La invasión de Portugal y España por parte de las tropas napoleónicas produjo consecuencias radicalmente opuestas en sus respectivas colonias de allende el Océano. Ello habría de determinar el curso de estos últimos territorios por largo tiempo. Mientras el monarca portugués huyó al Brasil e hizo de éste la cabeza de su imperio, el rey español fue apresado y obligado a abdicar. Lo primero dio fuerte impulso a la Corona en Brasil, en tanto lo segundo puso en marcha el proceso de independencia en Hispanoamérica.
La invasión de Portugal y España por parte de las tropas napoleónicas produjo consecuencias radicalmente opuestas en sus respectivas colonias de allende el Océano. Ello habría de determinar el curso de estos últimos territorios por largo tiempo. Mientras el monarca portugués huyó al Brasil e hizo de éste la cabeza de su imperio, el rey español fue apresado y obligado a abdicar. Lo primero dio fuerte impulso a la Corona en Brasil, en tanto lo segundo puso en marcha el proceso de independencia en Hispanoamérica.
Luego de trece años en Brasil el monarca de Portugal debió regresar a casa. Se dice que antes de hacerlo aconsejó a su hijo Pedro, quien quedaba a cargo en Brasil, que de desatarse un movimiento de independencia él lo encabezara. Así ocurrió. Cuando el Parlamento portugués quiso volver a Brasil a su antigua posición de subordinación, un fuerte movimiento independentista emergió. Pedro se hizo portavoz del mismo y fue el encargado de cercenar los lazos con la patria de su padre. Sin derramarse una gota de sangre, Brasil se transformó en Imperio independiente con Pedro a la cabeza.
Entre tanto la sangre corría a raudales en Hispanoamérica. La intensidad de las luchas de independencia varió de un lugar a otro, siendo Venezuela la más afectada con un cuarto de su población desaparecida. En la región entera, no obstante, el descabezamiento súbito del orden establecido y la desarticulación de estructuras abrió las puertas a largos años de conflictos internos en los que la sangre siguió corriendo.
En Brasil la continuidad del antiguo orden bajo nuevos ropajes brindó un alto nivel de legitimidad al poder. El mismo se expresó tanto a nivel doméstico como internacional. En función de lo primero la Corona pudo arbitrar las confrontaciones entre las distintas provincias y las distintas facciones, manteniendo las mismas dentro de un marco constitucional y pacífico. El intelectual Darcy Ribeiro habla de Brasil en plural, aludiendo a los cinco países diversos que coexisten dentro de uno sólo. Con una dimensión que equivale a la mitad de América del Sur, Brasil pudo sin embargo mantenerse como un Estado unitario. El papel conciliador jugado por la monarquía, dentro del contexto de una legitimidad aceptada por todos, fue responsable de ello.
Pero hubo a la vez una legitimidad internacional. Ello en la medida en que las monarquías europeas aceptaban a Brasil como una extensión natural de ellas. En tal sentido nunca se les ocurrió volcar sus apetitos imperiales sobre su territorio. Más aún, Estados Unidos debió reconocer el poder de convocatoria y respaldo del que disfrutaba Brasil en las capitales europeas, otorgándole un nivel de respeto muy particular.
Mientras lo anterior ocurría Hispanoamérica se fraccionaba en multitud de estados. Según las palabras mordaces de Domingo Faustino Sarmiento, Centro América hizo de cada aldea una República. A pesar de los esfuerzos y las advertencias de Simón Bolívar, quien visualizaba en la multiplicidad y debilidad de nuestros estados una invitación abierta a las intervenciones foráneas, ni la unión ni la concertación fueron posibles. Más aún la ausencia de capacidad arbitral al interior de dichas repúblicas, se tradujo en guerras civiles que las debilitaron todavía más.
Una legitimidad internacional limitada, derivada del hecho de que las monarquías europeas siempre vieron a las nuevas repúblicas hispanoamericanas como actores internacionales de segunda, agravó la debilidad anterior. Sólo la aplicación de la Doctrina Monroe pareció proteger a nuestras naciones del instinto depredador de aquellas. La misma, sin embargo, no era más que la delimitación de un coto cautivo en el que el depredador era uno sólo. Ello le permitió a este último hacerse con la mitad del territorio mexicano, dividir a Colombia para quedarse con el Canal de Panamá o invadir 34 veces a los países de la Cuenca del Caribe. Sin embargo basto el corto intervalo de la Guerra Civil estadounidense, en el que la Doctrina Monroe dejó de aplicar, para que Francia invadiera a México. Más aún, ni siquiera la Doctrina Monroe pudo impedir que Gran Bretaña se hiciese con parte de los territorios venezolano y guatemalteco.
Durante los sesenta y siete años en que pervivió el Imperio brasileño éste pudo garantizarle a su país tres elementos fundamentales: unidad, paz interior y respeto internacional. A ello se sumó un alto nivel de estructuración institucional. Durante igual período Hispanoamérica se fraccionó en numerosos estados, evidenció guerras civiles entre conservadores y liberales o entre centralistas y federalistas y fue objeto de apetitos y despojos imperiales por parte de Estados Unidos y de Europa.
En 1889 cae la monarquía brasileña sin dispararse un tiro. A decir de Carlos Fuentes, Brasil se acostó una noche siendo colonia para despertarse siendo un Imperio independiente y se acostó siendo Imperio para despertarse convertido en República. Todo ello sin violencia. ¡Que distinta a la historia de Hispanoamérica!