Durante la presidencia de George W. Bush las relaciones entre Estados Unidos y América Latina sufrieron un importante distanciamiento. Tres razones fueron responsables de ello. La primera fue resultante del malestar generalizado ante la arrogante presión de Washington por encuadrar a toda la región en su lucha post 11 de septiembre. Ello incluyo la invasión a Irak que no tuvo relación con lo anterior, así como también la exigencia de que la región apoyase la exención de jurisdicción de la Corte Penal Internacional sobre tropas estadounidenses. Sólo Colombia, República Dominicana y algunas naciones de América Central aceptaron plegarse a los dictados de Washington.
Durante la presidencia de George W. Bush las relaciones entre Estados Unidos y América Latina sufrieron un importante distanciamiento. Tres razones fueron responsables de ello. La primera fue resultante del malestar generalizado ante la arrogante presión de Washington por encuadrar a toda la región en su lucha post 11 de septiembre. Ello incluyo la invasión a Irak que no tuvo relación con lo anterior, así como también la exigencia de que la región apoyase la exención de jurisdicción de la Corte Penal Internacional sobre tropas estadounidenses. Sólo Colombia, República Dominicana y algunas naciones de América Central aceptaron plegarse a los dictados de Washington.
La segunda fue el rechazo generalizado a las políticas neoliberales del Consenso de Washington, las cuales causaban estragos en la región. Si bien éstas se articularon en tiempos de los dos antecesores de Bush, fue durante su período que la situación llegó a un punto crítico.
La tercera fue la súbita aparición en el escenario latinoamericano de la alternativa representada por China: “China amplió los horizontes políticos de América Latina…pero lo hizo esencialmente por vía de la prosperidad creada por el comercio con ella y no mediante el desafío a Estados Unidos(…) Al incrementar grandemente los ingresos de la mayoría de los países latinoamericanos China contribuyó indirectamente a fortalecer la posición internacional de sus países” (Jorge I. Dominguez, Rafael Fernández de Castro,Contemporary US-Latin American Relations: Cooperation or Conflict in the 21st Century?, New York, 2010).
La llegada de Obama a la Casa Blanca fue recibida con gran optimismo en América Latina. Para muchos representaba la oportunidad de reeditar una mayor comprensión y sensibilidad hacia la región, como había ocurrido en tiempos de Franklin Delano Roosevelt o de Jimmy Carter. La decepción, sin embargo, resultó grande. La principal característica de este período fue la carga inercial de las políticas heredadas de la anterior presidencia. Washington visualizó su política hacia la región bajo el lente seguridad y lucha anti drogas con manifiesta indiferencia hacia otras áreas. México, Colombia y Centro América focalizaron esta atención.
De manera no sorpresiva esta época coincidió con la creación en América Latina y El Caribe de un conjunto de instituciones multilaterales que excluían de su membresía a Estados Unidos. Ello resultó expresión de la convergencia entre la desilusión hacia ese país y la asertividad regional. A pesar de la displicencia de Washington hacia la región, hubo una mejor relación comparativa aquellos países de la misma que habían firmado acuerdos de libre comercio con esa capital, dentro de los marcos del TLCAN o del ALCA .
Cuando la Administración Obama se encontraba ya en cuenta regresiva, y nada se esperaba ya de ella, se produjo el inesperado inicio de apertura de compuertas con Cuba. Era sin embargo demasiado tarde para que dicho gobierno pudiese capitalizar esta iniciativa, en términos de un mayor acercamiento hacia la región. Cualquier potencial avance en este último sentido quedaba en manos de la nueva Administración.
Pero tal sucesión recayó en las manos de Donald Trump. Cualquier oportunidad de seguir avanzando en el capítulo Cuba queda cerrada en manos de un gobierno y de un Congreso dominados por los Republicanos. Aunque todavía resulte prematuro para sacar conclusiones con respecto al significado para América Latina de una Casa Blanca bajo Trump, los signos no resultan alentadores.
Por lo pronto todos aquellos países asociados comercialmente a Estados Unidos, por vía del TCLAN y del ALCA, se ven de pronto en el lado perdedor de la nueva ecuación política y económica dominante. México, el aliado más cercano de Washington dentro de la región, se ve duramente atacado por varios frentes a la vez.
Al mismo tiempo aquellos países que por vía del ALCA celebraron acuerdos de Libre Comercio con esa capital, han sido puestos sobre aviso de que los mismos serán revisados. De entre estos últimos, los situados en la Cuenca del Pacífico mantenían altas expectativas en relación a la Asociación Tras Pacífica liderada por Washington. Dicha iniciativa fue ya oficialmente desechada por Trump.
Así las cosas, quienes de alguna manera se encontraban más cercanos a Washington, encuentran que no tienen ya nada que buscar por aquellos rumbos. Tampoco para el resto habría mucho por encontrar. La gran beneficiaria de esta situación será, desde luego, China.
Si bien el boom de las exportaciones latinoamericanas a ese destino llegó a su fin en el 2013, Pekín sigue siendo el mayor socio comercial de gran parte de los países de la región. Con China asumiendo el liderazgo de la economía global, ante el cierre de compuertas estadounidense, todos fluirán de manera natural hacia sus predios. Incluso México, hasta el presente una economía sombra de la estadounidense que visualizaba a China como competidor, se verá forzado a subsumirse a su liderazgo.