mundial y la caída de los precios de las materias primas afectaron al volumen comercial entre China y ALC. Nos hallamos ahora ante un momento de inflexión. De una parte, el proceso de transformación estructural de la economía china tiene consecuencias e impactos de otro signo en la región latinoamericana. La desaceleración está provocando una aparente desestabilización del marco establecido pero, en realidad, lo que está ocurriendo es una reformulación de dicha relación que tiene, del lado chino, una estrategia clara resumida en el sumatorio “1+3+6”. El número 1 se refiere a “un plan”, o sea, a la elaboración de un Plan de Cooperación entre China, América Latina y el Caribe, con el fin de garantizar el pleno acoplamiento y la unanimidad en cuanto a las estrategias de desarrollo. El número 3 hace referencia a “tres motores”, es decir, al apoyo mutuo en los tres terrenos: el comercio, las inversiones y las finanzas. El número 6 remite a la cooperación en “seis campos”: energía, construcción de infraestructuras, agricultura, manufactura, ciencia y tecnología e informática para lograr un mejor desarrollo sectorial. La clave de esta inflexión reside en que la transformación del modelo productivo chino debe acompañarse de un replanteamiento de la relación bi-regional.

Además del inevitable ajuste, la ocasión es oportuna para actualizar las estructuras industriales respectivas y transformar el enfoque de los proyectos de inversión de forma que esta inflexión derive en un cambio positivo para un desarrollo sostenible. El experto de la Academia de Ciencias Sociales de China Jiang Shixue señalaba a la agencia Xinhua el pasado 29 de febrero de 2016 el signo general del cambio: si bien la importancia del comercio puede disminuir en el futuro, la inversión será cada día más importante.  

En efecto, la crisis surgida en 2008 provocó como efecto inmediato y visible un freno casi instantáneo de la economía mundial. Las previsiones de organismos como el FMI para los próximos años no son halagüeñas. Ya hablemos de metales, energía o alimentos, el precio de las commodities no va a rebotar a niveles previos a la crisis. Los escenarios de proyección barajan un periodo de precios bajos que se prolongará al menos hasta 2020. El adiós a los tiempos de “bonanza” recuerda que no es posible basar el desarrollo a largo plazo en la riqueza natural sino que se requiere políticas más sofisticadas e integrales.   

La caída del comercio entre China y ALC es un hecho. La reducción de los ritmos de crecimiento del intercambio se explica por la fuerte caída del valor de las exportaciones de ALC a China (10%). En 2014, esta caída fue mucho mayor que la de las exportaciones de la región al mundo (2%). Pero no es el freno del crecimiento chino el que causa la crisis latinoamericana sino que esta resulta de un proceso natural, con un comienzo y un final, quizá acelerado en virtud de la crisis de 2008 bajo la sombra de la especulación inmobiliaria y financiera. En suma, es la caída en el ritmo de crecimiento de la demanda china y la propia desaceleración de la economía mundial lo que provoca el atolladero actual (Cordeiro et al., 2016).

Si en un primer momento, el aumento de la presencia china en la región y sus dinámicas añadidas contribuyeron al crecimiento, cabe observar que ahora sus créditos y propuestas apuntan a aquellos sectores afectados por los excesos de capacidad que pierden fuelle en su propio país en virtud de la transformación estructural en curso. El impulso a las infraestructuras y la cooperación en capacidad productiva con países de la zona puede dar lugar a un nuevo ciclo de desarrollo si ALC es capaz de instalar su propia lógica y agenda. Sobre ALC recae buena parte de la responsabilidad de ofrecer una alternativa para ajustar el gran paquete de inversiones que China ansía desplazar a la región y que pueden permitir, de hacerlo bien, un punto y aparte en las dinámicas regionales. China, en virtud de la singularidad de su sistema político, dispone de una reconocida capacidad para transformar las decisiones en políticas operativas en un breve lapso de tiempo. Falta que ALC, con una institucionalidad diferente, sea capaz de actuar en consecuencia.

La nueva hoja de ruta China-América Latina Caribe

Tras la tercera gira latinoamericana del presidente Xi Jinping, llevada a cabo en el mes de noviembre de 2016, China dio a conocer un segundo documento sobre su política hacia América Latina y Caribe (ALC). Estructurado en cuatro partes, del texto se desprenden algunas novedades. La principal de todas probablemente guarda relación con la promoción de un enfoque mucho más rico e integral de la relación bilateral de forma que se pueda elevar la calidad y el nivel de la cooperación.

La nueva estrategia apunta a un salto cualitativo señalando la disposición de China a participar de forma activa en la transformación de la región sumando no solo oportunidades de desarrollo sino también sellando una alianza para catapultar su proyección política global.

Tras contextualizar la situación del mundo y de la propia China en el documento se reivindican, en primer lugar, sus vínculos con los países en vías de desarrollo a los que la segunda economía del mundo no quiere renunciar. Beijing, de principio a fin del documento, apuesta por una relación que profundice la multipolaridad y que aporte una mayor voz a estos países en el concierto global si bien esto no debe interpretarse como un intento de “excluir o apuntar contra nadie”. Pero China apuesta con claridad por  sumar la región a la reforma de la gobernanza global transformando las instituciones y sus estructuras, democratizándolas por la vía de la readaptación del peso de las periferias emergentes en la definición de reglas y en la toma de decisiones.

A futuro, el desarrollo de la cooperación se gestará a dos niveles. Primero, de conjunto, con la interlocución de la CELAC como foro principal; segundo, por la vía bilateral, país a país. Esa doble configuración de la relación fortalecería el impulso hacia una “comunidad de destino común”. China apuesta por vertebrar una amplia red de cooperación que vincule a todo tipo de instancias a uno y otro lado de la relación de forma que se geste una masa crítica de vínculos.

Entre los ejes a destacar de su política se deben señalar: a) la insistencia en el respeto a la libre y soberana elección de la vía al desarrollo; b) entre los intereses vitales a tener en cuenta significa el respeto al principio de una sola China; c) se enfatiza la colaboración en materia de equidad y justicia, significando un mayor énfasis en el desarrollo social o la reducción de la pobreza; d) la inexistencia de condiciones políticas para la concreción de las asistencias económicas o técnicas; e) la colaboración en la protección ambiental y en la lucha contra los desastres y sus efectos; f) una mayor definición en el área cultural, educativa, académica y también en el intercambio en materia de medios de comunicación; g) la inclusión activa de la cooperación judicial y policial proyectando su modelo de gestión de la seguridad en la Red.

El documento resume los avances registrados desde 2008 y apunta los mecanismos esenciales para fortalecer la confianza reciproca y coordinar posiciones en el escenario internacional. El respeto a la soberanía de cada país, grande o pequeño, se complementa con una clara apuesta por la integración regional.

En lo económico y comercial formula el propósito de trascender la mera complementariedad que sirvió de impulso para alcanzar el actual nivel de intercambio bilateral, significando la apuesta por los productos de alto valor agregado y de alto contenido tecnológico. La cooperación financiera, industrial, energética, en infraestructura, agrícola, espacial, oceanográfica, etc., apuntan a una mayor vertebración de la cadena industrial en su conjunto.

Finalmente, a propósito de la tan manida triangulación, China parece supeditarla al interés de América Latina. Los proyectos de esta naturaleza en los que podría participar deben estar “presentados, consentidos y patrocinados” por los países de la región. España, en concreto, pierde fuelle y se queda fuera a expensas del rescate que se pudiera formular desde ALC.

¿Qué falta en el documento? Probablemente alguna alusión a la cooperación en materia de nacionalidades minoritarias habida cuenta de la importancia del problema indígena en la región y su correspondencia en China, enfrentando en ambos casos desafíos comunes relativos a la protección de la identidad, el desarrollo, el autogobierno, etc. Más allá de la significación demográfica, la cualificación política de esta dimensión en la relación bilateral exigiría tenerla en cuenta en este documento. 

El documento sugiere la paralela urgencia de que ALC establezca unos lineamientos mínimos de su política en relación a China. Solo de esta manera puede interactuar de forma proactiva sentando las bases para un mejor aprovechamiento de las oportunidades que traza este segundo documento de política china para la región. Ese es el primer deber que China plantea a los países de la CELAC.

Conclusiones

Es innegable el papel de China en el crecimiento de América Latina y Caribe en lo que llevamos de siglo. Ocampo (2015) sugiere que “la década 2004-2013 fue, en muchos sentidos, excepcional en términos de crecimiento económico y más aún en progreso social en América Latina. Asimismo, señala que “el crecimiento promedio de América Latina fue del 5,2% en el periodo 2004-mediados de 2008” y agrega que “la deuda externa neta de reservas cayó desde el 28,6% del PGB en 1998-2002 a 5,7% en 2008”. Asimismo, la pobreza extrema cayó desde 19% en 1980 a 11% en 2012, mientras la pobreza caía desde 40% a 28% en el mismo periodo. La desigualdad recuperó lo perdido en los 80 y 90, “aunque América Latina sigue teniendo la peor distribución del ingreso del mundo”. El resultado de todo este proceso fue el crecimiento de la clase media que pasó de representar el 23% de la población al 34%. En todo este alarde de noticias positivas, China desempeñó un papel notable debido al boom del precio de las commodities en función de su proceso interno y a su contribución al fomento del comercio mundial.

Tampoco es ajeno a todo ello el papel de determinados gobiernos en la región, comprometidos no solo con nuevas políticas que han favorecido la inclusión social sino asimismo alejadas de los viejos esquemas de dependencia que los convertían en meras correas de transmisión de los dictados neoliberales. Dicho esto, cabe señalar que las contraindicaciones manifestadas no son menores, en especial, cierta reprimarización que amenaza con reproducir modelos de cooperación económica que, transcurrida la bonanza, pueden dejar las cosas poco menos que como estaban. El peso de los  productos primarios en las exportaciones de la región a China es excesivo.

Lo que China aporta y puede aportar transcurrida una primera etapa contemporánea de intenso acercamiento no es solo comercio e inversiones centrados en los recursos primarios, sino una forma de pensar y actuar diferente que abre el horizonte de ruptura del círculo vicioso del subdesarrollo. En este sentido, una apuesta sincera por la diversificación y la superación de las asimetrías del presente es realizable si se da forma a esa nueva complementariedad: la conjugación de la demanda de infraestructuras de la región con las posibilidades de financiación china y su apuesta por la internacionalización de sus empresas ofrece el marco idóneo para operar un cambio en el patrón de su relación facilitando que América Latina opere un avance sustancial en su progreso.

Parece evidente que el comercio bilateral no seguirá creciendo a tasas tan elevadas como las observadas en los últimos lustros; no obstante, las necesidades de China seguirán ahí de forma visible en la medida en que persista el actual proyecto de construcción de una sociedad modestamente acomodada. Quiere ello decir que el consumo tendrá cada día mayor peso y el aumento de la capacidad adquisitiva de los chinos se traducirá en oportunidades de incentivación del turismo o de adquisición de bienes importados. La urbanización y el aumento de la clase media depararán una ocasión para todos aquellos que sean capaces de añadir valor a sus carteras de exportación al gigante asiático.  

La relación China-América Latina y Caribe necesita una hoja de ruta con nuevos contenidos. Recorrer con China los mismos derroteros que en su día se hizo con EEUU y la UE conduce a un callejón sin salida para la región. Ambos actores deben demostrar que otro modelo es posible. El compromiso chino con grandes proyectos de alcance como el Canal de Nicaragua  o el ferrocarril transamazónico, es indicativo de la presencia de otro enfoque, más ambicioso y transformador, que puede completarse con un impulso a la industrialización de la región para generar un mayor valor agregado a sus relaciones pero igualmente a la integración regional. El fondo anunciado por el primer ministro Li Keqiang en Brasil para impulsar la interconexión del continente a través del tridente logística-energía eléctrica-comunicación es un buen ejemplo de lo que puede dar de sí la cooperación Sur-Sur. Y el nuevo documento de política para la región abre expectativas.

Del lado latinoamericano y caribeño se requiere también un esfuerzo singular capaz de empoderar y aprehender el verdadero signo de esta oportunidad histórica. No solo se trata de que los respectivos gobiernos optimicen las posibilidades de generación de un nuevo desarrollo centrado en fortalecer las capacidades autóctonas y la inclusión social sino de poner el acento en aspectos clave como la educación o la investigación y desarrollo, sin los cuales toda transformación es efímera. Esto requiere tiempo y perseverancia. 

China es un gran mercado, pero muy competitivo. ALC tiene que vencer la distancia geográfica y cultural y debe invertir en aquellas variables que le pueden proveer de mayor calidad en el patrón de relaciones bilaterales, lo cual exige una transformación cualitativa. La corrección de las asimetrías y desequilibrios actuales exige, entre otros, la adopción de medidas tendentes a diversificar el comercio, incorporar más tecnología y conocimiento, fortalecer los nexos interempresariales.

La experiencia acumulada en el transcurso de estos años y las características del entorno regional e internacional aconsejan dotarse de un modelo latinoamericano que debe priorizar desde el Estado los sectores que se incentivarán y se apoyarán para aprovechar la bonanza y ganar competitividad nacional e internacionalmente, pasando de meros transformadores de materias primas a manufacturas con tecnologías y diseños importados o de producción de materias primas y energéticos sin valor añadido. El diseño e implementación de políticas industriales lideradas por el sector público con capacidad para promover la innovación científica y tecnológica constituye una exigencia insoslayable para alentar el salto cualitativo que la región demanda.   

Por otra parte, China debiera tener muy en cuenta las experiencias regionales, traumáticas tantas veces, con la exaltación del papel del mercado confundida en numerosas ocasiones con las alabanzas al neoliberalismo. Una apuesta común por el pragmatismo y por la combinación equilibrada del sector privado, la sociedad y los gobiernos, no quiere decir necesariamente inhibición ideológica ni tampoco ausencia de compromisos políticos, sociales o ambientales. Los tiempos a uno y otro lado son distintos y las rutas de la apertura en cada caso parten de orígenes diametralmente opuestos y conviene no perderlo de vista. Esto misma explica, en parte, las muchas reticencias existentes con los TLC en la región, a menudo fundadas, una fórmula que por el contrario goza en China de mucho predicamento. 

En el orden estratégico, China, auspiciando su integración, puede encontrar en América Latina un aliado clave para instar una nueva gobernanza global. Esa alianza, sustentada en una cooperación económica cualitativamente enriquecedora para ambas partes, dispondría de sólidos y duraderos fundamentos. Con el modelo que ha permitido llegar hasta aquí, es inestable. El Foro China-CELAC puede blindar los intereses comunes vertebrando una unidad de criterio y de acción que equilibre las hegemonías tradicionales promoviendo no solo alternancias sino también alternativas. 

 

 

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