Licenciado en Dereito pola Universidade Central de Venezuela, é doutor en Relacións Internacionais pola Escola de Diplomacia e Relacións Internacionais de Xenebra e conta cun máster en dereito internacional e economía internacional pola Universidade de Pensilvania e a Universidade Central de Venezuela, así como un posgrao en diplomacia e dereito do petróleo pola Escola Nacional de Administración (Frania) e a Universidade de París II.
Diplomático de carreira xubilado. Ata a súa renuncia ao Servizo Exterior de Venezuela, despois de longos anos no mesmo, exerceu como embaixador en Estados Unidos, Reino Unido, España, Brasil, Chile, Irlanda e Singapur, ademais de director da Academia Diplomática do seu país.
É autor de 20 libros e coautor de 15, así como autor dunha trintena de artigos publicados en revistas académicas revisadas por pares, a gran maioría delas sobre relacións internacionais. Algúns dos seus libros gañaron premios internacionais.
Xubilouse da Universidade Simón Bolívar de Venezuela co rango de Profesor Asociado. Tamén foi profesor visitante nas universidades de Princeton e Brasilia e profesor en liña na Universidade de Barcelona. Serviu como asesor académico da Universidade de Westminster e foi dúas veces bolseiro residente no Bellagio Center da Fundación Rockefeller.
El pasado 16 de octubre comenzó el Vigésimo Congreso Nacional del Partido Comunista Chino. Se trata de la más importante asamblea deliberativa de ese país que se reúne cada cinco años y en la cual se designan a las más altas autoridades del mismo. En esta oportunidad se reelegirá a Xi Jinping, dando formalmente al traste con el límite de diez años al mandato del máximo líder. Aunque ya tal límite había sido eliminado en 2018 por vía de una Enmienda Constitucional, la reelección formal de Xi entraña el cruce de un Rubicón. Como en el caso los antiguos emperadores chinos, el suyo parece convertirse en un liderazgo supremo de por vida.
Idealismo y realismo se han alternado en la política exterior estadounidense, con el primero predominando la mayor parte del tiempo. La vertiente idealista se remonta a la fundación misma del país y tiene sus raíces en su pasado colonial. Según señalaba en 1835 Alexis de Tocqueville en su célebre Democracia en América, la democracia estadounidense constituía una forma particular de Cristianismo, una suerte de religión republicana en la cual política y religión se fusionaban en una alianza indisoluble. Desde sus inicios, los estadounidenses se han sentido depositarios de un mandato de la Providencia que los llamaba a difundir las virtudes de su modelo político por el mundo. No en balde, Thomas Jefferson declaraba que la política exterior de su país debía basarse en los valores morales enraizados en su religión civil: La democracia. Estos debían servir como un faro que iluminara a la humanidad.
La llamada crisis de los misiles cubanos, en octubre de 1962, constituyó el evento de mayor peligro protagonizado por Estados Unidos y la Unión Soviética a lo largo de su Guerra Fría. Se trató, en efecto, del punto más cercano al estallido de una guerra nuclear entre ambas superpotencias. Luego del fallido intento estadounidense de derrocar al régimen de Fidel Castro, por vía de la invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961, el Primer Ministro Nikita Krhushchev y Castro acordaron secretamente, en julio de 1962, la instalación de misiles nucleares soviéticos en Cuba. Los vuelos espías sobre la isla permitieron que, en octubre de ese año, Washington detectara la construcción de silos para misiles nucleares de alcance intermedio en ese país.
En días pasados fallecieron dos grandes figuras históricas: Mijaíl Gorbachov y la reina Isabel II. El curso de ambas vidas no podía resultar más disímil. Mientras el primero encarnó como nadie la fragilidad del poder real, la segunda encarnó inigualablemente el verdadero temple del poder moral.
Las historias coloniales de Estados Unidos e Iberoamérica resultaron diametralmente opuestas. Al momento de partida como estados independientes ambas partes diferían en términos de identidad, instituciones políticas, proyecto económico, libertad de pensamiento y ética de trabajo. Ello determinó rutas y destinos diferentes. Mientras uno habría de transformarse en superpotencia, el otro nunca ha logrado superar el reto de desarrollo. Brasil, en algunas instancias, se encontraba en posición intermedia entre Estados Unidos e Hispanoamérica.
En un esclarecedor artículo publicado en The New York Times, Shoshana Zuboff hacía el siguiente comentario: “Los Estados Unidos y las demás democracias liberales del mundo han fallado en la construcción de una visión política coherente para un siglo digital, una capaz de promover los valores y principios democráticos. Mientras los chinos han diseñado y desplegado tecnologías digitales aptas para consolidar su sistema de gobierno autoritario, Occidente ha permanecido ambivalente y confundido” (“The Coup We Are Not Talking About”, January 29, 2021). En otras palabras, mientras China ha logrado utilizar la tecnología digital como un potente instrumento al servicio de su modelo autoritario, Occidente y de manera particular Estados Unidos no han logrado articular una estrategia digital llamada a fortalecer la democracia.
Estados Unidos evidencia una pasmosa polarización económica, con empleos que crecen a ambos extremos de la escala social, pero que se evaporan en el medio. Los especuladores de Wall Street y los ejecutivos corporativos de Nueva York, los emprendedores de Silicon Valley o los creativos del entretenimiento en Hollywood, van viento en popa. Tampoco a electricistas o plomeros les falta trabajo. Es la amplia clase media situada en el medio, e identificada con la industria fabril, la que se ha ido a pique.
A medida en que la Guerra Fría entre China y Estados Unidos se hace más definida, mayor es el riesgo de que de ella pueda saltarse a una guerra caliente. La primera posibilidad de que ello ocurriese derivaría de que alguno de los tantos temas conflictivos puntuales que los enfrentan, escalase a un conflicto a gran escala. Las maniobras chinas sobre Taiwán, resultantes de la visita de Nancy Pelosi a la isla, serían buen ejemplo de una chispa susceptible de transformarse en llama. La segunda posibilidad, mucho más significativa, radicaría en que alguna de las dos partes se adentrase en la guerra de manera calculada y racional. Con frecuencia los conflictos puntuales se insertan dentro de un calculo preexistente de costos y beneficios en donde la opción de ir a la guerra ya ha sido asumida.
En momentos en que el mundo confronta una gran crisis alimentaria, resulta pertinente hacer referencia a la revolución de los alimentos que se aproxima. Esta traerá grandes beneficios pero, a la vez, costos inmensamente significativos. El salto tecnológico en curso va camino, en efecto, a producir una revolución mayor en el área de la producción de alimentos. Ella conducirá a cambios superlativos en los sectores de la ganadería y la agricultura. Desde la biología sintética, capaz de rediseñar el código genético de los alimentos y, en tal sentido, producirlos como si fuesen manufacturas, hasta la agricultura ambientalmente controlada, la transformación que se avecina es sólo comprable a la del inicio de la agricultura y la ganadería miles de años atrás. Dado que este último fenómeno desencadenó la marcha civilizatoria de la humanidad, la comparación no resulta banal.
Vladimir Putin resulta un referente fundamental para los populistas de extrema derecha de Europa y Estados Unidos. Ello se expresa a tres niveles. Primero, a través de las ciber campañas de desinformación que el Kremlin ha desarrollado a favor de aquellos. Segundo, por vía de la visualización de Putin como modelo a seguir. Tercero, por la percepción de Rusia como aliado natural.
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