En 1991 el más importante futurólogo de esa época, Alvin Toffler, escribió acerca del desacoplamiento económico que comenzaba a cobrar forma entre un mundo dividido en naciones veloces y naciones lentas. Es decir, entre países con sistemas económicos y tecnológicos avanzados y países sometidos a inmensas limitaciones económicas, tecnológicas y sociales (El Cambio de Poder, Barcelona, Plaza y Janes Editores, 1991).
De hecho, los países desarrollados propiciaron la globalización económica convencidos de que su condición de economías rápidas los transformaría en beneficiarios naturales de ese proceso. Es decir, acordaron acoplarse con las economías lentas pero lo hicieron bajo la presunción de que ello obraría básicamente al servicio de quienes dispusiesen de sistemas económicos y tecnológicos avanzados.
La predicción de Toffler falló por partida doble. En primer lugar, por el acoplamiento mismo de las dos esferas económicas traído por la globalización. En segundo lugar, porque la incorporación al mercado laboral global de millardos de asiáticos, dentro del contexto de una carrera hacia precios productivos bajos, hizo de las naciones veloces el eslabón más débil de ambos grupos. En efecto, las transformó en fortalezas bajo asedio, trayendo no sólo trauma y polarización a sus sociedades sino alimentando el surgimiento de poderosos movimientos populistas en su interior. La verdadera rapidez fue la de China que, en pocas décadas, saltó desde una periferia económica plagada de deficiencias para posicionarse en la antesala de la supremacía económica y tecnológica mundial.
Sin embargo, la crisis de las cadenas globales de suministro traídas por el Covid y el reemerger de la geopolítica y de la confrontación entre las grandes potencias como signo distintivo de los nuevos tiempos, bien podría hacer realidad el tipo de desacoplamiento económico al que se refería Toffler. Tal como él lo planteaba, la aptitud para la innovación sería el elemento determinante de ese proceso.
Dentro de este contexto la búsqueda de menores costos productivos en el exterior, que sirvió de sustento a la globalización, pierde gran parte de su significado. ¿Para que preocuparse por el obrero de menor costo o por el proveedor de servicios más económico, en tierras lejanas, cuando la alta tecnología permite encontrar la rentabilidad sin salir de casa? Entre las nuevas naciones veloces, de más está decirlo, Estados Unidos y China llevan una importante delantera.
Sustentadas en la Cuarta Revolución Industrial, las economías tecnológicas avanzadas resultarían así crecientemente autónomas frente a las manufacturas, las materias primas y los servicios provenientes de las economías emergentes. Frente a una globalización en ocaso y a un darse la espalda impulsado por las tensiones de la geopolítica, la capacidad de innovación tecnológica sentaría las bases para el verdadero desacoplamiento económico. El tsunami tecnológico llamado a sustentar este proceso se expresaría por distintas vías.
Las líneas de ensamblaje de mano de obra barata confrontarían la doble disrupción de la robótica y de la tecnología aditiva, volviendo obsoleta la externalización fabril. La dependencia de los “commodities” provenientes de los sectores mineros o de las industrias del hierro y del acero, perdería peso ante la fuerza expansiva de los nuevos materiales asociados a la nanotecnología. Los avances de la tecnología genómica en los campos de los vegetales, las futas y la carne se verían complementados por las granjas verticales y el cultivo robótico, socavando las importaciones en estos rubros. El desarrollo en ascenso de las fuentes de energía limpia y de los vehículos eléctricos reduciría cada vez más la dependencia en los combustibles fósiles foráneos. Las cadenas globales de valor, donde los servicios de menor costo de los países en desarrollo juegan un papel fundamental, se verían acorraladas ante la tecnología digital. En síntesis, las economías tecnológicamente más avanzadas dispondrían de la capacidad para hacerse crecientemente autárquicas.
Ello, desde luego, no ocurriría de la noche a la mañana. Sería un proceso escalonado con algunas tecnologías avanzando más rápido que otras. El regreso a casa de los procesos productivos, dentro de las economías veloces, se vería al mismo tiempo complementado por el regreso más cerca de casa. Es decir, la regionalización de estos. En inglés se utilizan los términos “on shoring” o “near shoring” para designar ambas opciones. Resultaría perfectamente natural, a la vez, que a pesar de disponer de la capacidad para alcanzar la autarquía económica, las economías tecnológicamente avanzadas situadas al mismo tiempo dentro de líneas divisorias geopolíticas, integrasen sus economías de una manera u otra con la de sus países clientes. Ello con miras a fortalecer sus alianzas políticas y garantizar espacios para sus tecnologías, servicios y productos.
En cualquier caso, lo interesante de observar es como el desacoplamiento económico al que se refería Toffler cobra viabilidad creciente. La división entre naciones veloces y naciones lentas, sustentada en la tecnología, se hace cada vez más real.